domingo, 27 de mayo de 2018

Sólo Roma


Vista de Roma desde el Aventino. Roma 2018

He vuelto. Tras cuatro largos años de espera, no exentos de dificultades, el pasado 16 de mayo aterricé por fin en Fiumicino. Y mi corazón volvió a palpitar con esa intensidad que sólo se alcanza cuando se está cerca de lo que uno más ama.
Atrás quedaban los problemas cotidianos de las últimas semanas, las prisas, el desasosiego de jornadas en que las horas se suceden sin piedad, ahogando el tiempo que deberíamos dedicar a las cosas verdaderamente importantes. Por delante me esperaban cinco días para seguir de la mano de Augusto la estela de una Roma perdida que está más viva que nunca. Y durante ese breve pero intenso período, ella y sólo ella, ocuparía la totalidad de mis pensamientos y mis actos.
Mi primera visita, como no podía ser de otra forma fue a los Museos Vaticanos, a rendir pleitesía a mi divino Augusto Imperator que, eternamente inmortal, me esperaba en un remodelado Braccio Nuovo, con el nuevo color de sus paredes, lo que proporciona a su imagen una mayor belleza y majestuosidad. Después de unos instantes con él, sala tras sala, fui encontrándome con las huellas del pasado imperial y con las insuperables obras pictóricas de Pinturicchio (Salas de los Borgia), Rafael y Miguel Ángel. Una vez más pude sentir cuan pequeño parece el hombre ante la inmensidad capturada entre las paredes de la Capilla Sixtina.


Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018

Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018

El día siguiente me reservaba la visita más anhelada de todo el viaje: por primera vez pude acceder en el Palatino a las estancias privadas de la Casa de Augusto y a la Casa de Livia, cuya restauración fue un regalo de Roma a su emperador más amado en el año 2014, en el que se conmemoró los 2000 años de su muerte. Yo ya había estado en anteriores ocasiones en la zona destinada a la representación oficial en la Casa de Augusto (abiertas al público desde el 2007), pero el resto casi nunca se había mostrado. Los momentos que pasé en su interior, de una forma casi privada, fue un auténtico gozo para los sentidos, no sólo por el exquisito gusto pictórico del creador del Imperio romano y de su esposa, sino por la manera en que está orientada la visita, acompañada de material audiovisual que permite la reconstrucción de algunas de las estancias sugiriéndonos una idea bastante aproximada de cómo eran hace 2000 años. Sencillamente maravillosa la experiencia, a lo que se suma la emoción de estar pisando el mismo suelo y estar envuelta por el mismo ambiente que ellos pisaron. Igualmente volví al Criptopórtico de Nerón, donde una vez más sentí escalofríos bajo esos muros, testigos mudos del asesinato de Calígula.


Casa de Augusto. Siglo I d.C. Roma 2018

Casa de Augusto. Siglo I d.C. Roma 2018

Casa de Augusto en reconstrucción multimedia. Siglo I d.C. Roma 2018

Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018

Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018

Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018

Criptopórtivo de Nerón. Siglo I d.C. Roma 2018

       El resto de mi visita por el Foro Romano fue apoteósica pues pude pasear por nuevos recorridos, nunca visitables hasta ahora: el área del Templo de Venus y Roma (que permitía las vistas más hermosas del Coliseo que he visto jamás), la Fuente de Juturna, el Lacus Curtius, el Foro de la Paz… Mi recorrido por la Roma que más amo culminó, como no podía ser de otra forma en el Anfiteatro Flavio, cuyo exterior restaurado me dejó sin aliento. Imponente, como siempre, es imposible no buscarlo cada vez que se alza la mirada desde cualquier rincón del Foro Romano. Aunque me fue imposible subir al anillo V, la grandiosidad y desnudez de su interior me sobrecogió una vez más.


Fuente de Juturna. Roma 2018

Atrio de la Casa de las Vestales. Roma 2018

Relieve junto al Lacus Curtius. Roma 2018

Coliseo. Roma 2018

Coliseo. Roma 2018

Emoción sólo igualada al volver a contemplar el Panteón, el milagro más grande de la arquitectura, que los ángeles preservaron para regalar a la multitud de personas que flanquean el dintel de su entrada cada día la ilusión de acercarnos al cielo cuando se eleva la mirada, o la mágica armonía que emana de las paredes del Ara Pacis, el altar que el Senado regaló a mi emperador en el año 9 a.C. a su vuelta de la Galia e Hispania. A pocos metros de allí, tuve que hacer una parada obligada en el Mausoleo cuyas obras siguen avanzando. Me conmovió ver los andamios y el presentimiento de que queda un día menos para que toda la obra del divino Augusto esté a salvo.


Panteón de Agripa. Siglo II d.C. Roma 2018

Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2018

Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2018

Poco a poco la Roma Imperial me fue mostrando cada uno de sus rincones: el Foro Boario, los templos republicanos del área sacra de Largo Argentina, los Foros imperiales, el Castel Sant’Angelo, el Circo Massimo, los restos del Horologium Augusti… En esta ocasión, pude acceder también a un lugar muy especial en el que no había estado nunca por su dificultad de acceso: la Domus Aurea. El gran palacio de Nerón puede visitarse únicamente los fines de semanas en pequeños grupos guiados cuya recaudación va íntegramente destinada a los trabajos de conservación de la casa, amenazada de grandes peligros, el más preocupante de éstos la humedad. Por ello, la primera medida prevista es la  construcción de un jardín sobre la misma (la Domus Aurea se encuentra bajo el nivel del suelo) que absorba el exceso de agua y así evitar que no alcance las maravillosas pinturas que tanta influencia tuvieron durante el Renacimiento. Recorriendo sus inmensas salas fuí consciente de como el hogar de cada uno es el reflejo supremo de la personalidad de sus moradores. Lo que en Augusto es todo modestia y contención, en Nerón es grandiosidad y exuberancia: los altos techos, los grandes salas (entre las que destaca la sala octogonal que inspirará la cúpula del Panteón),  la escenografía a base de cascadas, juego de luces y efectos especiales con los que Nerón deleitaba a sus invitados contrastan notablemente con la simplicidad del hogar del primer emperador romano. Igualmente una proyección multimedia nos mostraba como era el Palacio en época de Nerón de tal manera que parecía que viajábamos en un túnel del tiempo hasta el siglo I de nuestra era.


Domus Aurea. Siglo I d.C. Roma 2018

Domus Aurea. Siglo I d.C. Roma 2018

Domus Aurea. Único resto del pavimento original. Siglo I d.C. Roma 2018

Domus Aurea. Sala octogonal. Siglo I d.C. Roma 2018


      Faltaba una última cita con la Roma Antigua: el museo de las Termas, donde pude deleitarme una vez mes ante la sublime visión del Augusto Pontifex Maximus y con los frescos de la Villa de Livia en Prima Porta en la intimidad que propicia este museo, mucho menos masificado que el resto de museos romano.


Augusto Pontifex Maximus. Siglo I d.C. Museo de las Termas. Roma 2018

Pinturas de la Villa de Livia en Prima Porta. Siglo I a.C. Museo de las Termas. Roma 2018

Pinturas de la Casa de la Farnesina. Siglo I a.C. Museo de las Termas. Roma 2018


           A pesar de que la presencia de Augusto es constante en cada rincón de la ciudad que tanto amó (incluso en las proyecciones nocturnas en su Foro que llena los vestigios del templo de Marte Vengador con su imagen) también hubo tiempo para perderme en la Roma de Bernini, en la Roma Cristiana, en la Roma de las fuentes y plazas más bellas del mundo, en la Roma de los parques y jardines, en la Roma bulliciosa del Trastevere.
Así, una visita obligada fue a la Galería Borghese donde se custodian las obras mitológicas de mi escultor favorito: Gian Lorenzo Bernini. Para mí el artista napolitano es el único que puede disputarle a Miguel Ángel el puesto de ser el más grande. Aunque siento devoción por Buonarotti, mi balanza se inclina un poco más hacía Bernini, hacia la vitalidad y inflamación de los sentidos que emanan de sus imágenes, hacia la morbidez de un mármol cincelado con tal perfección que puede llegar a confundirse con carne palpitante, hacia el éxtasis de sus figuras religiosas que encierran en realidad una exaltación de la vida y sus placeres. Como dice Javier Reverte “Roma no ha dejado de amar al sensual, transgresor y mundano Bernini, el más italiano de todos los artistas de Italia” (Un Otoño romano).


Apolo y Dafne. Gian Lorenzo Bernini. 1622-25. Galeria Borghese. Roma 2018


Plutón y Proserpina. Gian Lorenzo Bernini. 1621-22. Galeria Borghese. Roma 2018


Paolina Bonaparte. Antonio Canova.1805-8. Galeria Borghese. Roma 2018

Con Bernini me despedí de Roma, aunque cierto es que no caben despedidas de lo que vive dentro de ti.



Desde aquí mi más sincero agradecimiento a las personas que con su trabajo y dedicación hacen posible la conservación de las joyas arqueológicas y artísticas de la ciudad con más patrimonio histórico del mundo. Con vuestra inconmensurable labor habéis conseguido que Roma no sólo siga siendo la Ciudad Eterna sino que sea la urbe de la antigüedad que mejor ha envejecido.

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