martes, 28 de abril de 2015

Restauración del Mausoleo de Augusto (I)


Proyecto restauración Piazza Augusto Imperatore

El pasado 16 de abril, el alcalde de Roma Ignazio Marino anunció una bellísima noticia que en los círculos artísticos romanos se esperaba desde hace tiempo: los trabajos de restauración del Mausoleo de Augusto y de la Piazza Augusto Imperatore, en la que se ubica, comenzarán en octubre de este mismo año y tendrán una duración de 600 días. El arquitecto encargado del diseño es Francesco Cellini.
El proyecto (en marcha desde diciembre del año 2006) ha sufrido multitud de vicisitudes sin olvidar que ha sido la gran espina del bimilenario de la muerte del emperador celebrado el año pasado; no obstante parece que será una realidad antes de finales del 2017. Así, no sólo se dará un nuevo perfil a la plaza que Roma dedicó al Padre de la Patria sino lo que es más importante se reabrirá al público el segundo monumento funerario más grande del mundo antiguo, sólo superado por las pirámides egipcias, último lugar de reposo del más grande emperador romano así de cómo casi todos los miembros de la mítica dinastía julio-claudia.


Proyecto restauración Piazza Augusto Imperatore

La plaza pretende conjugar lo antiguo y lo moderno, aunque tendrá una definición fundamentalmente arqueológica, es decir, se situará en un nivel más bajo que el actual, recuperando y restaurando la pavimentación original del siglo I. El Mausoleo, que por primera vez podrá contemplarse en sus proporciones reales, dominará la plaza, que se conecta en altura con la ciudad a través de dos escalinatas contrapuestas: una hacia el oeste (desde Via di Ripetta entre la fuente del Ara Pacis) y otra hacia el este (desde el ábside la iglesia de San Carlo al Corso). Al sur cerrará la plaza una cafetería.
Las labores de restauración del Mausoleo se desarrollarán en tres fases:
1ª Fase: Consistiría en una restauración conservativa de consolidación de los muros antiguos algo que no se puede demorar mucho más. Con ella el Mausoleo quedará a la vista y podrá ser visitado por el público.
2ª Fase: se completaría la instalación: iluminación, antiincendio, seguridad y vídeo vigilancia y climatización.
3ª. Fase: Se completaría el conjunto con un museo donde se expondría todo el material encontrado in situ, nunca antes expuesto al público que se conserva en los almacenes de la Sovrintendeza (Departamento de bienes culturales).


Roma 2013

El anuncio me ha llenado de alegría pues no hay mejor regalo de Roma a la memoria de Augusto que perpetuar su obra para que la disfrute toda la humanidad y las generaciones futuras. Los discursos bonitos se olvidan, el hormigón romano perdura más allá del tiempo. 

Fuente: 
http://www.comune.roma.it/PCR/do/jpsite/Site/detail;jsessionid=9C85A39F833758127C31815905FD82FD?contentId=NMS848857

jueves, 23 de abril de 2015

Hacia Oriente (22-20 a.C)


Mapa del Imperio romano en tiempos de Augusto. Tomado de H. Kinder y W. Hilgemman, Atlas Histórico Mundial (tomo I). ISBN: 84-7090-005-6. Ediciones Istmo. Madrid

Un Imperio tan extenso como el romano requería la presencia de su máximo representante en cualquier territorio del mismo para supervisar de primera mano el cumplimiento de la leyes impuestas por Roma; por este motivo, tanto Augusto como Agripa alternaban estancias en Roma con visitas a las provincias. Como consecuencia, el Príncipe no se encontraba presente en la capital cuando se celebró la boda entre su colega de gobierno y su hija Julia pues en el momento de su celebración hacía meses que había partido hacia Oriente. Agripa, por su parte, tras la ceremonia nupcial marchó hacia Hispania y la Galia donde reanudó con éxito las campañas militares allí pendientes. En 19 a.C., acabó con las guerras cántabras y se dedicó a fundar ciudades al mismo tiempo que a patrocinar grandes obras públicas en estas provincias.
En su nuevo viaje, Augusto hizo una primera parada en Sicilia, la más antigua provincia romana de ultramar y que era una de las que permanecía bajo la tutela del Senado (de todas maneras la auctoritas del emperador impedía que el gobernador de la isla pudiera oponérsele). Todas las provincias independientemente de su tipología se habían acostumbrado a solicitar audiencia al Príncipe para tratar directamente con él cuestiones que se escapaban a la esfera del gobernador.
El emperador (que siempre fue una persona muy cercana que trataba de escuchar a todo el mundo) permaneció en esta ocasión en Sicilia durante el invierno del 22-21 a.C. No visitaba la isla desde las luchas contra Sexto Pompeyo, motivo por el cual los sicilianos (que gozaban de derechos latinos desde los tiempos de Julio César) habían pagado un alto precio: tras la batalla de Nauloco, el entonces Octavio arrasó ciudades, confiscó tierras, ejecutó a los cabecillas que habían apoyado al hijo de Pompeyo y probablemente revocó a la población la categoría de latinos. Sin embargo, ahora, en su afán pacificador, Augusto estaba dispuesto a recuperar la estabilidad de la zona (a pesar de que el suministro de grano ya no dependía tanto de Sicilia  sino más bien de Egipto y el Norte de África). En esta línea fundó 6 nuevas colonias entre las que se incluían Siracusa, Catania (Catina) y Palermo (Panormus). En realidad las ciudades (de origen griego) ya existían pero se aumentó la población de las mismas con veteranos del ejército, en un intento de enraizar más profundamente allí la cultura romana. Al mismo tiempo, devolvió la categoría de latinos a muchos de sus habitantes a la vez que ordenó importantes proyectos constructivos animando a las élites locales a seguir su ejemplo, empeñado como estaba en que cada rincón del Imperio fuera un reflejo de su Roma de mármol. Así. Sicilia llegó a ser considerada como una parte de Italia, si bien se mantuvieron sus cultos y costumbres locales de raigambre griega. Como consecuencia, el comercio comenzó a fluir por todas las localidades costeras lo que otorgó una gran prosperidad a la zona.

Restos de los pilares del Arco Augusteo. Siglo I a.C. Siracusa
  Di Codas2 - Opera propria. Con licenza CC BY-SA 3.0 tramite Wikimedia Commons Fuente: http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Arco_augusteo_di_Siracusa.JPG#/media/File:Arco_augusteo di_Siracusa.JPG

Desde aquí, en 21 a.C., Augusto se dirigió a Grecia. Allí desde su victoria en Accio se le había considerado como un monarca. Ya en 27 a.C. se erigió un templo en su honor en la Acrópolis; él permitió el culto siempre que fuera dedicado junto a la diosa Roma. Igualmente en Efeso se consagró un altar a Augusto y a la diosa que personificaba a la capital del mundo. A pesar de que Augusto no era especialmente religioso ni aspiraba a la divinización en vida, permitió ese culto como una forma de acercamiento de los habitantes de las provincias a su persona y a la idea de Roma, pues facilitaba que estas gentes entendieran que él era quien gobernaba sobre ellos bajo la autoridad de la Ciudad Eterna pero a la vez era quien velaba por su prosperidad. Por su parte las provincias intentaban así captar la atención del César que se veía obligado a recibir a sus benefactores y a escuchar sus peticiones de primera mano.
A pesar del apoyo que Grecia había prestado primero a los asesinos de Julio César y después a Marco Antonio y Cleopatra, el gran respeto y veneración que Augusto y la civilización romana en general profesaban hacia la cultura griega  le llevó  a ser más magnánimo con estos territorios que con otros aliados de sus enemigos. De hecho Augusto y Agripa invirtieron grandes cantidades de dinero con el deseo de imprimir su sello en la capital helénica. Agripa, siguiendo sus grandes dotes constructivas,  diseñó un Odeón muy alabado (un teatro cubierto erigido en medio del antiguo Ágora o mercado). Del mismo modo, ambos patrocinaron la creación de un nuevo mercado. Al igual que en Sicilia esto animó a la población local a realizar proyectos constructivos lo que conllevó que se volvieran a celebrar festivales y competiciones atléticas en nuevos teatros y estadios. También se levantaron anfiteatros, pero las luchas de gladiadores no contaron con tanto entusiasmo entre la población griega.

Ágora romana. Siglo I a.C. Atenas

En el año 21 a.C. Augusto pasó el invierno en la isla de Samos y luego en 20 a.C. se dirigió hacia Asia y Bitinia en dirección a Siria. En todos los lugares por los que iba pasando, Augusto siguió recibiendo a todos los que querían acercarse a él. Como consecuencia de esto algunas ciudades como Esparta consiguieron ampliar su autoridad pero otras, en cambio, como Cizio en Asia perdió categoría cívica y algunos de sus ciudadanos fueron esclavizados por haberse rebelado contra el poder de Roma y haber ejecutado a varios ciudadanos romanos.

Cesárea Romana en Israel. Fundada en el Siglo I a.C. por Herodes el Grande

Uno de los reyes clientes que acudió a rendir pleitesía a Augusto fue Herodes el Grande, uno de los más grandes aduladores del poder imperial. Dedicó más de una ciudad con el nombre de Cesárea y multitud de santuarios fueron consagrados por él a Roma y Augusto. Por ello en 20 a.C. se le concedieron nuevos territorios y se le  permitió a varios de sus hijos estudiar en Roma bajo la tutela directa del emperador. De hecho uno de sus nietos, Herodes Agripa (que recibió su sobrenombre para honrar al yerno de Augusto) fue muy querido por la familia imperial llegando a trabar una gran amistad con Calígula y Claudio, quien lo coronó rey de Judea.
A pesar de encontrase lejos de su amada ciudad, Augusto no abandonaba los asuntos de Roma por lo que ordenó a Agripa trasladarse hacia allí para resolver algunos desordenes que estaban teniendo lugar en la gran urbe.
La última escala del viaje oriental del emperador fue Partia, donde conseguiría un gran logro diplomático: la devolución de las águilas arrebatadas a Craso en 53 a.C. tras su derrota en la batalla de Carras. El momento de la entrega de los estandartes nuevamente a Roma fue inmortalizado para la posteridad en la coraza que cubre el pecho de la escultura más sublime del Príncipe, el Augusto de Prima Porta.

domingo, 19 de abril de 2015

Julia, el mayor fracaso de Augusto

“A sus amigos decía que tenía dos hijas caprichosas a las que adoraba: la República y Julia”
Macrobio. Saturnales. 2,5,4
  
Supuesto busto de Julia encontrado en Aranova (cerca de Fiumicino)

Julia era la única hija biológica de Augusto, nacida a finales del año 39 a.C. del breve matrimonio entre el Príncipe y su segunda esposa Escribonia (de la que se divorció el mismo día que nació la niña) que fue educada por su padre y su madrastra Livia siguiendo las rígidas costumbres del antiguo patriciado romano. Su instrucción, que incluía el trabajo de la lana, estaba sometida a severas reglas, entre las que destacaba la prohibición de entablar una conversación o llevar a cabo ninguna acción que no pudiera recogerse en el diario de la casa imperial. No obstante, teniendo en cuenta su posición, también recibió la más esmerada educación en retórica y griego. Por ello, Julia se convirtió en una mujer culta y refinada con amplios conocimientos en arte y literatura.


Frances White interpreta a Julia en Yo, Claudio. Fotograma de la serie. 1976

     Utilizada siempre por su padre como pieza política (con dos años ya estaba prometida  a Antilo, hijo mayor de Marco Antonio), la joven se vio obligada a casarse tres veces por razón de Estado. Su primer matrimonio con su primo Marcelo (acaecido en 25 a.C.) prometía una relación idílica: ambos eran jóvenes, guapos, ricos y descendientes de un linaje ejemplar que se remontaba a la diosa Venus. Julia contaba tan sólo 14 años cuando se celebró el enlace, interrumpido sólo dos años después a causa de la muerte inesperada de su prometedor esposo.
Pasado el luto, Augusto la casó con Marco Vipsanio Agripa, su mano derecha y el más grande general romano del momento. Julia debió sentirse desilusionada y confusa pues tras haber tenido un marido de ensueño se encontraba con otro 24 años mayor que ella y de dudosa estirpe. A pesar de ello, fruto de esta unión nacieron 5 hijos.

Julia con Agripa y su hijo Cayo. La sigue de cerca Tiberio. Ara pacis Augustae. 13- 9 a.C. Roma 2013

Al morir Agripa en el 12 a.C., Julia contrajo nuevas nupcias con su hermanastro Tiberio. La disparidad de caracteres de la nueva pareja y otras circunstancias (como la amargura del hijo de Livia que se vio obligado a divorciarse de su amada esposa Vipsania) provocó que la unión fuera un absoluto fracaso, a pesar de que en su juventud la hija de Augusto se había sentido atraída por Tiberio.
Durante su segundo matrimonio, Julia, cansada de estar sometida a los intereses de Roma y aprovechando las largas ausencias de su marido, se unió a un grupo de intelectuales en los que no sólo se debatía sobre poesía y política sino que también  celebraban fiestas hasta altas horas de la madrugada por lo que, en un acto de rebeldía, Julia empezó a coleccionar numerosos amantes jóvenes, con los que conseguía sentirse una mujer y no sólo un objeto al servicio de la sucesión imperial.
La joven, de gran belleza y personalidad, sabía disfrutar de su posición de hija de Augusto. Después de dar a luz a sus dos hijos mayores, Cayo (en 20 a.C.) y Lucio (en 17 a.C.) empezó a sentirse la mujer más poderosa del mundo, por encima incluso de Livia, pues de sus hijos (adoptados inmediatamente por el emperador) pendían todas las esperanzas de continuidad del Imperio. Acostumbrada al lujo y a la exhuberancia cuando le preguntaban por qué no seguía el ejemplo de modestia de su padre ella siempre contestaba: “Él no se acuerda que es el César, pero yo nunca olvido que soy la hija del César”. (Macrobio. Saturnales. 2,5, 5, 7).

Moneda con Augusto en el anverso y Julia entre Cayo y Lucio en el reverso. Siglo I a.C.

Es difícil saber si Augusto, empeñado en imponer a la sociedad romana una estricta moralidad propia de los inicios de la historia de Roma, conocía el alcance de las diversiones de Julia, que él entendía como simples chiquilladas de una joven consentida a la que, a pesar de todo, quería con locura. Si alguna vez le asaltaban las dudas sobre la fidelidad de su hija hacía su yerno, se tranquilizaba al ver cuánto se parecían todos sus nietos a Agripa. No obstante, cuando en una ocasión un amigo le preguntó a Julia, cómo lo lograba, ella replicó que “sólo aceptaba pasajeros cuando la nave estaba completa”, (Macrobio Saturnales. 2,5,9), es decir, que sólo mantenía relaciones con otros hombres estando embarazada de su marido.

Escena erótica del Prostíbulo. Siglo I d. C.  Pompeya 2011

De carácter extrovertido e ingenioso siempre tenía una réplica a punto para cualquiera que osara reprocharle cualquier cosa, incluido su padre. Las fuentes narran multitud de anécdotas sobre este asunto: por ejemplo una vez presidió junto a Livia unos juegos de gladiadores, mientras la emperatriz se rodeó de hombres notables en torno a Julia se dieron cita un grupo numerosos de jóvenes irrespetuosos. Cuando Augusto le recriminó tal desfachatez por escrito comparando la actitud de las dos mujeres más importantes de Roma, ella le contestó mordazmente atacando sutilmente la edad de la emperatriz “estos se harán viejos conmigo” (Macrobio. Saturnales. 2,6,7,9). En otra ocasión el emperador no supo disimular su disgusto al verla aparecer en una recepción con un vestido muy atrevido aunque no le dijo nada. Al día siguiente Julia se presentó ante el Príncipe con un vestido más recatado. Él, feliz le dijo: “Cuánto más adecuado es este vestido para la hija de Augusto” Nuevamente la joven replicó con descaro “En efecto, hoy me he vestido para los ojos de mi padre, ayer para los de mi marido” (Macrobio. Saturnales. 2,5,5).
Además de los dos príncipes herederos Agripa y Julia tuvieron tres hijos más: Julia la menor (nacida en 19 a.C.), Agripina la mayor (nacida en 14 a.C.), y ya fallecido su padre, en el 12 a.C. vino al mundo el último vástago de la pareja, al que Augusto llamó Agripa Póstumo, en un homenaje a su amigo con la finalidad de que no se perdiera su nombre.

Lucio César niño. Copia de busto en mármol. Museo del Ara Pacis. Roma 2013

A partir de aquí y tras su tercer matrimonio con Tiberio la conducta de Julia comenzó a ser escandalosa y de dominio público. Al principio se mostró dócil e incluso acompañó embarazada, aunque obligada, a su marido a sus campañas militares en Panonia y Germania; allí dio a luz a un niño prematuro que murió casi de inmediato. Julia, que independientemente de su conducta, era una buena madre que adoraba a sus hijos, sufrió una gran conmoción por lo que volvió a Roma decidida a vivir su vida junto al único hombre que había amado de verdad, Julo Antonio, el último superviviente de los hijos habidos en el matrimonio entre Marco Antonio y Fulvia. Ambos niños se habían criado juntos desde que Octavia (tercera esposa de Antonio) acogió en su casa a los hijos de su marido, y se habían vuelto a reencontrar en los círculos que frecuentaba la joven surgiendo una gran pasión entre ellos, que apenas se molestaban en ocultar. En el año 6 a.C., Tiberio, convertido en el segundo hombre más poderoso de Roma, abandonó todas sus funciones políticas, exiliándose voluntariamente a Rodas, contra la voluntad de Augusto, para huir de la humillación a la que lo sometía su esposa.


Julia junto a Julo Antonio en un fotograma de la serie Augusto, el primer emperador. 2004

     Por su parte, Julo Antonio y Julia se unieron a una conjura que pretendía acabar con la vida de Augusto durante el 30 aniversario de la batalla de Azio. Es difícil saber si Julia estaba al tanto del objetivo final de ésta, pues amaba a su padre; probablemente lo único que pretendía era forzar su divorcio para poder contraer matrimonio con su amante y promover los intereses de sus hijos frente a Tiberio y Livia. Cuentan que en una fiesta nocturna que derivó en orgía por las calles de Roma, ella subida en los hombros de Julo Antonio, coronó una estatua de Marsias (símbolo de la libertad) para reivindicar su propia libertad. Es curioso que Marsias era un sátiro que sufrió castigo por enfrentarse a Apolo, dios con el que se identifica Augusto.
Cuando se descubrió la conjura en 2 a.C, Julia fue acusada de traición y adulterio (se decía que por su cama habían pasado hombres de todas las razas y condición social, algo poco probable por lo elitista que era la joven que despreciaba incluso a Tiberio a causa de su familia paterna, los Claudio Nerón). Augusto había promulgado en 17 a.C. una ley que castigaba severamente la infidelidad conyugal, la Lex Iulia de adulteriis coeercendis, por lo que no tuvo más remedio que aplicarla a su propia hija que salvó la vida pero fue desterrada a la pequeña isla de Pandataria. Sus amantes e implicados en la conjura fueron juzgados y condenados al destierro, a excepción de Julo Antonio (a quien Augusto había proporcionado una educación digna de un príncipe) que fue obligado a suicidarse.


Julo Antonio acaricia la cabeza de Julia Menor en el Ara Pacis. 13-9 a.C.

 Con la única compañía de su madre, Escribonia, Julia partió hacia el exilio. En la inhóspita isla, los únicos hombres con quien podía tener contacto eran los soldados obligados a vigilarla que tenían prohibido acercarse a ella. No disponía de ningún lujo e incluso la comida era de lo más frugal. Las pocas visitas que podía recibir eran las supervisadas por Augusto que solicitaba incluso informes sobre el aspecto físico de los hombres para que no le resultaran atractivos a Julia.
Algunas fuentes hostiles a Livia apuntan la implicación de la emperatriz en la caída en desgracia de Julia. No obstante es poco probable una intervención suya más allá de intentar advertir a Augusto sobre el comportamiento de su hija.
El Príncipe soportó mucho peor la deshonra de Julia que la muerte de sus seres queridos, pues acostumbrado a imponer su voluntad se sintió humillado y ridiculizado además de llegar a la conclusión de que había fracasado como padre. Estuvo largo tiempo recluido alejado de la vida pública. Incluso no compareció en el Senado para acusarla sino que envío una carta con los delitos que se le atribuían y con los nombres de todos los implicados en la conjura. Cuando se enteró que la liberta encargada del cuidado de su su hija, Febe, se había suicidado, exclamó que “Desearía haber sido el padre de Febe”. (Suetonio. Vida de Augusto. 65,2-3). Augusto comunicó a Tiberio el divorcio de su hija, pero ni le perdonó su abandono ni le permitió volver del exilio pues en el fondo lo culpaba de la degeneración de la conducta de Julia. 


Julia (Vittoria Belvedere) en la miniserie Augusto, el primer emperador. 2004

A pesar de todo, el pueblo romano sentía una gran simpatía por la joven, de carácter dulce y muy humano por lo que continuamente reclamaban a Augusto su perdón. Este contestaba airado “¡que los dioses os castiguen con hijas o mujeres que se comporten del mismo modo!” (Dion Casio. Historia Romana. 55,13,1) o “antes se mezclarán el fuego y el agua que se le permita volver”;  algunos seguidores de Julia lanzaron antorchas encendidas al Tíber en señal de protesta (Suetonio. Vida de Augusto. 65,3).
Después de cinco años, Augusto cedió y la trasladó a la isla de Reghium a la vez que ordenó que se suavizaran un poco sus condiciones de vida. Aún así nunca volvió a pronunciar su nombre y dejó estipulado en su testamento que si le sobrevivía no la enterraran en su mausoleo.
A los pocos meses de la muerte de Augusto, Julia falleció a la edad de 53 años, amargada por las noticias que les llegaban de Roma comunicándole una tras otras las desgracias acaecidas a sus hijos: primero las muertes de Cayo y Lucio, después el destierro de Agripa Póstumo y su posterior muerte además de la deshonra de su hija menor, Julia, que al igual que ella moriría 20 años después desterrada en otra Isla. Según Tácito, Tiberio (que había vuelto a Roma tras la muerte prematura de los nietos de Augusto y que heredó el trono imperial) “dejo morir (a la que fuera su esposa) lentamente de hambre, exiliada y deshonrada”. (Anales. 1,53). Todas sus esculturas fueron destruidas, de ahí que se haga tan difícil la identificación de retratos suyos.


Busto de Tiberio. Siglo I a.C. Copenhage, Carlsberg Glyptotek

      Por mi parte, pienso que Augusto que controlaba hasta el más mínimo detalle lo que ocurría en cualquier lugar de su vasto Imperio, debía conocer hasta cierto punto las costumbres disolutas de su hija, y de alguna manera las consentía; sólo actuó duramente cuando sus acciones empezaron a ser de dominio público y a tener consecuencias políticas. En ese momento se vio obligado a elegir entre sus dos hijas y pese al gran dolor que sufrió en su corazón, sacrificó a Julia en aras de lo que él creía que era lo mejor para Roma: "Cuando se gobierna no se puede admitir ningún tipo de debilidad a pesar de tu propio sufrimiento y del que puedas inflingir a los tuyos" (Así Augusto se despide de Julia en la MIniserie Augusto, el primer emperador, 2004). Es curioso que la familia divina retratada magistralmente en el Ara Pacis sólo unos años antes, en 2 a.C. se hubiera desintegrado casi al completo en tan poco tiempo.

viernes, 10 de abril de 2015

Agripa y Julia

“Le has hecho tan poderoso que (Agripa) debe convertirse en tu yerno o ser asesinado”
Consejo de Mecenas a Augusto. Dión Casio. Historia Romana. 54, 6-5 

Tal cúmulo de acontecimientos negativos acaecidos en tan poco espacio temporal motivaron que Augusto, ansioso de recuperar su estabilidad tanto personal como política, reclamara a Agripa (que se encontraba en Oriente desde hacía un par de años). Siguiendo el consejo de Mecenas, el Príncipe le ofreció en matrimonio a su hija Julia, una vez finalizado el período de luto estipulado tras la muerte de su primer esposo, Marcelo. Esta opción también fue promovida por una desolada Octavia (aunque supuso el divorcio de su hija Marcela casada con Agripa) pues amargada por la muerte de Marcelo y resentida con Livia (que siempre había puesto impedimentos a la promoción de aquel) deseaba evitar a toda costa que fuera el hijo de la emperatriz, Tiberio, el elegido para sustituir al desventurado joven. Fue la última intervención en política de Octavia, pues a continuación se retiró de la vida pública para vivir su luto en soledad hasta su muerte.

Agripa y Julia junto a su hijo Cayo ocupan un lugar preeminente en el Ara Pacis Augustae. 9 a.C.
Roma 2013

 Agripa aceptó encantado tan grande honor que no sólo le suponía entrar de lleno en la familia imperial sino que materializaba por parte de un plebeyo una aspiración imposible en cualquier otra circunstancia: tener como esposa a un miembro de una de los linajes más antiguos y poderosos de Roma, descendiente del divino Julio y de la mismísima diosa Venus. La ceremonia se celebró el año 21 a.C. y como regalo de bodas, la mano derecha del Príncipe obsequió a su flamante esposa con una villa a orillas del Tíber, cuyas preciosas pinturas murales aún se conservan en el Museo de las Termas de la capital italiana.

Villa de Agripa y Julia conocida como Casa de la Farnesina. 21 a.C. 
Museo de las Termas. Roma 2011

No sabemos, en cambio, cómo puedo haber reaccionado la joven de 18 años obligada a casarse con un hombre de la edad de su padre, o sea, 24 años mayor que ella; aparentemente no mostró rechazo, no obstante el hecho de que el comportamiento licencioso de Julia, que marcaría su vida y destino, comenzara a manifestarse desde su segundo matrimonio es indicativo de que no debió digerirlo muy bien, no tanto por la diferencia de edad (algo muy habitual en la antigua Roma) sino a causa de la baja estirpe de su esposo (algo que aborrecían también algunos de sus descendientes como su nieto Calígula). Así y todo, de esta unión nacieron 5 hijos, el germen de la famosísima dinastía julio-claudia: Cayo, Lucio, Agripina (madre de Calígula y abuela de Nerón), Julia la Menor y Agripa Póstumo.
El primero de ellos, Cayo, vino al mundo en el año 20 a.C., regalando a Augusto uno de los momentos más felices de su vida. El pequeño, (al que el Príncipe apodaba cariñosamente como su burrito) ocupó con facilidad el gran vacío que había dejado Marcelo en su corazón y desde el primer momento su cariño por él fue infinito. Tres años después nació Lucio, momento que aprovechó Augusto para adoptar a los dos niños, lo que equivalía a  nombrarlos sus herederos. Al vivir sus padres se celebró una curiosa ceremonia que implicaba una compra simbólica: Augusto golpeaba tres veces una balanza con una moneda de poco valor en presencia de un pretor. El Príncipe volvía  a vivir sereno sintiendo asegurado el futuro de Roma.

Cayo César niño. Copia de busto en mármol. Museo del Ara Pacis. Roma 2013

Por ello, y a pesar del profundo desprecio que muchos de los nobles profesaban a Agripa, debido a sus orígenes, su suegro lo colmó de los máximos honores, por lo que su estatus sobrepasaba con diferencia a la de cualquier senador: entre estos destacan que en 18 a.C. se le concedió un proconsulado de cinco años que se transformaría en  maius (mayor de los de cualquier gobernador) al mismo tiempo que se le concedió la tribunicia potestad por cinco años, algo que sólo Augusto (éste con carácter permanente) había poseído. Como yerno de aquel y padre de los príncipes, ocupaba el segundo puesto del Estado por lo que en el caso de que el emperador falleciera, Agripa habría ocupado su lugar como regente de sus hijos.

jueves, 2 de abril de 2015

La Conspiración de Murena

A pesar del terrible dolor que le causó la muerte de Marcelo, Augusto no pudo dedicar mucho tiempo al duelo público, pues sus responsabilidades de gobierno se lo impedían, por tanto al poco tiempo de enterrar a su joven sobrino se vio obligado a buscar otras alternativas para dar perdurabilidad a su obra política, que estuvo en serio peligro algunos meses después, ya en 22 a.C., con la conocida como Conspiración de Murena.

Busto de Augusto. Siglo I a.C. Centuripe. Sicilia

El origen de esta conjura está en la acusación contra el gobernador de Macedonia, Marco Primo, imputado por haber iniciado una guerra contra Tracia sin autorización del Senado (era un delito muy grave sacar un ejército de una provincia, más en este caso al tratarse de una bajo tutela senatorial). Primo alegó que había recibido órdenes de Marcelo, que a causa de su fallecimiento no pudo declarar en el juicio. Augusto asistió a las sesiones por decisión propia (pues consideraban que podría ser una afrenta hacia él hacerlo testificar) y cuando el presidente del tribunal le preguntó si él había dado tal orden a Marcelo, el Príncipe contestó que no. A continuación, el abogado defensor de Primo, Lucio Terencio Varrón Murena, también cuñado de Mecenas empezó a hacer comentarios irrespetuosos contra el emperador y le preguntó descaradamente: “¿Qué estás haciendo aquí y quién te ha pedido que venga?”. “El interés común” fue su respuesta.

Reconstrucción de la Basílica Julia, sede del Tribunal durante la época de Augusto

 Primo fue condenado al exilio, lo que provocó cierto malestar entre algunos miembros de la alta aristocracia que encabezados por Fanio Cepión se unieron para acabar con la vida de Augusto; entre los conspiradores se encontraba Murena. La conspiración fue rápidamente descubierta y los implicados condenados a muerte; no obstante Murena, avisado por Mecenas consiguió huir aunque fue condenado en ausencia y posteriormente asesinado por las tropas de Augusto.
Una consecuencia triste de estos acontecimientos fue que Augusto, aunque no tomó represalias contra Mecenas lo apartó de su círculo de íntimos por lo que la bonita relación existente entre ambos desde la adolescencia se enfrió. A pesar de ello, en alguna ocasión el Príncipe siguió acudiendo a Mecenas en busca de consejo, pero no con la misma confianza de antes. 

Cayo Cilnio Mecenas