domingo, 19 de abril de 2015

Julia, el mayor fracaso de Augusto

“A sus amigos decía que tenía dos hijas caprichosas a las que adoraba: la República y Julia”
Macrobio. Saturnales. 2,5,4
  
Supuesto busto de Julia encontrado en Aranova (cerca de Fiumicino)

Julia era la única hija biológica de Augusto, nacida a finales del año 39 a.C. del breve matrimonio entre el Príncipe y su segunda esposa Escribonia (de la que se divorció el mismo día que nació la niña) que fue educada por su padre y su madrastra Livia siguiendo las rígidas costumbres del antiguo patriciado romano. Su instrucción, que incluía el trabajo de la lana, estaba sometida a severas reglas, entre las que destacaba la prohibición de entablar una conversación o llevar a cabo ninguna acción que no pudiera recogerse en el diario de la casa imperial. No obstante, teniendo en cuenta su posición, también recibió la más esmerada educación en retórica y griego. Por ello, Julia se convirtió en una mujer culta y refinada con amplios conocimientos en arte y literatura.


Frances White interpreta a Julia en Yo, Claudio. Fotograma de la serie. 1976

     Utilizada siempre por su padre como pieza política (con dos años ya estaba prometida  a Antilo, hijo mayor de Marco Antonio), la joven se vio obligada a casarse tres veces por razón de Estado. Su primer matrimonio con su primo Marcelo (acaecido en 25 a.C.) prometía una relación idílica: ambos eran jóvenes, guapos, ricos y descendientes de un linaje ejemplar que se remontaba a la diosa Venus. Julia contaba tan sólo 14 años cuando se celebró el enlace, interrumpido sólo dos años después a causa de la muerte inesperada de su prometedor esposo.
Pasado el luto, Augusto la casó con Marco Vipsanio Agripa, su mano derecha y el más grande general romano del momento. Julia debió sentirse desilusionada y confusa pues tras haber tenido un marido de ensueño se encontraba con otro 24 años mayor que ella y de dudosa estirpe. A pesar de ello, fruto de esta unión nacieron 5 hijos.

Julia con Agripa y su hijo Cayo. La sigue de cerca Tiberio. Ara pacis Augustae. 13- 9 a.C. Roma 2013

Al morir Agripa en el 12 a.C., Julia contrajo nuevas nupcias con su hermanastro Tiberio. La disparidad de caracteres de la nueva pareja y otras circunstancias (como la amargura del hijo de Livia que se vio obligado a divorciarse de su amada esposa Vipsania) provocó que la unión fuera un absoluto fracaso, a pesar de que en su juventud la hija de Augusto se había sentido atraída por Tiberio.
Durante su segundo matrimonio, Julia, cansada de estar sometida a los intereses de Roma y aprovechando las largas ausencias de su marido, se unió a un grupo de intelectuales en los que no sólo se debatía sobre poesía y política sino que también  celebraban fiestas hasta altas horas de la madrugada por lo que, en un acto de rebeldía, Julia empezó a coleccionar numerosos amantes jóvenes, con los que conseguía sentirse una mujer y no sólo un objeto al servicio de la sucesión imperial.
La joven, de gran belleza y personalidad, sabía disfrutar de su posición de hija de Augusto. Después de dar a luz a sus dos hijos mayores, Cayo (en 20 a.C.) y Lucio (en 17 a.C.) empezó a sentirse la mujer más poderosa del mundo, por encima incluso de Livia, pues de sus hijos (adoptados inmediatamente por el emperador) pendían todas las esperanzas de continuidad del Imperio. Acostumbrada al lujo y a la exhuberancia cuando le preguntaban por qué no seguía el ejemplo de modestia de su padre ella siempre contestaba: “Él no se acuerda que es el César, pero yo nunca olvido que soy la hija del César”. (Macrobio. Saturnales. 2,5, 5, 7).

Moneda con Augusto en el anverso y Julia entre Cayo y Lucio en el reverso. Siglo I a.C.

Es difícil saber si Augusto, empeñado en imponer a la sociedad romana una estricta moralidad propia de los inicios de la historia de Roma, conocía el alcance de las diversiones de Julia, que él entendía como simples chiquilladas de una joven consentida a la que, a pesar de todo, quería con locura. Si alguna vez le asaltaban las dudas sobre la fidelidad de su hija hacía su yerno, se tranquilizaba al ver cuánto se parecían todos sus nietos a Agripa. No obstante, cuando en una ocasión un amigo le preguntó a Julia, cómo lo lograba, ella replicó que “sólo aceptaba pasajeros cuando la nave estaba completa”, (Macrobio Saturnales. 2,5,9), es decir, que sólo mantenía relaciones con otros hombres estando embarazada de su marido.

Escena erótica del Prostíbulo. Siglo I d. C.  Pompeya 2011

De carácter extrovertido e ingenioso siempre tenía una réplica a punto para cualquiera que osara reprocharle cualquier cosa, incluido su padre. Las fuentes narran multitud de anécdotas sobre este asunto: por ejemplo una vez presidió junto a Livia unos juegos de gladiadores, mientras la emperatriz se rodeó de hombres notables en torno a Julia se dieron cita un grupo numerosos de jóvenes irrespetuosos. Cuando Augusto le recriminó tal desfachatez por escrito comparando la actitud de las dos mujeres más importantes de Roma, ella le contestó mordazmente atacando sutilmente la edad de la emperatriz “estos se harán viejos conmigo” (Macrobio. Saturnales. 2,6,7,9). En otra ocasión el emperador no supo disimular su disgusto al verla aparecer en una recepción con un vestido muy atrevido aunque no le dijo nada. Al día siguiente Julia se presentó ante el Príncipe con un vestido más recatado. Él, feliz le dijo: “Cuánto más adecuado es este vestido para la hija de Augusto” Nuevamente la joven replicó con descaro “En efecto, hoy me he vestido para los ojos de mi padre, ayer para los de mi marido” (Macrobio. Saturnales. 2,5,5).
Además de los dos príncipes herederos Agripa y Julia tuvieron tres hijos más: Julia la menor (nacida en 19 a.C.), Agripina la mayor (nacida en 14 a.C.), y ya fallecido su padre, en el 12 a.C. vino al mundo el último vástago de la pareja, al que Augusto llamó Agripa Póstumo, en un homenaje a su amigo con la finalidad de que no se perdiera su nombre.

Lucio César niño. Copia de busto en mármol. Museo del Ara Pacis. Roma 2013

A partir de aquí y tras su tercer matrimonio con Tiberio la conducta de Julia comenzó a ser escandalosa y de dominio público. Al principio se mostró dócil e incluso acompañó embarazada, aunque obligada, a su marido a sus campañas militares en Panonia y Germania; allí dio a luz a un niño prematuro que murió casi de inmediato. Julia, que independientemente de su conducta, era una buena madre que adoraba a sus hijos, sufrió una gran conmoción por lo que volvió a Roma decidida a vivir su vida junto al único hombre que había amado de verdad, Julo Antonio, el último superviviente de los hijos habidos en el matrimonio entre Marco Antonio y Fulvia. Ambos niños se habían criado juntos desde que Octavia (tercera esposa de Antonio) acogió en su casa a los hijos de su marido, y se habían vuelto a reencontrar en los círculos que frecuentaba la joven surgiendo una gran pasión entre ellos, que apenas se molestaban en ocultar. En el año 6 a.C., Tiberio, convertido en el segundo hombre más poderoso de Roma, abandonó todas sus funciones políticas, exiliándose voluntariamente a Rodas, contra la voluntad de Augusto, para huir de la humillación a la que lo sometía su esposa.


Julia junto a Julo Antonio en un fotograma de la serie Augusto, el primer emperador. 2004

     Por su parte, Julo Antonio y Julia se unieron a una conjura que pretendía acabar con la vida de Augusto durante el 30 aniversario de la batalla de Azio. Es difícil saber si Julia estaba al tanto del objetivo final de ésta, pues amaba a su padre; probablemente lo único que pretendía era forzar su divorcio para poder contraer matrimonio con su amante y promover los intereses de sus hijos frente a Tiberio y Livia. Cuentan que en una fiesta nocturna que derivó en orgía por las calles de Roma, ella subida en los hombros de Julo Antonio, coronó una estatua de Marsias (símbolo de la libertad) para reivindicar su propia libertad. Es curioso que Marsias era un sátiro que sufrió castigo por enfrentarse a Apolo, dios con el que se identifica Augusto.
Cuando se descubrió la conjura en 2 a.C, Julia fue acusada de traición y adulterio (se decía que por su cama habían pasado hombres de todas las razas y condición social, algo poco probable por lo elitista que era la joven que despreciaba incluso a Tiberio a causa de su familia paterna, los Claudio Nerón). Augusto había promulgado en 17 a.C. una ley que castigaba severamente la infidelidad conyugal, la Lex Iulia de adulteriis coeercendis, por lo que no tuvo más remedio que aplicarla a su propia hija que salvó la vida pero fue desterrada a la pequeña isla de Pandataria. Sus amantes e implicados en la conjura fueron juzgados y condenados al destierro, a excepción de Julo Antonio (a quien Augusto había proporcionado una educación digna de un príncipe) que fue obligado a suicidarse.


Julo Antonio acaricia la cabeza de Julia Menor en el Ara Pacis. 13-9 a.C.

 Con la única compañía de su madre, Escribonia, Julia partió hacia el exilio. En la inhóspita isla, los únicos hombres con quien podía tener contacto eran los soldados obligados a vigilarla que tenían prohibido acercarse a ella. No disponía de ningún lujo e incluso la comida era de lo más frugal. Las pocas visitas que podía recibir eran las supervisadas por Augusto que solicitaba incluso informes sobre el aspecto físico de los hombres para que no le resultaran atractivos a Julia.
Algunas fuentes hostiles a Livia apuntan la implicación de la emperatriz en la caída en desgracia de Julia. No obstante es poco probable una intervención suya más allá de intentar advertir a Augusto sobre el comportamiento de su hija.
El Príncipe soportó mucho peor la deshonra de Julia que la muerte de sus seres queridos, pues acostumbrado a imponer su voluntad se sintió humillado y ridiculizado además de llegar a la conclusión de que había fracasado como padre. Estuvo largo tiempo recluido alejado de la vida pública. Incluso no compareció en el Senado para acusarla sino que envío una carta con los delitos que se le atribuían y con los nombres de todos los implicados en la conjura. Cuando se enteró que la liberta encargada del cuidado de su su hija, Febe, se había suicidado, exclamó que “Desearía haber sido el padre de Febe”. (Suetonio. Vida de Augusto. 65,2-3). Augusto comunicó a Tiberio el divorcio de su hija, pero ni le perdonó su abandono ni le permitió volver del exilio pues en el fondo lo culpaba de la degeneración de la conducta de Julia. 


Julia (Vittoria Belvedere) en la miniserie Augusto, el primer emperador. 2004

A pesar de todo, el pueblo romano sentía una gran simpatía por la joven, de carácter dulce y muy humano por lo que continuamente reclamaban a Augusto su perdón. Este contestaba airado “¡que los dioses os castiguen con hijas o mujeres que se comporten del mismo modo!” (Dion Casio. Historia Romana. 55,13,1) o “antes se mezclarán el fuego y el agua que se le permita volver”;  algunos seguidores de Julia lanzaron antorchas encendidas al Tíber en señal de protesta (Suetonio. Vida de Augusto. 65,3).
Después de cinco años, Augusto cedió y la trasladó a la isla de Reghium a la vez que ordenó que se suavizaran un poco sus condiciones de vida. Aún así nunca volvió a pronunciar su nombre y dejó estipulado en su testamento que si le sobrevivía no la enterraran en su mausoleo.
A los pocos meses de la muerte de Augusto, Julia falleció a la edad de 53 años, amargada por las noticias que les llegaban de Roma comunicándole una tras otras las desgracias acaecidas a sus hijos: primero las muertes de Cayo y Lucio, después el destierro de Agripa Póstumo y su posterior muerte además de la deshonra de su hija menor, Julia, que al igual que ella moriría 20 años después desterrada en otra Isla. Según Tácito, Tiberio (que había vuelto a Roma tras la muerte prematura de los nietos de Augusto y que heredó el trono imperial) “dejo morir (a la que fuera su esposa) lentamente de hambre, exiliada y deshonrada”. (Anales. 1,53). Todas sus esculturas fueron destruidas, de ahí que se haga tan difícil la identificación de retratos suyos.


Busto de Tiberio. Siglo I a.C. Copenhage, Carlsberg Glyptotek

      Por mi parte, pienso que Augusto que controlaba hasta el más mínimo detalle lo que ocurría en cualquier lugar de su vasto Imperio, debía conocer hasta cierto punto las costumbres disolutas de su hija, y de alguna manera las consentía; sólo actuó duramente cuando sus acciones empezaron a ser de dominio público y a tener consecuencias políticas. En ese momento se vio obligado a elegir entre sus dos hijas y pese al gran dolor que sufrió en su corazón, sacrificó a Julia en aras de lo que él creía que era lo mejor para Roma: "Cuando se gobierna no se puede admitir ningún tipo de debilidad a pesar de tu propio sufrimiento y del que puedas inflingir a los tuyos" (Así Augusto se despide de Julia en la MIniserie Augusto, el primer emperador, 2004). Es curioso que la familia divina retratada magistralmente en el Ara Pacis sólo unos años antes, en 2 a.C. se hubiera desintegrado casi al completo en tan poco tiempo.

11 comentarios:

  1. Buen artículo:
    ¡¡¡¡¡Vestidos atrevidos en aquella época...!!!!! Uhmm...aquí si que necesitamos a un dibujante. Quizá inventó la minifalda o los escotes en "V" de vértigo. Sólo le faltaban unos buenos tacones y la pista de baile. ☺

    ¡¡¡Viva Julia!!!

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  2. Ni te imaginas Javi, cuánto debe la moda a la cultura clásica; de hecho esta temporada causan furor los vestidos de inspiración greco-latina y las sandalias legionarias, hasta las rodillas. La vestimenta de las mujeres en la antigua Roma podía ser muy sensual (no la de Livia y Octavia que eran un reflejo de la moralidad que Augusto quería imponer a la sociedad). El pueblo romano era el más sensual y con mayor tendencia al erotismo de la Antigüedad, por encima del Egipcio, que parece que se lleva la palma a causa del mito Cleopatra (creación romana por cierto). La pobre Julia podía haber seguido viviendo su vida de plenitud, pero pecó de confiada...

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  3. Siento pena por Julia, cierto que la niña en un perenne bacanal, pero que mas se podía esperar de alguien que fue constantemente utilizada como titere, teniendo que casarse con cualquiera que el padre decidiera, debe haber sido horrible, como horrible su final.

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    1. Para Augusto la condena de Julia fue una de las decisiones más duras de su vida, pero pocas opciones tenía como primer ciudadano si no aplicaba sus propias leyes en los suyos. Desde luego una lástima que acabara así. Saludos

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  4. ¿Que hubiera pasado si Marcelo no moría?...yo creo que si marcelo no hubiese muerto ,ambos hubieran sido grandes monarcas.
    Ella se hubiese salvado del exilio,y ambos compartirian el poder.

    El error de julia fue no haber intentado matar a livia.
    Y perder a su esposo

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    1. Como he comentado a otro usuario en otro artículo, en la vida de los Césares, la realidad supera a la ficción. No obstante, no hay que confundir Yo, Claudio de Robert Graves con lo que cuentan las fuentes antiguas y la arqueología. Y YO, Claudio escenifica una Livia ficticia que no es la real
      La historia de Marcelo y Julia fue muy triste, aunque no estoy segura ni que Marcelo ni los nietos de Augusto ni Julia, hubieran sido buenos gobernantes, porque educados como hijos y nietos de, estaban muy consentido y sobreestimados. Saludos

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    2. Quien sabe si fue ficción, el mismo Robert Graves dijo que después de leer la obra de Suetonio, el mismo emperador Claudio se le apareció en sueños y le exigió que escribiera la historia de su familia como realmente fué

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