“Sigue una catástrofe (no se sabe si debida al azar o urdida por el
príncipe, pues hay historiadores que dan una y otra versión), que fue la más
grave y atroz de cuantas le sucedieron a esta ciudad por la violencia del
fuego”
Tácito.
Anales. 38.1
El gran incendio de Roma
Un gran cometa apareció
sobre el cielo de Roma. Los ciudadanos lo contemplaban horrorizados, sin saber
qué catástrofes anunciaba. El emperador se encontraba ausente, refugiado del
gran calor de julio en su villa de Anzio, a orillas del mar. Acababa de
regresar de Nápoles, donde ante la consternación de todos, había actuado por
primera vez en público. Su actuación fue seguida de un presagio negativo, pues
cuando ya había salido el público asistente se vino abajo el teatro vacío, sin
que hubiera que lamentarse daños personales. Pero los ánimos estaban muy
mermados.
La noche del 19 de julio
del año 64, dos días después de que el cometa hubiera desaparecido, en el
extremo Sureste del Circo Maximo, los temores del pueblo se materializaron en
forma de voraces llamas que azuzadas por el viento y por mercancías inflamables
acumuladas en las tiendas cercanas, se extendieron rápidamente arrasando todo
lo que cogían a su paso. El incendio se propagó a una velocidad inusitada
pasando de un barrio a otro y ascendiendo a las colinas de Roma, sin que los
vigiles de fuego pudieran hacer nada para detenerlo. El pánico se apoderó de la
ciudad.
Roma en llamas
“Se añadían, además, los lamentos de las mujeres aterradas, la
incapacidad de los viejos y la inexperiencia de los niños, y tanto los que se
preocupaban por sí mismos como los que lo hacían por los otros, arrastrando o
aguardando a los menos capaces, unos con
sus demoras, otros con su precipitación, ocasionaban un atasco general. Muchos
mientras se volvían a mirar atrás, se veían amenazados por los lados o por el
frente, o si habían logrado escapar a las zonas vecinas, acababan también
aquellas ocupadas por las llamas, e incluso las que parecían alejadas las
hallaban en la misma situación. Al fin, sin saber de dónde huir ni hacía dónde
tirar, llenaban las calles, se tendían por los campos; algunos, perdidos todos
sus bienes, incluso sin alimentos con que sustentarse por un día, otros por
amor a los suyos a quienes no habían podido rescatar, perecieron a pesar de que
hubieran podido salvarse”. (Tácito. Anales.
38.2-6).
Nerón volvió a Roma
enseguida que tuvo noticias de la catástrofe. Cuando llegó ya había ardido su
palacio. Inmediatamente, hizo abrir el Campo de Marte, los monumentos de Agripa
e incluso sus propios jardines para acoger a la gente sin hogar. Del mismo modo
ordenó levantar construcciones efímeras para acoger a los más necesitados al
mismo tiempo que mandó traer provisiones desde Ostia y bajó los impuestos del
trigo.
Durante seis largos días
con sus noches estuvo ardiendo la Ciudad Eterna. Una vez apagado el incendio
volvieron a aparecer focos durante los dos días siguientes. Roma estaba de
rodillas ante el enemigo más impredecible e incontrolable.
Los historiadores no han
dejado cifras de las pérdidas humanas, que debieron ser numerosas, sin embargo,
sí nos han aportado datos sobre el estado en que quedó la capital del mundo. De
las 14 regiones en las que se dividía la ciudad ardieron 10, quedando 3
totalmente arrasadas.
“El enumerar las casas, manzanas y templos
que se perdieron, no sería tarea fácil; pero de los lugares más antiguos de
culto, el que Servio Tulio había dedicado a Lucina, el gran altar y la capilla que el arcadio Evandro había
consagrado a Hércules Auxiliador, el templo de Júpiter Estator, ofrecido por
Rómulo, el palacio de Numa y el Santuario de Vesta con los dioses Penates del
pueblo romano, todos ellos ardieron. Además, las riquezas ganadas en tantas
victorias y las bellezas del arte griego, luego los testimonios antiguos e
intactos de los ingenios literarios, de manera que, aun en la gran belleza de
la ciudad que resurgía, los viejos recordaban muchas cosas que ya no podrían
recuperarse” (Tácito. Anales.
41.1). Entre las pérdidas se encontraba el Ficus
Ruminalis, la higuera sagrada donde los romanos creían que había encallado
la cesta que transportaba a Rómulo y Remo, y donde los encontró la loba.
¿Fue Nerón el autor
intelectual del incendio?. El debate continúa en nuestros días. Los
historiadores actuales tienden a negarlo pues ni siquiera las fuentes antiguas lo
confirman claramente. Suetonio dice con rotundidad que el emperador envió a sus
esclavos con antorchas a incendiar la
ciudad e incluso relata como “Nerón,
transportado de gozo por la belleza de las llamas, según sus propias palabras,
cantó la toma de Ilión vestido con su traje de actor” (Vida de Nerón, 38, 2). Dión Casio acusa igualmente sin tapujos al
emperador de ser el responsable del incendio (Historia Romana, 62, 19). Tácito, no obstante, pone en duda su
implicación, pues en la antigua Roma eran frecuentes los incendios. Él mismo
dice que hay historiadores de los que él ha consultado que apoyan una u otra
versión. Tácito afirma conocer el rumor
de que el emperador subido al escenario que tenía en su casa cantó la
destrucción de Troya. Pero lo hace tras contar que aquel estaba en Ancio y que
volvió a Roma cuando ya se había quemado su Palacio y todas sus posesiones (Anales, XV, 39). Por tanto, la historia
se hace difícil de creer ante tanta contradicción. ¿Cómo iba a cantar desde su
casa, si ésta había ardido? Si un hecho de tanta atrocidad hubiera sido cierto,
sólo cincuenta años después, que es cuando escribió Tácito, se sabría con
absoluta certeza, por tanto me inclino a desconfiar de su fiabilidad. Suetonio
escribió más o menos en la misma época que Tácito. Dión Casio vivió, por su
parte, más de un siglo después de los hechos y está muy influenciado por la
versión de Suetonio. Sin embargo, historiadores coetáneos de Nerón como Plinio
el Viejo, Séneca, Flavio Josefo, Plutarco o Epicteto, aunque hablan en sus
obras del Principado de Nerón no mencionan el incendio o sólo se refieren a él
someramente, lo que aporta indicios de que para los contemporáneos de Nerón fue
uno más entre los numerosos incendios que eran habituales en la gran orbe.
A pesar de ello, la imagen de Nerón con el arpa viendo extasiado arder Roma forma parte del imaginario popular y por mucho que lo intenten los historiadores actuales, es difícil de reparar el daño que se le hizo. La escena fue inmortalizada por la película Quo Vadis? de 1951 e incluso un programa informático de grabación de CDs y DVDs toma su nombre Nero burning Rom (Nerón quemando Roma) de la catástrofe.
Peter Ustinov en un fotograma de Quo Vadis? (1951)
A pesar de ello, la imagen de Nerón con el arpa viendo extasiado arder Roma forma parte del imaginario popular y por mucho que lo intenten los historiadores actuales, es difícil de reparar el daño que se le hizo. La escena fue inmortalizada por la película Quo Vadis? de 1951 e incluso un programa informático de grabación de CDs y DVDs toma su nombre Nero burning Rom (Nerón quemando Roma) de la catástrofe.