Después del retorno de las
águilas arrebatadas por los partos, de la purga del Senado y de la promulgación
de la leyes relativas a la moral (actuaciones encaminadas todas a recuperar los
conceptos ancestrales de virtus, mores maiorem y familia numerosa),
Augusto quiso atraer el favor de los dioses a la vez que brindar al pueblo un
espectáculo único en el que dejar clara su propaganda mediante la celebración
de los Juegos Seculares (Ludi saeculares),
gran celebración religiosa en la que se llevaban a cabo sacrificios y
representaciones teatrales. Tenían lugar durante 3 días y 3 noches cada 100
años. Los últimos se habían celebrado hacía 136 años, por lo que el Príncipe no
dudó en recuperarlos para exaltar el advenimiento de una nueva Era (anunciada según
Augusto por el cometa que reveló el ascenso de César al Olimpo). Tuvieron lugar
entre los días 31 de mayo y 3 de junio del año 17 a.C.
Moneda conmemorativa de los Juegos Seculares
Meses antes de los juegos,
heraldos vestidos a la antigua usanza fueron anunciando “una fiesta que nadie había contemplado ni volvería a contemplar”
(Suetonio. Vida de Claudio. 21,2).
Los ritos tendrían lugar en
la colina palatina (siendo el centro neurálgico el impresionante templo de
Apolo) y en el Campo de Marte. A diferencia de anteriores juegos en los que se exhortaban
a los dioses del inframundo, éstos estaban destinados a invocar a las Moiras
(diosas del destino), a las Ilitías (diosas del nacimiento y las comadronas) y
a Tellus (la diosa Tierra) pues las ofrendas eran para favorecer la fertilidad
y el bienestar del pueblo romano. Además se hicieron sacrificios a Júpiter,
Juno, Apolo y Diana.
El pueblo colaboró
activamente. El día antes de la inauguración, los ciudadanos, portando
antorchas encendidas con sulfuro y asfalto como símbolos de purificación,
debían realizar ofrendas a los sacerdotes de productos del campo: trigo,
frutas, habas, etc. en alusión a los orígenes campesinos de Roma. Incluso los
solteros y las viudas (a los que las recientes leyes prohibían asistir a espectáculos
públicos) pudieron concurrir, pues la prohibición fue levantada para la
ocasión).
Augusto participó en los
sacrificios infatigablemente. En los nocturnos guiaba solo la ceremonia
mientras que en los diurnos estaba acompañado por Agripa. La primera noche,
antes de sacrificar a las Moiras 9 corderos hembra y 9 cabras hembra, pronunció una
oración de corte arcaico por el destino glorioso y la salud del pueblo romano,
por las legiones, por el crecimiento de su imperio terrenal, por los sacerdotes
y por la familia imperial, encargada de la custodia del legado romano. Durante
las dos noches sucesivas, se sucedieron las ofrendas a las Ilitías (27
libum) y a Tellus (el sacrificio más espectacular llevado a cabo por el propio
Augusto que consistía en una cerda preñada). Todos ellos se celebraron en el
Campo de Marte.
Relieve que representa un sacrificio en el Altar de Enobarbo. Siglo I A.C. París. Museo del Louvre
Los sacrificios diurnos
fueron dedicados a Júpiter (2 toros), a Juno (2 vacas) en sus templos del
Capitolio y en el Palatino a Apolo y Diana (ofrenda de 27 libum). El espectáculo debió ser
inolvidable.
Coros de matronas cantaban
por la bendición del Estado y de la familia mientras que niños y niñas vestidos de blanco entonaban
ante el Templo de Apolo Palatino el Carmen
Saeculare, escrito por Horacio para la ocasión, que hacía referencia a los
ritos de los juegos y encerraban una glorificación de la política de Augusto.
El cántico también se entonó en el Teatro Marcelo (que aún no estaba acabado).
Diosa Tellus en el Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2013
Tras la finalización de los
grandes sacrificios se siguieron rindiendo cultos a los dioses durante el mes
de junio al mismo tiempo que se celebraron carreras de cuadrigas y luchas en el
anfiteatro.
Coros de niños y niñas
¡Oh
poderoso Febo, y tú, Diana, que en los bosques reina,
astros brillantes del cielo, siempre adorados
y siempre dignos de adoración,
escuchad nuestras súplicas estos días!
¡Hoy
consagrados por los versos de la
Sibila, las vírgenes escogidas y los castos mancebos eleven
sus cánticos en loor de los dioses protectores de las siete colinas!
Coros del pueblo y niños
¡Sol divino que
en con fulgente carro descubres y escondes el día, siempre igual y diferentes
naces, nada más hermoso que Roma podrás contemplar!
Coro de doncellas
¡Dulce
Ilitía, que presides los alumbramientos felices, protege a las madres; ya seas
llamada Lucina,
ya Genital
¡Favorece, ¡oh diosa!, su
fecundidad, y haz que prosperen los decretos de los senadores sobre los
matrimonios y la ley conyugal llamada a multiplicar nuestra prole!
Así,
transcurridos otros ciento diez años, volverán a resonar estos cantos y
celebrarse estos juegos tres veces bajo la luz radiante del sol, y otras tantas
en
la callada de la noche.
Coro del pueblo
Y vosotras, Parcas, siempre
veraces al anunciar lo que el destino ha decretado, lo que guarda el orden
estable de la naturaleza, añadid nuevas dichas a las ya logradas.
Que
la tierra, fértil en granos y rica en rebaños, ciña con corona de espigas las
sienes de Ceres, y fecunde sus gérmenes vitales las ondas cristalinas
y las auras de Jove.
Niños
Depón los certeros dardos,
Apolo, y escucha grato y benévolo a los jóvenes suplicantes.
Niñas
¡Oh
Luna, creciente reina de los astros, dígnate oír a las doncellas!
Coro general
Si
la potente Roma es obra vuestra, si obedientes a vuestros mandatos abandonaron
sus Lares y su ciudad y emprendieron próspero viaje hacia las playas de Etruria
los habitantes de Ilión,
a
quienes el piadoso Eneas, sobreviviendo a la catástrofe de su patria y fiel a
sus promesas, abrió libre camino a través de la incendiada Troya para darles
más de lo que abandonaban
¡Oh dioses!, conceded a la dócil juventud
puras costumbres, plácido descanso a los ancianos, y al pueblo de Rómulo
sucesión, riquezas y glorias envidiables.
Que
el descendiente esclarecido de Anquises y Venus, que ahora os sacrifica los
blancos toros, impere vencedor del enemigo belicoso, y clemente con el enemigo
humillado a sus plantas.
Ya
el medo reconoce su poder, tan grande en la Tierra como en el mar, y tiembla ante las segures
de Alba; ya los escitas y los indos, antes tan soberbios, aguardan sus
soberanos decretos.
Ya
se atreven a volver el honor, la buena
fe,
la paz, el antiguo pudor y la virtud tanto tiempo olvidada; ya aparece la feliz
Abundancia
con
su cuerno henchido de frutos.
Coro de niños
Y
el profético Apolo, ornado de su aljaba rutilante, y siempre querido por las
nueve hermanas, cuya ciencia saludable vigoriza los cuerpos que languidecen
enfermos,
contempla
orgulloso los alcázares del Palatino, la grandeza de Roma y la tierra feliz del
Lacio, ¡que prolongue la inmortal gloria latina otro siglo con días siempre
mejores!
Coro de doncellas
Que Diana, tan reverenciada
en el Aventino y el Álgido, acepte los ruegos de los quince sacerdotes, y
preste atento oído a los votos de los mancebos.
Coro general
Nosotros, que aprendimos a
cantar en coro las alabanzas de Febo y Diana, nos llevamos a casa la firme y
consoladora esperanza de que han atendido nuestras súplicas Jove y todos los
dioses.
Horacio. Carmen Saeculare