martes, 18 de abril de 2017

Últimos años del gobierno de Tiberio

Todos los juicios por traición y los asesinatos que se produjeron tras la caída de Sejano dañaron para siempre la imagen y la reputación de Tiberio. Desde la muerte del Prefecto del Pretorio, el emperador incrementó su reclusión en Capri y se desinteresó por completo del arbitraje del Estado. “Una vez de regreso en su isla, hasta tal extremo se despreocupó de las tareas de gobierno que, a partir de ese momento, no volvió a cubrir las bajas en las decurias de los caballeros, no cambió a ningún tribuno militar o prefecto ni a ningún gobernador de provincia, tuvo a Hispania y Siria durante varios años sin legados consulares, y dejó que los partos ocuparan Armenia, que los dacios y sármatas devastaran Mesia y los germanos las Galias, con gran deshonra y no mayor peligro del Imperio” (Suetonio. Vida de Tiberio. 41). No obstante lo recogido por el autor de las Vidas de los Doce Césares, el Imperio continuó funcionando sin problema gracias al perfecto engranaje burocrático creado por Augusto. Del mismo modo, las invasiones bárbaras mencionadas no fueron de gran envergadura.


Ruinas de Villa Jovis, residencia de Tiberio en Capri. Siglo I d.C.

Esta dejación de funciones le hizo ganarse el odio del pueblo, acostumbrado a la gran actividad en todos los ámbitos llevada a cabo por Augusto, que estuvo trabajando por la hegemonía de Roma hasta el último día de su vida. A pesar de todo, Tiberio no fue un mal emperador pues fortaleció el Imperio y aumentó considerablemente el Tesoro del Estado.
Los últimos años de su vida estuvo acompañado por sus nietos: el adoptivo Cayo Calígula (único superviviente de los hijos varones de Germánico) y el biológico, Tiberio Gemelo (hijo de Druso el menor), potenciales herederos al trono imperial. En la línea de su pasividad, Tiberio no dejó ninguna disposición para facilitar la sucesión. A pesar de ello, la popularidad de Calígula había empezado a subir hasta límites insospechados durante ese período.
El emperador se volvió paranoico, observando un miedo atroz a ser asesinado, de ahí que siempre estuviera rodeado de soldados y aumentara su aislamiento. Incluso un edicto imperial prohibía acercarse ni siquiera desde lejos a Tiberio, obsesionado con conjuras que buscaban su muerte.
En alguna ocasión intentó volver a Roma pero arrepentido se dio la vuelta sin llegar a entrar en la ciudad. “Durante todo el tiempo que duró su retiro, sólo intentó regresar a Roma dos veces; la primera llegó en trirreme hasta los jardines cercanos a la naumaquia, después de haber repartido por las orillas del Tíber puestos de guardia encargados de alejar a las personas que venían a su encuentro; la segunda avanzó por la Vía Appia hasta el séptimo mojón. Pero, después de haberse limitado a divisar de lejos los muros de la ciudad sin acercarse a ellos, volvió sobre sus pasos; en la primera ocasión, no se sabe por qué motivo; en la segunda, espantado por un prodigio. Tenía entre sus diversiones una serpiente dragón; pues bien, cuando iba a darle de comer en la mano según su costumbre, se la encontró devorada por las hormigas, y se le advirtió que se cuidara de la violencia de la multitud. Así, volvió apresuradamente a Campania” (Suetonio. Vida de Tiberio. 72.).



Busto de Tiberio. Siglo I d.C. Colonia. Romish-Germanisches Museum
Fuente: By Carole Raddato from FRANKFURT, Germany - Tiberius, Romisch-Germanisches Museum, CologneUploaded by Marcus Cyron, CC BY-SA 2.0, 

Así, Tiberio no volvió a traspasar en vida las murallas de Roma. Esta forma de comportase propició el nacimiento de su leyenda negra, aquella que lo convirtió en un anciano lujurioso entregado a vicios y excesos inimaginables; todos esos rumores arruinaron para siempre su encomiable labor como administrador, a pesar del esfuerzo de los historiadores actuales por recuperar su figura.

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