“Ojalá muera antes de hacerme vieja”. Frase de Popea Sabina
Dión Casio.
Historia Romana, 62,28,1.
Supuesto retrato de Popea Sabina, Siglo I d.C., París, Museo del Louvre
Fuente: De Desconocido - Marie-Lan Nguyen (2007), Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2201731
Una nueva desgracia
esperaba a Nerón el año 65: la muerte de Popea Sabina. Dos años antes, la
emperatriz había dado al emperador una hija, Claudia, que murió con sólo 4 meses.
De nuevo embarazada, la emperatriz murió antes de dar a luz, por lo que la
pérdida de Nerón fue doble. Aunque también se ha acusado a éste de ser el
responsable de su muerte al propinarle una patada durante una sonora pelea, lo
cierto es que no está demostrado y el mismo Tácito reconoce que no pretendía
hacerle daño pues “estaba ansioso de
hijos y prendado de amor de su esposa” (Anales,
XVI, 6, 1).
El dolor de Nerón fue
desmesurado, tanto que no permitió su cremación. “El cuerpo no fue incinerado según la costumbre romana, sino que,
conforme a la de los reyes extranjeros, es embalsamado y colocado en el túmulo
de la familia Julia. Eso sí, se le hicieron exequias oficiales, y el propio
Nerón pronunció su elogio en la Rostra alabándola por su belleza y por haber
sido madre de una niña divina, así como por otras prendas de la fortuna, aunque
como si todas fueran virtudes” (Anales,
XVI, 6, 2). Dión Casio añade en su Historia
Romana (Libro 63) que Popea fue declarada diosa con el título de Venus
Sabina.
Nerón y Popea Sabina en una moneda de la época
Continúa Tácito que “la muerte de Popea, si bien acogida con
muestras externas de dolor, resultó grata a los que tenían memoria a causa de
su impudor y de su saña” (Anales,
XVI, 7, 1). No obstante, para el emperador fue un golpe durísimo.
Aunque era incapaz de
superar la pérdida, al año siguiente (66 d.C.) Nerón volvió a contraer
matrimonio con una mujer muy similar a Popea: Estatilia Mesalina, que como
aquella era bella, estilosa e inteligente, pero a pesar de compartir aficiones
con él fue incapaz de llenar el hueco dejado por su antecesora. Después de
probar con algunas prostitutas que se le parecían, encontró al doble perfecto
en un chico, un eunuco al que llamaba Esporo Sabino al que obligaba a peinarse,
vestirse y maquilarse como la difunta emperatriz. “Paseó a este Esporo, ataviado con las galas de las emperatrices y
llevado en litera, por las audiencias y mercados de Grecia, y más tarde en Roma
por las Sigilares cubriéndole de besos a cada instante” (Suetonio, Vida de
Nerón, 28,2).