viernes, 2 de diciembre de 2016

Livia y Tiberio

“Livia durante su embarazo para saber si iba a dar a luz un varón, quitó un huevo a una gallina que estaba incubando y lo calentó en sus manos y en la de sus esclavas alternativamente, hasta que vio salir del cascarón un polluelo provisto de una magnífica cresta”.
Suetonio. Vida de Tiberio. 14.2

Si bien es cierto que Livia por sí sola no podría haber investido a Tiberio como emperador (a pesar de las teorías conspiratorias de Robert Graves en Yo,Claudio;  pues una mujer en la Antigua Roma, no podía influir en decisiones políticas de tal envergadura), también lo es que si ella no se hubiera casado con Augusto y hubiera insistido a éste para que lo nombrase su heredero, Tiberio no hubiera tenido opciones a alcanzar tan alto distintivo.

Tiberio y Livia entronizados en el Gran Camafeo de Francia. Siglo I d.C. París. Bibliotheque National

La relación de Livia y Tiberio es fluctuante durante el devenir de la vida de ambos. Livia siempre mostró más vinculación y cercanía hacia su hijo mayor debido en parte a las altas expectativas que anhelaba para él, tal y como revela el texto de Suetonio. También es cierto que compartió más momentos de su infancia y que debió protegerlo en su huida junto a su primer esposo. Druso, sin embargo, fue apartado de ella al nacer y aunque Livia visitaba a sus hijos a diario, no vivió con ellos hasta que el pequeño tuvo 5 años. Al mismo tiempo, por su carácter, Druso era menos proclive a doblegarse ante la voluntad de su madre. Tiberio, sin embargo, asumió con amarga resignación, a veces, las decisiones de Augusto, seguramente motivadas en gran medida por los ruegos de Livia. De hecho, el nuevo emperador independientemente del cariño que pudiera tenerle como hijo, le profesaba más bien respeto y, a pesar de que ella siempre lo protegió, hasta cierto punto temor hacia los planes que pudiera ambicionar para él.
      Según las fuentes, Livia con gran sangre fría ocultó la muerte de Augusto y rodeó la casa de Nola (donde aquel había fallecido) de soldados hasta que comprobó que Tiberio gozaba del apoyo suficiente para investirse como nuevo emperador. Sin embargo, desde el primer momento empezaron a tensarse las relaciones entre madre e hijo. Según relata Tácito, Tiberio temía un menoscabo de su poder ante Livia, amada y respetada por todos más de lo que él nunca pudo aspirar. “Grande fue también la adulación de los senadores para con Augusta (Livia): los unos proponían que se la llamara “Parens Patriae”, los otros “Mater Patriae”; los más que se añadiera al nombre del César el apelativo de “hijo de Julia”. Él repitió una y otra vez que se debían poner límites a los honores a las mujeres, y que había de usar la misma templanza en los que le atribuyeran a él mismo; por lo demás, inquieto por la envidia y tomando el encumbramiento de una mujer como una mengua para él ni siquiera permitió que se le adjudicara un lictor, y prohibió erigir un altar por su adopción y otras cosas por el estilo” (Anales. Libro I, 14, 1-3).

Moneda con Tiberio en el anverso y Livia en el reverso

No obstante, Tiberio no tuvo más remedio que buscar orientación y consejo en Livia en múltiples cuestiones de Estado, pues ella como gran consejera y colaboradora de Augusto durante 40 años, conocía mejor que nadie todos los secretos de la administración del Imperio. Al no haberse Tiberio vuelto a casar tras el divorcio de Julia, Livia siguió actuando como emperatriz al lado de su hijo, como se pone de manifiesto en múltiples representaciones artísticas y en la acuñación de monedas, en las que siempre se les representa a los dos juntos compartiendo el máximo poder imperial. Del mismo modo, en Cumas se consagraban estatuas al Príncipe y a su madre y en algunos lugares ambos compartían un sacerdote. En otras ocasiones eran representados los dos con Augusto. También el nombre de Livia era invocado junto al de Tiberio en los votos anuales que se hacían por la salud del Príncipe.
Pero a medida que Tiberio iba adquiriendo confianza y controlando las tareas de gobierno, más le irritaban las intromisiones de su madre, que en muchas ocasiones tal y como reflejan algunos escritores como Dión Casio se conducía como si ella fuera el emperador “los honores decretados a la memoria de Augusto, formalmente de parte del Senado, pero en realidad, de parte de Tiberio y de Livia. He añadido el nombre de Livia porque ella asumía todos los derechos en la gestión de los asuntos como si tuviera el poder absoluto” (Historia Romana.56.47.1).
Así y todo, y a pesar de las frecuentes desavenencias entre ambos, hasta el año 22 d.C. se constatan una relaciones cordiales entre madre e hijo. En ese año, Livia enfermó de gravedad por primera vez en su vida. Cuenta Tácito que debido a ese motivo “Tiberio se vio obligado a apresurar su retorno a la Urbe, ya fuera porque existiera aún una sincera concordia entre madre e hijo, ya que sus odios se mantuvieran ocultos” (Anales. Libro III, 63, 1-2). Opino que Tiberio actuó en esta ocasión movido por el cariño hacia Livia pues en años sucesivos no dudaría en manifestar su rencor cuando tuvo ocasión. Una vez más, se demostró el profundo amor de Roma hacia la emperatriz pues tras su recuperación le tributaron grandes honores. A partir de aquí Livia va desapareciendo de las fuentes lo que va parejo a la ascensión del Prefecto del Pretorio, Lucio Elio Sejano, quien poco a poco fue adueñándose de la voluntad de Tiberio, y probablemente contaminando al emperador en contra de su madre.

Tiberio y Livia. Siglo I d.C. Madrid. Museo Arqueológico Nacional
Fuente: By Miguel Hermoso Cuesta - Own work,
 CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37279743

De todos modos, hay constancia de que Livia seguía ocupándose de asuntos menores. Y en la gestión de uno de éstos surgió el origen de la ruptura definitiva entre madre e hijo, cuando Tiberio negó a Livia una súplica a favor de un hombre que se había dirigido a ella. Livia, que se enfadó muchísimo al sentir su petición rechazada, buscó entre sus recuerdos algunas cartas de Augusto en las que se lamentaba de lo difícil del carácter de Tiberio y las leyó en voz alta. Tiberio fue invadido por una violenta rabia, no por hecho de la lectura en sí, sino porque ella las hubiera guardado para poder usarlas contra él. Algunos afirman que fue éste el motivo por el que Tiberio se retiró a Capri, para huir de su madre. De hecho, desde ese momento sólo la visitó una vez en los últimos años de vida de la anciana. Además, no sólo faltó a su funeral en el año 29 sino que se negó a darle sepultura por algunos días permitiendo que el cuerpo se corrompiese. Luego nombró al degenerado Calígula para que se hiciera cargo del discurso funerario. Anuló su testamento y vetó todos los honores que quisieron tributarles así como su deificación, que fue llevada a cabo 10 años después por Claudio.

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