sábado, 20 de junio de 2015

Horacio, el triunfo del Carpe Diem

Carpe Diem Quam minimun credula postero
Aprovecha el día, no confíes en el mañana
Horacio. Odas (Libro I, 11)

 Quinto Horacio Flaco nació el 8 de diciembre de 65 a.C. en Venusia (actual Venosa en la región de Basilicata). Era uno de los poetas del círculo de Mecenas, el que más unido estaba al consejero de Augusto.
De humilde cuna, era hijo de un liberto, que invirtió todo su dinero en la educación de su hijo, por lo que ambos marcharon a Roma donde Horacio recibió lecciones de gramática y retórica. A pesar de estar muy unido a su padre, en el año 20 a.C. partió hacia Atenas a estudiar griego y filosofía. Aquí se inició en el epicureismo (corriente filosófica que busca la felicidad a través de los placeres ya sean físicos o intelectuales) máxima que regiría no sólo su obra sino también su vida.

Monumento a Horacio en Venosa

Republicano convencido, en el año 42 a.C. luchó del lado de los asesinos de Julio César en la batalla de Filipos llegando a ser incluso tribuno militar; no obstante, tras la derrota de éstos tuvo que huir para salvar la vida, hecho del que no dudó en burlarse en un poema. A partir de ahí experimentó un gran aborrecimiento a la guerra rehusando participar en cualquier contienda bélica.
Cuando Octavio proclamó una amnistía para todos los que habían luchado contra él, Horacio volvió a Roma, encontrándose con la brusca realidad de la muerte de su padre y la confiscación de sus bienes. Tuvo que vivir un tiempo en la pobreza más absoluta pero sus grandes dotes intelectuales le permitieron salir pronto de ese pozo oscuro al trabajar como escribano de un pretor. Pero el momento clave de su vida se produjo cuando conoció a Cayo Cilnio Mecenas, quien impresionado por su arte poético, le abrió el camino hacia el que pronto sería único Príncipe del imperio romano.

El círculo de Mecenas. Stepan Bakalovich. 1890. Moscú. Tretyakov Gallery

Desde un primer momento colaboró en todo los proyectos de Mecenas; así en 37 a.C, lo acompañó junto a Virgilio y a otros poetas a Tarento a negociar con Marco Antonio. No obstante, al sentir próximo un nuevo enfrentamiento entre Octavio y Antonio no dudó en proclamar. “¿Por qué, por qué os apresuráis hacia esta funesta locura? ¿Por qué blandís espadas que acaban de ser envainadas? ¿Acaso no ha sido derramada por tierra y por mar suficiente sangre latina, y no para permitir a los romanos quemar la arrogante fortaleza de la celosa Cartago, o hacer que los britanos, tan alejados de nuestro alcance, recorran la vía Sacra encadenados, sino para asegurar una respuesta a las oraciones de los partos de que esta ciudad ha de perecer por su propia mano?” (Épodos. 7, 11). Sin embargo, no le valía la paz a cualquier precio pues era consciente que su anhelo de una Roma pacificada sólo podría lograrse a través la victoria del heredero de Julio César.

Horacio

Augusto, a pesar de la debilidad que sentía por Virgilio, desde el primer momento sintió gran simpatía hacia Horacio pues ambos compartían una concepción realista y tranquila de la vida. Incluso, después de la grave enfermedad que le aquejó, le ofreció que fuera su secretario personal para ayudarlo a escribir sus cartas, propuesta que el poeta rechazó. Esta negativa no afectó a la relación entre ambos pues Augusto siempre lo trató con gran cordialidad dirigiéndose a él de manera habitual con gran familiaridad y tono bromista, incluso cuando le recriminó irónicamente que no escribiera sobre él en sus Sátiras y Epístolas “Tengo que decir que estoy muy disgustado contigo porque en tus abundantes escritos de ese tipo conversas con otros y no conmigo ¿tienes miedo de que tu reputación ante las posteridad vaya a sufrir si parece que eres mi amigo?. Sí lo incluyó en su obra más lograda, las Odas dedicándole bellísimas palabras: “Oh tu (Hermes), alado hijo de la venerable Maya, si pretendes tomar en la tierra la figura de un heroico joven, será al que llamen todos el vengador de César. Ojalá retrases tu vuelta a los cielos, y permanezcas gozoso largo tiempo con el pueblo de Quirino, sin que huyas en alas del viento, ofendido por nuestras culpas. Aquí anheles conquistar solemnes triunfos y ser llamado príncipe y padre de la ciudad; y no toleres que siendo César (Augusto) nuestro caudillo, cabalgue impunemente el medo por donde quiera” (Odas. Libro I. 2)
Horacio era físicamente pequeño de estatura y rechoncho, de aspecto campechano. Él mismo se describe con humor “Ven a verme cuando desees reír. Soy gordo y pulcro. Mi salud es perfecta, soy un porquero en la piara de Epicuro” (Épodos. 1,4, 15-16)
 Su vida era un fiel reflejo del epicureismo pues vivía rendido a los placeres al igual que su inseparable amigo Mecenas. Nunca se casó, pero era de sobra conocida su afición al sexo, de ahí que Augusto lo apodara cariñosamente “hombrecillo lujurioso” o “pequeño pene”. Cuenta Suetonio que tenía una habitación recubierta por completo de espejos a los que llevaba frecuentemente a prostitutas, convirtiendo de ese modo el acto sexual en una imagen pornográfica (Vida de Horacio, 3). Esta anécdota nos indica cuánto se había enriquecido Horacio, pues los espejos eran muy caros. El poeta no tiene ningún problema en expresar su visión del sexo: “cuando tu órgano está duro, una criada o un chico del servicio doméstico está a tiro y tú sabes que puedes asaltarlos inmediatamente,¿preferirías explotar de la tensión? Yo no. A mí  me gusta tener sexo cuando y donde quiera” (Sátiras 1, 2, 116f).

Escena de sexo de la Casa del Centenario. Pompeya

            Tan profunda era la relación de Horacio con Mecenas (éste le regaló incluso una villa en las montañas sabinas en la que ambos se retiraban frecuentemente) que cumplió su promesa de seguirle más allá de la muerte, hecho que acaeció sólo dos meses después de que su protector falleciera. Corría el año 8 a.C. y los dos fueron enterrados juntos. Le dedicó su Libro I de Odas diciéndole tiernamente: “Mecenas, descendiente de antiguos reyes, refugio y dulce amor mío”. La devoción era mutua pues su patrón a su vez le dedicó un epigrama en verso: “Si no te amo, Horacio, más que a mi vida, que tu amigo sea tan flaco como una muñeca de trapo” (en alusión a su propia corpulencia). Una vez más Augusto le demostró su estima pues viendo enfermo al poeta le escribió “haz lo que te plazca en mi casa, como si estuvieras viviendo conmigo”.

Horacio. Anton Von Werner. 1905

Su creación poética la forman sobre todo cuatro grandes obras:

  • Sátiras. Son 18 composiciones críticas con intenciones moralistas que incluyen muchos elementos autobiográficos. Las escribió al regresar de la guerra civil por lo que están llenas de desilusión y rencor, aunque el tono es irónico más que de enfado. La crítica de Horacio es menos agresiva que la de otros como Lucilio. Ataca a los avaros, los usureros, los cazadores de herencia o a aquellos que nunca están contentos con su suerte. En alguno de los poemas alaba la vida en el campo frente a la vida en la ciudad.
  • Épodos. También encierran una crítica social. Son 17 piezas de transición entre la sátira y la lírica. Algunos son mordaces y otros más líricos. El más famoso es el Beatus ille, una alabanza a la vida rural.
  • Odas. Son sin duda lo mejor de su creación, algo de lo que era consciente el propio autor, convirtiéndose en la cumbre de la lírica latina. Son 104 odas  recogidas en 4 libros que abordan temas variados: alabanzas a Augusto, elogios a la amistad, temas filosóficos, canto al amor o la naturaleza, etc. En general de todas se desprende el anhelo de disfrutar la vida al máximo sin pensar en el mañana ni dejarnos vencer por las adversidades. Su Carpe Diem se convirtió desde su publicación en un tema de gran difusión.
  • Epístolas. Son dos libros que contienen 23 cartas con reflexiones filosóficas y morales, creando el género de la epístola poética. La más famosa es la Epístola a los Pisones, conocida también con Arte Poética.

          Su estilo poético está dominado por la obsesión por la perfección formal y la elegancia de sus versos, aunque carecen del hondo sentimiento que transmiten los de Virgilio. Horacio interpreta la función del poeta como educador moral y filosófico de ahí la concordancia absoluta entre su pensamiento y la expresión del mismo.
Horacio ha influido profundamente en las generaciones posteriores, sobre todo a partir del Renacimiento siendo encumbrado por Petrarca y Garcilaso de la Vega. Del mismo modo fueron fervientes horacianos Fray Luis de León, José Cadalso o Leandro Fernández de Moratín,  llegando su influencia a la generación del 27 y a algunos poetas ingleses. 

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