domingo, 11 de febrero de 2018

La conjura definitiva

Como hemos ido desgranando en anteriores artículos, Calígula había puesto contra las cuerdas a todas las instituciones del Estado, entre las que había anidado un fuerte odio hacia el emperador.
Sin embargo, el núcleo principal de la conjura que acabaría con su vida no procedía de la aristocracia sino de su entorno su entorno más cercano. Todas las fuentes coinciden en señalar al liberto Calixto y a los prefectos del pretorio como las mentes que planearon el asesinato y a los propios pretorianos, liderados por Casio Querea, como los autores materiales del tiranicidio.

Guardia pretoriana. Relieve de la columna de Trajano. 114 d.C. Roma.


Calixto era el más influyente de los libertos imperiales. Tanto Tácito como Flavio Josefo recogen su participación en la conspiración. “Había llegado a la cima del poder, igual al del tirano, gracias al miedo que inspiraba a todos y a la gran fortuna que había acumulado. Se apoderaba de todo lo que podía y era insolente con todos usando su poder con injusticia. Sabía que Cayo (Calígula) era implacable y tan terco que nunca desistía de lo que había decidido; por esto y muchas otras cosas se sentía en peligro, especialmente por su gran fortuna” (Antigüedades Judías, XIX, 10).
En cuanto a los prefectos del pretorio, sólo uno de ellos, Marco Arrecino Clemente, aparece en los escrito de Josefo, aunque eso no indica que el otro no estuviera implicado pues Calígula en su ansia de molestar a todo el mundo, intentaba enemistar a los dos, para impulsarlos a denunciarse mutuamente. Clemente aunque no participó en la ejecución fue el encargado de tantear a aquellos pretorianos que sí intervendrían.
Las fuentes nos han dejado algunos de los nombres de éstos, resaltando todos que el principal ejecutor fue Casio Querea. Papinio, Cornelio Sabino y Junio Lupo lo acompañaron aquella mañana.

Busto de Calígula. Siglo I d.C. Nueva York. Metropoltan Museum 
 Fotografía propiedad de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides

También formaron parte de la conjura algunos miembros del Senado. Josefo señala los nombres de Annio Viniciano, Valerio Asiático y Emilio Régulo. Éste último, cometió el error de contar detalles del complot a algunos amigos, por lo que fue ejecutado días antes de la muerte del emperador. Probablemente este hecho aceleró los planes de los asesinos, por miedo a ser denunciados.
Según Josefo, fue Querea quien comenzó a quejarse ante Papinio y Clemente de sus remordimientos por los crímenes cometidos al servicio de Calígula. Comentó que se sentía en el deber de procurar la libertad para todo. Ante las dudas del prefecto, contactó con Cornelio Sabino, y ambos con Viniciano. Así se habrían puesto en contacto las dos ramas unidas bajo el santo y seña de “Libertad”.
No obstante, investigadores modernos ponen en duda el papel de Querea como autor intelectual de la conjura. Igualmente contraponen el relato a la afirmación de Tácito de secreto complot, por lo que una conjura con un elevado número de participantes hubiera estado destinada a fracasar. Por eso la versión más extendida es que Calixto y los dos prefectos del pretorio, quizás apoyados por un número pequeño de senadores, eligieron a alguien cercano a Calígula con motivos personales para desear su muerte y lo suficientemente insensato para pensar en las consecuencias, triunfara o fracasara la conjura. Casio Querea, alguien acostumbrado a cumplir órdenes no a exigirlas, reunía todos los requisitos y seguramente él mismo, arrastró a sus compañeros más leales.


Claudio. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano

Se ha especulado también sobre una posible participación de Claudio, el cual tenía suficientes motivos para odiar a su sobrino, a pesar de ser el hijo de su querido hermano Germánico. Aunque Calígula lo había ridiculizado y sometido constantemente a crueles humillaciones durante todo su Principado, es muy improbable su implicación, pues el tío del emperador hasta ese momento no había sido tomado en serio por nadie. Además, cuando ocupó el trono imperial una de sus primeras medidas fue castigar duramente a los principales asesinos, que no hubieran dudado en delatarlo.

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