Cuando Tito se trasladó a Oriente para ponerse al frente de la guerra judaica conoció al que fue el gran amor de su vida Berenice de Cilicia, hija del rey de Judea Herodes Agripa I.
Berenice ya era célebre
en el Renacimiento por su tumultuosa vida amorosa, fama que debe a los
escritores antiguos romanos, siempre desconfiados de las princesas orientales. Después
de una serie de matrimonios fallidos y de rumores de incesto con su hermano
Agripa II, conoció a Tito en torno al año 68-69, con el que inició una intensa
relación amorosa.
Tácito menciona en sus Historias que Berenice usó toda su riqueza
e influencias para apoyar a los Flavio en su lucha por el trono imperial (II,
8, 1).
En cuanto a Tito (que
tenía once años menos que ella), de todos era sabido “su conocida pasión por la reina Berenice, a quien según se decía,
había prometido incluso matrimonio” (Suetonio. Vida de Tito, 7, 1). De hecho, Tito había estado casado dos veces
(antes de conocer a Berenice), y tras la desaparición de su segunda esposa en
el año 65, ya no volvió a casarse. Fue un emperador sin emperatriz, pues nunca
llegó a contraer matrimonio con Berenice.
En el año 75, Berenice
viajó a Roma con su hermano Agripa II y
reanudó la relación con Tito, con quien se instaló en el Palacio Imperial, llegando
a actuar como una verdadera esposa. “Berenice
estaba en la cúspide de su poder, y por consiguiente, vino a Roma junto a su
hermano Agripa. A este último se le concedió el rango de pretor, mientras ella
permanecía en palacio, cohabitando con Tito. Ella esperaba casarse con él y se
comportaba a todos los efectos como si fuera su esposa” (Dión Casio, Historia Romana, LXV, 15).
Así y todo los romanos no perdían ocasión de manifestar su disconformidad con esta relación “porque además que todas las habladurías que había, ciertos sofistas de la escuela cínica, se las arreglaron también de algún modo para deslizarse de algún modo en la ciudad. Y primero, Diógenes presentándose en el teatro cuando estaba lleno, denunció a la pareja en un largo e insolente discurso por el cual fue azotado” (Dión Casio, Historia Romana, LXV, 15). A su pesar Tito cedió a la presión y alejó de Roma a su concubina después de este incidente.
La reina volvió, pero debido a la gran
animadversión que sentía el pueblo romano hacía las reinas extranjeras desde
los tiempos de Cleopatra, Tito al convertirse en emperador 4 años después obligó
a Berenice a volver a Oriente y se separó de ella definitivamente. Es curioso
que ese mismo pueblo romano había tolerado sin rechistar que su emperador conviviera
con una liberta (recuérdese el caso Vespasiano y Antonia Cenis). Suetonio
cuenta que Tito “hizo salir inmediatamente
de Roma a Berenice contra su propia voluntad y la de ella” (Suetonio. Vida de Tito, 7, 2). Este hecho debió
ser sonado porque también lo recoge Dión Casio en su Historia Romana “Tito después
de convertirse en gobernante, no cometió ningún asesinato ni se dejó llevar por
la pasión amorosa, sino que se mostró honesto, pese a los complots contra él, y
moderado, aunque Berenice regresó nuevamente a Roma” (Libro LXVI, 18). Me
llama la atención que para los romanos el tener una relación con una reina
oriental estuviera al mismo nivel de cometer un asesinato.
No sabemos si Tito pretendía llamarla cuando consolidara su poder (algo que impidió su corto Principado), lo cierto es que Berenice abandonó Roma, y tras la muerte del emperador, desapareció también de las fuentes antiguas. No obstante, debió ser una mujer importante cuando muchos autores la nombran y aparece incluso mencionada en los Hechos de los Apóstoles al visitar Pablo de Tarso su corte en Cesárea. Algunos historiadores modernos la definen “como una Cleopatra en miniatura”. Ese fue su gran pecado, parecerse demasiado a la reina egipcia, cuyo recuerdo, incluso más de 100 años después de su muerte, seguía inquietando a la urbe más poderosa de la antigüedad.
La historia de Berenice
y Tito ha inspirado desde el siglo XVII numerosas obras tanto artísticas como
literarias e incluso de teatro y cine, entre las que destacan La clemenza de Tito (ópera italiana de 1734)
de Antonio Caldara y Pietro Metastasio, más tarde musicada por más de cuarenta
compositores entre ellos el gran Mozart.