domingo, 29 de abril de 2018

Modelo político e innovaciones del Principado de Claudio

La mayoría de historiadores coinciden en que Claudio se inspiró en el modelo político de Augusto para desarrollar su labor de máxima autoridad del mundo romano, aunque salpicado por algunos matices del de Julio César. Pero es sobre todo el patrón augusteo el que se evidencia en muchas de sus intervenciones políticas.


Augusto Pontifex Maximus. Siglo I d.C, Museo de las Termas. Roma 2011

En primer lugar, frente a las tendencias orientales manifestadas por Calígula, él volvió sus ojos hacia Occidente. Al igual que el primer emperador protegió las tradiciones religiosas romanas y no admitió que se le tributaran en vida honores divinos. Su política militar, su labor municipalizadora y su política exterior también están claramente basadas en las de Augusto. No obstante, en esta última faceta, al retomar el anhelo de Julio César de conquistar Britania se apartó ligeramente de la idea de su tío abuelo de no expandir más las fronteras del Imperio
A pesar de esta influencia inició una serie de proyectos de mejora dentro de la administración del imperio.
Claudio heredó unas finanzas públicas muy mermadas como consecuencia de los derroches de Calígula y de la gestión administrativa de los senadores. Para mejorar la administración financiera la dotó de personal especializado, reemplazando al Senado (que había controlado al Tesoro Público) por cuestores que fueran responsables del mismo. Claudio incluso llegó a servirse del ejército para mejorar los ingresos haciendo a las legiones trabajar duro en la extracción de minas y en la construcción de infraestructuras.


El Templo de Saturno, erario de Roma. 42 a.C. Roma 2011

Del mismo modo, el nuevo emperador reorganizó los servicios centrales de la administración, ampliando el número de secciones con funciones específicas. Así a la oficina central ad epistulis, (encargada de la correspondencia oficial y dirigida por el liberto Narciso), se le añadieron otras: a libellis (regentada por Calixto y encargada de atender peticiones), a studiis (responsable de proyectos administrativos), a cognitionibus (oficina que preparaba los documentos sobre procesos judiciales en los que intervenía el emperador, a rationibus (oficina central de finanzas bajo la dirección de Palas). De ésta dependían otras ubicadas en cada capital de provincia imperial, las que a la vez controlaban la actividad de otras sedes menores encargadas del cobro de impuestos indirectos. Al igual que en épocas anteriores había poca distinción entre el Erario público y la fortuna personal del emperador.
En esto se pone de manifiesto el gran poder que Claudio depositó en sus libertos imperiales. Sin ser el primer emperador que usó libertos para ayudarle en sus tareas, sí que incrementó su influencia, debido en parte a la gran desconfianza que sentía hacia el Senado, una institución que le era muy hostil. La gran centralización de funciones a las que se vio abocado derivó en el nombramiento de más libertos, al mismo tiempo que pretendía rebajar el gran poder acumulado por Calixto (el liberto de Calígula). Así, Narciso se convirtió en su secretario personal, Palas en secretario a cargo de la tesorería, Calixto fue nombrado secretario de justicia mientras que Polibio se encargaba de asuntos varios. No obstante, en contra de muchas fuentes antiguas (que convierten en muchas ocasiones a Claudio en un títere a manos de los antiguos esclavos) hay evidencias de que el emperador mantuvo el control en todo momento pues, cuando alguno cambió, la política siguió siendo la misma.


Claudio. Siglo I d.C, Roma. Museos Vaticano

En cuanto a la justicia, Claudio siguiendo el ejemplo de Augusto intervino activamente en su administración. Dos características propias de esta época son en primer lugar que el emperador actuaba de juez en procesos extraordinarios; en segundo lugar, consiguió otorgar capacidad jurídica a los procuradores para resolver pleitos menores relacionados en la esfera de su competencia. Ambas medidas limitaban los campos de actuación de los senadores pero consintieron una administración de justicia más ágil y menos corrupta.
Por otro lado, fue más generoso que Augusto a la hora de conceder la ciudadanía romana a gentes de provincias pues entendió que el Imperio no podía continuar marcando una acusada diferencia entre Italia y el resto de las provincias cuando éstas soportaban las cargas fiscales y militares en mayor medida que Italia. Según recoge Tácito en los Anales, en el año 28 a.C. con Augusto el censo de ciudadanos romanos adultos estaba en 4.063.000 mientras con Claudio en el años 47, d.C. los ciudadanos romanos ascendían a 5.987.072. No obstante, Claudio castigó la asunción ilegal de ciudadanía con dureza.


Inscripción con la concesión de la ciudadanía romana otorgada por Claudio a los habitantes de Volubilis (actual Marruecos)
Fuente: De Dorieo - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=38579583

Los edictos en época de Claudio son abundantes y de muy variada índole. Por ejemplo, en el campo de la medicina hay uno que aconsejaba el uso de tejo europeo (a pesar de su gran toxicidad) contra la mordedura de serpiente. Otro muy famoso es aquel que fomentaba la expulsión de flatulencias en público para mejorar la salud. Uno de sus edictos más famosos hace referencia a los esclavos enfermos, que eran abandonados en el Templo de Asclepio por sus amos para que muriesen. Si alguno sobrevivía los amos lo reclamaba. Claudio estipuló que los que se recuperasen serían libres. Además, si algún dueño decidía optar por matar al esclavo enfermo, sería acusado de asesinato.
Claudio también fue un gran promotor de obras públicas destacando en su Principado la construcción del Puerto de Ostia que debía evitar las frecuentes inundaciones y acabar con la escasez de grano.

domingo, 22 de abril de 2018

Aeterna Roma (21 de abril, 753 a.C-2018)

Cuenta la leyenda que Ascanio (Iulo), hijo del héroe troyano Eneas (concebido por Anquises y la diosa Venus) fundó Alba Longa sobre la orilla derecha del río Tíber. Descendientes suyos fueron el rey Numitor y su hermano Apulio. Éste, derrocó al primero y para asegurarse que el rey legítimo no pudiera tener descendencia nombró a su hija Rea Silvia sacerdotisa de la diosa Vesta, para que así permaneciera virgen.
A pesar de esto, Marte (el dios de la guerra) se encaprichó de la joven y engendró en ella a los gemelos Rómulo y Remo;  debido al gran peligro que corrían (si Apulio conocía la existencia de los niños) fueron arrojados al Tíber en una cesta que encalló en la zona de las siete colinas.

La loba Capitolina. Siglo V a.C.  Museos Capitolinos, Roma 2018. Foto propiedd de Francisco Javier Díaz Benito

Allí estuvieron a punto de perecer hasta que una loba (que la tradición llamaría Luperca) los recogió y los amamantó. Finalmente, el pastor Amulio los rescató y los llevó con su mujer donde fueron criados. Hay quien dice que Luperca no era más que una prostituta, pues desde la antigüedad estas mujeres eran llamadas lobas. De ahí la procedencia de la palabra lupanar (en latín loba se traduce como lupa).
Sea como fuera, los gemelos cuando se convirtieron en adultos, descubrieron su origen real y lucharon para devolver a su abuelo Numitor al trono. Posteriormente decidieron fundar una ciudad en el lugar donde fueron amamantados por la loba.
Como los hermanos empezaron a discutir sobre el lugar donde debían fundarla,  decidieron consultar el vuelo de las aves a la manera etrusca. Remo divisó 6 buitres volando sobre el Aventino mientras que Rómulo avistó 12 de las mismas aves sobrevolando el Palatino. La balanza cayó del lado de Rómulo, quien con un arado durante una ceremonia sagrada, trazó el perímetro de su nueva ciudad. Remo, que no aceptaba la victoria de Rómulo, burlándose de él, deshizo a patadas el surco dibujado por su hermano, en una clara afrenta, por lo que Rómulo, enfurecido, lo mató con su azada. “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas” (Tito Livio. Ab Urbe Condita, I, 3,2). De este modo, Roma fue consagrada con la sangre de Marte y Remo.


Han pasado 2771 año, desde ese día que los historiadores clásicos Varrón y Ático (que vivieron en el siglo I a.C) concretaron sobre el día 11 antes de las calendas de mayo (o sea el 21 de abril actual) del año 753 a.C.
Independientemente de la veracidad de la leyenda, que cada niño romano conocía desde la cuna (de hecho hasta que fue quemada por el incendio de Roma del 64 d.C. se conservaba el Ficus Ruminalis, la higuera sagrada donde los romanos creían que había encallado la cesta con los gemelos), los vestigios arqueológicos desvelan asentamientos humanos a mediados del siglo VIII a.C. en la ladera de la colina palatina y la existencia del surco de una muralla. Se trataba de familias campesinas que vivían en chozas de barro. Eligieron el lugar a pesar de ser insalubre ya que estaba al resguardo de piratas y saqueadores, además de gozar de una posición estratégica: en el centro de la península itálica y del Mediterráneo.
Desde estos humildes orígenes los romanos fueron progresando sin cesar: dos siglos después ya se habían impuesto a las otras ciudades de su entorno, doscientos años más y eran dueños de Italia; así hasta conseguir el más poderoso Imperio de la historia que trazó el perfil de nuestro continente y del mundo occidental hasta nuestros días.
Y de ahí….a la eternidad. La ciudad antigua que mejor ha envejecido, la más mítica, la que ha sido cantada, pintada, admirada más que ninguna otra, la que siempre ha sido considerada favorita de los dioses. Un año más, su leyenda continúa: Aeterna Roma.


“A la urbe que llaman Roma, idiota de mí, la había imaginado, semejante a la nuestra […]. Pero tanto ha destacado ésta entre las demás ciudades, como los cipreses acostumbran a despuntar entre los flexibles juncos”. (Virgilio. Bucólicas).
“Sol divino que con fulgente carro descubres y escondes el día, siempre igual y diferente naces…nada más hermoso que Roma podrás contemplar” (Horacio. Carmen Saeculare)
A cada paso un palacio, una ruina, un jardín, un desierto, una casita, un establo, una columnata…y todo tan cerca que se podía dibujar en una hoja pequeña de papel” (Goethe. Viaje por Italia).
“Reina de las ciudades y Señora del mundo”. (Miguel de Cervantes. Novelas Ejemplares).
“¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura, huyo lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura” (Francisco Quevedo. A Roma sepultada en sus ruinas).
“Cuando Miguel Ángel, ya muy viejo, trabajaba en San Pedro, lo hallaron un día de invierno, después de caer una gran nevada, errando por entre las ruinas del Coliseo. Iba a elevar su alma al tono necesario para sentir las bellezas y los defectos de su propio dibujo de la cúpula de San Pedro. Tal es el poder de la belleza sublime” (Stendhal. Paseos por Roma)
“Fundando en lo caduco eterna gloria, tu cadáver a polvo reducido padrón será inmortal de tu victoria. Porque siendo tú sola lo que has sido, ni gastar puede el tiempo tu memoria, ni tu ruina caber en el olvido” (Gabriel Álvarez de Toledo. A Roma destruida).

domingo, 15 de abril de 2018

Semblanza de Claudio


Claudio. Siglo I d.C. Madrid, Museo Arqueológico Nacional
Fuente: De Anónimo - Fotografía: Luis García (Zaqarbal), 14 de mayo de 2006., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=790441

Las fuentes antiguas en general no son mucho más benévolas con Claudio de lo que lo fueron los miembros de su familia. Algunos lo juzgan con suma severidad, frivolizando sobre los problemas físicos que padecía el emperador desde su cuna. La historiografía moderna ha intentado rescatar su figura y lo definen como una persona muy inteligente, culto y buen gobernante. Estas contradicciones hacen que el cuarto emperador romano siga siendo un enigma en nuestros días.
Lo cierto es que la difícil infancia y adolescencia de Claudio influyeron notablemente en su carácter como adulto, convirtiéndolo en un hombre extremadamente miedoso y desconfiado, a pesar de que en su círculo más cercano se comportaba como alguien aparentemente manipulable. También se irritaba con frecuencia y se dejaba dominar por la cólera. Sin embargo, también nos cuentan sus biógrafos que era generoso, accesible, que incluso comía y reía con la plebe de vez en cuando y que, en múltiples ocasiones, pedía perdón tras algún ataque de ira.
Claudio con corona cívica. Siglo I d.C. Nápoles. Museo Archeologico Nazionale

Físicamente cuenta Suetonio que “su figura no carecía de prestancia ni de nobleza, pero eso cuando estaba de pie o sentado, y especialmente cuando descansaba, pues era un hombre alto y corpulento, de bello aspecto y hermosos cabellos blancos, dotado de un poderoso cuello; sin embargo, al caminar, las rodillas le flaqueaban, pues las tenía débiles, y cuando desarrollaba cualquier actividad, de recreo o en serio, muchos defectos le afeaban: una risa inconveniente, que llenaba de espuma su boca dilatada y le humedecía las narices, una cólera aún más indecorosa, un hablar entrecortado, y un temblequeo de cabeza que aun siendo constante, se acentuaba  mucho más al menor gesto” (Vida de Claudio, 30, 1). Los retratos que no han llegado de Claudio no muestran un gran atractivo físico, mientras que el resto de patologías que describe el historiador, serían consecuencia de las múltiples enfermedades que padecía. Séneca añade despectivamente que su voz no pertenecía a ningún animal terrestre y que sus manos también eran débiles.

Claudio. Siglo I d.C.- Roma. Museos Vaticano
Fuente: By Unknown - Jastrow (2003), Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1308269

El origen de la enfermedad que padeció en su infancia continúa siendo un misterio, aunque los historiadores actuales concluyen que pudo padecer algún tipo de parálisis cerebral, poliomielitis o esclerosis múltiples, que no afectaron a sus capacidades mentales aunque sí le provocaron múltiples problemas de salud como cojera, tartamudez y otros síntomas como los que describe Suetonio.
No obstante, según este último, desde que se convirtió en Príncipe gozó de una excelente salud, salvo por los dolores de estómago que padecía, tan atroces que a veces le hacían pensar en el suicidio. No por ello perdió sus ganas de comer y beber, siendo su costumbre no retirarse del comedor hasta que no estaba harto.
El filósofo Séneca, enviado al exilio por Claudio, se burló cruelmente de él tras su muerte en su obra Apocolocyntosis divi Claudii (La Calabacificacion del divino Claudio) en la que en lugar de una apoteosis a los altares auguraba al emperador su conversión en calabaza, siendo presentado grotescamente como un espíritu débil sometido a sus libertos y a sus esposas. A pesar de ello, Claudio fue el primer emperador, después de Augusto, proclamado Dios. No hay mejor testimonio de un buen gobierno.

Claudio como Júpiter. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2011

Por eso, a pesar del perfil negativo sobre Claudio que reflejan las obras clásicas, nadie puede dudar que fuera un excelente administrador, un gran constructor, un considerable expansionista en política extranjera (pues a pesar de su poca formación militar conquistó Britania) y un incansable legislador, que presidía personalmente los tribunales y que promulgó 20 edictos en un día. Pero su situación inestable en el poder le hacía ver conjuras por todos lados, por lo que condenó a muerte a muchos senadores y nobles que lo habían aceptado a mala gana como su Príncipe. Estos, y sus descendientes, fueron los que escribieron las crónicas que han llegado hasta nuestros días.

domingo, 8 de abril de 2018

Claudio y Calígula


Calígula (John Hurt) y Claudio (Dereck Jacobi) en un fotograma de la serie Yo, Claudio, 1976

Cuando Calígula se convirtió en emperador, Claudio pasó a estar en la primera línea en la política romana, más por un deseo de Calígula de burlar a las instituciones romanas que tanto despreciaba que por un verdadero deseo de honrar a su tío, tal y como después pusieron de manifiesto las continuas burlas y humillaciones a los que lo sometió. 
La primera medida de Calígula fue nombrarle senador y su colega en el consulado durante el año 37; a punto estuvo de costarle el cargo el hecho de que no estuvieran en la fecha estipulada unas esculturas que Calígula le ordenó erigir de sus hermanos Druso y Nerón. Tres años después volvió a ser designado cónsul por segunda vez.
No obstante, padeció múltiples ultrajes por parte de su sobrino. “Si llegaba a cenar un poco más tarde de la hora señalada, no se le hacía sitio sino a regañadientes y sólo después de haberlo hecho recorrer el comedor, y cada vez que se adormilaba después de la comida, cosa que le sucedía con frecuencia, le incordiaban tirándole huesos de aceitunas o de dátiles, y a veces los bufones lo tomaban por objeto de sus bromas despertándole con la palmeta o con el látigo. Solían también ponerle chinelas en la manos mientras roncaba, para que al despertarse de repente, se frotara la cara con ellas” (Suetonio. Vida de Claudio, 8).

Busto de Calígula. Siglo I d.C. Copenhage. New Carlsberg Glyptotek. Fotografia propiedad de S. Sosnovski

Al mismo tiempo su vida estuvo en peligro en varias ocasiones, por ejemplo cuando el senado envió una embajada, presidida por Claudio, para felicitar a Calígula que se encontraba en Germania por su éxito en la represión de la conspiración de Getúlico. El emperador se indignó tanto, de que se le hubiera tomado por un niño al que su tío debía supervisar, que incluso se dice que lo arrojó al río Rin. Este incidente empeoró mucho  la situación de Claudio en la corte.
Continúa Suetonio diciendo que “a partir de entonces, fue siempre el último de los exconsules en manifestar su opinión en el Senado, pues se le consultaba después de todos para humillarle. Se aceptó incluso un proceso por falsificación de un testamento en el que también él había estampado su sello. Por último, se vio obligado a pagar 8 millones de sestercios por ingresar en un nuevo sacerdocio, quedando de tal manera arruinado, que al no poder cumplir el compromiso contraído con el fisco, bajo el edicto de los prefectos sus bienes fueron puestos a la venta sin condiciones, como establece la ley hipotecaria” (Vida de Claudio, 9, 2).
Añade Dión Casio, que durante esta época Claudio enfermó y adelgazó mucho a causa del estrés y el miedo que lo tenían paralizados.
Ya lo comenté en otra ocasión que, aunque se ha especulado, es muy poco probable la participación de Claudio en el complot que acabó con la vida de Calígula, pues nadie lo consideraba inteligente como para hacerle partícipe de un plan tan arriesgado.


Busto de Claudio. Siglo I d.C. Roma, Museos Vaticano

A pesar de todo, Claudio logró sobrevivir a todos sus ilustres parientes, incluido su cruel sobrino, obteniendo  sin buscarlo algo que todos anhelaban menos él: la púrpura imperial.

domingo, 1 de abril de 2018

Difícil vida de Claudio en la familia divina

Para entender un poco la psicología y la forma de comportarse del nuevo emperador quiero retrotraerme algunos años en su vida para analizar cómo fue su infancia y adolescencia en la familia imperial, en la que la mayoría de sus miembros destacaban por su gran atractivo físico, por ser inmensamente populares o excelentes soldados adorados por las tropas.

La familia imperial en el Ara Pacis, 13-9 a.C, Roma 2013

Aunque Augusto predicaba la humildad y normalidad dentro de su familia, lo cierto es que ésta no pudo abstraerse al gran influjo mediático que proyectaba entre todos los estratos de la sociedad romana. Cabe recordar los casos de Marcelo, Cayo y Lucio César, Druso el mayor, Germánico o la popularidad llevada al extremo más absoluto de la que gozó Calígula desde que era un bebé. Por su parte, las mujeres también sobresalían ya fuera por sus actos o por su belleza como ocurrió con Livia, Octavia, Julia la mayor o Antonia, entre otras. Precisamente, ésta última, fue la que peor asumió haber engendrado un vástago con los problemas físicos y de salud de Claudio.
El cuarto emperador nació el 1 de agosto del año 10 a.C. en Lyon siendo el tercer hijo de la pareja formada por Druso el mayor y Antonia la menor, o sea era nieto de la emperatriz Livia y sobrino nieto de Augusto. Su linaje no podía ser más impecable. Su padre murió el año siguiente por lo que Antonia (que se negó a volver a casarse) tuvo que afrontar sola la educación de tres niños pequeños (el mayor, Germánico, contaba entonces con 6 años).

Copia de busto de Druso, padre de Claudio. Ara Pacis Augustae. Roma

 Claudio en sus primeros años de vida se vio afectado por una serie de enfermedades serias que lo debilitaron gravemente. Como consecuencia de ellas se le quedó una tartamudez y cojera crónica; lo que era intolerable para los miembros de la familia divina. Así y todo, Claudio podía sentirse afortunado pues en el siglo I a.C. ya no se practicaba la antigua costumbre ancestral de abandonar a los recién nacidos deformes o débiles condenándolos a morir por exposición (eran abandonados en la calle y si nadie los recogía morían irremediablemente).
No obstante, para las mentalidades de nuestro siglo, son estremecedores los relatos que nos han dejado las fuentes antiguas sobre los primeros años de vida de Claudio. Cuenta Suetonio que su madre “repetía con frecuencia que era un engendro humano que la naturaleza había dejado sin terminar, y, cuando quería tachar a alguien de estúpido, decía que era más tonto que su hijo Claudio” (Vida de Claudio, 3, 2). En cuanto a su abuela Livia “lo tuvo siempre en el mayor de los desprecios; no solía hablarle más que en contadas ocasiones, y todos sus avisos se los hacía llegar por medio de notas duras o lacónicas o por intermediarios” (Vida de Claudio, 3, 2). Ambas eran mujeres de virtud intachable y de moral íntegra, pero no dudaron en mostrar tal trato a un niño débil e indefenso.

Antonia Menor, madre de Claudio. Siglo I a.C. Roma. Museo de las Termas

Debido a esto, estuvo durante largo tiempo sometido a la tutela de un preceptor, incluso tras haber superado la mayoría de edad. Relata Suetonio que él mismo se quejaba en un escrito del maltrato que le dispensaba éste, quien lo corregía con la mayor crueldad posible y bajo cualquier pretexto.
 En cuanto a sus hermanos, nada dicen las fuentes en relación a Germánico, por lo que es de suponer, basándonos también en los homenajes que Claudio le dedicaría con posterioridad, que alguien tan bondadoso como Germánico tendría más consideración con él. No ocurriría del mismo modo con la intrigante Livila, que lo despreciaba sin disimulo. Cuando alguien predijo que Claudio llegaría a ser emperador “abominó públicamente y en voz alta de la suerte tan miserable e indigna que le estaba reservada al pueblo romano” (Vida de Claudio, 3, 2).

Augusto de Prima Porta. Detalle. Siglo I d.C. Museos Vaticano, Roma 2011

Augusto, por su parte, manifiesta preocupación por el destino del joven, algo que Suetonio testimonia a través de varios pasajes de cartas escritas por el emperador a su esposa Livia que se conservaban en época del biográfo. En una de ellas se expresa así “cumpliendo tu encargo, mi querida Livia, hablé con tu hijo mayor acerca de lo que debía hacerse con tu nieto Tiberio durante los Juegos de Marte. Los dos estamos, por otra parte, de acuerdo en que debemos decidir de una vez por todas qué criterio hemos de seguir respecto a él. Pues si es apto, por decirlo así, en todos los sentidos, ¿qué motivos tenemos para dudar en promocionarlo haciéndole pasar gradualmente por las mismas etapas que hemos hecho atravesar a su hermano? Y si, por el contrario, pensamos que es inferior, que tiene dañadas sus facultades físicas o mentales, no hay que proporcionar a los hombres, que tienen por costumbre burlarse de estas cosas, la ocasión de reírse no sólo de él sino también de nosotros”. (Vida de Claudio, 4, 1-2)
En otra dice  “durante tu ausencia, invitaré cada día a comer al joven Claudio, para que no lo haga solo con sus preceptores. Deseo que observe las maneras de alguien a quien pueda imitar. El pobrecillo no tiene suerte, pues cuando su mente  no se extravía, se deja ver claramente la nobleza de su espíritu” (Vida de Claudio, 4, 5).
Una tercera carta vuelve a poner de manifiesto la sensibilidad de Augusto hacia su joven sobrino nieto: “por mi vida que me admiro, mi querida Livia, de que tu nieto Tiberio haya podido agradarme cuando declamaba, pues no veo como un hombre que se expresa con tan poca claridad puede decir claramente lo que se debe decir cuando declama”. (Vida de Claudio, 4, 6).

Livia. Siglo I d.C. Copenhage.Carlsberg Glyptotek

Las cartas dejan claro que Augusto mostró compasión y deseo de integrar a Claudio. A pesar de ello, al joven no se le permitió ejercer ningún cargo; probablemente Augusto fue aconsejado negativamente por sus colaboradores en un tema en el que tenía enormes dudas, como también evidencian las misivas.
Así, cuando Claudio tomó la toga viril, fue llevado en litera al Capitolio a media noche, para no llamar la atención y sin la ceremonia habitual. Del mismo modo, aunque le dejaron presidir la ceremonia en unos juegos de gladiadores en honor de su padre, tuvo que hacerlo con la cabeza cubierta.
Siendo emperador su tío Tiberio, tampoco obtuvo ninguna magistratura ni papel relevante aunque sí se le concedieron algunas insignias honoríficas.

Claudio togado. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano

Por ese motivo, Claudio, gran aficionado a la historia, se consagró a escribir, siguiendo los consejos del gran historiador romano Tito Livio. Tomó como punto de partida el asesinato de César, algo que acabó abandonando ante la censura de su madre y abuela que no le permitían narrar los hechos con veracidad. Se centró entonces en temas menos espinosos como en relatar una historia sobre los cartagineses en 8 volúmenes y de los tirrenos en  20. Al mismo tiempo se dedicó al ocio lo que le hizo ganarse una mala fama de borracho y jugador.
Sería su sobrino Calígula quien reclamó a Claudio para desempeñar cargos públicos de importancia, no tanto para honrarlo sino para burlarse de las instituciones romanas.