viernes, 31 de octubre de 2014

La Batalla de Accio

La Batalla de Accio. Lorenzo A. Castro

La Batalla de Accio, sin ser espectacular en cuanto a estrategia militar, por sus consecuencias políticas puede considerarse una de las batallas más importantes de la historia, pues en ella se decidió nada más y nada menos que el destino de Europa.
Tras la consternación que produjo la lectura del testamento de Marco Antonio en el Senado romano, Octavio se dirigió al templo de Belona (diosa de la guerra) ubicado en el Campo de Marte para celebrar el antiguo ritual de declaración de guerra. La ceremonia consistía en que los sacerdotes de Belona arrojaban lanzas manchadas con la sangre de un cerdo sacrificado hacia la columna bélica (que se ubicaba dentro de un terreno delimitado delante del templo). Finalizado el rito, Roma se consideró oficialmente en guerra con Egipto.
El 1 de enero del año 31 a.C. Octavio fue nombrado cónsul por tercera vez. Dejando nuevamente a Mecenas al frente del gobierno de Italia cruzó el Adriático junto con Agripa a quien puso al frente de sus tropas. Antonio, por su parte, desplegó las suyas por las costas del Epiro y de Grecia, desde Corcira a Metone. Agripa, con una gran audacia,  asestó el primer golpe casi inmediatamente, al atacar y apoderarse del fuerte de Metone con lo que comprometía el abastecimiento que llegaba desde Egipto provocando escasez de víveres entre las filas de Antonio. Octavio, entre tanto, navegó hacía Accio y acampó en una colina al norte, desde donde disfrutaba de unas vistas inmejorables del terreno.

Detalle del monumento a Marco Vipsanio Agripa. Mérida 2014

Al poco, Antonio y Cleopatra se trasladaron desde Patras y ubicaron su campamento frente al del cónsul romano. Al mismo tiempo Agripa se apoderó de dos puertos muy valiosos: Leucas y Patras, lo que cortaba totalmente los suministros por mar al campamento de Antonio, donde comenzaba a reinar una gran desolación causada por el hambre y las enfermedades producidas por el bloqueo. Por este motivo comenzaron las deserciones entre las filas de Antonio, agravadas por el hecho de que los soldados romanos no toleraban que una mujer, la reina Cleopatra, compartiera el mando con su general. La huida de su amigo Domicio Ahenobarbo y la de Delio (el cual proporcionó a sus rivales un informe completo de sus planes bélicos) afectaron profundamente a Antonio.

Tapiz Antonio y Cleopatra saliendo hacia Accio. 1620. Madrid. Palacio Real

      Todo ello precipitó que Antonio y Cleopatra decidieran romper el bloqueo antes de que fuera demasiado tarde. El primero estaba decidido a plantear una batalla terrestre pues era el campo en el que se desenvolvía mejor; no obstante acabó secundando el deseo de la reina de que la batalla se desarrollara por mar.

La Batalla de Accio

El 2 de septiembre del 31 a.C., los barcos comenzaron a avanzar por el estrecho en fila y se desplegaron en dos líneas. Cleopatra desde su buque insignia la “Antonia” se colocó detrás de las filas sin intención de participar de forma activa en la batalla. Agripa se negó sensatamente a moverse por lo que toda las mañana estuvieron las flotas frente a frente quietas. Finalmente Antonio adelantó sus barcos iniciando la ofensiva. Agripa separó probablemente sus tropas en dos filas al contar con un número mayor de naves mientras que Antonio se vio obligado a  formar sólo una. Agripa avanzó hacia el flanco norte de su enemigo seguido por los barcos de Antonio por lo que el centro de la formación de éste acabó debilitándose. Después de dos horas en la que los barcos de Antonio estaban oponiendo resistencia aunque no conseguían salvar el bloqueo, ocurrió el hecho que marcó el desenlace de la batalla: la “Antonia” por orden de Cleopatra izó las velas repentinamente y atravesando el débil flanco central por una zona vacía de barcos se dirigió hacia el sur, en dirección hacia Egipto. Antonio se pasó inmediatamente a un barco más liberado del ataque y con una pequeña flota siguió a la reina, dejando el resto de su armada inmersa en el fragor de la batalla. Aunque de este episodio se han dado múltiples interpretaciones incluida aquella que la reina huyó presa del pánico y que Antonio la siguió perdidamente enamorado, lo cierto es que probablemente obedecía a un plan para escapar del asedio. No obstante,  al no conseguir  que lo siguieran el resto de los barcos la estrategia resultó ser un auténtico fracaso.
Al día siguiente la flota de Antonio que había quedado luchando frente al promontorio de Accio, se pasó al bando de Octavio que les prometió las mismas recompensas que a su ejército. A pesar de ello, algunos oficiales abandonaron a escondidas las filas de Octavio y fueron al encuentro de un Antonio, que tras dar alcance al barco de la reina se sumió en una profunda depresión acrecentada por el hecho de que las legiones acantonadas en Cirenaica se habían pasado a su enemigo. Entre tanto Cleopatra, entró en Alejandría con los barcos adornados como si hubiera ganado la guerra y eliminó a todos los que querían aprovechar la delicada situación para mermar su poder.
Por su parte, Octavio erigió en su campamento un enorme monumento en honor de la Victoria en el lugar que posteriormente fundó la ciudad de Nikópolis.


El vencedor de Accio en todo su esplendor
Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano


      La batalla de Accio fue cantada por todos los poetas del entorno de Mecenas que la consideraron como el inicio de una nueva Edad de Oro; especialmente bellos son los versos que le dedica el más grande poeta latino, Virgilio, en su Eneida, porque refleja el profundo patriotismo con el que la afrontó el pueblo de Roma e Italia:
“A este lado César Augusto guiando a los ítalos al combate con los padres y el pueblo romano, y los Penates y los grandes dioses, en pie en lo alto de la popa, al que llamas gemelas le arrojan las espléndidas sienes y el astro de su padre brilla en su cabeza.
En otra parte Agripa con los vientos y los dioses de su lado guiando altivo la flota; soberbia insignia de la guerra, las sienes rostradas le relucen con la corona naval.
 Al otro lado con una tropa variopinta de bárbaros, Antonio, vencedor sobre los pueblos de la Aurora y el rojo litoral,  Egipto y las fuerzas de Oriente y la lejana Bactra arrastra consigo, y le sigue, ¡oh, sacrilegio!, la esposa egipcia.
Todos se enfrentaron a la vez  y espumas echó todo el mar sacudido por el refluir de los remos y los rostros tridentes. A Alta mar se dirigen; creería que las Cícladas flotaban arrancadas por el piélago o que altos montes con montes chocaban, en popas almenadas de moles tan grande se esfuerzan los hombres. Llama de estopa con la mano y hierro volador con las flechas arrojan, y enrojecen los campos de Neptuno con la nueva matanza.
La reina en el centro convoca a sus tropas con el patrio sistro, y aún no se ve a su espalda las dos serpientes. Y monstruosos dioses multiformes y el ladrador Anubis empuñan sus dardos contra Neptuno y Marte y contra Minerva. En medio del fragor Marte se enfurece  en hierro cincelado, y las tristes Furias desde el cielo, y avanza la Discordia gozosa con el manto desgarrado acompañado de Belona con su flagelo de sangre. Apolo, viendo esto, tensaba su arco desde lo alto; con tal terror todo Egipto y lo indos, toda la Arabia, todos los sabeos su espalda volvían. A la misma reina se veía, invocando a los vientos, las velas desplegar y largar amarras. La había representado el señor del fuego pálida entre los muertos por la futura muerte, sacudida por las olas y el Yápige; al Nilo, enfrente, afligido con su enorme cuerpo y abriendo su seno y llamando con todo el vestido a los vencidos a su regazo azul y a sus aguas latebrosas”. (Virgilio. Eneida. Libro VIII. 678-713).

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