Vista de Roma desde el Aventino. Roma 2018
He vuelto. Tras cuatro
largos años de espera, no exentos de dificultades, el pasado 16 de mayo
aterricé por fin en Fiumicino. Y mi corazón volvió a palpitar con esa
intensidad que sólo se alcanza cuando se está cerca de lo que uno más ama.
Atrás quedaban los
problemas cotidianos de las últimas semanas, las prisas, el desasosiego de jornadas
en que las horas se suceden sin piedad, ahogando el tiempo que deberíamos
dedicar a las cosas verdaderamente importantes. Por delante me esperaban cinco
días para seguir de la mano de Augusto la estela de una Roma perdida que está
más viva que nunca. Y durante ese breve pero intenso período, ella y sólo ella, ocuparía la totalidad de mis pensamientos y mis actos.
Mi primera visita, como no
podía ser de otra forma fue a los Museos Vaticanos, a rendir pleitesía a mi
divino Augusto Imperator que, eternamente inmortal, me esperaba en un remodelado
Braccio Nuovo, con el nuevo color de sus
paredes, lo que proporciona a su imagen una mayor belleza y majestuosidad.
Después de unos instantes con él, sala tras sala, fui encontrándome con las
huellas del pasado imperial y con las insuperables obras pictóricas de
Pinturicchio (Salas de los Borgia), Rafael y Miguel Ángel. Una vez más pude
sentir cuan pequeño parece el hombre ante la inmensidad capturada entre las
paredes de la Capilla Sixtina.
Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018
Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018
El día siguiente me
reservaba la visita más anhelada de todo el viaje: por primera vez pude acceder
en el Palatino a las estancias privadas de la Casa de Augusto y a la Casa de
Livia, cuya restauración fue un regalo de Roma a su emperador más amado en el
año 2014, en el que se conmemoró los 2000 años de su muerte. Yo ya había estado
en anteriores ocasiones en la zona destinada a la representación oficial en la
Casa de Augusto (abiertas al público desde el 2007), pero el resto casi nunca
se había mostrado. Los momentos que pasé en su interior, de una forma casi
privada, fue un auténtico gozo para los sentidos, no sólo por el exquisito
gusto pictórico del creador del Imperio romano y de su esposa, sino por la
manera en que está orientada la visita, acompañada de material audiovisual que
permite la reconstrucción de algunas de las estancias sugiriéndonos una idea
bastante aproximada de cómo eran hace 2000 años. Sencillamente maravillosa la
experiencia, a lo que se suma la emoción de estar pisando el mismo suelo y
estar envuelta por el mismo ambiente que ellos pisaron. Igualmente volví al
Criptopórtico de Nerón, donde una vez más sentí escalofríos bajo esos muros,
testigos mudos del asesinato de Calígula.
El resto de mi visita
por el Foro Romano fue apoteósica pues pude pasear por nuevos recorridos, nunca
visitables hasta ahora: el área del Templo de Venus y Roma (que permitía las
vistas más hermosas del Coliseo que he visto jamás), la Fuente de Juturna, el
Lacus Curtius, el Foro de la Paz… Mi recorrido por la Roma que más amo culminó, como no podía ser de otra forma en el Anfiteatro Flavio, cuyo exterior
restaurado me dejó sin aliento. Imponente, como siempre, es imposible no
buscarlo cada vez que se alza la mirada desde cualquier rincón del Foro Romano.
Aunque me fue imposible subir al anillo V, la grandiosidad y desnudez de su
interior me sobrecogió una vez más.
Casa de Augusto. Siglo I d.C. Roma 2018
Casa de Augusto. Siglo I d.C. Roma 2018
Casa de Augusto en reconstrucción multimedia. Siglo I d.C. Roma 2018
Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018
Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018
Casa de Livia. Siglo I d.C. Roma 2018
Criptopórtivo de Nerón. Siglo I d.C. Roma 2018
Fuente de Juturna. Roma 2018
Atrio de la Casa de las Vestales. Roma 2018
Relieve junto al Lacus Curtius. Roma 2018
Coliseo. Roma 2018
Coliseo. Roma 2018
Emoción sólo igualada al
volver a contemplar el Panteón, el milagro más grande de la arquitectura, que
los ángeles preservaron para regalar a la multitud de personas que flanquean el
dintel de su entrada cada día la ilusión de acercarnos al cielo cuando se eleva
la mirada, o la mágica armonía que emana de las paredes del Ara Pacis, el altar
que el Senado regaló a mi emperador en el año 9 a.C. a su vuelta de la Galia e
Hispania. A pocos metros de allí, tuve que hacer una parada obligada en el Mausoleo
cuyas obras siguen avanzando. Me conmovió ver los andamios y el presentimiento de
que queda un día menos para que toda la obra del divino Augusto esté a salvo.
Panteón de Agripa. Siglo II d.C. Roma 2018
Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2018
Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2018
Poco a poco la Roma
Imperial me fue mostrando cada uno de sus rincones: el Foro Boario, los templos
republicanos del área sacra de Largo Argentina, los Foros imperiales, el Castel
Sant’Angelo, el Circo Massimo, los restos del Horologium Augusti… En esta ocasión, pude acceder también a un lugar
muy especial en el que no había estado nunca por su dificultad de acceso: la Domus Aurea. El gran palacio de Nerón
puede visitarse únicamente los fines de semanas en pequeños grupos guiados cuya
recaudación va íntegramente destinada a los trabajos de conservación de la
casa, amenazada de grandes peligros, el más preocupante de éstos la humedad.
Por ello, la primera medida prevista es la
construcción de un jardín sobre la misma (la Domus Aurea se encuentra bajo el nivel del suelo) que absorba el
exceso de agua y así evitar que no alcance las maravillosas pinturas que tanta
influencia tuvieron durante el Renacimiento. Recorriendo sus inmensas salas fuí
consciente de como el hogar de cada uno es el reflejo supremo de la
personalidad de sus moradores. Lo que en Augusto es todo modestia y contención,
en Nerón es grandiosidad y exuberancia: los altos techos, los grandes salas
(entre las que destaca la sala octogonal que inspirará la cúpula del Panteón), la escenografía a base de cascadas, juego de
luces y efectos especiales con los que Nerón deleitaba a sus invitados
contrastan notablemente con la simplicidad del hogar del primer emperador
romano. Igualmente una proyección multimedia nos mostraba como era el Palacio
en época de Nerón de tal manera que parecía que viajábamos en un túnel del
tiempo hasta el siglo I de nuestra era.
Faltaba una última cita
con la Roma Antigua: el museo de las Termas, donde pude deleitarme una vez mes
ante la sublime visión del Augusto Pontifex Maximus y con los frescos de la
Villa de Livia en Prima Porta en la intimidad que propicia este museo, mucho
menos masificado que el resto de museos romano.
A pesar de que la
presencia de Augusto es constante en cada rincón de la ciudad que tanto amó
(incluso en las proyecciones nocturnas en su Foro que llena los vestigios del
templo de Marte Vengador con su imagen) también hubo tiempo para perderme en la
Roma de Bernini, en la Roma Cristiana, en la Roma de las fuentes y plazas más
bellas del mundo, en la Roma de los parques y jardines, en la Roma bulliciosa del Trastevere.
Domus Aurea. Siglo I d.C. Roma 2018
Domus Aurea. Siglo I d.C. Roma 2018
Domus Aurea. Único resto del pavimento original. Siglo I d.C. Roma 2018
Domus Aurea. Sala octogonal. Siglo I d.C. Roma 2018
Augusto Pontifex Maximus. Siglo I d.C. Museo de las Termas. Roma 2018
Pinturas de la Villa de Livia en Prima Porta. Siglo I a.C. Museo de las Termas. Roma 2018
Pinturas de la Casa de la Farnesina. Siglo I a.C. Museo de las Termas. Roma 2018
Así, una visita obligada
fue a la Galería Borghese donde se custodian las obras mitológicas de mi
escultor favorito: Gian Lorenzo Bernini. Para mí el artista napolitano es el
único que puede disputarle a Miguel Ángel el puesto de ser el más grande.
Aunque siento devoción por Buonarotti, mi balanza se inclina un poco más hacía
Bernini, hacia la vitalidad y inflamación de los sentidos que emanan de sus
imágenes, hacia la morbidez de un mármol cincelado con tal perfección que puede
llegar a confundirse con carne palpitante, hacia el éxtasis de sus figuras
religiosas que encierran en realidad una exaltación de la vida y sus placeres. Como dice Javier Reverte
“Roma no ha dejado de amar al sensual,
transgresor y mundano Bernini, el más italiano de todos los artistas de Italia”
(Un Otoño romano).
Apolo y Dafne. Gian Lorenzo Bernini. 1622-25. Galeria Borghese. Roma 2018
Plutón y Proserpina. Gian Lorenzo Bernini. 1621-22. Galeria Borghese. Roma 2018
Paolina Bonaparte. Antonio Canova.1805-8. Galeria Borghese. Roma 2018
Con Bernini me despedí
de Roma, aunque cierto es que no caben despedidas de lo que vive dentro de ti.
Desde aquí mi más
sincero agradecimiento a las personas que con su trabajo y dedicación hacen
posible la conservación de las joyas arqueológicas y artísticas de la ciudad con
más patrimonio histórico del mundo. Con vuestra inconmensurable labor habéis conseguido
que Roma no sólo siga siendo la Ciudad Eterna sino que sea la urbe de la antigüedad
que mejor ha envejecido.
Buen relato. Corto y conciso...no como otros que yo me se...☺
ResponderEliminarEsto es poesía pura...
ResponderEliminarMuchas gracias por leerme! Un saludo
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