Eneas, Anquises y Ascanio. Gian Lorenzo Bernini. 1618-19. Galleria Borghese. Roma 2018
Ya en el proemio del Libro III de
las Geórgicas anuncia Virgilio su
futuro poema “construiré un templo de
mármol. Colocaré al César (Augusto) en el centro y él presidirá el templo”.
Lápix cura a Eneas acompañado de Venus y su hijo Ascanio. Fresco de la Casa de Sirico. Siglo I d.C. en Pompeya. Nápoles. Museo Arqueológico Nacional
Probablemente comenzó a escribir la
obra en 29 a .C.
tras la publicación de las Geórgicas.
Se tiene constancia de que Augusto en el 26 a .C., mientras dirigía las guerras cántabras
en Hispania solicitó al poeta un resumen de lo que llevaba escrito. Virgilio no
pudo ofrecerle nada aún pues se sentía desbordado por la tarea que había
emprendido. Eso, unido a que no escribía más de un verso al día. Esta circunstancia
aumentó el ansia del Príncipe por el poema, transmitido a toda Roma, que
esperaba con impaciencia los versos del poeta de Mantua. Incluso el poeta Sexto
Propercio escribió: ¡Haceos a un lado,
escritores romanos!¡Abrid paso, griegos! ¡Está naciendo algo más grande aún que
la Iliada ”.
No muchos años después Virgilio pudo satisfacer las
demandas del emperador ofreciéndole una lectura pública de los Libros II, IV y
VI, los más impresionantes, que conmovieron profundamente a la familia imperial,
especialmente a Octavia al escuchar los bellísimos versos dedicados a su fallecido
hijo Marcelo, y al propio Augusto “Y entonces Eneas, que a su lado marchar veía a un joven de
hermoso aspecto y armas brillantes, mas con su frente ensombrecida y los ojos
en un rostro abatido, preguntó ¿Quién padre, es aquel que así acompaña el
caminar del héroe? ¡Qué estrépito forma su séquito! ¡Qué talla la suya! Pero
una negra noche de triste sombra vuela en torno a su cabeza. A lo que el padre
Anquises sin contener las lágrimas repuso:. ¡ay, hijo! No preguntes por el que
será un gran duelo entre los tuyos; los hados lo mostrarán a las tierras
solamente un instante y que más sea no habrán de consentir. ¡Pobre muchacho,
ay! Si puedes quebrar un áspero sino, tú serás Marcelo. Dadme lirios a manos
llenas, que he de cubrirlo de flores”. (Libro VI. 860-884).
Eneas huyendo de la destrucción de Troya. Federico Barocci. 1598. Roma. Galeria Borghese
El poema se divide en 12 Libros con dos partes
claramente diferenciadas:
- Libros I a VI.- Eneas, hijo del mortal
Anquises y de la diosa Venus, huye de Troya junto con su padre y su hijo, Iulo
(Ascanio). Su esposa Creúsa ha quedado atrás, al desaparecer entre la multitud
que corría despavorida intentando abandonar la ciudad arrasada por los griegos.
Las naves del héroe acaban recalando en las costas africanas donde pasa una
temporada junto a Dido, reina de Cartago, con la que vive un apasionado
romance. A la reina, relata Eneas en un banquete la caída de Troya y de cómo
alentado por el fantasma de Héctor (que se le apareció en sueños) partió con
sus barcos para buscar unas nuevas murallas para la ciudad. En ese trayecto desde
las Costas de Épiro a Sicilia, en el que pasa multitud de vicisitudes, ve morir
a su padre Anquises en el puerto de Drépano.
Eneas cuenta a Dido las desgracias de Troya. Pierre Narcisse Guerin. 1815. París. Museo del Louvre
- The
Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei, DVD-ROM, 2002, ISBN 3936122202.
Distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH (permission). Image renamed from
Image:Pierre-Narcisse Guérin 001.jpg. Disponible bajo la licencia Dominio
público vía Wikimedia Commons -
El
Libro IV, uno de los más bellos de todo el poema, narra los amores de Dido y
Eneas con una sensibilidad y un estudio psicológico de los personajes jamás
conseguido en la literatura antigua. Cuando Eneas, espoleado por los dioses
debe partir a continuar su misión, la reina (quizás el personajes más potente
del poema) se suicida, maldiciendo al héroe y a toda su descendencia. Siempre
se ha querido ver en este hecho la gran rivalidad entre Roma y Cartago, enfrentadas
históricamente por el dominio del Mediterráneo.
“Cuando (Dido) el lecho conocido contempló (el que había compartido con Eneas), en breve pausa de lágrimas y recuerdos, se recostó en el diván y profirió sus últimas palabras: “dulces prendas mientras los hados y el dios lo permitían, he vivido y he cumplido el curso que Fortuna me había marcado, y es hora de que marche bajo tierra mi gran imagen. He fundado una ciudad ilustre, he viso mis propias murallas, castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo; feliz, ¡Ah! Demasiado feliz habría sido si a nuestras costas nunca hubiesen tocado los barcos dardanios”. Dijo, y la boca pegada al lecho “Moriremos sin venganza, mas muramos” añade “Así, así me place bajar a las sombras. Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar al troyano cruel y se lleve consigo la maldición de mi muerte” (Libro IV. 648-662).
Eneas se despide de Dido. Guido Reni. 1630.
Fuente: http://consentidoscomunes.blogspot.com.es/2014/11/dido-reina-de-cartago-ii-galeria-dido.html
“Cuando (Dido) el lecho conocido contempló (el que había compartido con Eneas), en breve pausa de lágrimas y recuerdos, se recostó en el diván y profirió sus últimas palabras: “dulces prendas mientras los hados y el dios lo permitían, he vivido y he cumplido el curso que Fortuna me había marcado, y es hora de que marche bajo tierra mi gran imagen. He fundado una ciudad ilustre, he viso mis propias murallas, castigo impuse a un hermano enemigo tras vengar a mi esposo; feliz, ¡Ah! Demasiado feliz habría sido si a nuestras costas nunca hubiesen tocado los barcos dardanios”. Dijo, y la boca pegada al lecho “Moriremos sin venganza, mas muramos” añade “Así, así me place bajar a las sombras. Que devore este fuego con sus ojos desde alta mar al troyano cruel y se lleve consigo la maldición de mi muerte” (Libro IV. 648-662).
La muerte de Dido. Gian Battista Tiepolo.
Fuente: http://consentidoscomunes.blogspot.com.es/2014/11/dido-reina-de-cartago-ii-galeria-dido.html
De
nuevo en ruta, Eneas llega hasta Cumas donde el fantasma de su padre Anquises
lo guía por el infierno por expreso deseo del héroe y le muestra hechos futuros
de la historia de Roma. “Sólo esto te
pido, llegar a la presencia de mi querido padre y tocar su rostro. Y a él,
entre las llamas y los dardos a miles que nos seguían, lo rescaté sobre mis
hombros y lo libré de las manos del enemigo; él siguiendo mi camino, todos los
mares conmigo y todas las amenazas del piélago y del cielo soportaba, sin
aliento, más allá de sus fuerzas y de la
suerte de sus años”. (Libro VI. 106-114).
Es desgarrador el reencuentro con Dido: “la fenicia Dido, reciente aún su herida, errante andaba por la gran selva; el héroe troyano cuando llegó a su lado y la reconoció oscura entre las sombras, como el que a principio de mes, ve o cree haber visto alzarse la luna entre las nubes, lágrimas vertió y le habló con dulce amor: “Infeliz Dido, ¿así que era cierta la noticia que me llegó de que habías muerto y buscado el final con la espada? ¿Fui entonces yo ¡ay! la causa de tu muerte? Por los astros juro, por los dioses y por la fe que haya en lo profundo de la tierra; contra mi deseo, reina me alejé de tus costas. Que los mandatos de los dioses, que ahora a ir entre sombras, por lugares desolados me fuerzan y una noche cerrada, me obligaron con su poder; y creer no pude que con mi marcha te causara un dolor tan grande. Detente y no te apartes de mi vista. ¿de quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo” Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía. Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas, sin que más mueva su rostro el discurso emprendido que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia. Se marchó por fin y hostil se refugió en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo, comparte sus cuitas y su amor iguala. Eneas por su parte emocionado con el suceso inocuo y mientras se aleja, llorando la sigue de lejos y se compadece”. (Libro VI. 450-476). Son conmovedoras las lágrimas del héroe vertidas por amor, en un tiempo en que el que no era habitual mostrar lo sentimientos; sólo un alma sensible como la de Virgilio podía plasmar esas escenas sin que Eneas perdiera su heroicidad.
Eneas y la Sibila de Cumas. François Perrier. 1646. Varsovia. Museo Nacional
Fuente: Trabajo propio (BurgererSF).
Disponible bajo la licencia Dominio público vía Wikimedia Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Perrier_Aeneas_and_the_Cumaean_Sibyl.jpg#/media/File:Perrier_Aeneas_and_the_Cumaean_Sibyl.jpg
Es desgarrador el reencuentro con Dido: “la fenicia Dido, reciente aún su herida, errante andaba por la gran selva; el héroe troyano cuando llegó a su lado y la reconoció oscura entre las sombras, como el que a principio de mes, ve o cree haber visto alzarse la luna entre las nubes, lágrimas vertió y le habló con dulce amor: “Infeliz Dido, ¿así que era cierta la noticia que me llegó de que habías muerto y buscado el final con la espada? ¿Fui entonces yo ¡ay! la causa de tu muerte? Por los astros juro, por los dioses y por la fe que haya en lo profundo de la tierra; contra mi deseo, reina me alejé de tus costas. Que los mandatos de los dioses, que ahora a ir entre sombras, por lugares desolados me fuerzan y una noche cerrada, me obligaron con su poder; y creer no pude que con mi marcha te causara un dolor tan grande. Detente y no te apartes de mi vista. ¿de quién huyes? Por el hado, esto es lo último que decirte puedo” Con tales palabras Eneas trataba de calmar el alma ardiente de torva mirada, y lágrimas vertía. Ella, los ojos clavados en el suelo, seguía de espaldas, sin que más mueva su rostro el discurso emprendido que si fuera de duro pedernal o de roca marpesia. Se marchó por fin y hostil se refugió en el umbroso bosque donde su esposo primero, Siqueo, comparte sus cuitas y su amor iguala. Eneas por su parte emocionado con el suceso inocuo y mientras se aleja, llorando la sigue de lejos y se compadece”. (Libro VI. 450-476). Son conmovedoras las lágrimas del héroe vertidas por amor, en un tiempo en que el que no era habitual mostrar lo sentimientos; sólo un alma sensible como la de Virgilio podía plasmar esas escenas sin que Eneas perdiera su heroicidad.
Eneas y la Sibila en el inframundo. Jan Bruegher el joven. 1600. Viena. Kunsthistoriches Museum
También
en el Libro VI realizó el poeta la preciosa alabanza a Augusto que encabeza
este blog: “Éste es, este es el hombre
que a menudo escuchas te ha sido prometido, Augusto César, hijo del divo, que
fundará los siglos de oro de nuevo en el Lacio por los campos que un día
gobernara Saturno, y hasta los garamantes y los indos llevará su Imperio; se
extiende su tierra allende las estrellas, allende los caminos del año y del
sol, donde Atlante portador del cielo hacer girar sobre sus hombros un eje
tachonado de lucientes astros. Ante su llegada, ahora ya se horrorizan los reinos
caspios con las respuestas de los dioses y la tierra meotia; Ni aún Alcides
recorrió tanta tierra” (Libro VI 791-801).
- Libros VII a XII.- Por fin llega Eneas a las costas de Italia y desembarca en el río Tíber, reconociendo en sus orillas la patria predestinada. “Y ya enrojecía con sus rayos el mar y desde el alto éterla Aurora brillaba de azafrán
en su bigas de rosas, cuando se posaron los vientos y se detuvo de repente todo
soplo y se esfuerzan los remos en el tardo mármol. Y ve entonces Eneas un enorme
bosque desde el mar. Aquí el Tíber de amena corriente y rápidas crestas y rubio de la mucha arena irrumpe en el mar.
Alrededor y en lo alto frecuentan aves diversas sus orillas y el curso del río
endulzando el aire con su canto y volaban por el bosque. Torcer el rumbo ordena
a sus compañeros y volver las proas a tierra y alegre se adentra en la
corriente umbrosa” (Libro VII. 25-31). Allí se compromete en matrimonio con
Lavinia, la hija del rey Latino, lo que provoca enfrentamiento con otros reyes
locales, especialmente con Turno, rey de los rútulos, a quien Latino había ofrecido
con anterioridad la mano de su hija.
- Libros VII a XII.- Por fin llega Eneas a las costas de Italia y desembarca en el río Tíber, reconociendo en sus orillas la patria predestinada. “Y ya enrojecía con sus rayos el mar y desde el alto éter
Eneas en la corte de Latino. Ferdinand Bol. 1661-63. Amsterdam. Rijksmuseum
Fuente: www.rijksmuseum.nl:
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Commons - http://commons.wikimedia.org/wiki/File:Bol-aeneas.jpg#/media/File:Bol-aeneas.jpg
Tienen lugar (motivadas por ello) numerosas batallas en el Lacio
por lo que Venus entrega a su hijo un escudo labrado por Vulcano en el que se
recogen escenas de la futura batalla de Accio que enfrentaría a Augusto con
Marco Antonio y Cleopatra. “A este lado
César Augusto guiando a los ítalos al combate con los padres y el pueblo
romano, y los Penates y los grandes dioses, en pie en lo alto de la popa, al
que llamas gemelas le arrojan las espléndidas sienes y el astro de su padre
brilla en su cabeza. En otra parte Agripa con los vientos y los dioses de su
lado guiando altivo la flota; soberbia insignia de la guerra, las sienes
rostradas le relucen con la corona naval. Al otro lado con una tropa variopinta de
bárbaros, Antonio, vencedor sobre los pueblos de la Aurora y el rojo
litoral, Egipto y las fuerzas de Oriente
y la lejana Bactra arrastra consigo, y le sigue, ¡oh, sacrilegio!, la esposa
egipcia. Todos se enfrentaron a la vez y
espumas echó todo el mar sacudido por el refluir de los remos y los rostros
tridentes. A Alta mar se dirigen; creería que las Cícladas flotaban arrancadas
por el piélago o que altos montes con montes chocaban, en popas almenadas de
moles tan grande se esfuerzan los hombres. Llama de estopa con la mano y hierro
volador con las flechas arrojan, y enrojecen los campos de Neptuno con la nueva
matanza. La reina en el centro convoca a sus tropas con el patrio sistro, y aún
no se ve a su espalda las dos serpientes. Y monstruosos dioses multiformes y el
ladrador Anubis empuñan sus dardos contra Neptuno y Marte y contra Minerva. En
medio del fragor Marte se enfurece en
hierro cincelado, y las tristes Furias desde el cielo, y avanza la Discordia gozosa con el
manto desgarrado acompañado de Belona con su flagelo de sangre. Apolo, viendo
esto, tensaba su arco desde lo alto; con
tal terror todo Egipto y lo indos, toda la Arabia , todos los sabeos su espalda volvían. A la
misma reina se veía, invocando a los vientos, las velas desplegar y largar
amarras. La había representado el señor del fuego pálida entre los muertos por
la futura muerte, sacudida por las olas y el Yápige; al Nilo, enfrente,
afligido con su enorme cuerpo y abriendo su seno y llamando con todo el vestido
a los vencidos a su regazo azul y a sus aguas latebrosas” (Libro VIII.
678-713).
Turno y Eneas deciden enfrentarse en
duelo por la mano de Lavinia. El rey de los rútulos muere a manos del héroe
troyano. Así concluye el poema aunque nunca sabremos si ese era el final
deseado por el Virgilio “le hunde furioso
en pleno pecho la espada; a él (Turno) se le desatan los miembros de frío y se
le escapa la vida con un gemido, doliente, a las sombras” (Libro XII.
950-953).
La Eneida
se inspira claramente en la
Iliada y la
Odisea de Homero, en Argonaútica
del Apolonio de Rodas y en los Anales
de Quinto Ennio. No obstante, a diferencia de las grandes epopeyas griegas, que
contienen muchos recursos de la tradición oral anterior, la Eneida
no se remonta a ninguna tradición oral pasada sino al contrario es el fruto del
anhelo de crear un pasado glorioso para Roma y para su Príncipe, enlazando con
el mundo de héroes y dioses de las obras homéricas. Es un poema profundamente
patriótico cargado de épica y de predestinación. “Bajo el rubio manto de una loba nodriza, Rómulo se hará cargo del
pueblo y alzará las murallas de Marte y por su nombre les dará el de romanos. Y
yo no pongo a éstos ni meta ni límites de tiempo; les he confiado un imperio
sin fin. Y hasta la áspera Juno, que ahora fatiga de miedo el mar y las tierras
y el cielo, cambiará su opinión para mejor, y velara conmigo por los romanos,
por los dueños del mundo y el pueblo togado” (Libro I. 275-279). La belleza
y precisión técnica de sus versos es tal que lo convierten en un modelo de
perfección literaria.
Eneas vence a Turno. Luca Giordano. 1688. Madrid. Museo del Prado
Fuente: https://www.museodelprado.es/coleccion/galeria-on-line/galeria-on-line/obra/turno-vencido-por-eneas/
¡Hola! de forma casual he llegado a este blog y quiero felicitaros por la excelente información que tenéis de los primeros emperadores de Roma.
ResponderEliminarEn cuanto a la narración de Virgilio, creo que se le fue la pinza en muchos versos, tergiversando hechos históricos para tener un argumento romántico para La Eneida.
Sabemos que Dido fue la fundadora de la fortaleza de Birsa (futuro reino de Cartago, rival de Roma), pero científicos y expertos han comprobado que Eneas vivió tres siglos antes de este hecho y por ende es imposible que hubiera un amorío entre la reina y Eneas.
Un cordial saludo
La Eneida es un poema en el que la leyenda y la realidad conviven casi todo el tiempo. Virgilio de alguna manera quiso explicar desde la lírica el origen de la rivalidad romano-púnica. Y está claro que estaba al servicio del Principado de Augusto, así que no dudó en alterar lo que hiciera falta para exaltar la gens del emperador. Independientemente de la veracidad de los hechos, me emociona la grandeza del poeta a a hora de plasmar los sentimientos de los personajes. Muchas gracias por leerme.
ResponderEliminarInteresante el artículo sobre la Eneida. Enhorabuena.
ResponderEliminarMuchas gracias!
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