Como hoy comienza la
Semana Santa quiero dedicar esta breve reseña al origen romano del dulce más
típico de la Cuaresma: la torrija.
La primera referencia de
un producto de elaboración parecida la realizó el gastrónomo Apicio, que vivió
en época Tiberio. Marco Gavio Apicio es un extravagante personaje que dedicó su
vida y su fortuna a la organización de impresionantes banquetes en los que se
deleitaba en asombrar a sus invitados con nuevos y exóticos sabores. A él se
debe, el libro de cocina más antiguo conservado: De Re Coquinaria.
En éste incluye la
receta de un dulce que él denomina Aliter
dulcia, que consistía en pan bañado en leche, cocido y cubierto de miel.
Apicio indica que se debe “poner en leche
la miga de pan de mosto (el de África es el de mejor calidad). Cuando haya
absorbido bien la leche, ponerlo en el horno sólo un momento, para evitar que
se seque. Sacar y untarlo con miel mientras está caliente, pichándolo para que
la absorba. Espolvorear pimienta y servir” (De Re Coquinaria, Libro VII, XI).
En España, la torrija
aparece ya documentada en el siglo XV. Comenzó a prepararse para insuflar
energía a las parturientas tras dar a luz.
Con posterioridad se
asoció a la Cuaresma, aunque no se sabe el motivo con exactitud; quizás porque
en el tiempo que no se podía comer carne era una forma de no desperdiciar el
pan sobrante, que también se consumía en menor cantidad o, al ser un producto
de gran aporte calórico, se utilizaba para compensar los períodos de
abstinencia.
No sólo se elaboran en
España sino que muchos países tienen su propia versión, como es el caso de
Francia (pain perdu), Gran Bretaña (knights of Windsor)o Alemania (Arme ritter), entre otros.
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