“Hubo muchos prodigios que anunciaron su
asesinato. En Olimpia, la estatua de Júpiter que había ordenado desmontar y
trasladar a Roma, soltó de improviso una carcajada tan imponente que los
andamios se vinieron abajo y los obreros huyeron a la desbandada; acto seguido
apareció un individuo llamado Casio, que pretendía haber recibido en sueños la
orden de inmolar un toro a Júpiter. El Capitolio de Capua fue alcanzado por un
rayo el día de los idus de marzo, así como en Roma la habitación del intendente
del Palacio. Hubo quienes opinaron que el segundo prodigio anunciaba al
emperador un peligro proveniente de sus guardias y que el primero presagiaba un
nuevo regicidio, como el que se había perpetrado otrora esa misma fecha. Asimismo,
cuando consultó acerca de su horóscopo al astrólogo Sila, éste afirmó que su
muerte estaba próxima con toda certeza. Las Fortunas de Anzio le advirtieron también
que se guardara de Casio; por este motivo había dado orden de matar a Casio
Longino, por entonces procónsul de Asia, sin recordar que Querea también se
llamaba Casio”.
Suetonio.
Vida de Calígula, 57, 1-3
Amanece sobre la colina
Palatina. Parece un día normal, el sol brilla en el cielo a pesar del frio del
invierno romano y los pájaros sobrevuelan el Foro; pero el bullicio creciente
del pueblo que se encamina en masa hacia el teatro portátil de madera, levantado
en el suelo más sagrado de Roma, señala que hoy no es un día cualquiera. Se
celebran los juegos palatinos en honor del divino Augusto, algo que augura
dinero y comida gratis para todos. Es el 24 de enero del año 41 de nuestra era.
Calígula. Siglo I de.C. Copenhage. New Carlsberg Glyptotek
El dueño del mundo, a
escasos metros de allí, se ha despertado en su palacio de excelente humor, algo
no muy habitual, pues las noches insomnes le pasan factura cada mañana; de
sobra es conocido por todos que Calígula no duerme apenas. Vestido con una
amplia túnica de vivos colores al más puro estilo oriental con su sien coronada
de áureo laurel se dispone a salir hacia el teatro. A la puerta de sus
aposentos le espera su guardia germana, formada por aguerridos guerreros que lo
escoltaran hasta su lugar en el palco imperial. En la puerta del corredor que
comunica el palacio con el teatro, el tribuno Casio Querea le sale al encuentro
para requerirle el santo y seña del día. Calígula, dirigiéndose a él en su tono
de burla habitual, le indica “dame un
besito”. El veterano pretoriano se cuadra y repite la contraseña con semblante
serio que no desvela ninguna emoción. El emperador se acerca a él y, con gestos
obscenos, frunce los labios acercando su boca a la del soldado para un instante
después alejarse entre sonoras carcajadas flanqueado por los germanos. El día no
podía haber comenzado mejor.
Guardia pretoriana. Relieves del arco de Claudio. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre
Sin embargo algo no va
bien, pues al sacrificar un flamenco en honor de Augusto, la sangre del animal
ha salpicado la túnica de Calígula. No es un buen presagio. Pero el emperador
no ha prestado demasiada atención al escabroso detalle.
Cuando hace su entrada
en el teatro la muchedumbre lo aclama. Y su regocijo aumenta al ver a los
espectadores luchar entre ellos por hacerse con algunos de los regalos lanzados
a la grada.
En el palco se rodea de
sus más fieles colaboradores. Calígula aplaude pletórico la actuación de Mnéster
su actor preferido, al que invita a acercarse para, a continuación, besarlo
sonoramente ante el estupor de las masas. Aunque es algo habitual en él, el
pueblo no se resigna a un emperador de actitudes tan poco romanas.
Mascaras teatrales de Villa Adriana. Siglo II d.C. Roma, Museos Capitolinos
El sol se acerca a su punto
más alto. Es cerca de la una de la tarde. Viniciano insta a Calígula a salir a
comer algo, pero el emperador tiene aún el estómago pesado de la copiosa cena
de la noche anterior por lo que declina el ofrecimiento. Al poco, el senador se
levanta y se disculpa ante él con la excusa de ir a las letrinas. Se aleja por el
pasadizo oscuro que había traído a Calígula hacia allí, y de la oscuridad
emergen otros hombres que le exigen que atraiga al emperador como sea. Entre las
sombras se dibuja la figura imponente de Casio Querea que amenaza con matar al
emperador en el mismo palco. Entre los otros conspiradores lo serenan, a
sabiendas que cualquier error puede acabar en un baño de sangre que les
costaría la vida a todos.
Viniciano vuelve junto a
Caligula. Mientras se encamina hacia él acompañado de varios pretorianos ha
pensado un plan para convencerlo a abandonar su sitio. Le dice que ha llegado
la compañía de actores niños, descendientes de las más nobles familias de Asia,
y que están ansiosos por saludarle. El César se levanta entusiasmado y sigue al
senador nuevamente por el pasadizo escoltado sólo por los pretorianos. Lo
acompañan su tío Claudio y algunos senadores. La comitiva se desvía hacia la
puerta del palacio seguida por la guardia germana. Calígula, no obstante,
continúa caminando solo por el lóbrego pasadizo bajo la escolta de los
pretorianos con la intención de saludar a los niños. Los soldados han
dispersado a la multitud devota que seguía a Calígula y que podrían servirle de
escudo.
La muerte de Calígula
El silencio y la
oscuridad, sólo rota por la tenue luz que entra por las pequeñas ventanas, lo
envuelve todo. Se oyen pisadas militares procedentes del otro extremo del
corredor. Otro grupo de pretorianos encabezados por Casio Querea sale al
encuentro del emperador. Calígula sonríe mientras comenta con sorna y en voz
alta que hacia él avanza Venus uniformada, en un nuevo ataque al tribuno.
Cuando ambos hombres están frente a frente rodeados de pretorianos, Calígula
vuelve a preguntar a Querea el santo y seña del día. El soldado lo mira con
fiereza, al mismo tiempo que saca una afilada daga de su cinto, mientras le
espeta cerca del rostro que el santo y seña del día ha cambiado, y que no puede
ser otro que ¡libertad!. Ante el estupor de Calígula, Querea le clava la daga
entre el brazo y el cuello en una herida no mortal cercana a la clavícula. El
emperador, gimiendo de dolor, trata de huir pero otra puñalada asestada por
Cornelio Sabino le hace caer de rodillas. Y en ese preciso momento la mayoría
de conjurados, como lobos enfebrecidos, clavan una y otra vez sus espadas en el
cuerpo del príncipe que con los ojos elevados a lo alto implora la protección
de Júpiter. Se piensa que fue Aquila o quizás el mismo Querea quien le asestó
el golpe de gracia. Y hay incluso quien dice que algunos de los conjurados se
jactaron de haber bebido su sangre.
La muerte de Calígula. Lawrence Alma Tadema.1871
Fuente: http://www.contrainfo.com/wp-content/uploads/2016/02/un_emperador_romano_lawrence_alm_tadema.jpg
Al ver el cuerpo
destrozado del emperador, los conjurados huyen a refugiarse irónicamente en la
casa de Germánico, padre de Calígula. En cuanto los guardias germanos se han
enterado del asesinato se lanzan en busca de los asesinos matando con gran
furia a todas las personas que se interponen a su paso. Su rabia no se debe a
la lealtad, sino al hecho de haber perdido al benefactor que los cubría de oro.
Poco a poco se va
extendiendo un rumor por el teatro aunque las noticias son contradictorias. Ante
la duda, creyendo que sea incluso una treta del propio Calígula, nadie se atreve
a mostrar sus sentimientos ni a moverse de sus asientos. Cuando se confirma la
muerte del César, la plebe que en principio exige con violencia la muerte de
los asesinos, pausadamente se dispersa y abandona el teatro. Incluso los
germanos deponen las armas. Un silencio sepulcral inunda las calles de Roma.
En el Palacio imperial,
uno de los conspiradores, Junio Lupo se mueve sigiloso para acabar con la vida
de la emperatriz Cesonia y de su hija Drusila. La esposa de Calígula es
degollada mientras que la niña, que acaba de cumplir dos años, es estrellada
contra la pared.
El asesinato de Cesonia. 1624-1703. Lazzaro Baldi. Roma. Galeria
Spada
En el oscuro pasadizo el
cadáver del dueño del mundo yace abandonado convertido en un despojo. Sólo un
hombre de rasgos orientales y porte regio se atreve a acercarse a él. Con mucha
delicadeza y ayudado por un esclavo coloca el cuerpo del emperador en una
litera y abrigado por la noche lo lleva en secreto hasta los jardines de Lamia
en el Esquilino. Allí lo quema como puede y lo entierra a toda prisa bajo una
capa de fino césped. El hombre en cuestión es Herodes Agripa, amigo íntimo y
leal del emperador, que esos días se encontraba en Roma como su invitado. Pocas
semanas después, al volver del exilio las hermanas de Calígula, Agripina y
Livila rescataron sus restos y los incineraron debidamente. Probablemente sus
cenizas fueron sepultadas en el Mausoleo de Augusto, aunque no hay certeza.
Incluso en Nemi buscan hoy en día sus restos. Según un rumor popular sólo entonces
el fantasma de Calígula dejó de atormentar a los guardias de los jardines de
Lamia y cesaron los horripilantes ruidos que resonaban de noche en el escenario
del crimen.
Moneda de Herodes Agripa
Fuente: De Classical Numismatic Group, Inc.
CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3198715
Así, acabó sus días el
último hijo varón de Germánico, con sólo 28 años de edad, de manera tan
violenta como había vivido. El príncipe más aclamado al llegar al trono que,
con la atrocidad de sus actos, pasó a encabezar desde entonces cualquier lista
de los peores gobernantes de la historia.
Criptopórtico de Nerón. Pasadizo donde asesinaron a Calígula. Roma. Palatino
Fuente: Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=161292
“Cayo murió de este modo, después de haber gobernado a los romanos
durante 4 años y 4 meses. Fue un hombre
que, incluso antes de obtener el imperio, tenía un carácter duro y sin
sentimientos, entregado a los placeres, amigo de la delación. Se atemorizaba
por todo, y por ésto, una vez en el poder, estaba dispuesto a matar. Cuando
disfruto del imperio, se comportó feroz y locamente aun contra aquellos que de
ninguna manera debía tratar indebidamente, matando y no respetando las leyes y
buscando las riquezas para sí. Quiso ser más que los dioses y las leyes, y
resultó perverso para el pueblo. Aquello que la ley consideraba vergonzoso y
condenable, parecíale más honorable que la virtud. No tenía en cuenta a los
amigos, aunque estuvieran ubicados en altos puestos. Se indignaba contra ellos,
infligiéndoles castigos por la menor causa. Para él, eran enemigos todos los
que eran respetados por su virtud: quería que se cumpliera lo que ordenaba su
indómita y desenfrenada voluntad. […]. No
se recuerda de él ninguna acción grande o digna de un rey que haya hecho en beneficio
de sus contemporáneos o la posteridad, excepto los trabajos realizados en los
alrededores de Regio y Sicilia para recibir a los navíos llenos de trigo que
venían de Egipto, obra muy considerable y favorable a la navegación. Pero no la
terminó: la dejó inconclusa por su negligencia. Se preocupó, en cambio de cosas
inútiles, de modo que gastaba grandes cantidades en placeres. […]. De nada le sirvieron las cosas buenas que
aprendió en su instrucción para librarse
de la maldad a la que se inclinaba. Resulta difícil moderarse y gobernarse para
aquellos que no están obligados a dar cuenta de lo que hacen y que tienen
expedito el camino para proceder arbitrariamente. Al principio era tenido en
gran estima por haberse esforzado en emular a los mejores en saber y
reputación; luego, el exceso de sus injusticias terminó por destruir el afecto
que sus contemporáneos le tenían y alimento un odio secreto” (Flavio
Josefo. Antigüedades Judías. Libro
XIX, 2, 5).
¿Tenían un teatro portátil de madera? ¡¡¡¡Que modernos!!!. ¿No había un teatro estable como el de Mérida?
ResponderEliminar¿Porqué mataron a su esposa e hija pero no a sus hermanas?
Creo que la expresión "Libertad" que exclamó Casio Querea es demasiado moderna para aquella época, o significaba otra cosa que actualmente.
De todas maneras, es un magnífico artículo.
Claro que existían en esta época varios teatros de piedra: el Marcelo, el de Pompeyo y alguno más. Imagino que debido a la gran vinculación de Augusto con el Palatino por eso montaban uno portátil allí para celebrar los juegos en su honor, cerca del lugar más sagrado de Roma.
ResponderEliminarEn cuanto a las hermanas, no estaban en Roma. Estaban exiliadas en la isla de Pandataria. Si hubieran estado allí, también hubieran muerto. Fue Claudio quien las hizo volver.
Nada de moderna. La opresión y la libertad han existido desde siempre. Muchas fuentes coinciden en que esa fue su exclamación. La misma expresión fue usada por otros asesinos, que incluso se llamaron a ellos mismos "libertadores", casi un siglo antes cuando asesinaron a César. Si pienso que a mi querido César lo mataron como a este impresentable, se me pone la piel de gallina. Menos mal que la historia y la leyenda de cada uno, ha puesto a cada cual en su sitio. Saludos
¿Cuando Suetonio dice que la estatua de Júpiter soltó una carcajada, se refiere a un sonido o a la risa?
ResponderEliminarSe refiere a la risa, aunque en realidad sería un ruido q se interpretó como tal. Saludos
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