Calígula reformó
levemente la guardia pretoriana para evitar que un solo prefecto acumulara
tanto poder como Sejano o Macrón. Por este motivo dividió el mando del cuerpo
de élite encargado de su seguridad entre dos prefectos. Sólo nos ha llegado el
nombre de uno de ellos, Arrecino
Clemente.
Guardia pretoriana. Relieves del arco de Claudio. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre
En los últimos meses de
su Principado la obsesión de Calígula por evitar una conjura le llevó a
numerosos procesos y ejecuciones. En uno de éstos, según cuenta Dión Casio, uno
de los condenados fingió ser un conspirador y prometió revelar los nombres de
sus cómplices entre los que incluyó a los más fieles colaboradores del
emperador: al liberto Calixto y a los dos prefectos del pretorio. Sólo los
salvó que el delator mencionara también a la esposa de Calígula, cuya lealtad
estaba fuera de toda duda. Así y todo, el César mandó llamar a los otros tres
implicados y les gritó. “yo estoy solo y
desarmado; vosotros sois tres y lleváis armas; si me odias y queréis acabar
conmigo: ¡ea, matadme!”. Los tres se postraron servilmente a sus pies y le
juraron fidelidad proclamando su inocencia.
El emperador intuía que
algo muy grande se estaba fraguando en
contra de él y actuó en consecuencia con toda su dureza, siendo incapaz de
llegar al corazón de la trama. Así, no daba un paso sin estar rodeado de su
guardia imperial germana y de sus pretorianos. La primera contaba en esta época
entre 500 y 1000 miembros reclutados en la provincia de Germania inferior y muy
bien pagados. Sin embargo, no sospechaba que uno de los cerebros de la conjura
definitiva para acabar con su vida lo estaba gestando él mismo en el seno del
Pretorio.
Entre los pretorianos,
Calígula tenía una peculiar relación con uno de sus tribunos: Casio Querea.
Éste era un valeroso soldado, superviviente de la batalla de Teutoburgo y muy
cercano a su padre Germánico. Calígula tenía a Querea como su hombre de
confianza para hacerle el trabajo sucio en muchas ocasiones. Sin embargo, el
veterano de mil batallas no llevaba muy bien este rol dentro de la corte
imperial. Se cuenta que Calígula le ordenó torturar a una liberta, Quintilia, que
supuestamente había sido testigo de injurias contra el emperador. La chica
quedó en tal lamentable estado, sin dejar de mantenerse firme en su inocencia,
que hasta Calígula conmovido la perdonó y recompensó. Desde entonces Casio
Querea ya no fue el mismo, pues cada vez le encomendaban trabajos más
degradantes.
Busto de Calígula. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre.
Fotografía propiedad de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides
Fuente: http://www.rome101.com/Portraiture/Caligula/
Fuente: http://www.rome101.com/Portraiture/Caligula/
A ello se unen las
frecuentes burlas que soportaba por parte del emperador a causa de su voz
aflautada a pesar de su complexión fuerte y varonil. Dice Suetonio, “Casio era ya viejo y Cayo tenía la costumbre de prodigarle toda suerte de
ultrajes, tratándole de cobarde y afeminado. Cuando se presentaba ante él para
pedirle la consigna, le contestaba “Príapo” (dios fálico) o Venus (diosa
femenina), y si le daba las gracias por una razón cualquiera, le tendía la mano
a besar con actitud y movimientos obscenos” (Vida de Calígula, 56, 2).
Estela funeraria del pretoriano Pomponio Próculo. L’Aquila. Museo Nacional de los Abruzzo
Fuente: http://almacendeclasicas.blogspot.com.es/2014/06/la-guardia-pretoriana-la-escolta-de-los.html
Continúa Flavio Josefo
que “[Querea] hacía mucho tiempo que servía en el ejército y estaba descontento de
la conducta de Cayo. Éste le encargó la percepción de los impuestos, así como
también de las deudas atrasadas que se debían al fisco del César. Se demoró en
la percepción de estas cargas, porque habiendo sido duplicadas, y atendiendo
más bien a su carácter que a las órdenes de Cayo se compadecía de aquellos a
quienes tenía que exigírselas. El César se indignó con él, acusándole de
molicie en la percepción de los impuestos. Lo insultaba de mil maneras;
especialmente cuando le daba la palabra de orden el día que estaba de servicio;
escogía un nombre deshonroso y femenino. Lo humillaba de este modo, aunque él
mismo participaba en la celebración de ciertos ritos que había instituido; se
vestía con ropas femeninas y se colocaba en la cabeza trenzas para simular
aspecto de mujer. Querea cuando recibía la consigna, se llenaba de cólera; pero
se irritaba todavía más cuando la transmitía a los demás, pues sabía que
entonces se convertiría en motivo de risa; de modo que los demás tribunos se
divertían a su costa, pues todas las veces que iba a peadir al emperador la
consigna, predecían, que traería como de costumbre, motivo de regocijo”. (Las
Antigüedades de los judíos, XIX, 5).
La consigna era algo sagrado en el contexto
militar. Hasta ahora se habían utilizado siempre palabras insignes como Roma o
Augusto. Pero, Calígula en su línea de agraviar a todas las instituciones, no
obvió a su propia guardia.
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