domingo, 4 de febrero de 2018

Calígula y su guardia pretoriana

Calígula reformó levemente la guardia pretoriana para evitar que un solo prefecto acumulara tanto poder como Sejano o Macrón. Por este motivo dividió el mando del cuerpo de élite encargado de su seguridad entre dos prefectos. Sólo nos ha llegado el nombre de uno de ellos, Arrecino  Clemente.


Guardia pretoriana. Relieves del arco de Claudio. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre

En los últimos meses de su Principado la obsesión de Calígula por evitar una conjura le llevó a numerosos procesos y ejecuciones. En uno de éstos, según cuenta Dión Casio, uno de los condenados fingió ser un conspirador y prometió revelar los nombres de sus cómplices entre los que incluyó a los más fieles colaboradores del emperador: al liberto Calixto y a los dos prefectos del pretorio. Sólo los salvó que el delator mencionara también a la esposa de Calígula, cuya lealtad estaba fuera de toda duda. Así y todo, el César mandó llamar a los otros tres implicados y les gritó. “yo estoy solo y desarmado; vosotros sois tres y lleváis armas; si me odias y queréis acabar conmigo: ¡ea, matadme!”. Los tres se postraron servilmente a sus pies y le juraron fidelidad proclamando su inocencia.
El emperador intuía que algo muy grande se estaba fraguando en contra de él y actuó en consecuencia con toda su dureza, siendo incapaz de llegar al corazón de la trama. Así, no daba un paso sin estar rodeado de su guardia imperial germana y de sus pretorianos. La primera contaba en esta época entre 500 y 1000 miembros reclutados en la provincia de Germania inferior y muy bien pagados. Sin embargo, no sospechaba que uno de los cerebros de la conjura definitiva para acabar con su vida lo estaba gestando él mismo en el seno del Pretorio.


Busto de Calígula. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre.
 Fotografía propiedad de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides
Fuente: http://www.rome101.com/Portraiture/Caligula/


             Entre los pretorianos, Calígula tenía una peculiar relación con uno de sus tribunos: Casio Querea. Éste era un valeroso soldado, superviviente de la batalla de Teutoburgo y muy cercano a su padre Germánico. Calígula tenía a Querea como su hombre de confianza para hacerle el trabajo sucio en muchas ocasiones. Sin embargo, el veterano de mil batallas no llevaba muy bien este rol dentro de la corte imperial. Se cuenta que Calígula le ordenó torturar a una liberta, Quintilia, que supuestamente había sido testigo de injurias contra el emperador. La chica quedó en tal lamentable estado, sin dejar de mantenerse firme en su inocencia, que hasta Calígula conmovido la perdonó y recompensó. Desde entonces Casio Querea ya no fue el mismo, pues cada vez le encomendaban trabajos más degradantes.
A ello se unen las frecuentes burlas que soportaba por parte del emperador a causa de su voz aflautada a pesar de su complexión fuerte y varonil. Dice Suetonio, “Casio era ya viejo y Cayo tenía la  costumbre de prodigarle toda suerte de ultrajes, tratándole de cobarde y afeminado. Cuando se presentaba ante él para pedirle la consigna, le contestaba “Príapo” (dios fálico) o Venus (diosa femenina), y si le daba las gracias por una razón cualquiera, le tendía la mano a besar con actitud y movimientos obscenos” (Vida de Calígula, 56, 2).


Estela funeraria del pretoriano Pomponio Próculo. L’Aquila. Museo Nacional de los Abruzzo

Continúa Flavio Josefo que [Querea] hacía mucho tiempo que servía en el ejército y estaba descontento de la conducta de Cayo. Éste le encargó la percepción de los impuestos, así como también de las deudas atrasadas que se debían al fisco del César. Se demoró en la percepción de estas cargas, porque habiendo sido duplicadas, y atendiendo más bien a su carácter que a las órdenes de Cayo se compadecía de aquellos a quienes tenía que exigírselas. El César se indignó con él, acusándole de molicie en la percepción de los impuestos. Lo insultaba de mil maneras; especialmente cuando le daba la palabra de orden el día que estaba de servicio; escogía un nombre deshonroso y femenino. Lo humillaba de este modo, aunque él mismo participaba en la celebración de ciertos ritos que había instituido; se vestía con ropas femeninas y se colocaba en la cabeza trenzas para simular aspecto de mujer. Querea cuando recibía la consigna, se llenaba de cólera; pero se irritaba todavía más cuando la transmitía a los demás, pues sabía que entonces se convertiría en motivo de risa; de modo que los demás tribunos se divertían a su costa, pues todas las veces que iba a peadir al emperador la consigna, predecían, que traería como de costumbre, motivo de regocijo”. (Las Antigüedades de los judíos, XIX, 5).
 La consigna era algo sagrado en el contexto militar. Hasta ahora se habían utilizado siempre palabras insignes como Roma o Augusto. Pero, Calígula en su línea de agraviar a todas las instituciones, no obvió a su propia guardia.

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