Calígula tras la muerte
de Drusila empezó a mostrarse más trastornado que nunca. Este desequilibrio
mental se manifestó en su sentido más profundo en el ámbito religioso, en el
que desarrolló una serie de políticas muy controvertidas.
Busto de Calígula. Siglo I d.C. Copenhage. New Carlsberg Glyptotek.
Fotografía de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides
Durante su Principado, Augusto sólo
permitió que se le rindiera culto divino en vida en las regiones orientales, únicamente como una medida de acercamiento a pueblos acostumbrados a divinizar a sus
gobernantes y siempre asociando su figura a la de la diosa Roma. Solamente
después de su muerte fue elevado a los altares en todo el Imperio e incluso en
la misma Roma como antes de él únicamente lo había sido Julio César. Ambos
recibieron este honor tras una vida
dedicada al engrandecimiento del poder de Roma y empujados por el gran amor que
les profesaba el pueblo. Calígula no sólo divinizó a su fallecida hermana (una
joven que no había cosechado mérito alguno) sino que empezó a considerarse él
mismo un dios y a exigir al Senado y al pueblo romano que le rindieran culto
divino. Este viraje religioso puede asociarse en parte a su programa político,
muy afín a las monarquías orientales, lo que chocaba con la mentalidad de
Occidente.
Augusto y Roma. Detalle de la Gema Augustea. siglo I d.C, Viena. Kunsthistorisches Museum
Así empezó a aparecer en
público vestido como semidios (Hércules), como dios (Mercurio, Apolo o Júpiter)
o incluso como diosa (Venus o Luna) “Después
de haber adoptado un gran número de sobrenombres (se le llamaba, en efecto,
“Pío”, “Hijo de los Campamentos”, “Padre de los Ejércitos”, César Óptimo
Máximo”) al oír casualmente a los reyes que habían venido a Roma a presentarle
sus respetos discutir ante él durante la comida sobre la nobleza de sus
linajes, exclamó: “haya un solo soberano, un solo rey”, y poco faltó para que
tomara al punto la diadema y transformara la apariencia del Principado en una
monarquía. Pero como le recordaron que él había sobrepasado la altura de los príncipes y de los reyes, comenzó
desde ese momento, a atribuirse majestad divina”. (Suetonio. Vida de Calígula, 22, 1-2).
A veces firmaba los
documentos públicos como Júpiter. Incluso se construyó tres templos en los que
recibir culto: dos en Roma y uno en Mileto. Creó además un grupo de sacerdotes
y víctimas rarísimas (flamencos, pavos reales, urogallos y faisanes). Afirma
Suetonio que en uno de sus templos de Roma colocó una escultura suya de oro,
que cada día vestía con las mismas vestiduras que él llevara.
Calígula (John Hurt) como Venus en un fotograma de la serie Yo, Claudio, 1976
En general, y
probablemente movidos por el miedo, todos aceptaron la pretendida
divinidad del emperador.
Cuenta Dión Casio que “en una ocasión un
galo, al verlo proferir oráculos desde una plataforma elevada disfrazado de
Júpiter, se echó a reír. Entonces Cayo (Calígula) lo llamó a su presencia y le
preguntó: “¿Quién te parece que soy? Y el otro respondió (doy sus palabras exactas):
una gran farsa. Sin embargo, el hombre no sufrió ningún daño ya que sólo era un
zapatero. Pues alguien de la dignidad de Cayo podía soportar la franqueza del
rebaño común más fácilmente que de aquellos que ocupan un alto cargo” (Historia Romana, 26, 8-9).
Solamente los judíos
causaron graves conflictos en Oriente, al negarse a rendir culto al emperador,
por lo que surgieron diversas revueltas en la ciudad de Jamnia a causa de la
construcción de un altar. Fue tal la escalada de violencia que los dirigentes locales
ordenaron destruirlo. En venganza Calígula ordenó que se erigiera una enorme
estatua suya en el Templo de Jerusalén. El gobernador de Siria, Publio
Petronio, retrasó lo posible la ejecución de la orden, temeroso de que tal acto
blasfemo diera lugar a una guerra. Finalmente, parece que Calígula revocó dicho
mandato aconsejado por sus asesores.
Posible réplica del Zeus de Olimpia, obra de Fidias San Petesburgo. Museo del Hermitage
Otras medidas que adoptó
Calígula y que ocasionaron malestar en algunas puntos del Imperio fue la de
sustituir la cabeza de los dioses (algunos realizados por importantes
escultores antiguos) por la suya propia. Cuenta la leyenda que cuando los soldados romanos se acercaron al famoso Zeus de Olimpia con esa intención, la escultura emitió una sonora carcajada, por lo que huyeron asustados sin cumplir la orden (Dión Casio. Historia Romana, 28, 4). En Roma, narran las fuentes antiguas, que construyó un puente por encima del Palatino hasta el Capitolio para tener
contacto directo con Júpiter Óptimo Máximo y que unió el templo de Castor y
Pólux a su propio Palacio. Los arqueólogos debaten aún sobre la veracidad de
estos hechos en base a los vestigios arqueológicos del Foro Romano.
¿Había perdido la
cordura totalmente Calígula al comportarse de este modo? Yo pienso que no, que
nunca perdió el sentido de la realidad sino que su divinización fue exclusivamente
un pulso destinado a demostrar al mundo su omnipotencia, tras los ecos de la
famosa frase que dirigió a su abuela Antonia “recuerda que todo me está permitido y con todas las personas” (Suetonio.
Vida de Calígula, 29,1). Al mismo
tiempo, un poder político de origen divino no podía ser puesto en entredicho
por humanos ni someterse a los designios del Senado. Sin embargo, la idea de
divinización de un emperador vivo era una de las que más horrorizaban al
pensamiento occidental, a pesar de su presunta aceptación por todos los
estratos de la sociedad romana.
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