“Saludos,
Cayo mío, mi querido burrito, sólo el
cielo sabe lo mucho que te echo de menos cuando estás lejos de mí. Pero sobre
todo en días como hoy mis ojos anhelan a mi Cayo y, donde quiera que hayas
estado, espero que hayas celebrado mi sexagésimo cuarto cumpleaños con salud y
felicidad. Imploro a los dioses que el tiempo que me queda de vida lo pase
contigo sano y bien, con nuestro Imperio prosperando, y tú y Lucio
contribuyendo a ello como hombres y preparándoos para sucederme en el deber de
proteger al Estado”.
Aulo Gelio. Noches Áticas. 15. 7, 3
Este fragmento de una carta, escrita
el día de su 64 cumpleaños demuestra el gran amor que Augusto sentía por sus
nietos Cayo y Lucio, a quienes quiso incluso más que a Marcelo y a Druso, si
eso fuera posible.
A pesar de las graves
pérdidas que sufrió la familia imperial con pocos años de diferencia, el
Príncipe no desesperó pues el futuro de Roma estaba asegurado en las personas
de sus adorados pequeños.
Cayo César niño. Siglo I a.C. Roma. Fondazione Sorgente Group
Cayo nació en el año 20 a .C. y fue adoptado por el
emperador junto con su hermano Lucio 3 años después (en 17 a .C.), cuando vino al mundo
éste último. Al vivir sus padres aún, se llevó a cabo una ceremonia simbólica
en la que Augusto golpeaba una balanza tres veces con una moneda de escaso
valor delante de un pretor. Los niños pasaron a llamarse Cayo y Lucio César e inmediatamente
ambos se trasladaron a vivir con su abuelo, siendo educados por éste, por su
padre biológico Agripa y por la emperatriz Livia. Poco pudo opinar al respecto
Julia, la madre de los pequeños, quien apenas tuvo oportunidad de participar en
la educación de sus vástagos. En compensación, al ser la madre de los
príncipes, Julia vio aumentar su prestigio que llegó a equiparar e incluso en
ocasiones superar al de Livia (tal y como quedó reflejado en el Ara Pacis Augustae). Con esta acción,
Augusto señalaba desde el principio por quienes apostaba como herederos del
Principado.
Moneda con Augusto en el anverso y Julia entre Cayo y Lucio en el reverso. Siglo I a.C.
No obstante tuvieron
los mejores preceptores a su cargo, Augusto participó activamente en primera
persona en la instrucción de los niños: les dio clases de literatura, les enseñó
a nadar e incluso se empeñó en que aprendieran una caligrafía parecida a la
suya. Igualmente debió ilustrarles sobre los principios del arte de gobernar
tal y como él entendía. Cuando los niños comían con él, se sentaban a sus pies
y si lo acompañaban en sus viajes, cabalgaban delante o a ambos lados del
carruaje. No sabemos cómo influyó la presencia a veces asfixiante del emperador
en la vida de los niños.
Lucio César niño. Siglo I a.C. Roma. Fondazione Sorgente Group
En torno al año 10 a .C. Augusto eligió al
reputado gramático Marco Valerio Flaco como pedagogo de los chicos. Flaco, que
ya dirigía un colegio en Roma, no tuvo problemas a cambio de un salario de
100.000 sestercios al año en trasladar a todos sus discípulos a una casa cercana
a la de Augusto en el Palatino.
Casi desde la cuna, Augusto
siempre expuso a Cayo y a Lucio, al ojo público por lo que eran muy conocidos y
queridos por el pueblo. Una consecuencia del exceso de mimos que recibían los
niños era que estaban muy mal criados y mostraban en ocasiones conductas
irreverentes. Según Dión Casio, “no sólo
vivían rodeados de lujo, sino que también ofendían al decoro. Por ejemplo, en
una ocasión Lucio llegó sólo al teatro. Prácticamente todos los romanos los
adulaban…y, en consecuencia, los chicos estaban cada vez más consentidos”. (Historia Romana. 55, 9, 1-2).
Moneda con Augusto en una cara y los pequeños Césares en la otra
Así y todo, Augusto
dejaba claro en cada ocasión que sólo se debían brindar honores a los príncipes
“únicamente en caso que los merecieran”. Por ejemplo, en la inauguración del
teatro Marcelo en 13 a .C.
en la que Cayo, con tan sólo 7 años, participó en una exhibición de juegos
troyanos, generando gran expectación, Tiberio le cedió el sitio de honor junto
a su abuelo lo que provocó una gran ovación por parte del público que irritó
enormemente al Príncipe.
Quizás sólo
fuera apariencia, pues Augusto tampoco se molestó mucho en impedir tales
manifestaciones; así tras la muerte de Druso él mismo empezó a dar más
responsabilidad a los niños. Ya en 8
a .C. llevó con él a Cayo a la Galia donde con sólo 12 años
participó en ejercicios militares sin ser aún legalmente un hombre. Del mismo
modo, el emperador mandó emitir monedas con el rostro de su nieto mayor. Esto
fue sólo el principio de un cursus
honorum acelerado pues los hijos adoptivos de Augusto accedieron a todas
las magistraturas con bastante menos edad de las exigidas por la ley. Con
esmero el Príncipe estaba trazando el camino de la sucesión.
Hola:
ResponderEliminarHe detectado un pequeño fallo en el párrafo justo encima de la foto de "Moneda con Augusto en el anverso y Julia entre Cayo y Lucio en el reverso. Siglo I a.C."
Cuando mencionas el Ara Pacis Augustae, se te ha movido una "u" porque has puesto:
Agusutae.
Nada, un fallo sin importancia en un excelente artículo, como siempre.
Muchas gracias por la apreciación Javi! Ya está corregido. Saludos
EliminarMuy interesante esta entrada. Felicidades.
ResponderEliminarMuchas gracias Isabel por leerme y por tu interés
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