“A sus amigos decía que
tenía dos hijas caprichosas a las que adoraba: la República y Julia”
Macrobio. Saturnales. 2,5,4
Supuesto busto de Julia encontrado en Aranova (cerca de Fiumicino)
Julia era la única hija
biológica de Augusto, nacida a finales del año 39 a.C. del breve matrimonio
entre el Príncipe y su segunda esposa Escribonia (de la que se divorció el
mismo día que nació la niña) que fue educada por su padre y su madrastra Livia
siguiendo las rígidas costumbres del antiguo patriciado romano. Su instrucción,
que incluía el trabajo de la lana, estaba sometida a severas reglas, entre las
que destacaba la prohibición de entablar una conversación o llevar a cabo
ninguna acción que no pudiera recogerse en el diario de la casa imperial. No
obstante, teniendo en cuenta su posición, también recibió la más esmerada
educación en retórica y griego. Por ello, Julia se convirtió en una mujer culta
y refinada con amplios conocimientos en arte y literatura.
Frances White interpreta a Julia en Yo, Claudio. Fotograma de la serie. 1976
Utilizada siempre por
su padre como pieza política (con dos años ya estaba prometida a Antilo, hijo mayor de Marco Antonio), la
joven se vio obligada a casarse tres veces por razón de Estado. Su primer
matrimonio con su primo Marcelo (acaecido en 25 a.C.) prometía una relación
idílica: ambos eran jóvenes, guapos, ricos y descendientes de un linaje
ejemplar que se remontaba a la diosa Venus. Julia contaba tan sólo 14 años
cuando se celebró el enlace, interrumpido sólo dos años después a causa de la
muerte inesperada de su prometedor esposo.
Pasado el luto, Augusto
la casó con Marco Vipsanio Agripa, su mano derecha y el más grande general
romano del momento. Julia debió sentirse desilusionada y confusa pues tras
haber tenido un marido de ensueño se encontraba con otro 24 años mayor que ella
y de dudosa estirpe. A pesar de ello, fruto de esta unión nacieron 5 hijos.
Julia con Agripa y su hijo Cayo. La sigue de cerca Tiberio. Ara pacis Augustae. 13- 9 a.C. Roma 2013
Al morir Agripa en el 12 a.C., Julia contrajo nuevas
nupcias con su hermanastro Tiberio. La disparidad de caracteres de la nueva
pareja y otras circunstancias (como la amargura del hijo de Livia que se vio
obligado a divorciarse de su amada esposa Vipsania) provocó que la unión fuera
un absoluto fracaso, a pesar de que en su juventud la hija de Augusto se había
sentido atraída por Tiberio.
Durante su segundo
matrimonio, Julia, cansada de estar sometida a los intereses de Roma y
aprovechando las largas ausencias de su marido, se unió a un grupo de
intelectuales en los que no sólo se debatía sobre poesía y política sino que
también celebraban fiestas hasta altas
horas de la madrugada por lo que, en un acto de rebeldía, Julia empezó a
coleccionar numerosos amantes jóvenes, con los que conseguía sentirse una mujer
y no sólo un objeto al servicio de la sucesión imperial.
La joven, de gran
belleza y personalidad, sabía disfrutar de su posición de hija de Augusto.
Después de dar a luz a sus dos hijos mayores, Cayo (en 20 a.C.) y Lucio (en 17 a.C.) empezó a sentirse la
mujer más poderosa del mundo, por encima incluso de Livia, pues de sus hijos
(adoptados inmediatamente por el emperador) pendían todas las esperanzas de
continuidad del Imperio. Acostumbrada al lujo y a la exhuberancia cuando le
preguntaban por qué no seguía el ejemplo de modestia de su padre ella siempre
contestaba: “Él no se acuerda que es el
César, pero yo nunca olvido que soy la hija del César”. (Macrobio. Saturnales. 2,5, 5, 7).
Moneda con Augusto en el anverso y Julia entre Cayo y Lucio en el reverso. Siglo I a.C.
Es difícil saber si
Augusto, empeñado en imponer a la sociedad romana una estricta moralidad propia
de los inicios de la historia de Roma, conocía el alcance de las diversiones de
Julia, que él entendía como simples chiquilladas de una joven consentida a la
que, a pesar de todo, quería con locura. Si alguna vez le asaltaban las dudas
sobre la fidelidad de su hija hacía su yerno, se tranquilizaba al ver cuánto se
parecían todos sus nietos a Agripa. No obstante, cuando en una ocasión un amigo
le preguntó a Julia, cómo lo lograba, ella replicó que “sólo aceptaba pasajeros cuando la nave estaba completa”, (Macrobio
Saturnales. 2,5,9), es decir, que
sólo mantenía relaciones con otros hombres estando embarazada de su marido.
Escena erótica del Prostíbulo. Siglo I d. C. Pompeya 2011
De carácter
extrovertido e ingenioso siempre tenía una réplica a punto para cualquiera que
osara reprocharle cualquier cosa, incluido su padre. Las fuentes narran
multitud de anécdotas sobre este asunto: por ejemplo una vez presidió junto a
Livia unos juegos de gladiadores, mientras la emperatriz se rodeó de hombres
notables en torno a Julia se dieron cita un grupo numerosos de jóvenes
irrespetuosos. Cuando Augusto le recriminó tal desfachatez por escrito
comparando la actitud de las dos mujeres más importantes de Roma, ella le
contestó mordazmente atacando sutilmente la edad de la emperatriz “estos se
harán viejos conmigo” (Macrobio. Saturnales. 2,6,7,9).
En otra ocasión el emperador no supo disimular su disgusto al verla aparecer en
una recepción con un vestido muy atrevido aunque no le dijo nada. Al día
siguiente Julia se presentó ante el Príncipe con un vestido más recatado. Él, feliz le dijo: “Cuánto más adecuado es este vestido para la hija de Augusto”
Nuevamente la joven replicó con descaro “En
efecto, hoy me he vestido para los ojos de mi padre, ayer para los de mi
marido” (Macrobio. Saturnales. 2,5,5).
Además de los dos
príncipes herederos Agripa y Julia tuvieron tres hijos más: Julia la menor
(nacida en 19 a.C.),
Agripina la mayor (nacida en 14
a.C.), y ya fallecido su padre, en el 12 a.C. vino al mundo el
último vástago de la pareja, al que Augusto llamó Agripa Póstumo, en un
homenaje a su amigo con la finalidad de que no se perdiera su nombre.
Lucio César niño. Copia de busto en mármol. Museo del Ara Pacis. Roma 2013
A partir de aquí y tras
su tercer matrimonio con Tiberio la conducta de Julia comenzó a ser escandalosa
y de dominio público. Al principio se mostró dócil e incluso acompañó
embarazada, aunque obligada, a su marido a sus campañas militares en Panonia y
Germania; allí dio a luz a un niño prematuro que murió casi de inmediato.
Julia, que independientemente de su conducta, era una buena madre que adoraba a
sus hijos, sufrió una gran conmoción por lo que volvió a Roma decidida a vivir
su vida junto al único hombre que había amado de verdad, Julo Antonio, el
último superviviente de los hijos habidos en el matrimonio entre Marco Antonio y
Fulvia. Ambos niños se habían criado juntos desde que Octavia (tercera esposa
de Antonio) acogió en su casa a los hijos de su marido, y se habían vuelto a
reencontrar en los círculos que frecuentaba la joven surgiendo una gran pasión
entre ellos, que apenas se molestaban en ocultar. En el año 6 a.C., Tiberio, convertido en
el segundo hombre más poderoso de Roma, abandonó todas sus funciones políticas,
exiliándose voluntariamente a Rodas, contra la voluntad de Augusto, para huir
de la humillación a la que lo sometía su esposa.
Julia junto a Julo Antonio en un fotograma de la serie Augusto, el primer emperador. 2004
Por su parte, Julo
Antonio y Julia se unieron a una conjura que pretendía acabar con la vida de
Augusto durante el 30 aniversario de la batalla de Azio. Es difícil saber si
Julia estaba al tanto del objetivo final de ésta, pues amaba a su padre;
probablemente lo único que pretendía era forzar su divorcio para poder contraer
matrimonio con su amante y promover los intereses de sus hijos frente a Tiberio
y Livia. Cuentan que en una fiesta nocturna que derivó en orgía por las calles
de Roma, ella subida en los hombros de Julo Antonio, coronó una estatua de
Marsias (símbolo de la libertad) para reivindicar su propia libertad. Es
curioso que Marsias era un sátiro que sufrió castigo por enfrentarse a Apolo,
dios con el que se identifica Augusto.
Cuando se descubrió la
conjura en 2 a.C,
Julia fue acusada de traición y adulterio (se decía que por su cama habían
pasado hombres de todas las razas y condición social, algo poco probable por lo
elitista que era la joven que despreciaba incluso a Tiberio a causa de su
familia paterna, los Claudio Nerón). Augusto había promulgado en 17 a.C. una ley que castigaba
severamente la infidelidad conyugal, la Lex Iulia de adulteriis coeercendis, por lo que no tuvo más remedio que aplicarla a su propia hija que salvó la
vida pero fue desterrada a la pequeña isla de Pandataria. Sus amantes e
implicados en la conjura fueron juzgados y condenados al destierro, a excepción
de Julo Antonio (a quien Augusto había proporcionado una educación digna de un
príncipe) que fue obligado a suicidarse.
Julo Antonio acaricia la cabeza de Julia Menor en el Ara Pacis. 13-9 a.C.
Con la única compañía de su madre, Escribonia,
Julia partió hacia el exilio. En la inhóspita isla, los únicos hombres con
quien podía tener contacto eran los soldados obligados a vigilarla que tenían
prohibido acercarse a ella. No disponía de ningún lujo e incluso la comida era
de lo más frugal. Las pocas visitas que podía recibir eran las supervisadas
por Augusto que solicitaba incluso informes sobre el aspecto físico de los
hombres para que no le resultaran atractivos a Julia.
Algunas
fuentes hostiles a Livia apuntan la implicación de la emperatriz en la caída
en desgracia de Julia. No obstante es poco probable una intervención suya más
allá de intentar advertir a Augusto sobre el comportamiento de su hija.
El
Príncipe soportó mucho peor la deshonra de Julia que la muerte de sus seres queridos, pues
acostumbrado a imponer su voluntad se sintió humillado y ridiculizado además de
llegar a la conclusión de que había fracasado como padre. Estuvo largo tiempo recluido alejado de
la vida pública. Incluso no compareció en el Senado para acusarla sino que
envío una carta con los delitos que se le atribuían y con los nombres de todos
los implicados en la conjura. Cuando se enteró que la liberta encargada del
cuidado de su su hija, Febe, se había suicidado, exclamó que “Desearía haber sido el padre de Febe”.
(Suetonio. Vida de Augusto. 65,2-3). Augusto comunicó a Tiberio el
divorcio de su hija, pero ni le perdonó su abandono ni le permitió volver del
exilio pues en el fondo lo culpaba de la degeneración de la conducta de Julia.
Julia (Vittoria Belvedere) en la miniserie Augusto, el primer emperador. 2004
A pesar de todo, el
pueblo romano sentía una gran simpatía por la joven, de carácter dulce y muy
humano por lo que continuamente reclamaban a Augusto su perdón. Este contestaba
airado “¡que los dioses os castiguen con
hijas o mujeres que se comporten del mismo modo!” (Dion
Casio. Historia Romana. 55,13,1) o “antes se
mezclarán el fuego y el agua que se le permita volver”; algunos seguidores de Julia lanzaron
antorchas encendidas al Tíber en señal de protesta (Suetonio. Vida de Augusto. 65,3).
Después de cinco años,
Augusto cedió y la trasladó a la isla de Reghium a la vez que ordenó que se
suavizaran un poco sus condiciones de vida. Aún así nunca volvió a pronunciar
su nombre y dejó estipulado en su testamento que si le sobrevivía no la
enterraran en su mausoleo.
A los pocos meses de la
muerte de Augusto, Julia falleció a la edad de 53 años, amargada por las
noticias que les llegaban de Roma comunicándole una tras otras las desgracias
acaecidas a sus hijos: primero las muertes de Cayo y Lucio, después el
destierro de Agripa Póstumo y su posterior muerte además de la deshonra de su
hija menor, Julia, que al igual que ella moriría 20 años después desterrada en
otra Isla. Según Tácito, Tiberio (que había vuelto a Roma tras la muerte
prematura de los nietos de Augusto y que heredó el trono imperial) “dejo morir (a la que fuera su esposa)
lentamente de hambre, exiliada y deshonrada”. (Anales. 1,53). Todas sus esculturas fueron destruidas, de ahí que
se haga tan difícil la identificación de retratos suyos.
Busto de Tiberio. Siglo I a.C. Copenhage, Carlsberg Glyptotek
Por mi parte, pienso
que Augusto que controlaba hasta el más mínimo detalle lo que ocurría en
cualquier lugar de su vasto Imperio, debía conocer hasta cierto punto las costumbres disolutas de
su hija, y de alguna manera las consentía;
sólo actuó duramente cuando sus acciones empezaron a ser de dominio público y a tener consecuencias
políticas. En ese momento se vio obligado
a elegir entre sus dos hijas y pese al gran dolor que sufrió en su corazón,
sacrificó a Julia en aras de lo que él creía que era lo mejor para Roma: "Cuando se gobierna no se puede admitir ningún tipo de debilidad a pesar de tu propio sufrimiento y del que puedas inflingir a los tuyos" (Así Augusto se despide de Julia en la MIniserie Augusto, el primer emperador, 2004). Es curioso que la familia divina retratada magistralmente en el Ara Pacis sólo unos años antes, en 2 a.C. se hubiera desintegrado casi al completo en tan poco tiempo.