Cleopatra VII. Relieve del Templo de Hathor. Siglo I a.C. Dendera.
Sólo hay una figura
histórica a la que admiro tanto como a mi Augusto Imperator y no es otra que la
reina Cleopatra; paradójicamente, su mayor enemiga. Está claro que el desenlace
de la disputa entre ambos fue el que yo hubiera deseado porque a Augusto me une,
por encima de todo, nuestra mutua pasión desmedida hacia Roma, cuya supervivencia se
decidió en la batalla de Accio; sin embargo el ejemplo de la Reina del Nilo unido a mi
fascinación por la cultura egipcia me acompaña cada día. Mujer excepcional como
ninguna otra, luchó hasta el último aliento por liberar a Egipto de la
esclavitud romana sobreponiéndose siempre a las adversidades y logrando
destacar en un mundo de hombres. Con su arrolladora personalidad e inteligencia (más que con la legendaria
belleza que se le atribuye y que no lo fue tal) conquistó a los dos romanos más
influyentes de su tiempo y aunque el tercero acabó llevándola a la tumba, se
obsesionó hasta tal punto con ella que su propaganda peyorativa devastadora en
lugar de destruir su memoria acabó creando un Mito. Sólo ella, siendo mujer,
consiguió lo mismo que Anibal cuando se plantó a las puertas de Roma con sus
elefantes: hacer temblar los cimientos de la ciudad más poderosa de todos los
tiempos. Todo se ha dicho sobre Cleopatra, yo por mi parte Intentaré trazar un
perfil lo más humano posible de la persona inigualable que se escondía debajo
de la mítica soberana intentando despojarla de la ponzoña que los siglos ha vertido sobre ella.
Busto de Cleopatra joven como reina macedónica. Siglo I a.C, Belín. Museo Altes
Cleopatra
Filópator Nea Thea nacida en enero del 69 a .C. fue la séptima reina egipcia que llevó
tal nombre y la última de la dinastía Ptolemaica fundada por Ptolomeo I Sóter,
uno de los generales de Alejandro Magno. Por tanto, su ascendencia era griega siendo
muy probable que por sus venas no corriera ni una sola gota de sangre egipcia.
De hecho hasta su famoso nombre es macedónico (así se llamaba la hermana de
Alejandro). La pequeña princesa, huérfana de madre a muy temprana edad, creció
en un ambiente en el que las intrigas y la traición entre los miembros de la
corte estaban a la orden del día. Por eso desde la más tierna infancia tuvo que
aprender a sobrevivir en ese mundo peligroso. Su padre Ptolomeo XII Auletes,
más dedicado a la diversión que a gobernar, se mantenía en el trono gracias al
apoyo de Roma, a la que cubría de oro a cambio de su ayuda. De hecho en el año 55 a .C. la ciudad del Tiber
ayudó a Ptolomeo a recuperar su trono, usurpado por su hija Berenice IV, a la
que mandó ejecutar al recuperar su reino. El águila romana volaba al acecho de
conflictos en el país del Nilo pues su oro y su trigo eran de vital importancia
para el ascenso imparable de Roma.
Cleopatra. 51-30 a.C. San Petesburgo. Museo del Hermitage
Con sólo 18 años (en el 51 a .C), Cleopatra subió al
trono junto con su hermano Ptolomeo XIII con quien tuvo que contraer matrimonio
tal y como estipulaba el testamento de su padre. Los inicios de su reinado
fueron tan inestables que 3 años después (en 48 a .C), a causa de las
hambrunas que sufrió el país y de las continuas maquinaciones de su hermana
menor Arsinoe por hacerse con el trono (que contaba con el apoyo de sus
consejeros y de sus dos hermanos menores) se vio obligada a exiliarse en Siria
con un pequeño ejército de leales.
Desde el destierro
Cleopatra trató en vano de recuperar el trono; no obstante fue el destino quien
llevó en 47 a .C.
a Egipto al hombre más poderoso del mundo: Cayo Julio César, tras los pasos de
su enemigo Pompeyo Magno. Nada más llegar al país del Nilo el general romano se
topó con la desagradable sorpresa de que el desorden allí imperante había
costado la vida a Pompeyo cuya cabeza le ofreció el rey Ptolomeo XIII. El hecho
que unos indeseables hubieran dado muerte a uno de los más famosos caudillos
romanos hizo enfurecer a César, que al instante sintió antipatía por el
gobierno egipcio. Por este motivo, y con la intención de poner fin a una
disputa que indirectamente perjudicaba a
una Roma (que en cada conflicto egipcio veía mermados sus beneficios en
ese país) convocó a todas las partes, incluida la reina Cleopatra. Ésta llegó a
su palacio de noche escondida dentro de una alfombra (para evitar ser
descubierta por sus hermanos) presentándose así ante César, que quedó
gratamente impresionado ante el desparpajo
y audacia de la joven “César
reservadamente hizo venir a Cleopatra. Tomó ésta entre sus amigos para que la
acompañase el siciliano Apolodoro, y embarcándose en una barquita se acercó al
palacio al oscurecer, mas como dudasen mucho que pudiera entrar de otra manera,
tendieron en el suelo una alfombra, y echada y envuelta en él, Apolodoro lo ató
con un cordel, y así la entró a las puertas hasta la habitación de César; dicen
que esta fue el primer ardid con que le cautivó Cleopatra, y que, vencido de su
trato y de sus gracias, la reconcilió con el hermano, negociando que reinaran
juntos”. (Plutarco. Vidas Parelelas.
Cayo Julio César. Tomo V. XLIX).
Julio César y Cleopatra. Jean Leon Gerome. 1866
Ese encuentro
cambió la vida de la reina. Cuentan las crónicas que el enamoramiento entre
ambos fue fulminante y que ya esa noche la pasaron juntos. César devolvió a la
reina el trono, por lo que Arsinoe y Ptolomeo XIII les declararon la
guerra. Sería la denominada Guerra Alejandrina que supuso la muerte del rey
Ptolomeo, de todos sus consejeros, el exilio de Arsinoe a Roma (para hacerla
desfilar junto al carro de César en su triunfo) y el afianzamiento de Cleopatra
en el trono de Egipto, eso sí, casada por orden de César con su otro hermano
Ptolomeo XIV de 10 años de edad.
César pasó una
temporada en Egipto recorriendo el Nilo junto a la reina y dedicado por entero
al ocio. En esos meses ella quedó embarazada del que sería la pasión de su
vida, su hijo Ptolomeo César, al que los alejandrinos llamaban simplemente
Cesarión (nacido el 23 de junio de 47
a .C). A pesar de los 25 años que los separaban, César
era un mujeriego empedernido con un gran atractivo y un carisma insuperable;
además era un héroe militar a la altura de Alejandro, el único hombre con un ascendente
divino a la altura de la estirpe de la reina (César proclamaba que la gens
Julia descendía de Venus a través de Iulo, hijo de Eneas) y el dueño del mundo.
Cleopatra se enamoró perdidamente del conquistador de las Galias, pues
encarnaba todas las virtudes de un dios caído del Olimpo. Por su parte, él sintió
una gran pasión hacia la reina egipcia; deslumbrado por su insultante juventud,
belleza e ingenio la ensalzó como nunca lo había hecho con ninguna mujer.
Suetonio nos cuenta que “amó también a
reinas, pero más que a ninguna a Cleopatra: con ella prolongó a menudo los
banquetes hasta el amanecer, e incluso se había adentrado en Egipto hasta
Etiopía en la misma nave; por último la hizo venir a Roma y no la dejo partir
hasta que la hubo colmado con los mayores honores y presentes, permitiéndole
además que le pusiera su nombre al hijo que había tenido” (Vida de César. 52.1). Si bien nunca
reconoció a Cesarión, César la hospedó como concubina durante sus estancias en
Roma en su villa (fuera del Pomerium
sagrado de la ciudad pues ningún soberano ungido podía entrar en Roma) y colocó
una escultura de la reina parangonando a Venus en el templo dedicado a su diosa
tutelar en el nuevo Foro que se estaba construyendo. Del mismo modo hay una
cierta influencia egipcia en estos años en la política de Julio César, perceptible
sobre todo en la organización de la administración, en la renovación del calendario
y en la introducción del culto a Isis. Como consecuencia la alta sociedad
romana, que jamás rendiría pleitesía a una reina vasalla de Roma, aborrecía a
Cleopatra.
El fatídico 15 de
marzo de 44 a .C, ella se encontraba en Roma cuando un grupo de esos mismos nobles encabezados
por Marco Junio Bruto asesinaron al dictador, así que temiendo por su vida, tuvo
que huir de noche en dirección a Alejandría junto con su hijo.
Villa Sciarra. Aún se levanta en el Gianicolo en el lugar donde la leyenda ubica la villa de César que hospedó a Cleopatra en Roma.
Venus del Esquilino. 50 d.C. Museos Capitolinos. Roma 2018
Fotografia propiedad de Francisco Javier Diaz Benito
Por la aparición de la serpiente y las rosas (símbolo de Isis) se piensa que es copia de la escultura de Cleopatra que César colocó en el templo de Venus Genitrix
Sin embargo, a
pesar de las fascinación que pudiera sentir por Cleopatra, César era demasiado
romano para dejarse influir por cuestiones sentimentales, por lo que en su
testamento ni siquiera la mencionó ni al hijo de ambos dejando su fortuna, su nombre y el porvenir de Roma al único que reconoció como hijo: su sobrino nieto Cayo Octavio,
el futuro Augusto.
Cleopatra se vio
de ese modo durante algunos años apartada del horizonte de Roma. Los romanos, a
su vez, estaban inmersos en una nueva guerra civil contra los enemigos de César
por lo que se olvidaron de Egipto y su reina. Ésta, a su vuelta de Roma, tras
la muerte de su marido Ptolomeo XIV (probablemente a manos de ella) nombró
corregente a un Cesarión de tan sólo 4 años de edad. En este período se centró en buscar
soluciones a los problemas de su país, asolado por continúas plagas y
hambrunas.
Cleopatra y Cesarión. Relieve del Templo de Hathor. Siglo I a.C. Dendera.
En
41 a .C., Marco
Antonio convocó en Tarso a la reina para asegurarse su lealtad. Ella con la intención de ganarse nuevamente el
favor de Roma, salió a su encuentro sin escatimar en gastos (a pesar de la
crisis económica que sufría el país del Nilo). Así, desplegó al máximo su
infinito poder de seducción tal y como relata magistralmente Plutarco: “Como hubiese recibido además diferentes
cartas, así del mismo Antonio como de otros amigos de éste que la llamaban, le
miró ya con tal desdén y desenfado, que se resolvió a navegar por el río Cidno
en galera con popa de oro, que llevaba velas de púrpura tendidas al viento, y
era impelida por remos con palas de plata, movidos al compás de la música de
flautas, oboes y cítaras. Iba ella sentada bajo dosel de oro, adornada como se
pinta a Venus. Asistíanla a uno y otro lado, para hacerle aire, muchachitos
parecidos a los Amores que vemos pintados. Tenía asimismo cerca de sí criadas
de gran belleza, vestidas de ropas con que representaban a las Nereidas y a las
Gracias, puestas unas a la parte del timón, y otras junto a los cables.
Sentíanse las orillas perfumadas de muchos y exquisitos aromas, y un gran
gentío seguía la nave por una y otra orilla, mientras otros bajaban de la
ciudad a gozar de aquel espectáculo, al que pronto corrió toda la muchedumbre
que había en la plaza, hasta haberse quedado Antonio solo sentado en el
tribunal; la voz que de unos en otros se propagaba era que Venus venía a ser
festejada por Baco en bien del Asia. Convidóla, pues, a cenar: mas ella
significó que desearía fuese Antonio quien viniese a acompañarla; y como éste
quisiese darle desde luego pruebas de deferencia y humanidad, se prestó al
convite y acudió a él. Encontróse con una prevención y aparato superior a lo
que puede decirse; pero lo que le dejó parado sobre todo fue la muchedumbre de
luces, porque se dice fueron tantas las que había suspendidas y colocadas por
todas partes, y dispuestas entre sí con tal artificio y orden en cuadros y en
círculos, que la vista que hacían era una de las más hermosas y dignas de
mirarse de cuantas han podido transmitirse a la memoria de los hombres” (Vida
de Antonio. XVI). El hedonista
Antonio cayó rendido a los pies de la reina y del universo de placeres que ésta
le ofrecía, por lo que marchó con ella a Alejandría donde pasó un invierno en
el que Cleopatra lo colmó de todos los goces imaginables. Entre los dos crearon la Sociedad de la inimitable vida cuya finalidad era la celebración de banquetes y fiestas continuas. Sin embargo, en 40 a .C., el general volvió a
Roma dejándola abandonada y embarazada. La reina de Egipto tuvo que ver como su
amante se casaba nuevamente con la dulce Octavia (hermana de su colega triunviro)
y nuevamente durante 4 años volvió a verse relegada del panorama político de
primer nivel.
El encuentro de Antonio y Cleopatra. Lawrence Alma Tadema. 1885
El romance entre Cleopatra y Marco Antonio, como ya esbocé en mi reseña sobre el general romano, fue una relación tormentosa siempre a
caballo entre el amor y la política encaminada por encima de todo a hacer
realidad el sueño de Alejandro: unir Oriente y Occidente bajo una única
dinastía fundada a partir de la unión de ambos.
El anhelo de Antonio de ocupar un lugar preeminente en el mundo
unido a los escasos fondos con los que contaba para iniciar su guerra contra
los partos fueron los motivos principales que lo ligaron definitivamente a
Egipto y a una reina Cleopatra que supo darle todo lo que él necesitaba: “Cleopatra, usando una adulación no
cuádruple, como dice Platón, sino múltiple, ora Antonio estuviese dedicado, a
cosas serias, ora a juegos y chanzas, siempre le tenía preparado un nuevo
placer y una nueva gracia con que le traía embobado, sin aflojar de día ni de
noche. Porque con él jugaba a los dados, con él bebía y con él cazaba, siendo
su espectadora si se ejercitaba en las armas. Cuando de noche se acercaba a las
puertas y ventanas de los particulares para hacer burlas a los que se hallaban
dentro, ella también corría con él las calles, y le acompañaba, tomando el
traje de una esclava, porque él se disfrazaba de la misma manera” (Plutarco. Vida de Antonio. XXIX).
Marco Antonio y Cleopatra interpretados por Richard Burton y Elizabeth Taylor en el film Cleopatra (1963)
Cleopatra por su parte precisaba las legiones y el liderazgo
militar de Antonio para afianzar y ampliar su poder. La reina egipcia usó
hábilmente el desasosiego que carcomía el ánimo del triunviro (provocado sobre
todo por los estragos del tiempo y los excesos) para acentuar su dependencia con
respecto a ella, la cual fue extremadamente criticada por sus enemigos romanos:
“Calvisio, amigo de (Octavio) César,
añadió, como crímenes de Antonio en sus amores con Cleopatra, los siguientes:
que había cedido y donado a ésta las bibliotecas de Pérgamo; que en un convite
a presencia de muchos se había levantado y le había hecho cosquillas en los
pies, por cierto convenio y apuesta entre ellos; que muchas veces, estando
administrando justicia a reyes y tetrarcas, había recibido de ella billetes
amorosos escritos en cornerinas y cristales, y puéstose a leerlos; y que
hablando en una causa Furnio, hombre de grande autoridad y el más elocuente
entre los Romanos, había pasado Cleopatra por la plaza conducida en silla de
manos, y Antonio, luego que la había visto, había marchado allá, dejando
pendiente el juicio, y pendiente de la silla de manos la había acompañado”
(Vida de Antonio. LVIII). Quizás los
cronistas romanos hostiles exageran, pero la devoción de Antonio hacia la reina
en sus años finales está fuera de toda duda.
En cuanto a Cleopatra, hay que decir que a pesar de ser extremadamente
fría y calculadora, de alguna manera siempre estuvo al lado de Antonio
especialmente en el 37 a .C.,
cuando aquel fue derrotado estrepitosamente en Partia: “entonces, (Antonio) caminando sobre nieves y en medio de un invierno
de los más crudos, perdió otros ocho mil hombres en la marcha, y bajando hasta
el mar con muy poca gente, determinó esperar a Cleopatra. Como tardase, eran
grande su desazón e inquietud, y aunque recurrió a sus desórdenes de beber
hasta la embriaguez, no fue de manera que aguantase y se estuviese sentado,
sino que se levantaba en medio de los brindis e iba a mirar muchas veces, hasta
que por fin ella arribó al puerto, trayendo mucho vestuario y cuantiosos fondos
para los soldados”. (Plutarco. Vida
de Antonio. LI). Aunque Octavia
salió también al encuentro de Antonio con dinero, soldados y armamento, éste le
ordenó que dejará lo que traía en Atenas y que volviera de nuevo a Roma. Las
fuentes atribuyen el deprecio de Antonio a su esposa romana a la intervención
de su amante egipcia: “Llegó a entender
Cleopatra que Octavia iba a ponerse en contraposición con ella, y temerosa de
que, uniendo a la gravedad de sus costumbres y al poder de César, la dulzura
del trato y la complacencia a voluntad de Antonio, se le hiciera invencible y
del todo se apoderara de éste, fingió que estaba perdida de amores por Antonio;
y para ello debilitaba el cuerpo con tomar escaso alimento, y en su presencia
ponía la vista como espantada, y cuando se apartaba de ella, caída y triste.
Hacía de modo que muchas veces se la viera llorar, y de repente se limpiaba y
ocultaba las lágrimas, como que no quería que él lo advirtiese. Los aduladores,
interesados por ella, motejaban a Antonio de duro e insensible, porque iba a
acabar con una pobre mujer que en él solo tenía puestos sus sentidos; porque
Octavia había venido con motivo de los negocios, enviada del hermano, y ya
disfrutaba del nombre de legítima mujer, mientras que Cleopatra, reina de
tantos pueblos, se contentaba con llamarse la amante de Antonio, y no tenía a
menos o desdeñaba este nombre mientras veía a éste y le tenía a su lado; y
luego que se mirase abandonada, era seguro que no sobreviviría. Finalmente, de
tal manera le ablandaron y afeminaron que, por temor de que Cleopatra se dejase
morir, se volvió a Alejandría”. (Plutarco. Vida de Antonio. LIII).
Cleopatra probando venenos en condenados a muerte. Alexandre Cabanel. 1887. Amberes. Koninklijk Museum
La muerte de Cleopatra. Jean André Rixens.1874. Toulouse. Museo de los Agustinos
Una gran reina
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