domingo, 22 de abril de 2018

Aeterna Roma (21 de abril, 753 a.C-2018)

Cuenta la leyenda que Ascanio (Iulo), hijo del héroe troyano Eneas (concebido por Anquises y la diosa Venus) fundó Alba Longa sobre la orilla derecha del río Tíber. Descendientes suyos fueron el rey Numitor y su hermano Apulio. Éste, derrocó al primero y para asegurarse que el rey legítimo no pudiera tener descendencia nombró a su hija Rea Silvia sacerdotisa de la diosa Vesta, para que así permaneciera virgen.
A pesar de esto, Marte (el dios de la guerra) se encaprichó de la joven y engendró en ella a los gemelos Rómulo y Remo;  debido al gran peligro que corrían (si Apulio conocía la existencia de los niños) fueron arrojados al Tíber en una cesta que encalló en la zona de las siete colinas.

La loba Capitolina. Siglo V a.C.  Museos Capitolinos, Roma 2018. Foto propiedd de Francisco Javier Díaz Benito

Allí estuvieron a punto de perecer hasta que una loba (que la tradición llamaría Luperca) los recogió y los amamantó. Finalmente, el pastor Amulio los rescató y los llevó con su mujer donde fueron criados. Hay quien dice que Luperca no era más que una prostituta, pues desde la antigüedad estas mujeres eran llamadas lobas. De ahí la procedencia de la palabra lupanar (en latín loba se traduce como lupa).
Sea como fuera, los gemelos cuando se convirtieron en adultos, descubrieron su origen real y lucharon para devolver a su abuelo Numitor al trono. Posteriormente decidieron fundar una ciudad en el lugar donde fueron amamantados por la loba.
Como los hermanos empezaron a discutir sobre el lugar donde debían fundarla,  decidieron consultar el vuelo de las aves a la manera etrusca. Remo divisó 6 buitres volando sobre el Aventino mientras que Rómulo avistó 12 de las mismas aves sobrevolando el Palatino. La balanza cayó del lado de Rómulo, quien con un arado durante una ceremonia sagrada, trazó el perímetro de su nueva ciudad. Remo, que no aceptaba la victoria de Rómulo, burlándose de él, deshizo a patadas el surco dibujado por su hermano, en una clara afrenta, por lo que Rómulo, enfurecido, lo mató con su azada. “Así muera en adelante cualquier otro que franquee mis murallas” (Tito Livio. Ab Urbe Condita, I, 3,2). De este modo, Roma fue consagrada con la sangre de Marte y Remo.


Han pasado 2771 año, desde ese día que los historiadores clásicos Varrón y Ático (que vivieron en el siglo I a.C) concretaron sobre el día 11 antes de las calendas de mayo (o sea el 21 de abril actual) del año 753 a.C.
Independientemente de la veracidad de la leyenda, que cada niño romano conocía desde la cuna (de hecho hasta que fue quemada por el incendio de Roma del 64 d.C. se conservaba el Ficus Ruminalis, la higuera sagrada donde los romanos creían que había encallado la cesta con los gemelos), los vestigios arqueológicos desvelan asentamientos humanos a mediados del siglo VIII a.C. en la ladera de la colina palatina y la existencia del surco de una muralla. Se trataba de familias campesinas que vivían en chozas de barro. Eligieron el lugar a pesar de ser insalubre ya que estaba al resguardo de piratas y saqueadores, además de gozar de una posición estratégica: en el centro de la península itálica y del Mediterráneo.
Desde estos humildes orígenes los romanos fueron progresando sin cesar: dos siglos después ya se habían impuesto a las otras ciudades de su entorno, doscientos años más y eran dueños de Italia; así hasta conseguir el más poderoso Imperio de la historia que trazó el perfil de nuestro continente y del mundo occidental hasta nuestros días.
Y de ahí….a la eternidad. La ciudad antigua que mejor ha envejecido, la más mítica, la que ha sido cantada, pintada, admirada más que ninguna otra, la que siempre ha sido considerada favorita de los dioses. Un año más, su leyenda continúa: Aeterna Roma.


“A la urbe que llaman Roma, idiota de mí, la había imaginado, semejante a la nuestra […]. Pero tanto ha destacado ésta entre las demás ciudades, como los cipreses acostumbran a despuntar entre los flexibles juncos”. (Virgilio. Bucólicas).
“Sol divino que con fulgente carro descubres y escondes el día, siempre igual y diferente naces…nada más hermoso que Roma podrás contemplar” (Horacio. Carmen Saeculare)
A cada paso un palacio, una ruina, un jardín, un desierto, una casita, un establo, una columnata…y todo tan cerca que se podía dibujar en una hoja pequeña de papel” (Goethe. Viaje por Italia).
“Reina de las ciudades y Señora del mundo”. (Miguel de Cervantes. Novelas Ejemplares).
“¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura, huyo lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura” (Francisco Quevedo. A Roma sepultada en sus ruinas).
“Cuando Miguel Ángel, ya muy viejo, trabajaba en San Pedro, lo hallaron un día de invierno, después de caer una gran nevada, errando por entre las ruinas del Coliseo. Iba a elevar su alma al tono necesario para sentir las bellezas y los defectos de su propio dibujo de la cúpula de San Pedro. Tal es el poder de la belleza sublime” (Stendhal. Paseos por Roma)
“Fundando en lo caduco eterna gloria, tu cadáver a polvo reducido padrón será inmortal de tu victoria. Porque siendo tú sola lo que has sido, ni gastar puede el tiempo tu memoria, ni tu ruina caber en el olvido” (Gabriel Álvarez de Toledo. A Roma destruida).

2 comentarios:

  1. ¡¡¡OOOhhhh...voy a tener que incluir este artículo en un enlace en mi relato. Buen trabajo !!!!!!

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  2. Me alegra que te sirva para completar tu historia. He intentado ser breve, sólo un pequeño recordatorio para homenajear al lugar que tanto amo. Saludos!

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