domingo, 17 de julio de 2016

Demografía y Economía en la edad augustea


Una abarrotada calle de la Antigua Roma


      En tiempos de Augusto la población del Imperio romano era de 55 millones de habitantes, de los cuales entre 8 y 10 vivían en Italia en una superficie de 3,3 millones Km2. Respecto a la actualidad la densidad de población era muy baja, es decir 17 habitantes por Km2 (En el año 2016 la densidad de población de Europa es de 32 habitantes por Km2).
Esta baja densidad es debido a las elevadas tasas de natalidad y mortalidad y a que la edad media de vida se situaba en torno a los 20 años. En la misma familia imperial hemos podido constatar este dato ya que tanto Marcelo como Druso el Mayor, Germánico, Cayo y Lucio Césares murieron cuando tenían entre 19 y 35 años. A ellos se unen los pequeños que no llegaron ni siquiera a la vida adulta: el hijo de Julia la mayor y Tiberio, 3 de los hijos de Germánico y Agripina la mayor, entre otros).
De esta población, sólo una décima parte vivían en las ciudades, asentada principalmente en las 4 grandes urbes (Roma, Alejandría, Cartago y Antioquia) que aglomeraban más de 3.000.000 de habitantes.


Rutas comerciales en el Alto Imperio.
Fuente: Di Adhavoc - Opera propria, CC BY-SA 3.0, 
https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=11913010

En cuanto a la economía, su éxito en estos primeros años del Imperio se basaba exclusivamente en la conquista militar, que aportaba inmensas tierras confiscadas, riquezas en moneda, esclavos y toneladas de oro.
Debido a ello, según cálculos aproximados el producto interior bruto del imperio en época de Augusto rondaba los 20.000 millones de sestercios (casi 30.000 millones de euros). Los ingresos anuales del emperador podían alcanzar los 15 millones mientras que los ingresos globales de los senadores llegaban a los 100 millones. Sin embargo sólo el 3% de la población gozaba del 25% de las riquezas producidas.
Italia, centro del Imperio, gozaba de una situación privilegiada pues gracias a las nuevas conquistas de Augusto pudieron disponer de nuevos distribuidores de grano, así como ampliar los mercados para sus propias exportaciones de aceite y vino.

La religión en tiempos de Augusto


Augusto Pontifex Maximus. Siglo I d.C. Museo de las Termas. Roma 2013

          A finales de la República las clases inferiores romanas seguían venerando a los dioses tradicionales mientras que las clases superiores se volvían cada vez más agnósticas y se volcaban en la filosofía antes que en la religión. En este sentido el estoicismo fue la corriente que tuvo mayor aceptación. No obstante, las escuelas filosóficas no excluían la existencia de los dioses.


Escuela de Atenas. Rafael Sanzio. 1509. Roma. Museos Vaticano. Stanza della Signatura. 
Roma 2018

Si embargo, en los convulsos últimos años de la etapa republicana, el gobierno romano inmerso en numerosos conflictos políticos descuidó las prácticas religiosas. Nadie prestaba atención a los templos, cada vez más deteriorados. A esto se sumó la desazón provocada por la sucesión de guerras civiles que hizo nacer la fuerte creencia popular de que los dioses estaban enojados. Horacio expresó muy bien este sentimiento en su Oda III: “Aunque tú, romano, no tienes la culpa, habrás de pagar por las faltas de tus antepasados hasta que reconstruyas los templos y los desmoronados santuarios de los dioses, y sus estatuas, manchadas por el negro humo. Los descuidados dioses han cubierto de males a la enlutada Italia”.
Seguramente Augusto compartió ese sentimiento por lo que abanderó la resurrección de los antiguos cultos y edificios religiosos. En sus Res Gestae Divi Augusti se jactaba de haber restaurado 82 templos. Y no sólo, sino que construyó otros nuevos entre los que destacan el Templo de Marte Vengador, el Templo de Apolo Palatino y el maravilloso Panteón de Agripa.


Panteón de Agripa. Siglo II d.C. Roma 2011

Para cubrir las vacantes de vestales tuvo que admitir, aún a su pesar, a jóvenes hijas de libertos, debido a la falta de candidatas entre las familias nobles. También recuperó el complicado cargo de flamen dialis vacante desde los tiempos de Sila.
Así y todo, los cultos extranjeros siguieron teniendo gran aceptación en la ciudad del Tíber. Aunque Augusto observaba con recelo a la mayoría de ellos, él mismo estaba iniciado en el de Eleusis. Sin embargo, no aprobaba las prácticas druídicas que incluían sacrificios humanos prohibiendo a los ciudadanos romanos participar en ellas. También le desagradaba enormemente la religión egipcia, aún incluso cuando en el país del Nilo él mismo era venerado como un dios. Tomó medidas contra el culto a Isis y Serapis, prohibiendo su adoración dentro del pomerium sagrado. Aún así como siguieron teniendo gran éxito, Agripa en el 21 a.C. los prohibió en el radio de una milla más.

Templo de Isis. Pompeya 2013

No obstante con los judíos Augusto se mostró benévolo pues les permitió practicar su culto sin impedimento alguno, e incluso enviar dinero a Jerusalén al mismo tiempo que castigaba como sacrilegio el hurto o daño a sus objetos sagrados. Al final de su vida parece que el emperador retiro su favor al pueblo judío cuando Herodes cayó en desgracia, si bien nada parece indicar que perdiera sus privilegios religiosos.

domingo, 10 de julio de 2016

Eterno Coliseo

"Mientras exista el Coliseo existirá Roma; si cae el Coliseo caerá Roma... y si cae Roma caerá el mundo"
Antiguo proverbio romano


      


         Una obsesión me perseguía desde mi más tierna infancia, cuando siendo sólo una niña fantaseaba entre las galerías del anfiteatro de Mérida o de Itálica sintiendo crecer en lo más profundo de mi ser el germen de una gran pasión por la arqueología romana. En medio de mis sueños, una imagen se repetía una y otra vez, aquella del más legendario anfiteatro del mundo. Mi anhelo de llegar hasta él se materializó por primera vez en agosto de 1996 cuando contaba con 21 años, y entonces entendí que toda una vida merecía la pena sólo por sentir lo que yo sentí aquel día.
Aún cuando rechazo cualquier tipo de violencia y sé que no me hubiera gustado asistir en la antigüedad a los espectáculos que tenían lugar sobre su arena, ningún lugar en el mundo logra sobrecogerme ni emocionarme más. El Coliseo es Roma y perdiéndome entre su majestad llegó a la absoluta convicción de que nada como él expresa el sueño de eternidad de una ciudad que nació para ser inmortal.



Cada vez que viajo hasta Roma reservo un hotel lo más cercano posible a él pues vaya a donde vaya, y a la hora que sea, cada día de estancia debo dedicar aunque sólo sean unos instantes a contemplarlo, ya sea de noche, al amanecer, cuando el sol más aprieta o bajo la lluvia. Y para empaparme de él cuando estoy lejos, su incomparable silueta preside el salón de mi casa, atrapada en una preciosa acuarela pintada en exclusiva para mí. Así, no me permito dejar de mirarlo ni un solo día de mi vida aunque nos separen más de 2.000 kilómetros.
Si bien el Coliseo se inauguró 65 años después de la muerte del divino Augusto, la culminación de la limpieza y restauración, que han mantenido semiocultas parcialmente las maravillosas arcada de su fachada durante tres largos años, merece que le dedique unas palabras, pues el Coliseo no es sólo el monumento más importante de Italia sino que es el  símbolo más sublime de la civilización romana y un legado de toda la humanidad. Nunca, desde aquellos primeros juegos inaugurales de 79 d.C., habían resplandecido tanto los mármoles travertinos que cubren esta joya arquitectónica, sencillamente perfecta en sus 19.000 m2 de extensión.



La restauración, que ha costado 25 millones de euros, sufragados en su totalidad por el empresario italiano Diego Della Valle, dueño de Tod´s, fue presentada el pasado 1 de julio. Las labores continuarán aún durante dos años más en el interior, donde se pretende cubrir en su totalidad la arena para poder organizar sobre ella eventos culturales. Aunque el Coliseo fue concebido para ofrecer espectáculo, este proyecto no me convence en absoluto, por lo que prefiero posicionarme con los críticos del mismo pues como ellos pienso que es someter a mayor riesgo a una estructura sumamente frágil. Pero en este mundo ya sabemos que el marketing y la manera de incrementar los ingresos priman por encima de todo. Cómo si no fuera suficiente ser uno de los monumentos más visitados del mundo con sus casi 6.000.000 de visitantes al año que dejan en las arcas romanas unos 33 millones de euros anuales

domingo, 3 de julio de 2016

En el trono de Júpiter


Augusto divinizado. Siglo I d.C. Madrid. Museo Nacional del Prado


       Entre los muchos honores que el Senado tributó a Augusto, destaca el de su deificación aprobada el 17 de septiembre, casi un mes después de su fallecimiento. Días previos un antiguo pretor, Numerio Ático,  juró que durante la ceremonia de cremación del cuerpo del difunto emperador había visto ascender su alma hacia las regiones celestes. Livia lo recompensó con 1.000.000 de sestercios.
Independientemente del indudable oportunismo de esta apocalíptica visión, el acto consolidó lo que ya sería una tendencia entre los gobernantes romanos iniciada tras la muerte de Julio César, que desde hacía más de 50 años era venerado como el Divino Julio.


Apoteosis de Augusto. Siglo I d.C.  Rávena. San Vitale. Museo Nacional

No obstante, el dilema de su propio culto fue una gran preocupación de Augusto durante toda su vida. Los pueblos orientales habituados a adorar a sus reyes comenzaron a tributar durante el período republicano honores divinos a los procónsules de la potencia que los había sometido. Cuando emergió la figura de Augusto como única cabeza visible del Imperio romano, que además había traído la paz y que se convirtió en un personaje cercano y amable, entre estos pueblos nació un sentimiento incontenible de respeto y gratitud que se materializó en el deseo de tributar honores divinos al emperador. En Italia y Roma surgieron los mismos sentimientos aunque menos fervorosos, pues ya tras la derrota de Sexto Pompeyo (que con sus actos de piratería obstaculizaba el comercio del grano) muchas ciudades italianas colocaron una estatua de Augusto junto a las de sus dioses en los templos.
No obstante, las clases superiores romanas siempre habían sentido repulsa a tributar culto a uno de los suyos. Quizás por ello o porque realmente le desagradaba seguir una costumbre tan poco romana, lo cierto es que Augusto siempre fue reacio a la hora de aceptar honores divinos. En consecuencia sólo aceptó recibir culto en las provincias por parte de los ciudadanos no romanos y siempre que su imagen estuviera acompañada de la diosa Roma. Sin embargo, a ciudadanos romanos que habitaban en esas misma regiones, les prohibió rendirle culto alegando que los romanos sólo debían plegarse ante la diosa Roma y el divino Julio. Estas prácticas fueron instituidas en la mayoría de las provincias orientales. Egipto constituía una excepción, pues Augusto desde el primer momento de la conquista del país del Nilo se convirtió en faraón, y como aquellos era considerado como un dios en vida, algo a lo que no podía negarse si quería contar con el favor de la población de tan legendaria civilización.


Augusto y Roma. Detalle de la Gema Augustea. siglo I d.C, Viena. Kunsthistorisches Museum

A pesar de sus reservas, el Príncipe era consciente del gran valor que tenía el culto imperial como clave para fomentar la lealtad de las provincias tanto a Roma como a él mismo. Además era una manera de estar presente cotidianamente en la vida de los ciudadanos de tan vasto imperio. Por este motivo, también fomentó su culto junto al de Roma en la zona occidental en las provincias más conflictivas. En Italia aunque Augusto era más severo en lo referente a la difusión del culto a su persona, también surgieron templos en ciudades como Puteoli y Pompeya. El único lugar en lo que jamás aceptó su deificación en vida fue en la propia Roma,  accediendo únicamente a que las clases más bajas rindieran culto al Genius de Augusto en los lares-santuarios de cada distrito, que acabaron conociéndose como Lares Augusti. Cualquier manifestación de devoción divina de culto a su persona estaba totalmente prohibida en la capital del imperio.


Altar de lares con el genius de Augusto flanqueado por Cayo y por su hija Julia como Venus. Copia del Siglo II d.C. Florencia. Galleria degli Ufizzi

           No obstante, tras su muerte el divino Augusto se convirtió en uno de los dioses más venerados del panteón romano, cuyo culto estuvo vigente hasta la caída del imperio de Occidente en el siglo V d.C. Tanto Tiberio como el Senado vieron la ventaja de darle al pueblo la tranquilidad de que su llorado emperador seguiría velando por ellos desde las regiones etéreas, junto a Júpiter Optimo Máximo. Tiberio saldría doblemente reforzado pues ahora se convertía en hijo del divino Augusto.