domingo, 24 de junio de 2018

La conquista de Britania


Britania en época de Julio César. 54 a.C.

A principios del verano del año 43 d.C., Claudio se embarcó en uno de los  proyectos más ambiciosos de su Principado: la conquista de Britania.
Para él, la exploración de nuevas tierras más allá del océano del norte tenía un significado especial pues su padre, Druso el mayor, había sido el primero en navegar por sus aguas el año 12 a.C. Años después sería su hermano Germánico quien se dedicó a explorar esas aguas desconocidas; desde entonces ningún general romano más lo había intentado. Claudio ansiaba seguir los pasos de su padre y hermano, a los que profesaba una gran admiración y cariño. Pero él no se iba a conformar con simples exploraciones, era el momento no sólo de cruzar el océano sino de regalar al pueblo romano una nueva provincia, retomando la conquista que el divino César había dejado incompleta: Britania.
La isla siempre había despertado gran interés para Roma debido a sus riquezas naturales (sobre todo las reservas de plata). Al mismo tiempo, la vía atlántica desde el Mediterráneo comenzó a ser utilizada de forma intensa para el transporte de alimentos destinado a las legiones asentadas en la frontera renana procedentes de África e Hispania. Pero sobre todo Britania se había convertido en un refugio para los rebeldes galos, por lo que urgía someterla.
Las circunstancias parecían favorecer los planes de Claudio ya que el territorio se encontraba inmerso en distintas luchas sucesorias. Por un lado, el caudillo tribal Cunobelino había muerto dejando su tierra a sus dos hijos. Más al sur, el reino vecino también estaba sumido en luchas intestinas que habían provocado la huida de su rey hacia tierras romanas buscando asilo.

Desembarco de Claudio en Britania

Al otro lado del canal, en Bononia, hacía tiempo que se estaba planificando una futura incursión pues ya Calígula en su expedición al norte había reclutado dos legiones para facilitar una futura invasión de Britania sin mermar las fuerzas de Germania. En el Rin ahora todo estaba tranquilo; Galba, el comandante al mando había acabado con dos tribus rebeldes y, lo que era más importante para Roma, se había recuperado la última de las águilas perdidas contra Arminio en la batalla del Bosque de Teutoburgo (las otras dos las había recuperado Germánico años antes).
No obstante, los soldados no tenían mucho interés en embarcarse en una aventura hacia unas tierras misteriosas. Los rumores sobre ellas decían que allí eran comunes las prácticas de brujería y que estaban habitadas por fieros salvajes que practicaban sacrificios humanos. De ahí que cuando recibieron la orden de embarcar, se negaron en un acto de clara rebelión. El liberto imperial Narciso se dirigió a los amotinados recordándoles su sagrado deber hacia Roma y aunque al principio se burlaron de él, finalmente volvieron a la obediencia.
Tras un viaje sereno bajo el mando de Aulo Plaucio, llegaron a la isla derrotando en dos ocasiones a los britanos, muriendo en la batalla uno de los hijos de Cunobelino. El otro, Carataco, reagrupó a su gente y siguió ofreciendo resistencia más al norte. Claudio se unió en este momento a la expedición con refuerzos e incluso con elefantes de guerra, lo que aumentó su prestigio antes sus soldados, pues a pesar de su edad y de sus problemas físicos, cabalgó a la cabeza del ejército, desplegando el poder de Roma, sobre tierras tan primitivas que nada sabían de la ciudad del Tíber. La capital, Camulodonum, cayó con celeridad en manos romanas. Reyezuelos de toda la isla llegaron para postrarse ante Claudio, quien había superado las gestas de su padre y de su hermano, al anexionar un nuevo territorio al Imperio. En el año 44 se dio por culminada la conquista después de dejar aseguradas las fronteras  a través de puestos defensivos y de pequeños Estados clientes. Población romana se asentó en las nuevas tierras para favorecer la romanización. El nuevo territorio (centro y sur de la isla) quedó bajo las órdenes de un legado imperial.

Claudio somete a Britania. Siglo I d.C, Aphrodisian (Turkía), Museo Arqueológico

A los pocos meses el emperador volvió a Roma pues, incluso con los conspiradores muertos, el emperador no se fiaba de las intenciones del Senado. Sin embargo, la conquista de Britania lo asentó definitivamente en el trono imperial, pues la gloria de una nueva provincia para Roma era algo que se celebró en todo el Imperio.
En la capital, la victoria causó gran algarabía, ávido como estaba siempre el pueblo romano de ampliar la gloria de su ciudad. Los senadores votaron una gran cantidad de honores no sólo para Claudio sino también para Mesalina y para su pequeño hijo, que pasó a ser conocido con el nombre de Británico. El año 44 se le concedió un Triunfo (honor del que sólo podían gozar los miembros de la familia imperial, pero que Claudio amplió a otros generales).
Moneda que conmemora la conquista de Britania
Fuente: Di Classical Numismatic Group, Inc. http://www.cngcoins.com, CC BY-SA 2.5, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=10392201

Carataco fue al fin derrotado en el año 51 d.C, siendo llevado a Roma encadenado como siempre se había hecho con los líderes de las tierras sometidas. Claudio haciendo gala de su clemencia, perdonó la vida del rey britano lo que fue recibido con grandes muestras de aprobación y que calmó la oposición en la isla. Caracato continúo viviendo en provincias romanas.
Claudio mandó destruir cualquier símbolo perteneciente a la religión celta o druida y demolió muchos de sus templos en los que se habían realizado sacrificios humanos.

domingo, 17 de junio de 2018

Portus, el puerto de Claudio en Ostia

“Las obras que llevó a cabo fueron grandiosas y necesarias, más que numerosas, y entre ellas cabe destacar: el Acueducto comenzado por Cayo (Calígula), el canal de desagüe del lago Fucino y el puerto de Ostia. Acometió tales empresas aunque sabía que Augusto se había negado a emprender la segunda de ellas a pesar de las insistentes súplicas de los marsos, y que el divino Julio, después de haber proyectado muy a menudo la tercera, la  había abandonado por las dificultades que entrañaba. […]. Construyó el Puerto de Ostia, levantando dos diques a derecha e izquierda y poniendo a la entrada como barrera un muelle, ya en aguas profundas; para darle unos cimientos más sólidos, comenzó por sumergir el navío en el que se había traído de Egipto el gran obelisco, y luego amontonó pilares sobre él, coronando la obra con una torre altísima, a imitación del Faro de Alejandría, para que los navíos pudieran dirigir su rumbo guiándose por las luces que brillaban en ella por la noche”.
Suetonio. Vida de Claudio, 20, 1, 3.

Una vez erradicadas las conspiraciones que tuvieron lugar durante los primeros de su principado, Claudio se dedicó a lo que más le interesaba: buscar el bienestar del pueblo romano.

Relieve Torlonia, hallado en Ostia en 1863

Su primera preocupación era buscar una solución para la continua escasez de trigo que asolaba continuamente durante el período invernal a los estratos más bajos de la sociedad. El emperador tomó dos medidas en esa dirección: en primer lugar, otorgó a los navegantes privilegios especiales para animarlos a viajar a Egipto fuera del período estival para abastecerse de grano (entre ellos se incluían la concesión de la ciudadanía y la exención de la aplicación de la Lex Papia Poppaea que regulaba el matrimonio). Al mismo tiempo, eliminó los impuestos que Calígula había establecido sobre la comida y redujo aún más los tributos en las zonas que padecían hambruna.
Sin embargo, su proyecto más ambicioso fue la construcción de un nuevo puerto en Ostia, el conocido como Portus. Hasta ese momento el abastecimiento de la ciudad se hacía a través del pequeño puerto que había en esa colonia que, por sus minúsculas proporciones y debido a la poca profundidad del rio, no podía acoger a barcos de grandes dimensiones. Ello obligaba a trasvasar la mercancía en alta mar a barcos más pequeños lo que a veces ocasionaba naufragios. La otra opción era descargar las mercancías en Pozzuoli, cerca de Nápoles, y continuar el transporte de grano por tierra, durante cerca de 250 kilómetros.

Portus de Claudio. Ignazio Danti, 1582, Roma,  Galeria de los Mapas, Museos Vaticanos

El nuevo puerto se inició en el año 42 d.C., a 4 kms de Ostia. Constaba de dos muelles semicirculares. Al mismo tiempo construyó un gran faro, a imitación del de Alejandría, que seguramente se alzaba aislado en una isleta artificial entre los dos. Para asentar los cimientos del faro se hundió, cargada de piedras, la gran nave que Calígula mandó construir para traer desde Egipto el gran obelisco que colocaría en la spina de su circo y que aún hoy se alza en el centro de la Plaza de San Pedro del Vaticano.
El complejo ocupaba 150 hectáreas. Fue una magnífica obra de ingeniería excavada en parte en tierra firme y en parte en el mar. Al menos dos canales artificiales aseguraban la conexión entre el mar, el Puerto de Ostia y el puerto fluvial situado en la boca del Tíber, lo que permitía a las naves llegar hasta Roma sin ningún peligro. Fue acabado en el 64 d.C. por Nerón.

Mosaico de barcos en el Foro de las Corporaciones. Siglo II d.C, Ostia Antica, 2013

El Puerto de Claudio se utilizó durante largo tiempo aunque fueron necesarios drenajes para evitar la acumulación de arena; no obstante, 40 años después Trajano construyó otro más interno entre los años 100 y 112 d.C. pues el anterior se reveló insuficiente.

domingo, 10 de junio de 2018

Conspiraciones en el aire

A pesar de su eficaz labor posterior, los inicios del principado de Claudio no fueron nada sencillos, con un Senado en contra que lo había aceptado como emperador a su disgusto y que veía que una legión de antiguos esclavos usurpaba su papel de consejero del primer hombre del Imperio.


Curia Julia, sene del Senado. Siglo IV. d.C, Foro Romano

Las luchas de poder no dejaron de sucederse entre senadores que consideraban a Claudio un idiota, indigno de regir el legado de Augusto. En este clima se sitúa la muerte de Apio Junio Silano un año después de la llegada de Claudio al poder. Según las fuentes antiguas Silano fue mandado traer desde Hispania por Mesalina, enamorada de él desde la infancia, para contraer matrimonio con su madre Domicia Lépida, y así tenerlo cerca. Como aquel rechazó a la emperatriz, ésta tramó toda una conjura para que Silano apareciera como culpable de querer acabar con la vida de Claudio. Otra hipótesis colocan al liberto Narciso como instigador de la muerte de Silano. Sean o no creíbles estas teorías, lo cierto es que Silano fue mandado ejecutar en dudosas circunstancias, lo que no mejoró las relaciones del emperador con un Senado que lo acusaba de dejarse manipular por mujeres y ex –esclavos.
Igualmente, fueron enviados al exilio Julia Livila (sobrina de Claudio) y el estoico Séneca, acusados de adulterio. Parece ser que el acercamiento de Livila (tras volver del exilio) a su tío había provocado los celos de Mesalina, que fue la que instigó a su marido contra la pareja. El filósofo fue enviado a Córcega y la joven a Pandataria donde murió al poco tiempo.


Escultura de Claudio. Siglo I d.C. Museos Vaticanos. Roma 2018

Todas estas situaciones habían dejado a Claudio nervioso e inseguro, pues a pesar de sus buenas intenciones, no lograba ser aceptado. Esto se puso nuevamente de manifiesto durante el año 42 cuando tuvo lugar otra conspiración, comandada por Anio Viniciano, quien contaba con el apoyo  del comandante de dos legiones de los Balcanes, Escriboniano. Sin embargo, no tuvo éxito pues los soldados se negaron  a unirse a la rebelión y su comandante se suicidó. Hubo una gran represión contra los sublevados.
Los senadores observaban estupefactos pues no entendían las promesas de clemencia de Claudio ni su anhelo de convertirse en un nuevo Augusto. El Senado no iba a olvidar tales purgas. No obstante, Claudio no perdió la confianza en sí mismo, consciente de que podía aportar prosperidad al Imperio y a sus habitantes, que eran quienes más le interesaban.

domingo, 3 de junio de 2018

Mesalina


Moneda de Mesalina
Fuente: De Classical Numismatic Group, Inc. http://www.cngcoins.com, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=2227838

Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española la definición del término mesalina encontramos que se refiere a una “mujer poderosa o aristócrata y de costumbres disolutas”. En el resto de lenguas significa más o menos lo mismo. Así quedó retratada para la posteridad la tercera esposa del emperador Claudio.
Valeria Mesalina era hija de Domicia Lépida y de Marco Valerio Mesala Barbarto. Por línea materna descendía de Octavia (hermana de Augusto) a través de la primogénita de aquella y Marco Antonio, Antonia la mayor. A pesar de tan insigne origen, su rama familiar estaba empobrecida y no gozaba de la preponderancia en la corte que tenía la descendencia de la otra hija de Octavia, Antonia la menor.


Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma 2018

Nacida en el año 25 d.C., desde su más tierna infancia Mesalina destacó por su belleza y gracia, lo que la llevó siendo casi una niña a entrar en el círculo de su primo segundo Calígula, entonces emperador de Roma, famoso por sus costumbres depravadas. Éste, la ofreció en matrimonio a su tío Claudio en un intento de burla pues el promeso esposo no sólo tenía 49 años sino que era considerado el bufón de la corte, mientras que la joven sólo contaba 14 años. El enlace se celebró aproximadamente durante el año 39 d.C. Domicia Lépida consideró, sin embargo, esta unión muy conveniente para su hija, pues no poseía una gran dote para conseguirle un marido ilustre, y nadie podía dudar de la nobleza de la sangre de Claudio. Mesalina le prometió un gran amor, lo que fue suficiente para que el nieto de Livia la aceptara como esposa.

Mesalina (Sheila White) y Claudio (Drek Jacobi) en un fotograma de la serie Yo, Claudio


La suerte sonrío a la ambiciosa joven pues dos años después de su matrimonio, Mesalina se convirtió en la emperatriz de Roma, hecho que se vio reforzado por el nacimiento del hijo varón de la pareja pocos meses después de su ascenso al trono imperial: Tiberio Claudio César, después conocido como Británico. Claudio celebró con gran fasto la llegada de su heredero (hay que recordar que de anteriores matrimonios sólo sobrevivía su hija Antonia). Poco antes, en el 39 o 40 d.C. había nacido Claudia Octavia, la otra hija de ambos.
Según las fuentes antiguas Mesalina se aprovechaba del amor que Claudio le profesaba para participar en las decisiones de poder, tal como años antes había hecho la emperatriz Livia. La diferencia entre las dos mujeres es que a Mesalina no le interesaba gobernar, sólo ambicionaba el poder para usarlo en la consecución de sus caprichos y fines.

Mesalina y Británico. Siglo I d.C. Londres. Museo Británico

Estos iban sobre todo destinados a satisfacer su enorme lujuria con hombres de todas las edades y estrato social. Solía ser muy generosa con aquellos que cedían ante sus deseos mientras que no tenía escrúpulos en eliminar a los que la rechazaban.
Enamorada platónicamente de Apio Junio Silano (que nunca le había correspondido), convenció a Claudio de llamarlo a Roma desde Hispania, donde era el gobernador, para casarlo con su madre Domicia y así tenerlo cerca. Aún así, su ahora padrastro no cedió antes sus encantos por lo que tramó una conspiración que acabó con la vida de Silano. Igualmente, encaprichada de los jardines de Lúculo, propiedad de Valerio Asiático, consiguió acabar con él para apropiarse de los mismos. Asimismo, celosa del interés que despertaba en Claudio su sobrina Livila (traída del exilio junto con su hermana Agripina) la acusó de adulterio con Séneca por la que ambos fueron desterrados. La joven al poco tiempo encontró la muerte.
Del mismo modo cuentan las fuentes que, segura de su poder sobre el emperador, frecuentaba los burdeles de Roma oculta bajo una peluca rubia, un maquillaje excesivo y una capucha, ofreciéndose a gladiadores y marineros; se hacía llamar Lycisca. Su gran hazaña fue, en ausencia de Claudio, lanzar un reto al gremio de prostitutas. Éste envió a Palacio a su mejor representante, una siciliana llamada Escila para que participara en una competición destinada a determinar cuántos hombres podían poseerlas en una noche. Escila se rindió en el vigésimo quinto hombre, superando Mesalina esa cifra antes del amanecer. La siciliana se despidió diciendo “esta desgraciada tiene las entrañas de acero” (Plinio el Viejo, 10, 172).

Mesalina en el burdel. Grabado de Agostino Caracci. Siglo XVI

Sin embargo, su pasión por Cayo Silio acabó costándole le ruina. Éste repudió a su mujer y se convirtió en amante de Mesalina. “Ardía de tal modo por Cayo Silio, el más bello de los jóvenes romanos, que eliminó de su matrimonio a Junia Silana, dama noble, para gozar en exclusiva de su amante. A Silio no se le ocultaban ni el escándalo ni el peligro; pero si se negaba era segura su perdición, y tenía cierta esperanza de pasar desapercibido; recibía además grandes recompensas y se consolaba cerrando los ojos al futuro y gozando del presente. Ella iba a menudo a su casa, no a escondidas, sino con gran acompañamiento; lo seguía paso a paso y lo colmaba de riquezas y honores, y al fin, como si hubiera ya cambiado la fortuna, los siervos, libertos y lujos del príncipe se veían en casa del amante” (Tácito. Anales, XI, 12).
Ambos tramaron arrebatar el trono a Claudio y aprovechando una visita de éste al Puerto de Ostia, se casaron. Según Tácito, Mesalina sólo accedió por el deseo de hacer algo fuera de la ley y como la culminación de quien ha hecho realidad todos los placeres inimaginables. Según el historiador “temía que Silio, tras alcanzarlo todo, acabara por desdeñar a la adúltera” (Anales, XI, 26).
El propio Tácito se asombra que fueran tan ingenuos al pensar que en una ciudad como Roma pudiera quedar en secreto algo tan sonoro en contra del emperador. “No ignoro que parecerá fabuloso el que haya habido mortales que, en una ciudad que de todo se enteraba y nada callaba, llegaron a sentirse tan seguros; nada digo ya de que un cónsul designado, en un día fijado de antemano, se uniera con la esposa del príncipe, y ante testigos llamados para firmar, como si se tratara de legimitizar a los hijos; de que ella escuchara las palabras de los auspicios, tomará el velo nupcial, sacrificara ante los dioses, que se sentaran entre los invitados en medio de besos y abrazos y, en fin, de que pasaran la noche entregados a la licencia propia del matrimonio” (Anales, XI, 27).


Busto de Claudio. Siglo I d.C. Museos Vaticanos. Roma 2018

La facción leal a Claudio, escandalizada, se desplazó a Ostia capitaneada por el liberto Narciso y Calpurnia (cortesana que Claudio había tenido a su servicio antes de casarse con Mesalina y por la que sentía gran cariño). Entre los dos le confesaron al emperador la fechoría de su esposa y el peligro que corría si los nuevos cónyuges conseguían importantes apoyos. Sin embargo, los amantes atemorizados abandonaron el lugar donde celebraban una bacanal, Silio en dirección al Foro para disimular y Mesalina en busca de Claudio, utilizando a sus hijos, “Mesalina, aunque lo adverso de su situación le menguaba el raciocinio, decide sin vacilar salir al encuentro y presentarse ante su marido, recurso al que había acudido con frecuencia y mandó avisar a Británico y Octavia para que fueran a abrazar a su padre. Además, suplicó a Vibidia, la más anciana de las Vírgenes Vestales, que se hicieran oír del pontífice máximo, que implorara clemencia. Y entretanto, acompañada solamente por tres personas-, en tal soledad se había quedado de repente-, tras recorrer a pie toda la ciudad, en un carruaje de los que se usan para recoger los desperdicios de los jardines toma el camino de Ostia, sin que nadie sintiera por ella compasión alguna, porque se imponía sobre todo lo monstruoso de sus infamias”. (Anales, XI, 32).
Las fuentes difieren sobre la reacción de Claudio: mientras que Suetonio afirma que la entregó al verdugo sin contemplaciones, Tácito apunta que albergó sus dudas al respecto debido a la corta edad de sus hijos, y que fue el liberto Narciso quien aceleró la sentencia temiendo que Claudio la perdonara. Finalmente, Silio y sus cómplices fueron mandados ejecutar.
A la emperatriz se le dio la oportunidad de quitarse la vida, pero como era incapaz de clavarse el puñal, el tribuno que portaba la sentencia la atravesó con una espada en los Jardines de Lúculo donde estaba recluida. Corría el año 48 y Mesalina contaba sólo con 23 años. “Se anunció a Claudio, el cual estaba a la mesa, que Mesalina había perecido, sin aclararle si por su mano o por la ajena; tampoco él lo preguntó; pidió una copa y continuó haciendo los honores acostumbrados al banquete. Ni siquiera en los días siguientes dio señales de odio y alegría, de ira o de tristeza, en fin, de afecto humano alguno; tampoco al ver a los acusadores felices o a sus hijos doloridos” (Anales, XI, 38). Este fragmento testimonia el estado de shock en el que quedó el emperador.

La muerte de Mesalina. Georges Antoine Rochegrosse. 1916. Colección Privada

El Senado decretó la damnatio memoriae de la emperatriz borrando su nombre de todos los documentos así como de los edificios públicos y privados, derribando al mismo tiempo todas sus efigies.
¿Pero qué hay de cierto en la promiscuidad de Mesalina?. Todos los historiadores antiguos la confirman, por lo que no queda duda sobre su veracidad. No obstante, esta libertad sexual era muy común en la sociedad romana, incluso por parte de la mujer, a pesar de las leyes impulsadas por Augusto para velar por la moralidad y la sacralidad del matrimonio. El caso de Mesalina provocó tanto escándalo por tratarse de la emperatriz y, sobre todo, por el intento de menoscabar el poder de  Claudio a través de una conspiración política.

Mesalina. Eugène Cyrille. Brunet. 1884. Rennes. Museum of Fine Arts 


¿Por qué te preocupas de una casa privada, de lo que hizo una Epia?
Vuelve tu vista a los rivales de los dioses, escucha cuánto soportó Claudio.
Cuando su mujer se percataba de que su marido dormía,
la augusta meretriz osaba de tomar su capucha de noche y,
prefiriendo la estera a la alcoba del Palatino,
lo abandonaba, acompañada por no más de una esclava.
Así, ocultando su pelo moreno con una peluca rubia
entraba  en el caliente lupanar de gastadas tapicerías,
en la pequeña estancia vacía, reservada para ella; entonces se prostituía
con sus áureos pechos al desnudo, usurpando el nombre de Licisca
y ofrece el vientre de donde naciste, noble Británico.
Recibía cariñosamente a los que entraban y les cobraba el precio
mientras tumbada, absorbe los empujes de todos.
Luego, cuando el dueño del burdel despedía a sus chicas,
se marchaba triste, y hacía lo que podía: cerrar la última
la habitación, todavía ardiendo con la erección de su tieso clítoris,
y se retiraba, cansada de hombres pero aún no saciada,
con las mejillas oscuras y sucias por el humo del cándil
lleva el olor del lupanar al tálamo nupcial.

Juvenal. Sátira VI.