lunes, 28 de noviembre de 2016

Comienzan las obras en el Mausoleo de Augusto (IV)


Mausoleo de Augusto. Roma 2005

Aunque con un halo de misterio y, total discreción, por fin se han iniciado en Roma el 21 de noviembre las labores de restauración del Mausoleo de Augusto.
Ahora mismo sólo está adjudicada la primera fase de las obras consistente en el refuerzo y restauración de la cara externa del edificio con la finalidad de garantizar las máximas condiciones de seguridad en el mismo.
Ha sido tal el despropósito en el proceso de adjudicación de las obras que a punto han estado de perderse los 6 millones de euros que la compañía TIM se había comprometido a donar para la cobertura e implantes tecnológicos en el monumento siempre que las obras se comenzaran antes del 31 de octubre pasado. Llegado a este punto, la TIM no aportará el dinero de una sola vez, sino que irá contribuyendo según vayan avanzando la materialización del proyecto.
El nuevo superintendente Estatal del Coliseo, del área arqueológica y del centro histórico, Francesco Prosperetti ha modificado el diseño de la cobertura, eliminando aquella de cristal para evitar que una luz solar excesiva inunde de luz un edificio concebido para ser contemplado en penumbras.


Proyecto de Restauración de la Piazza Augusto Imperatore

El segundo lote, aquel destinado a la Piazza Augusto Imperatore que lo circunda, se encuentra en fase de adjudicación, respetándose el proyecto de Francesco Cellini de 2006. Si todo va bien, y esperemos que esta vez sea la definitiva, dentro de dos años los romanos y el mundo en general podrán volver a disfrutar del mausoleo más grande del Mediterráneo, lugar del eterno descanso de Augusto, en una nueva e impresionante plaza digna del más grande de sus emperadores.

Fuente: http://roma.corriere.it/notizie/cronaca/16_novembre_20/mausoleo-decoro-oltre-panni-stesi-via-finalmente-lavori-restauro-459b9f64-af65-11e6-8815-37f3520714e8.shtml

martes, 22 de noviembre de 2016

Semblanza de Tiberio


Tiberio como Júpiter con rasgos muy juveniles. Detalle. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018

         Tiberio es un personaje controvertido. Si bien ha pasado a la historia como uno de los emperadores malos, su gestión es una de las mejores de la Antigua Roma pues a su muerte dejó en el Tesoro unos 3000 millones de sestercios, fortaleció el Imperio mediante la construcción de defensas y usó en muchas ocasiones la diplomacia, manteniéndose al margen de las disputas de los reyes extranjeros.
Esta corriente negativa hacia su figura puede tener su origen en varias causas. Ante todo, el carácter del emperador, tan alejado del de Augusto que siempre fue cercano y afable con todo el mundo. Tiberio era muy introvertido, tímido, “caminaba con la cabeza erguida y echada hacia atrás, de ordinario fruncido el entrecejo y casi siempre en silencio, sin cambiar ninguna o muy contadas palabras incluso con los que estaban a su lado, y aún éstas con una extrema lentitud y acompañándolas de un blando movimiento de sus dedos”. (Suetonio. Vida de Tiberio. 68,3). La desaparición de las dos únicas personas que amaba: su hermano Druso y su amada esposa Vipsania (de la que se divorció obligado para casarse con Julia) lo convirtieron en un hombre amargado y resentido con el mundo, que dio rienda suelta a su condición vengativa en cuanto tuvo el poder. Por ejemplo, durante el mismo año 14 dejó morir lentamente de hambre y miseria a la que había sido su esposa, Julia, y que se encontraba desterrada en Reggio.


Tiberio en el Ara Pacis Augustae. 9-13 a.C. Roma 2014

       Aunque durante el Principado de Augusto, el hijo de Livia se comportó de manera prudente escondiendo su verdadera naturaleza, tras la muerte de Germánico, de su hijo Druso y, sobre todo, de su madre, su manera de conducirse fue empeorando. “Su carácter cambió con el tiempo: mientras que durante el Principado de Augusto se distinguió por su vida y por su fama, tanto en los asuntos privados como públicos; reservado y simulador de virtudes mientras vivieron Germánico y Druso; una mezcla de bien y de mal hasta la muerte de su madre; fue de una execrable crueldad  pero ocultando sus vicios, mientras amó o temió a Sejano; al final se lanzó, a un tiempo, al crimen y al deshonor, una vez que alejados el pudor y el miedo, sólo obraba según su carácter” (Tácito. Anales. Libro VI. 51,3).
¿Hasta dónde son ciertas estas afirmaciones?. Aunque Tácito y Suetonio coinciden en la modestia y buen gobierno de Tiberio en sus primeros años como emperador, ambos tienen una concepción peyorativa de él, sobre todo el segundo que hace especial hincapié en su obra de la depravación moral a la que se abandonó el emperador en su villa de Capri en sus últimos años de reinado, aunque él mismo acaba reconociendo que “se le atribuían vicios aún peores  y más indignos, de tal naturaleza que apenas es lícito exponerlos u oírlos contar, y menos aún creerlos” (Vida de Tiberio. 44,1). Los pocos historiadores favorables a Tiberio suelen esgrimir que esas historias son la venganza de los dos historiadores latinos, miembros de familias senatoriales muy perjudicadas por la consolidación del poder imperial. Yo siempre me he preguntado ¿por qué no atacaron en ese caso del mismo modo a Augusto?. Mi opinión es que  debe haber algo cierto en la manera cruel de comportarse de Tiberio aunque ellos hayan exagerado la realidad y que sobre todo fue víctima de su propio carácter. En esta dirección apunta el hecho de que a Tiberio no se le aplicara la Damnatio Memoriae (reservada a los emperadores más nefastos) ni que se destruyeran sus imágenes.


Busto de Tiberio. siglo I d.C. Palermo. Museo Archeologioco Regionale
Fuente: "Tiberius palermo" di User:ChrisO - Opera propria. Con licenza Pubblico dominio tramite Wikimedia Commons - https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Tiberius_palermo.jpg#/media/File:Tiberius_palermo.jpg

 Por otro lado, la dejadez de las funciones inherentes a su cargo provocó el abandono de sus obligaciones. Ello unido a las sospechas del pueblo sobre su intervención en la muerte de su venerado Germánico y el período de terror llevado a cabo en Roma por Sejano (su principal consejero) mientras Tiberio disfrutaba de su retiro en Capri le granjearon el odio y la animadversión de un pueblo romano que a su muerte gritaba con alegría “¡Al Tíber con Tiberio!” (Suetonio. Vida de Tiberio. 75,1).
En cuanto a su aspecto físico nos tenemos que remitir obligatoriamente a la descripción de Suetonio y a los múltiples esculturas que de él han llegado hasta nuestros días “Era corpulento y robusto, de una estatura que sobrepasaba lo normal; ancho de espaldas y de pecho, tenía también sus restantes miembros bien proporcionados y armoniosos de la cabeza a los pies; su mano izquierda era más ágil  que la derecha, de unas articulaciones tan firmes que podía taladrar con el dedo una manzana fresca y sana, o herir de un capirotazo en la cabeza a un niño, o incluso a un adolescente. Su tez era blanca, y se dejaba crecer bastante el cabello en el cogote, de suerte que le cubría incluso la nuca, lo que parecía ser en él un rasgo distintivo de la familia; tenía un rostro noble aunque lleno de granos que le salían de repente, y unos ojos muy grandes, que cosa extraordinaria podían ver incluso de noche y en las tinieblas, pero por poco tiempo y nada más despertarse” (Suetonio. Vida de Tiberio. 68,1-2). A mí siempre me ha llamado la atención cuando contemplo sus retratos el gran parecido de la expresión de los ojos de Tiberio con los de su madre Livia y su hermano Druso.


Livia (Siglo I d.C. Copenhage. Carlsberg Glyptotek) flanqueda por Druso a la izquierda y Tiberio a la derecha (Copias de busto en el Ara Pacis Augustae).

Por lo demás, era una persona culta que había recibido la mejor educación estando siempre muy interesado en las letras griegas y latinas al mismo tiempo que en las historias míticas. A pesar de que conocía perfectamente el griego, lo usaba muy poco, prohibiendo en algunas ocasiones que no se usara otro idioma que no fuera el latín.
Sin embargo, la gran pasión de Tiberio fue siempre la astrología. Convencido que el destino de cada uno está trazado por las estrellas, era indiferente a las prácticas religiosas y al culto a los dioses.
      Mucho más conservador que Augusto, puso límites a los honores y privilegios que debían recibir las mujeres, de ahí el origen de sus rencillas con su madre.

martes, 15 de noviembre de 2016

Tiberio emperador


Tiberio. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2005

El 17 de septiembre del año 14 d.C., Tiberio convocó por primera vez al Senado para leer el testamento de Augusto y para discutir los honores que debían concedérsele al difunto emperador. Desde ese momento, los senadores comenzaron a rogar al hijo de Livia para que asumiera el papel que su padre adoptivo había representado durante más de 40 años como guía del Estado. Según algunas fuentes, Tiberio en principio lo rechazó y se hizo bastante de rogar, lo que algunos atribuyen a su deseo de que le suplicasen para dejar claro que accedía al cargo legalmente mientras que otros indican que esta actitud fue motivada por su modestia natural. Según Suetonio cuando aceptó el Imperio lo hizo con las siguientes palabras: “Hasta que alcance la edad en que pueda pareceros justos conceder algún descanso a mi vejez” (Vida de Tiberio, 34, 2).
Refuerza también la segunda teoría el hecho de que en estos primeros momentos se comportara de forma muy sencilla, más como un simple particular que como el soberano del mundo. De los muchos honores que le concedieron sólo aceptó algunos tal como nos cuenta Suetonio: “Prohibió que se le decretaran templos, flamines y sacerdotes e incluso que se le erigieran estatuas y bustos sin su permiso, que, por otra parte sólo concedió a condición de que no se colocaran entre las imágenes de los dioses, sino entre los adornos de los templos. Se opuso también a que se le prestara el juramento de ratificar sus actos y a que el mes de septiembre recibiera el nombre de Tiberio y el de octubre el de Livio. Rechazó asimismo el praenomen de Imperator, el sobrenombre de Padre de la Patria y una corona cívica en su vestíbulo; ni siquiera añadió en ninguna de sus cartas, salvo en las remitidas a los reyes y dinastas, el nombre de Augusto, aunque lo había recibido por herencia” (Vida de Tiberio, 26, 2).

Agripa Póstumo. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre

Sin embargo, dos hechos enturbiaron los inicios del nuevo principado. En primer lugar, el asesinato de Agripa Póstumo (que se encontraba en el exilio en Planasia), seguramente por orden del propio Tiberio, con la intención de evitar que aquellos que deseaban ver  a un nieto del propio Augusto al frente del Estado, no pudieran resucitar en torno al que fuera su hijastro la causa juliana. No obstante Tiberio siempre negó haber dado la orden. Más preocupante para él fue el motín de las legiones acantonadas en Germania que deseaban proclamar a su hijo adoptivo Germánico como nuevo emperador. Éste les contestó que prefería la muerte antes que la deslealtad. Además, los soldados le exigían el licenciamiento de los veteranos y un salario mayor para los jóvenes. Finalmente, en nombre de Tiberio, Germánico aceptó que se licenciaran los soldados con más de 20 años de servicio y dobló el sueldo a quienes lo reclamaban.
Solucionados ambos problemas, según Suetonio, Tiberio comenzó su gobierno dando una apariencia de libertad al Senado: pasaba cualquier asunto por nimio que fuera a votación de los senadores, admitía de buen grado que se tomaran algunas decisiones en contra de su opinión e intentaba tratar a todo el mundo con respeto y cortesía, a veces tan excesiva que rozaba la suspicacia. Igualmente en esta época era paciente con las críticas ofensivas a su persona comentando en más de una ocasión que en una ciudad libre el pensamiento también debería serlo. El historiador latino concluye diciendo que poco a poco fue comportándose como emperador subrayando que en sus primeros años se mostró habitualmente benévolo y dispuesto a servir al interés público. Del mismo modo,  en esta época no salió de Roma, y sólo se movió por los entornos de la capital del Imperio.
Sin embargo, obsesionado por su seguridad personal aumentó el cuerpo de guardia pretoriana de 2 a 9 cohortes, al mismo tiempo que mandó construir un campamento para ellos al noreste de Roma, la Castra Praetoria.

 Porta Praetoria. Restos de la Castra Praetoria. Siglo I d.C. Roma
Fuente: De No machine-readable author provided. Joris assumed (based on copyright claims). - No machine-readable source provided. Own work assumed (based on copyright claims)., Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=768457

martes, 8 de noviembre de 2016

La sucesión: Augusto y Tiberio

El talón de Aquiles del Principado y la cuestión que más intensamente llenó de amargura la vida de Augusto fue sin duda alguna la sucesión. Desafortunadamente, no pudo conseguir su gran anhelo: dejar las riendas del Imperio y la salvaguarda de Roma a alguien de su sangre en quien confiara plenamente, pues una y otra vez el destino frustró sus planes.
Augusto, que sólo tenía una hija natural nacida de su primer matrimonio (Julia), nunca quiso divorciarse de Livia (con quien no tuvo descendencia), anteponiendo por primera y última vez en su vida sus sentimientos por encima del bienestar de Roma, poniendo de manifiesto el gran amor que sentía por su tercera esposa, pues creía poder encontrar un heredero en la descendencia de su hija.


Marcelo. 25-20 a.C. Roma. Fondazione Sorgente Group


          Por eso, en primer lugar la casó con su sobrino Marcelo, hijo de su hermana Octavia, y al morir éste prematuramente, con su gran amigo y colega de gobierno Marco Vipsanio Agripa. De este segundo matrimonio nacieron 5 hijos, entre los cuales Augusto favoreció y reconoció como herederos suyo a los dos mayores: Cayo y Lucio César. No obstante, desaparecidos  éstos también en la flor de la vida, el emperador ya anciano no tuvo más remedio que volver los ojos a la descendencia de su esposa Livia. Muerto en 9 a.C. con sólo 29 años Druso, el preferido de Augusto entre sus dos hijastros, el emperador optó por la última persona que hubiera deseado para regir su Imperio: Tiberio.
De este modo, el 26 de mayo del año 4 d.C, Augusto adoptó al hijo mayor de Livia, dejando claro que su decisión obedecía únicamente a “razón de Estado”, tal  y como recoge Suetonio (Vida de Tiberio, 21,3). Esta reticencia no nace del hecho que Tiberio no fuera un competente administrador ni un experimentado militar, sino más bien de la animadversión que Augusto sentía hacia él. Por ello, le obligó a adoptar al hijo de su hermano Druso, Germánico a pesar de que Tiberio ya tenía un hijo propio, intentando de alguna manera asegurar la sucesión en los hijos de éste que eran a su vez bisnietos suyos (al estar casado Germánico con su nieta Agripina la Mayor).


Cayo (en primer plano) junto a Lucio, ambos heroizados, flanquean a Augusto, que parece contemplar sus sueños rotos. Siglo I d.C. Corinto. Museo Archeologico

En el prólogo de su testamento Augusto nuevamente vuelve a subrayar: “Como el destino me arrebató cruelmente a mis hijos Cayo y Lucio, Tiberio heredará dos tercios de mis propiedades” (Suetonio. Vida de Tiberio, 23), dejando claro a todos que su hijastro mayor no era su candidato predilecto.
Todas las fuentes coinciden en que Augusto fue siempre muy cariñoso con sus seres queridos no dudando en demostrar públicamente su gran afecto por su hija, por sus sobrinos, por sus nietos e incluso por su hijastro Druso y sus hijos. Sin embargo, jamás manifestó demasiado afecto por el hijo mayor de Livia.
Es cierto que el carácter taciturno y reservado del joven no favorecía mucho su relación con la mayoría de la gente o que Augusto, con su gran perspicacia, ya adivinara el germen del lado siniestro de la personalidad de Tiberio; no obstante, quiero analizar la relación entre ambos intentando no ser injusta con éste último.
Tiberio tuvo una infancia difícil pues siendo aún muy pequeño tuvo que huir y vivir escondido debido a que su padre, Tiberio Claudio Nerón, había luchado primero al lado de los asesinos de César en la batalla de Filipos y, más tarde, junto a Lucio Antonio (hermano del triunviro) en el asedio de Perugia teniendo en frente siempre al que con los años se convertiría en su padrastro.  Cuando Octavio se casó con su madre, el niño, de tan sólo cuatro años, fue apartado de ésta y mandado a vivir con su padre. Sólo tras el fallecimiento de éste, se le permitió regresar junto a ella, teniendo que adaptarse a una nueva vida en la casa imperial y estando desde entonces expuesto a la opinión pública, algo no compatible con su carácter introvertido. Así y todo, Augusto no dudaba de mostrar a la vista de todos la preferencia por otros miembros de la familia como Marcelo o Agripa.


Julia y Tiberio en el Ara Pacis Augustae. 12-9 a.C. Roma 2013

Tres hechos marcaron claramente su vida y determinaron el endurecimiento de su carácter: el divorcio de su primera esposa Vipsania, a quien amaba profundamente, obligado por Augusto para que contrajera matrimonio con su hija, la muerte de su hermano Druso el mayor, a quien estaba muy unido y, en tercer lugar, las escandalosas infidelidades de su esposa Julia.
Estos acontecimientos, corroyeron lo bueno que pudiera haber en el espíritu de Tiberio convirtiéndolo en un ser cada vez más huraño e intratable, capaz de  contravenir los deseos de Augusto en algunas ocasiones, como la vez que se encontró con Vipsania tras su separación o cuando abandonó la vida pública y se exilió a Rodas, dejando al emperador sin ningún colega experimentado para que le ayudara a gobernar. Estos desaires no los digirió muy bien un emperador acostumbrado a que todo el mundo acatara su voluntad.


Detalle de la Gemma Augustea en la que aparecen Augusto y Tiberio. 9-12 d.C. Viena. Kunsthistorisches Museum

        Así y todo, la relación entre ambos siempre fue correcta, al menos en apariencia, tal y como ha quedado patente en los extractos epistolares que se conservan de la correspondencia entre ambos. Como por ejemplo cuando Augusto contesta a su hijastro ante la cólera de éste por los comentarios vertidos por algunas personas en contra del emperador  “No te dejes llevar en este asunto, mi querido Tiberio, por tu edad ni te indignes demasiado porque haya alguien que hable mal de mí; basta con que logremos que nadie pueda perjudicarnos” (Suetonio. Vida de Augusto. 51.3) o en este otro fragmento en el que Augusto le refiere muy informalmente  su suerte en una partida de dados: “Nosotros, mi querido Tiberio, hemos pasado bastante agradablemente las Quincatrias (Festival dedicado a Minerva); jugamos en efecto, durante todos estos días y calentamos la mesa de juego. Tu hermano puso el grito en el cielo; sin embargo, al final, no perdió mucho, sino que poco a poco, y contra lo que esperaba, se recuperó  de sus grandes pérdidas. Yo perdí 20.000 sestercios por mi cuenta, pero porque fui, como acostumbro las más de las veces, ampliamente liberal en el juego, pues, si hubiese exigido a cada jugador las puestas las puestas que le perdoné o hubiese conservado el dinero que les di, habría ganado hasta 50.000 sestercios. Pero lo prefiero: mi bondad me llevará, desde luego, a la gloria celeste” (Suetonio. Vida de Augusto. 71.3).
No obstante, las cartas entre ellos no pueden considerarse al mismo nivel de emotividad que las enviada por el emperador a sus nietos Cayo y Lucio: “Saludos, Cayo mío, mi querido burrito,  sólo el cielo sabe lo mucho que te echo de menos cuando estás lejos de mí. Pero sobre todo en días como hoy mis ojos anhelan a mi Cayo y, donde quiera que hayas estado, espero que hayas celebrado mi sexagésimo cuarto cumpleaños con salud y felicidad. Imploro a los dioses que el tiempo que me queda de vida lo pase contigo sano y bien, con nuestro Imperio prosperando, y tú y Lucio contribuyendo a ello como hombres y preparándoos para sucederme en el deber de proteger al Estado” (Aulo Gelio. Noches Áticas. 15. 7, 3).


Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano

 Suetonio aporta algunos datos más sobre la animadversión de Augusto hacia Tiberio. Según él, era de creencia extendida que después de la última conversación entre ambos en el lecho de muerte de Augusto, el moribundo emperador exclamó cuando su hijastro abandonó la sala: “¡Pobre pueblo romano, que destinado a ser devorado por una mandíbula tan lenta!” (Vida de Tiberio. 21.2). En esa línea añade Suetonio que le habían contado que “Augusto condenó abierta y claramente la crueldad del carácter de Tiberio, llegando a interrumpir a veces las conversaciones más relajadas e hilarantes cuando él se acercaba, pero que consintió en adoptarlo vencido por los ruegos de su mujer, o incluso movido por la ambición de hacerse añorar más en el futuro con semejante sucesor” (Vida de Tiberio. 21.2).
Todas estas opiniones pueden haber estado influidas por la leyenda negra que acompañó a Tiberio tras convertirse en emperador, pues antes de ocupar el trono imperial el hijo de Livia siempre se comportó de manera muy prudente, reprimiendo la violencia y crueldad que anidaban en lo más profundo de su ser. En caso contrario, probablemente hubiera acabado desterrado por su carácter agresivo en una isla de por vida como Agripa Póstumo. De hecho ni el mismo Suetonio lo cree del todo pues él mismo continúa diciendo: “Sin embargo, no me puedo creer que un príncipe tan precavido y prudente haya hecho nada a la ligera, sobre todo en un asunto de tamaña magnitud; más bien me inclino a pensar que, después de haber examinado atentamente los vicios y las virtudes de Tiberio, halló estas últimas superiores” (Vida de Tiberio. 21.3). Está claro que aunque Augusto no sentía una gran afinidad con Tiberio, era lo mejor que le quedaba, no dudando en reconocer la gran valía de su hijastro en temas de administración y al frente del ejército.  Para reforzar su teoría Suetonio plasma algunos fragmentos de cartas que le envío Augusto: “Adiós, gentilismo Tiberio, que tengas éxito en tu empresa. Adiós, gentílisimo y ¡por mi dicha más valeroso varón y experto general. ¡Qué perfecta organización la de tus campañas de verano!. Yo ciertamente, mi querido Tiberio, considero que, entre tus circunstancias difíciles y tal abatimiento de las tropas, nadie habría podido comportarse con más prudencia que tú. También aquellos que estuvieron a tu lado confiesas unánimemente que se te puede aplicar aquel famoso verso: un solo hombre, permaneciendo alerta, nos ha restablecido la situación”. O esta otra un tanto más cariñosa, motivada en parte por el gran temor del príncipe en sus últimos años de vida de perder su última opción: “Cuando oigo y leo que estás extenuado por el trabajo continuo, los dioses me pierdan si mi cuerpo no se estremece; cuídate te lo ruego, para que no muramos tu madre y yo si nos enteramos de que estás enfermo, y el pueblo romano no vea comprometida la supremacía de su Imperio. Nada importa que yo esté bien o no, si tú no lo estás. Pido a los dioses que te nos conserven y permitas que sigas bien ahora y siempre, si es que no odian al pueblo romano” (Vida de Tiberio. 21.4-7).


Tiberio. Siglo I d.C. Venezia. Museo Nazionale

Así y todo, en su testamento al adoptar a Livia y convertirla en miembro de pleno derecho de la gens Julia, volvió a mostrar su recelo hacia Tiberio pues temía el comportamiento de su hijastro hacia su amada esposa una vez ostentara el poder absoluto. El deterioro de la relación entre madre e hijo corroborarían sus temores.
Para concluir, tengo que decir que Suetonio no se equivocaba del todo cuando habla de la vanidad de Augusto al dejar un sucesor peor considerado que él. Realmente, aunque sin ser la verdadera intención del Príncipe, el pueblo romano sintió profundamente su pérdida, pero lo lloró mucho más cuando emperador tras emperador se iban sucediendo uno peor que el anterior.