miércoles, 25 de febrero de 2015

El Segundo Pacto Augusteo de 23 a.C.


Reconstrucción del Foro Romano. Lanciani. 1910

           Con gran dificultad, Augusto volvió a Roma a finales del año 24 a.C. encontrándose muy débil y con su vida pendiendo de un hilo. Según Suetonio parece que el Príncipe padecía de problemas en el hígado que no lograban mitigar ningún tratamiento. Desesperado al no experimentar mejoría alguna, con las escasas energías que le quedaban inició la adopción de una serie de medidas para que la obra de su vida no se fuera al traste aún cuando se encontraba sólo en sus comienzos.
En su lecho citó a todos los altos cargos del Estado y entregó a su colega consular, Cneo Calpurnio Pisón el libro que contenía los recursos financieros y militares del Imperio. Ante todo pronóstico, pues todo parecía indicar que reconocería a Marcelo como sucesor, entregó el sello con la esfinge que legitimaba su poder a Agripa. A pesar de de la devoción que sentía por su joven sobrino, era consciente que su inexperiencia en los asuntos de gobierno podría conducir a nuevas guerras civiles. Augusto sabía que Agripa, al no ser de origen noble, no iba a ser nunca aceptado por la nobleza romana, pero consideraba que era la persona más competente y fuerte militarmente así como la más capacitada para arbitrar la transición.
Sin embargo, el hombre anunciado por los poetas para fundar la edad de oro en la cultura romana, el vencedor de Accio, el bienamado de los dioses protegido de Apolo no podía morir en una cama con tan sólo 39 años de edad. Milagrosamente, bajo los cuidados de un nuevo médico que había llegado a la corte, Antonio Musa, el hijo del divino Julio se recuperó. En aquellos días se evitaban los emplastes fríos para las dolencias del hígado; Musa actuando en contra de las tradiciones aplicó al Príncipe un tratamiento de choque a base de baños y cataplasmas frías que fue totalmente efectivo, tanto que a pesar de padecer enfermedades periódicas durante todo su vida, nunca volvió a enfermar de gravedad. El médico fue generosamente recompensado tanto por parte de Augusto como por parte del Senado ganándose el derecho a portar un anillo de oro, entre otros privilegios.


Augusto ante el Senado. Fotograma de la serie Roma. 2005

Aún convaleciente Augusto se presentó un día en el Senado con la intención de leer su testamento en una acción que debía demostrar que, pese a lo manifestado cuando se encontraba al borde de la muerte no tenía intenciones dinásticas. Los senadores, como prueba de confianza en él se negaron a que llevara a cabo tal lectura. No obstante, quedo patente que el Pacto de 27 a.C. precisaba una revisión pues habían quedado muchos flecos sueltos en relación a los límites de la autoridad de Augusto.
Como primera medida, Augusto renunció al consulado, magistratura que se negó a seguir ostentando año tras año; esta situación le dejaba sin imperium, por lo que se le concedió tribunicia sacrosanctitad vitalicia, es decir gozaría de inmunidad frente a cualquier ataque a la vez que tendría capacidad para proponer leyes para que el Pueblo las aprobase o vetar las propuestas de otros cargos. Del mismo modo se otorgó está inviolabilidad tanto a Livia como a Octavia, legitimando la posición de dos de las mujeres más influyentes de la historia de Roma. Del mismo modo, el Senado votó que el imperium proconsular (que normalmente ostentaba cada gobernador exclusivamente en su provincia) no expirase mientras Augusto se encontraba en Roma; es lo que se conoce como imperium maius que le daba el poder para intervenir en cualquier asunto y en cualquier lugar del Imperio cuando él lo decidiera. El Príncipe, a pesar de ello, siguió comportándose con cautela siendo respetuoso con las instituciones del Estado.


Octavia (Siglo I a.C. Roma. Museo de las Termas) y Livia (Siglo I d.C. Copenhage. Carlsberg Glyptotek)

Solucionada la crisis de gobierno motivada por las incertidumbres provocadas por enfermedad de Augusto, éste tuvo que hacer frente a otra en el seno de su propia familia que enfrentaba de una parte a Marcelo y Octavia y de otra a Agripa y Livia. Los primeros se habían sentido decepcionados de alguna manera cuando el emperador moribundo había relegado a su joven sobrino a favor de Agripa, lo que provocó también malestar entre los seguidores de Marcelo; para compensarlo durante el año 23 a.C, lo colmó de honores prematuros para su edad dejando claro que sólo Marcelo era su apuesta de futuro. Esta actitud enfureció a los seguidores de Agripa, a Livia (que aborrecía la manifiesta predilección de su  marido por su sobrino en detrimento de sus hijos) y del mismo Agripa, malhumorado por la debilidad que sentía Augusto por Marcelo. Esto, junto con las presiones de Livia, parece ser el motivo por el cual el Príncipe no adoptó a Marcelo, casado con su hija Julia desde dos años antes.


Julia (Frances White) y Marcelo (Christopher Guard) en un fotograma de Yo, Claudio. 1976

Agripa de alguna forma salió reforzado tras la enfermedad del emperador pues recibió un imperium proconsulare (no total) asumiendo una auténtica corregencia; lo cierto que ese año en que Augusto se volcó en la promoción de Marcelo, Agripa partió hacia las provincias orientales en lo que muchos autores han considerado una especie de exilio. No podemos establecer con exactitud lo que ocurrió, aunque es de suponer que independiente de que Oriente necesitará la supervisión de Agripa, éste debió de ver la oportunidad de salir de Roma ante una situación que debía resultarle embarazosa a un hombre de su trayectoria y carácter que le veía enfrentado a un jovenzuelo inexperto que no había hecho aún nada por el Estado y que se atrevía a tratarle de igual a igual sin que Augusto le reprendiese. Suetonio se refiere al asunto de este modo: “(Augusto) a veces echó en falta paciencia en Marco Agripa pues por una ligera sospecha de frialdad y, porque a su entender, se le posponía a Marcelo, lo había dejado todo y se había retirado a Mitilene” (Vida de Augusto. 66.3). Otros autores como Plinio hablan de la “escandalosa expulsión de Agripa” (7,149).
Corría el año 23 a.C., y con la desaparición de Agripa de la escena, Marcelo se convirtió en el gran protagonista de la vida política de la capital. Sin embargo, nadie podía imaginar que "la sombra oscura de la muerte se cernía sobre aquel que los hados mostrarían a la tierra solamente un instante", tal como inmortalizo Virgilio en uno de los párrafos más conmovedores de la Eneida. (Libro VI. 865-869).

miércoles, 18 de febrero de 2015

Tarragona (Tarraco)



Reconstrucción de Tarragona por Hugo Frade

          Tarraco fue una de las principales ciudades de la Hispania romana, capital primero de la Hispania Citerior y desde tiempos de Augusto de la Tarraconensis. Su fundación se remonta a 218 a.C. cuando los ejércitos romanos dirigidos por Cneo y su hermano Publio Cornelio Escipión (tío y padre respectivamente del genial Africanus) llegaron a Hispania para hacer frente al avance cartaginés en lo que sería la Segunda Guerra Púnica, que enfrentó a ambas potencias por el control del Mediterráneo. Es la colonia romana más antigua de la Península Ibérica.
         Cneo, tras desembarcar en Emporion (Ampurias), estableció una primera guarnición junto a un antiguo asentamiento ibérico del siglo V a.C, que en futuro se convertiría en la ciudad de Tarraco. A finales del siglo I d.C., Plinio el joven diría que “Tarraco fue obra de los Escipiones como Cartago Nova (Cartagena) lo fue de los púnicos” (Historia Natural. III.21) La ciudad creció rápidamente pues a la llegada de los soldados, se unió la de comerciantes romanos lo que propició la consolidación de una nueva cultura.
         Uno de los principales motivos que impulsó al auge de Tarraco fue su situación estratégica y, sobre todo, el puerto del que se decía en el siglo I d.C. “que era el más rico de esta costa” (Pomponio Mela). No obstante, la edificación romana más antigua y mejor conservada sería la muralla presidida hoy por una copia en bronce de la escultura de Augusto de Prima Porta.


Murallas presididas por una copia del Augusto de Prima Porta

            Sin embargo, fue durante los años 26-24 a.C. cuando la ciudad floreció y adquirió gran relevancia, al convertirse en la capital del Imperio romano durante ese período, gracias a que Augusto la eligió como lugar de residencia durante su estancia en Hispania para dirigir las guerras cántabras. Aún quedan restos del Palacio donde se cree que se alojó el Príncipe durante la convalecencia de su enfermedad, en lo que se conoce actualmente como Cuartel de Pilatos o Torre del Pretorio.


Augusto divisa el Mare Nostrum junto a la Torre del Pretorio


Torre del Pretorio

           Augusto siguiendo con su política de crear ciudades a imagen y semejanza de Roma impulsó el urbanismo de Tarraco, patrocinando la construcción de los edificios más importantes de la ciudad. Asimismo, construyó la Via Augusta, que se convertiría en una de las más importantes de la Península pues conectaría al nordeste con Barcino (Barcelona) y al sur con Dertosa (Tortosa), Saguntum (Sagunto) y Valentia (Valencia).
          Cuenta Quintiliano una anécdota curiosa sobre Augusto y Tarraco. Dice el retórico hispano que la ciudad regaló al Príncipe un altar en el que al cabo de un tiempo creció una palmera, símbolo de Apolo, su dios protector. Parece ser que es algo que llamó la atención de las gentes de Tarraco por lo que a través de sus embajadores pusieron en conocimiento del prodigio al emperador. Éste haciendo gala de su campechanía y buen sentido del humor les respondió que el fenómeno daba fe del poco uso que le estarían dando el altar (Institutio Oratoria, VI, 3, 77). A pesar de ello, el hecho no debió dejar indiferente al Príncipe, tan devoto como era de estas premoniciones, por lo que la ciudad, que tenía potestad para acuñar monedas, inmortalizó el altar con la palmera en algunas acuñaciones y representaciones variadas.


Moneda con el rostro de Augusto en el anverso y el altar con la palmera en el reverso

            Tras la muerte y deificación de Augusto en 14 d.C. se edificó un templo en su honor a petición de la ciudad tal y como recoge Tácito: “se accedió a la solicitud de los hispanos para erigir un templo a Augusto en la colonia de Tarraco y con ello se dio a todas las provincias un ejemplo” (Anales. 78.1). De ello se deduce la gran vinculación de la ciudad con Augusto desde siempre, afecto que se mantiene en la actualidad como ha quedado patente en la conmemoración del bimilenario de su fallecimiento.
            Tal es la monumentalidad del legado romano de Tarraco que en el año 2000 fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Aquí analizaremos algunos ejemplos de la arquitectura de época augustea que aún quedan en pie.

  • Teatro


            Edificado por Augusto a finales del siglo I a.C. en las cercanías del puerto, sigue el esquema del teatro Marcelo en Roma, aunque a diferencia de aquel sostiene su graderío al modo griego sobre la pendiente natural del terreno. Se convirtió en uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad.
         De él se conservan apenas las 5 primeras filas del graderío y dos de las tres escaleras de acceso al mismo. También se alza aún la base del proscaenium (escenario) y del frons scaenae (frente escénico) que debió ser de gran monumentalidad. En la parte posterior de aquel se erigía una plaza con jardines dominado por un gran estanque.

  • Acueducto de les Ferreres


            Se conoce también como Puente del Diablo. Se construyó a finales del siglo I a.C. para abastecer de agua a la ciudad de Tarraco desde el río Francolí, a base de sillares aprovechando la pendiente natural del terrero. Sus 217 metros de largo salvan un valle.
           Se compone de dos niveles de arcos superpuestos: 11 en la parte inferior y 25 en la superior. 
         Corona la construcción una conducción por donde circulaba el agua originariamente tapada e impermeabilizada con oppus signinum (especie de mortero) para evitar fugas.

  • Arco de Barà


            Es uno de los arcos de triunfos mejor conservados de España. Se construyó en el año 13 a.C. a 20 km de Tarragona sobre la Vía Augusta a instancias de Lucio Licinio Sura, tal como se deduce de la inscripción hallada en él. Probablemente establecía una frontera entre dos pueblos nativos íberos: los ilérgetes y los casetanos.
     Edificado en piedra caliza a base de sillares perfectamente encuadrados probablemente precedía de canteras de la zona; es un arco de un solo vano en arco de medio punto que mide 12 metros de altura. El cuerpo central que se eleva sobre un podio está decorado con falsas pilastras corintias acanaladas. En la parte superior el entablamento está compuesto de arquitrabe, friso (en el que originariamente se encontraba la inscripción) y cornisa (hoy desaparecida). 

miércoles, 11 de febrero de 2015

Hispania (27-24 a.C)


       A finales del año 27 a.C., se abrieron nuevamente las puertas del templo de Jano pues Augusto dejó la Galia en dirección al norte de Hispania con la intención de poner fin a diversos conflictos militares que habían surgido en esa zona. Este sería su segundo viaje a nuestro país ya que el primero acaeció en el año 45 a.C, cuando acudió a la llamada de César que se encontraba en el sur de la Bética combatiendo a los hijos de Pompeyo.
Los astures y los cántabros nunca habían sido subyugados por completo lo que motivó que el Príncipe, decidido como estaba a dar estabilidad a los territorios conquistados, emprendiera una serie de campañas contra ellos que implicaban no pocas dificultades pues estas tribus escondidas en lugares inaccesibles de montaña plantearon variados tipos de guerrillas y emboscadas a las que las poderosas legiones romanas no estaban habituadas. A esto se unía la ausencia de Agripa, el gran genio militar del Principado.


Batalla entre cántabros y romanos

Como solía ocurrirle en situaciones de crisis, Augusto enfermó gravemente y hubo de retirarse a Tarraco (la actual Tarragona) en el 26 a.C. donde asumió in absentia su octavo consulado. Sus legados se encargaron de poner fin a los enfrentamientos militares en 25 a.C. atacando en masa por mar a los aguerridos guerreros cántabros, aunque aún reinaba cierta inestabilidad en esa área.
Durante el período de su enfermedad, el Príncipe no estuvo ocioso: recibió en Tarraco a numerosas delegaciones que llegaban desde todos los puntos del Imperio a solicitarle favores y comenzó un proceso de reorganización de la Península Ibérica: dividió el territorio anteriormente conocido como Hispania Citerior e Hispania Ulterior en tres provincias: Tarraconensis, Lusitania y Bética. Las dos primeras quedarían bajo su tutela directa (él mismo nombraría a sus gobernadores) mientras la Bética sería una provincia senatorial al ser la menos conflictiva.


Mapa de la Hispania de Augusto en 27 a.C.

 Tras las guerras cántabras licenció a los soldados veteranos y los asentó en una nueva colonia que se convertiría en la fundación más importante durante este segundo viaje: Augusta Emerita (Mérida) que floreció tan rápidamente que pronto se convirtió en la capital de Lusitania. Tarraco e Itálica serían las respectivas capitales de Tarraconensis y Bética. Esta división imperaría durante todo casi el dominio romano pues la siguiente reestructuración la hizo Diocleciano en 298 d.C.


Fachada del teatro de Mérida. 16-15 a.C. Mérida 2014

No conocemos con exactitud el alcance de la enfermedad que aquejó a Augusto durante su estancia hispana, lo único que sabemos es que él mismo era consciente de su gravedad, por lo que tomó una serie de decisiones destinadas a perpetuar su legado en caso de que él no lograra sobreponerse: en 25 a.C, envío a Roma a Tiberio y Marcelo (que lo acompañaban en su viaje); al primero lo prometió en matrimonio con Vipsania Agripina, hija de Agripa  (boda que se celebraría en 20 a.C.) mientras que a su sobrino Marcelo le reservaba un honor mayor: el matrimonio con su única hija, Julia, celebrado durante ese mismo año. Los dos adolescentes (él tenía 18 años y ella 14) eran primos hermanos y se habían criado juntos. Este tipo de uniones entre familiares directos no eran habituales en la antigua Roma, no obstante Augusto puso por encima de todos los convencionalismos sociales, la razón de Estado, dejando claro que apostaba fuertemente por Marcelo como sucesor. Como él aún se encontraba en Hispania, Agripa presidió la ceremonia. No tenemos constancia de lo que pensó el fiel colega de gobierno del Príncipe de la repentina promoción del joven, pero lo que podemos intuir por los acontecimientos posteriores es que no lo digirió de buen grado.

El joven Marco Claudio Marcelo. Siglo I a.C. París. Museo del Louvre
Fuente: http://www.romancoins.info/c-2005%20(60).JPG

Al no recuperarse completamente de su enfermedad, Augusto abandonó Hispania en 24 a.C. con intención de regresar a Roma. Fue un viaje largo y penoso por el empeoramiento gradual de su estado lo que hizo dudar a sus médicos si llegaría a pisar nuevamente la Ciudad Eterna.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Auditorium de Mecenas

“Ahora se puede habitar en el saludable Esquilino y pasear en su llanura soleada, por donde hace poco los desdichados contemplaban el deforme campo por los blancos huesos”
                                                                                              Horacio. Sátira. I, 8
                                                                                                        
                                                                                                
Mecenas en el jardín de su Villa del Esquilino. C.F. Jalabert. Siglo XIX. Nimes.  Museo de Bellas Artes


Gracias a estos versos del poeta Horacio, unos restos arqueológicos encontrados en el Esquilino se identificaron como los de la villa que Cayo Cilnio Mecenas se construyó en esa zona de Roma durante los años 40-30 a.C.
Mecenas, el consejero más leal de Augusto junto con Agripa, era de un carácter muy diferente a estos últimos, cuyos actos estaban dominados en gran medida por la moderación y la austeridad. En cambio, Mecenas sentía un gusto desmedido por el lujo y los placeres, de ahí que se construyera una de las más suntuosas villas de Roma en esta zona del Esquilino que antes había sido ocupada por un cementerio (de ahí la alusión de Horacio al campo cubierto de huesos). Para la construcción de la misma fue necesario cubrir la antigua necrópolis con una gran capa de tierra en la que se plantaron flores y árboles a la vez que se tuvieron que aplanar parcialmente los terraplenes de la Muralla Serviana, dando lugar a uno de los más bellos jardines de la antigua Roma, los horti Maecenatis, que estaban decorados con numerosas obras de arte, lo que evidencia el gusto de Mecenas por el coleccionismo de antigüedades. Sabemos también por las fuentes que Augusto “cuando se encontraba enfermo dormía en casa de Mecenas”. (Suetonio. Vida de Augusto. 72.2), por lo que podemos hacernos una idea de la inmensa paz que transmitía el lugar.

Plano del Esquilino con la localizaciòn de los Horti Maecenatis

 La elección del sitio vino determinada por dos factores: el primero, la reforma urbanística promovida por Augusto de alejar las necrópolis de la ciudad y el segundo, es eminentemente práctico: para mantener el verdor de tan inmensos jardines se precisaba abundante agua, algo que no faltaba en el Esquilino al ser lugar de paso de casi todos los acueductos de Roma. A esto se unía que desde allí podía obtenerse una espectacular vista de la ciudad.
El edificio encontrado fue excavado en 1874. Los restos que aún se conservan pertenecen a una gran sala rectangular de 13 x 24 metros. En uno de los lados cortos la pared se curva en un gran ábside al que se abren una serie de nichos a modo de ventanales ficticios donde aún pueden verse trazas de la decoración pictórica. En cada uno de los dos lados más largos se distribuyen 6 nichos. Una techumbre moderna cubre la construcción sustituyendo a la original, hoy desaparecida, que debió ser abovedada.

Auditorium de Mecenas

A los pies del ábside surge una escalinata de 7 escalones concéntricos que evoca una especie de cavea teatral lo que dio nombre al edificio, sin embargo la estrechez de los escalones han identificado el lugar como un ninfeo monumental. Desde el escalón más alto descendían los flujos que vertían abundante agua en la sala. Probablemente la escalinata se decoraría con jarrones con flores entre los que discurriría la corriente lo que unido a la decoración de jardín de los nichos daba la idea de un magnífico parque subterráneo. 

Detalle del ábside

Este ninfeo formaba parte de un conjunto destinado seguramente a triclinio estivo, es decir, un lugar de reunión inmejorable para el círculo de poetas que frecuentaban a Mecenas como corroboran los versos del poeta griego Calímaco grabados en el ábside que aluden a los efectos del amor y el vino.
Tras su muerte, Mecenas legó su impresionante villa a Augusto que posteriormente la cedió a su hijastro Tiberio al regresar de su exilio en Rodas. A éste se deben las espectaculares pinturas que adornaban el ninfeo, datadas a finales del siglo I d.C. Estos frescos murales pertenecen al tercer estilo pompeyano y están íntimamente conectados con las pinturas murales del Triclinio estivo de la villa que su madre, Livia, poseía en Prima Porta.

Detalle de pájaro del ninfeo de Mecenas

       Desgraciadamente de las pinturas de la Villa de Mecenas sólo podemos hacernos una idea a partir de las reproducciones de los mismos de la época del descubrimiento de los mismos. Cada nicho estaba decorado por árboles movidos por el viento sobre los que sobrevuelan diferentes pajarillos. Al igual que en la Villa de Livia, un friso marmóreo abierto en el centro cierra el jardín por la parte baja. Justamente delante de la curvatura central de esta balaustrada se colocaba una fuente o una vasija. La parte de arriba de los nichos se ornamentaba con una profusa lluvia de flores. Dominaba el conjunto de nichos un friso decorado con escenas dionísiacas.


Grabado del siglo XIX con las pinturas de jardín del Auditorium de Mecenas


Escenas dionísiacas en el ábside


Recreación con efectos audiovisuales 3D del Ninfeo de Mecenas