domingo, 25 de febrero de 2018

Conclusiones del Principado de Calígula

Nadie duda de que el Principado de Calígula fue un cúmulo de disparates: vació el erario para llevar a la práctica exuberantes proyectos, se enemistó con todos los estratos de la sociedad e intentó implantar un modelo de autocracia oriental que jamás podría cuajar en un pueblo como el romano. Lo único bueno que tuvo su etapa es que se demostró la solidez del sistema creado por Augusto ya que las estructuras básicas de la administración no sufrieron apenas modificaciones ni se resintió el régimen imperial.
Aunque las fuentes hayan exagerado la realidad, Calígula fue un suicida al pensar que el hecho de detentar todo el poder le permitiría cambiar en pocos años la mentalidad de un pueblo tan tradicional como el romano.

Procesión de senadores en el Ara Pacis Augustae. Roma, 13-9 a.C.

A la nobleza y al orden senatorial los marginó y humilló mandando a ejecutar a muchos de sus miembros. Por su parte, con la plebe la relación de Calígula también fue irregular. Al principio se granjeó su devoción incondicional con espectáculos frecuentes, varias reducciones de impuestos (como la reducción a la mitad el impuesto general sobre la venta de productos que se aplicaba a toda Italia, para posteriormente abolirlo en el año 38), anulación de la reserva de asientos en los espectáculos, reapertura de los collegia (organizaciones de las estratos más bajos de la sociedad que permitía a sus integrantes disfrutar de algunos beneficios, pero que eran de difícil control por lo que acabaron siendo  prohibidos) e incluso, recibía en persona, tal como hacía Augusto, los regalos que las clases humildes ofrecían al emperador con ocasión del Año Nuevo. Al mismo tiempo,  intentó restituir a la plebe su papel político, aunque fuera de forma simbólica, para elegir a los magistrados. Sin embargo, Calígula fracasó en esto último debido a la desidia de las clases bajas a la hora de ejercitar su derecho. No obstante, a partir de su regreso del norte, se multiplicaron sus muestras de fastidio hacia el pueblo llano, que aún si llegar a la ruptura, enfriaron la relación entre ambas partes.
Lo que está claro es que Calígula era consciente de su poder y que no tuvo ningún reparo en ejercerlo, sin consideración alguna hacia los puntos de vista de sus súbditos. Es una nueva visión que difiere de la de Augusto o Tiberio, no por una mayor concentración de poder sino por la forma de ejecutarlo: al margen de todos.

Calígula. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre

En cuanto a las finanzas, según Suetonio y Dión, Calígula dilapidó toda la fortuna amasada por Tiberio para costear sus exorbitantes caprichos en menos de un año; no obstante, los mismos también indican que Claudio, al iniciar su gobierno, repartió entre los pretorianos un donativo de 15.000 sestercios por cabeza y que no cesaron las acuñaciones de moneda, lo que no cuadra con que el Estado padeciera graves problemas financieros. Pese a ello, siempre existieron problemas a la hora de diferenciar la fortuna personal de los emperadores y el Erario Público. Hay que recalcar, a favor de Calígula, que al inicio de su Principado, quiso hacer públicas las cuentas del Imperio para mostrar la transparencia de su gestión. Llevó los balances ante el Senado dos veces, eso sí, antes del endurecimiento de su postura hacia esta institución.
De todos modos, sabemos que cuando la situación fiscal se hizo preocupante Calígula impuso nuevos impuestos aunque el miedo a perder popularidad impidió emprender una auténtica reforma fiscal.
Según  Suetonio “estableció un impuesto fijo sobre todos los comestibles que se vendían en Roma, exigió de los litigantes, donde quiera que se juzgase un pleito, la cuadragésima parte (2,5 %) de la cantidad en litigio, y estableció penas contra aquellos a quienes se comprobara que habían transigido o desistido de sus pretensiones; a los mozos de carga se les gravó con el octavo (12,5%) de su ganancia diaria, a las prostitutas con el precio de uno de sus servicios, añadiendo a este artículo de la ley que igual cantidad se exigiría de todos aquellos hombres y mujeres que vivían de la prostitución; hasta el matrimonio le señaló impuesto” (Vida de Calígula, 40).
Flavio Josefo por su parte recoge en su obra que al final de su vida se vio obligado a duplicarlos. Otra de sus medidas para ahorrar gastos fue que los  pretorianos se encargaran de la recaudación de impuestos, así no tenía que pagar a los publicani (tradicionales cobradores de impuestos).
La fluidez en las acuñaciones de monedas también es un hecho contrario a la grave crisis económica de la que hablan las fuentes. Desde tiempos de Augusto la política había estado encaminada a la creación de una moneda única. Él mismo se reservó en exclusiva el derecho de acuñar monedas en oro y plata dejando las emisiones en bronce al Senado que llevaban grabadas las letras SC (Senato Consulto, por decreto del Senado); sin embargo, permitió que siguieran abiertas las numerosas cecas dispersas por el territorio del Imperio. Tiberio y, sobre todo Calígula, fueron más restrictivos aún. De hecho, el hijo de Germánico cerró muchos de los talleres provinciales para centralizar la acuñación de monedas en Roma.
Al mismo tiempo, Calígula creó un valor nuevo, el quadrante (equivalente a la cuarta parte de un as). En las monedas de su Principado son muy habituales las representaciones de su rostro de perfil en el anverso, mientras que con frecuencia en el reverso aparecen su madre Agripina, sus hermanas, su padre Germánico o Augusto. Estas dos últimas tenían un gran carácter simbólico, pues la asociación con su padre le permitía mantener lazos con el ejército mientras que la vinculación con su bisabuelo le confería un carácter divino.

Denario con el rostro de Calígula en el anverso y el de Augusto en el reverso

Por su parte, en lo relativo a su inversión en obras públicas, tengo que reseñar que los grandes proyectos de Calígula fueron encaminados más a mejorar su condición de vida que a mejorar las del pueblo bajo su mando. Así, embelleció y reformó sus múltiples villas y residencias, comenzando por el Palacio Imperial, construyó su circo privado después llamado de Nerón o sus barcos de Nemi.
No obstante concluyó dos excelentes construcciones iniciadas bajo Tiberio: el templo del divino Augusto, dedicado por Calígula en el 37 y la restauración del Teatro de Pompeyo. Igualmente inició las obras del Aqua Claudia y la restauración de otros acueductos  de Roma. Igualmente, mejoró levemente tanto las comunicaciones por tierra y por mar como las instalaciones del Puerto de Reghium para favorecer el abastecimiento de grano, aunque según Flavio Josefo abandonó el proyecto a la mitad, y construyó también un gran faro en Boulogne que aún  era visible en el siglo XVI.

Acueducto Aqua Claudia. Siglo I d.C. Roma
Fuente: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Aqua_Claudia_16.jpg

En lo relativo a la impartición de justicia, Calígula como gobernante absoluto quiso agilizarla. El emperador solía asistir a las sesiones, aunque su presencia no era determinante en los veredictos. Cuando en el año 39 introdujo la ley de lesa majestad ordenó que se inscribiera en una tabla de bronce para que no se suscitaran dudas. Contrario a lo que afirman las fuentes no hay pruebas de que Calígula redujera el poder de los magistrados.
En las provincias su proyecto apenas tuvo incidencia aunque Calígula extendió el derecho de ciudadanía a los provinciales, otorgado en muchas ocasiones de manera colectiva, acogiendo con posterioridad a muchos de sus miembros en el orden ecuestre. Esta política buscaba la integración social de la población provincial, que después continuaría su sucesor Claudio y que culminaría en el año 212 cuando Caracalla la extendió a todos los habitantes del Imperio.

domingo, 18 de febrero de 2018

Puñales en el Palatino

“Hubo muchos prodigios que anunciaron su asesinato. En Olimpia, la estatua de Júpiter que había ordenado desmontar y trasladar a Roma, soltó de improviso una carcajada tan imponente que los andamios se vinieron abajo y los obreros huyeron a la desbandada; acto seguido apareció un individuo llamado Casio, que pretendía haber recibido en sueños la orden de inmolar un toro a Júpiter. El Capitolio de Capua fue alcanzado por un rayo el día de los idus de marzo, así como en Roma la habitación del intendente del Palacio. Hubo quienes opinaron que el segundo prodigio anunciaba al emperador un peligro proveniente de sus guardias y que el primero presagiaba un nuevo regicidio, como el que se había perpetrado otrora esa misma fecha. Asimismo, cuando consultó acerca de su horóscopo al astrólogo Sila, éste afirmó que su muerte estaba próxima con toda certeza. Las Fortunas de Anzio le advirtieron también que se guardara de Casio; por este motivo había dado orden de matar a Casio Longino, por entonces procónsul de Asia, sin recordar que Querea también se llamaba Casio”.
Suetonio. Vida de Calígula, 57, 1-3

Amanece sobre la colina Palatina. Parece un día normal, el sol brilla en el cielo a pesar del frio del invierno romano y los pájaros sobrevuelan el Foro; pero el bullicio creciente del pueblo que se encamina en masa hacia el teatro portátil de madera, levantado en el suelo más sagrado de Roma, señala que hoy no es un día cualquiera. Se celebran los juegos palatinos en honor del divino Augusto, algo que augura dinero y comida gratis para todos. Es el 24 de enero del año 41 de nuestra era.

Calígula. Siglo I de.C. Copenhage. New Carlsberg Glyptotek

El dueño del mundo, a escasos metros de allí, se ha despertado en su palacio de excelente humor, algo no muy habitual, pues las noches insomnes le pasan factura cada mañana; de sobra es conocido por todos que Calígula no duerme apenas. Vestido con una amplia túnica de vivos colores al más puro estilo oriental con su sien coronada de áureo laurel se dispone a salir hacia el teatro. A la puerta de sus aposentos le espera su guardia germana, formada por aguerridos guerreros que lo escoltaran hasta su lugar en el palco imperial. En la puerta del corredor que comunica el palacio con el teatro, el tribuno Casio Querea le sale al encuentro para requerirle el santo y seña del día. Calígula, dirigiéndose a él en su tono de burla habitual, le indica “dame un besito”. El veterano pretoriano se cuadra y repite la contraseña con semblante serio que no desvela ninguna emoción. El emperador se acerca a él y, con gestos obscenos, frunce los labios acercando su boca a la del soldado para un instante después alejarse entre sonoras carcajadas flanqueado por los germanos. El día no podía haber comenzado mejor.

Guardia pretoriana. Relieves del arco de Claudio. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre

Sin embargo algo no va bien, pues al sacrificar un flamenco en honor de Augusto, la sangre del animal ha salpicado la túnica de Calígula. No es un buen presagio. Pero el emperador no ha prestado demasiada atención al escabroso detalle.
Cuando hace su entrada en el teatro la muchedumbre lo aclama. Y su regocijo aumenta al ver a los espectadores luchar entre ellos por hacerse con algunos de los regalos lanzados a la grada.
En el palco se rodea de sus más fieles colaboradores. Calígula aplaude pletórico la actuación de Mnéster su actor preferido, al que invita a acercarse para, a continuación, besarlo sonoramente ante el estupor de las masas. Aunque es algo habitual en él, el pueblo no se resigna a un emperador de actitudes tan poco romanas.


Mascaras teatrales de Villa Adriana. Siglo II d.C. Roma, Museos Capitolinos

El sol se acerca a su punto más alto. Es cerca de la una de la tarde. Viniciano insta a Calígula a salir a comer algo, pero el emperador tiene aún el estómago pesado de la copiosa cena de la noche anterior por lo que declina el ofrecimiento. Al poco, el senador se levanta y se disculpa ante él con la excusa de ir a las letrinas. Se aleja por el pasadizo oscuro que había traído a Calígula hacia allí, y de la oscuridad emergen otros hombres que le exigen que atraiga al emperador como sea. Entre las sombras se dibuja la figura imponente de Casio Querea que amenaza con matar al emperador en el mismo palco. Entre los otros conspiradores lo serenan, a sabiendas que cualquier error puede acabar en un baño de sangre que les costaría la vida a todos.
Viniciano vuelve junto a Caligula. Mientras se encamina hacia él acompañado de varios pretorianos ha pensado un plan para convencerlo a abandonar su sitio. Le dice que ha llegado la compañía de actores niños, descendientes de las más nobles familias de Asia, y que están ansiosos por saludarle. El César se levanta entusiasmado y sigue al senador nuevamente por el pasadizo escoltado sólo por los pretorianos. Lo acompañan su tío Claudio y algunos senadores. La comitiva se desvía hacia la puerta del palacio seguida por la guardia germana. Calígula, no obstante, continúa caminando solo por el lóbrego pasadizo bajo la escolta de los pretorianos con la intención de saludar a los niños. Los soldados han dispersado a la multitud devota que seguía a Calígula y que podrían servirle de escudo.


La muerte de Calígula


El silencio y la oscuridad, sólo rota por la tenue luz que entra por las pequeñas ventanas, lo envuelve todo. Se oyen pisadas militares procedentes del otro extremo del corredor. Otro grupo de pretorianos encabezados por Casio Querea sale al encuentro del emperador. Calígula sonríe mientras comenta con sorna y en voz alta que hacia él avanza Venus uniformada, en un nuevo ataque al tribuno. Cuando ambos hombres están frente a frente rodeados de pretorianos, Calígula vuelve a preguntar a Querea el santo y seña del día. El soldado lo mira con fiereza, al mismo tiempo que saca una afilada daga de su cinto, mientras le espeta cerca del rostro que el santo y seña del día ha cambiado, y que no puede ser otro que ¡libertad!. Ante el estupor de Calígula, Querea le clava la daga entre el brazo y el cuello en una herida no mortal cercana a la clavícula. El emperador, gimiendo de dolor, trata de huir pero otra puñalada asestada por Cornelio Sabino le hace caer de rodillas. Y en ese preciso momento la mayoría de conjurados, como lobos enfebrecidos, clavan una y otra vez sus espadas en el cuerpo del príncipe que con los ojos elevados a lo alto implora la protección de Júpiter. Se piensa que fue Aquila o quizás el mismo Querea quien le asestó el golpe de gracia. Y hay incluso quien dice que algunos de los conjurados se jactaron de haber bebido su sangre.
Al ver el cuerpo destrozado del emperador, los conjurados huyen a refugiarse irónicamente en la casa de Germánico, padre de Calígula. En cuanto los guardias germanos se han enterado del asesinato se lanzan en busca de los asesinos matando con gran furia a todas las personas que se interponen a su paso. Su rabia no se debe a la lealtad, sino al hecho de haber perdido al benefactor que los cubría de oro.
Poco a poco se va extendiendo un rumor por el teatro aunque las noticias son contradictorias. Ante la duda, creyendo que sea incluso una treta del propio Calígula, nadie se atreve a mostrar sus sentimientos ni a moverse de sus asientos. Cuando se confirma la muerte del César, la plebe que en principio exige con violencia la muerte de los asesinos, pausadamente se dispersa y abandona el teatro. Incluso los germanos deponen las armas. Un silencio sepulcral inunda las calles de Roma.
En el Palacio imperial, uno de los conspiradores, Junio Lupo se mueve sigiloso para acabar con la vida de la emperatriz Cesonia y de su hija Drusila. La esposa de Calígula es degollada mientras que la niña, que acaba de cumplir dos años, es estrellada contra la pared.

El asesinato de Cesonia. 1624-1703. Lazzaro Baldi. Roma. Galeria Spada

En el oscuro pasadizo el cadáver del dueño del mundo yace abandonado convertido en un despojo. Sólo un hombre de rasgos orientales y porte regio se atreve a acercarse a él. Con mucha delicadeza y ayudado por un esclavo coloca el cuerpo del emperador en una litera y abrigado por la noche lo lleva en secreto hasta los jardines de Lamia en el Esquilino. Allí lo quema como puede y lo entierra a toda prisa bajo una capa de fino césped. El hombre en cuestión es Herodes Agripa, amigo íntimo y leal del emperador, que esos días se encontraba en Roma como su invitado. Pocas semanas después, al volver del exilio las hermanas de Calígula, Agripina y Livila rescataron sus restos y los incineraron debidamente. Probablemente sus cenizas fueron sepultadas en el Mausoleo de Augusto, aunque no hay certeza. Incluso en Nemi buscan hoy en día sus restos. Según un rumor popular sólo entonces el fantasma de Calígula dejó de atormentar a los guardias de los jardines de Lamia y cesaron los horripilantes ruidos que resonaban de noche en el escenario del crimen.


Moneda de Herodes Agripa
Fuente: De Classical Numismatic Group, Inc. 
CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3198715

Así, acabó sus días el último hijo varón de Germánico, con sólo 28 años de edad, de manera tan violenta como había vivido. El príncipe más aclamado al llegar al trono que, con la atrocidad de sus actos, pasó a encabezar desde entonces cualquier lista de los peores gobernantes de la historia.


Criptopórtico de Nerón. Pasadizo donde asesinaron a Calígula. Roma. Palatino

“Cayo murió de este modo, después de haber gobernado a los romanos durante 4 años  y 4 meses. Fue un hombre que, incluso antes de obtener el imperio, tenía un carácter duro y sin sentimientos, entregado a los placeres, amigo de la delación. Se atemorizaba por todo, y por ésto, una vez en el poder, estaba dispuesto a matar. Cuando disfruto del imperio, se comportó feroz y locamente aun contra aquellos que de ninguna manera debía tratar indebidamente, matando y no respetando las leyes y buscando las riquezas para sí. Quiso ser más que los dioses y las leyes, y resultó perverso para el pueblo. Aquello que la ley consideraba vergonzoso y condenable, parecíale más honorable que la virtud. No tenía en cuenta a los amigos, aunque estuvieran ubicados en altos puestos. Se indignaba contra ellos, infligiéndoles castigos por la menor causa. Para él, eran enemigos todos los que eran respetados por su virtud: quería que se cumpliera lo que ordenaba su indómita y desenfrenada voluntad. […]. No se recuerda de él ninguna acción grande o digna de un rey que haya hecho en beneficio de sus contemporáneos o la posteridad, excepto los trabajos realizados en los alrededores de Regio y Sicilia para recibir a los navíos llenos de trigo que venían de Egipto, obra muy considerable y favorable a la navegación. Pero no la terminó: la dejó inconclusa por su negligencia. Se preocupó, en cambio de cosas inútiles, de modo que gastaba grandes cantidades en placeres. […]. De nada le sirvieron las cosas buenas que aprendió  en su instrucción para librarse de la maldad a la que se inclinaba. Resulta difícil moderarse y gobernarse para aquellos que no están obligados a dar cuenta de lo que hacen y que tienen expedito el camino para proceder arbitrariamente. Al principio era tenido en gran estima por haberse esforzado en emular a los mejores en saber y reputación; luego, el exceso de sus injusticias terminó por destruir el afecto que sus contemporáneos le tenían y alimento un odio secreto” (Flavio Josefo. Antigüedades Judías. Libro XIX, 2, 5).

domingo, 11 de febrero de 2018

La conjura definitiva

Como hemos ido desgranando en anteriores artículos, Calígula había puesto contra las cuerdas a todas las instituciones del Estado, entre las que había anidado un fuerte odio hacia el emperador.
Sin embargo, el núcleo principal de la conjura que acabaría con su vida no procedía de la aristocracia sino de su entorno su entorno más cercano. Todas las fuentes coinciden en señalar al liberto Calixto y a los prefectos del pretorio como las mentes que planearon el asesinato y a los propios pretorianos, liderados por Casio Querea, como los autores materiales del tiranicidio.

Guardia pretoriana. Relieve de la columna de Trajano. 114 d.C. Roma.


Calixto era el más influyente de los libertos imperiales. Tanto Tácito como Flavio Josefo recogen su participación en la conspiración. “Había llegado a la cima del poder, igual al del tirano, gracias al miedo que inspiraba a todos y a la gran fortuna que había acumulado. Se apoderaba de todo lo que podía y era insolente con todos usando su poder con injusticia. Sabía que Cayo (Calígula) era implacable y tan terco que nunca desistía de lo que había decidido; por esto y muchas otras cosas se sentía en peligro, especialmente por su gran fortuna” (Antigüedades Judías, XIX, 10).
En cuanto a los prefectos del pretorio, sólo uno de ellos, Marco Arrecino Clemente, aparece en los escrito de Josefo, aunque eso no indica que el otro no estuviera implicado pues Calígula en su ansia de molestar a todo el mundo, intentaba enemistar a los dos, para impulsarlos a denunciarse mutuamente. Clemente aunque no participó en la ejecución fue el encargado de tantear a aquellos pretorianos que sí intervendrían.
Las fuentes nos han dejado algunos de los nombres de éstos, resaltando todos que el principal ejecutor fue Casio Querea. Papinio, Cornelio Sabino y Junio Lupo lo acompañaron aquella mañana.

Busto de Calígula. Siglo I d.C. Nueva York. Metropoltan Museum 
 Fotografía propiedad de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides

También formaron parte de la conjura algunos miembros del Senado. Josefo señala los nombres de Annio Viniciano, Valerio Asiático y Emilio Régulo. Éste último, cometió el error de contar detalles del complot a algunos amigos, por lo que fue ejecutado días antes de la muerte del emperador. Probablemente este hecho aceleró los planes de los asesinos, por miedo a ser denunciados.
Según Josefo, fue Querea quien comenzó a quejarse ante Papinio y Clemente de sus remordimientos por los crímenes cometidos al servicio de Calígula. Comentó que se sentía en el deber de procurar la libertad para todo. Ante las dudas del prefecto, contactó con Cornelio Sabino, y ambos con Viniciano. Así se habrían puesto en contacto las dos ramas unidas bajo el santo y seña de “Libertad”.
No obstante, investigadores modernos ponen en duda el papel de Querea como autor intelectual de la conjura. Igualmente contraponen el relato a la afirmación de Tácito de secreto complot, por lo que una conjura con un elevado número de participantes hubiera estado destinada a fracasar. Por eso la versión más extendida es que Calixto y los dos prefectos del pretorio, quizás apoyados por un número pequeño de senadores, eligieron a alguien cercano a Calígula con motivos personales para desear su muerte y lo suficientemente insensato para pensar en las consecuencias, triunfara o fracasara la conjura. Casio Querea, alguien acostumbrado a cumplir órdenes no a exigirlas, reunía todos los requisitos y seguramente él mismo, arrastró a sus compañeros más leales.


Claudio. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano

Se ha especulado también sobre una posible participación de Claudio, el cual tenía suficientes motivos para odiar a su sobrino, a pesar de ser el hijo de su querido hermano Germánico. Aunque Calígula lo había ridiculizado y sometido constantemente a crueles humillaciones durante todo su Principado, es muy improbable su implicación, pues el tío del emperador hasta ese momento no había sido tomado en serio por nadie. Además, cuando ocupó el trono imperial una de sus primeras medidas fue castigar duramente a los principales asesinos, que no hubieran dudado en delatarlo.

domingo, 4 de febrero de 2018

Calígula y su guardia pretoriana

Calígula reformó levemente la guardia pretoriana para evitar que un solo prefecto acumulara tanto poder como Sejano o Macrón. Por este motivo dividió el mando del cuerpo de élite encargado de su seguridad entre dos prefectos. Sólo nos ha llegado el nombre de uno de ellos, Arrecino  Clemente.


Guardia pretoriana. Relieves del arco de Claudio. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre

En los últimos meses de su Principado la obsesión de Calígula por evitar una conjura le llevó a numerosos procesos y ejecuciones. En uno de éstos, según cuenta Dión Casio, uno de los condenados fingió ser un conspirador y prometió revelar los nombres de sus cómplices entre los que incluyó a los más fieles colaboradores del emperador: al liberto Calixto y a los dos prefectos del pretorio. Sólo los salvó que el delator mencionara también a la esposa de Calígula, cuya lealtad estaba fuera de toda duda. Así y todo, el César mandó llamar a los otros tres implicados y les gritó. “yo estoy solo y desarmado; vosotros sois tres y lleváis armas; si me odias y queréis acabar conmigo: ¡ea, matadme!”. Los tres se postraron servilmente a sus pies y le juraron fidelidad proclamando su inocencia.
El emperador intuía que algo muy grande se estaba fraguando en contra de él y actuó en consecuencia con toda su dureza, siendo incapaz de llegar al corazón de la trama. Así, no daba un paso sin estar rodeado de su guardia imperial germana y de sus pretorianos. La primera contaba en esta época entre 500 y 1000 miembros reclutados en la provincia de Germania inferior y muy bien pagados. Sin embargo, no sospechaba que uno de los cerebros de la conjura definitiva para acabar con su vida lo estaba gestando él mismo en el seno del Pretorio.


Busto de Calígula. Siglo I d.C. París. Museo del Louvre.
 Fotografía propiedad de Bill Storage, Laura Maish, John Pollini y Nick Stravrinides
Fuente: http://www.rome101.com/Portraiture/Caligula/


             Entre los pretorianos, Calígula tenía una peculiar relación con uno de sus tribunos: Casio Querea. Éste era un valeroso soldado, superviviente de la batalla de Teutoburgo y muy cercano a su padre Germánico. Calígula tenía a Querea como su hombre de confianza para hacerle el trabajo sucio en muchas ocasiones. Sin embargo, el veterano de mil batallas no llevaba muy bien este rol dentro de la corte imperial. Se cuenta que Calígula le ordenó torturar a una liberta, Quintilia, que supuestamente había sido testigo de injurias contra el emperador. La chica quedó en tal lamentable estado, sin dejar de mantenerse firme en su inocencia, que hasta Calígula conmovido la perdonó y recompensó. Desde entonces Casio Querea ya no fue el mismo, pues cada vez le encomendaban trabajos más degradantes.
A ello se unen las frecuentes burlas que soportaba por parte del emperador a causa de su voz aflautada a pesar de su complexión fuerte y varonil. Dice Suetonio, “Casio era ya viejo y Cayo tenía la  costumbre de prodigarle toda suerte de ultrajes, tratándole de cobarde y afeminado. Cuando se presentaba ante él para pedirle la consigna, le contestaba “Príapo” (dios fálico) o Venus (diosa femenina), y si le daba las gracias por una razón cualquiera, le tendía la mano a besar con actitud y movimientos obscenos” (Vida de Calígula, 56, 2).


Estela funeraria del pretoriano Pomponio Próculo. L’Aquila. Museo Nacional de los Abruzzo

Continúa Flavio Josefo que [Querea] hacía mucho tiempo que servía en el ejército y estaba descontento de la conducta de Cayo. Éste le encargó la percepción de los impuestos, así como también de las deudas atrasadas que se debían al fisco del César. Se demoró en la percepción de estas cargas, porque habiendo sido duplicadas, y atendiendo más bien a su carácter que a las órdenes de Cayo se compadecía de aquellos a quienes tenía que exigírselas. El César se indignó con él, acusándole de molicie en la percepción de los impuestos. Lo insultaba de mil maneras; especialmente cuando le daba la palabra de orden el día que estaba de servicio; escogía un nombre deshonroso y femenino. Lo humillaba de este modo, aunque él mismo participaba en la celebración de ciertos ritos que había instituido; se vestía con ropas femeninas y se colocaba en la cabeza trenzas para simular aspecto de mujer. Querea cuando recibía la consigna, se llenaba de cólera; pero se irritaba todavía más cuando la transmitía a los demás, pues sabía que entonces se convertiría en motivo de risa; de modo que los demás tribunos se divertían a su costa, pues todas las veces que iba a peadir al emperador la consigna, predecían, que traería como de costumbre, motivo de regocijo”. (Las Antigüedades de los judíos, XIX, 5).
 La consigna era algo sagrado en el contexto militar. Hasta ahora se habían utilizado siempre palabras insignes como Roma o Augusto. Pero, Calígula en su línea de agraviar a todas las instituciones, no obvió a su propia guardia.