lunes, 23 de septiembre de 2019

Arde Roma

“Sigue una catástrofe (no se sabe si debida al azar o urdida por el príncipe, pues hay historiadores que dan una y otra versión), que fue la más grave y atroz de cuantas le sucedieron a esta ciudad por la violencia del fuego”
Tácito. Anales. 38.1
Un gran cometa apareció sobre el cielo de Roma. Los ciudadanos lo contemplaban horrorizados, sin saber qué catástrofes anunciaba. El emperador se encontraba ausente, refugiado del gran calor de julio en su villa de Anzio, a orillas del mar. Acababa de regresar de Nápoles, donde ante la consternación de todos, había actuado por primera vez en público. Su actuación fue seguida de un presagio negativo, pues cuando ya había salido el público asistente se vino abajo el teatro vacío, sin que hubiera que lamentarse daños personales. Pero los ánimos estaban muy mermados.
La noche del 19 de julio del año 64, dos días después de que el cometa hubiera desaparecido, en el extremo Sureste del Circo Maximo, los temores del pueblo se materializaron en forma de voraces llamas que azuzadas por el viento y por mercancías inflamables acumuladas en las tiendas cercanas, se extendieron rápidamente arrasando todo lo que cogían a su paso. El incendio se propagó a una velocidad inusitada pasando de un barrio a otro y ascendiendo a las colinas de Roma, sin que los vigiles de fuego pudieran hacer nada para detenerlo. El pánico se apoderó de la ciudad.


Roma en llamas

“Se añadían, además, los lamentos de las mujeres aterradas, la incapacidad de los viejos y la inexperiencia de los niños, y tanto los que se preocupaban por sí mismos como los que lo hacían por los otros, arrastrando o aguardando  a los menos capaces, unos con sus demoras, otros con su precipitación, ocasionaban un atasco general. Muchos mientras se volvían a mirar atrás, se veían amenazados por los lados o por el frente, o si habían logrado escapar a las zonas vecinas, acababan también aquellas ocupadas por las llamas, e incluso las que parecían alejadas las hallaban en la misma situación. Al fin, sin saber de dónde huir ni hacía dónde tirar, llenaban las calles, se tendían por los campos; algunos, perdidos todos sus bienes, incluso sin alimentos con que sustentarse por un día, otros por amor a los suyos a quienes no habían podido rescatar, perecieron a pesar de que hubieran podido salvarse”. (Tácito. Anales. 38.2-6).
Nerón volvió a Roma enseguida que tuvo noticias de la catástrofe. Cuando llegó ya había ardido su palacio. Inmediatamente, hizo abrir el Campo de Marte, los monumentos de Agripa e incluso sus propios jardines para acoger a la gente sin hogar. Del mismo modo ordenó levantar construcciones efímeras para acoger a los más necesitados al mismo tiempo que mandó traer provisiones desde Ostia y bajó los impuestos del trigo.
Durante seis largos días con sus noches estuvo ardiendo la Ciudad Eterna. Una vez apagado el incendio volvieron a aparecer focos durante los dos días siguientes. Roma estaba de rodillas ante el enemigo más impredecible e incontrolable.
Los historiadores no han dejado cifras de las pérdidas humanas, que debieron ser numerosas, sin embargo, sí nos han aportado datos sobre el estado en que quedó la capital del mundo. De las 14 regiones en las que se dividía la ciudad ardieron 10, quedando 3 totalmente arrasadas.



“El enumerar las casas, manzanas y templos que se perdieron, no sería tarea fácil; pero de los lugares más antiguos de culto, el que Servio Tulio había dedicado a Lucina, el gran altar  y la capilla que el arcadio Evandro había consagrado a Hércules Auxiliador, el templo de Júpiter Estator, ofrecido por Rómulo, el palacio de Numa y el Santuario de Vesta con los dioses Penates del pueblo romano, todos ellos ardieron. Además, las riquezas ganadas en tantas victorias y las bellezas del arte griego, luego los testimonios antiguos e intactos de los ingenios literarios, de manera que, aun en la gran belleza de la ciudad que resurgía, los viejos recordaban muchas cosas que ya no podrían recuperarse” (Tácito. Anales. 41.1). Entre las pérdidas se encontraba el Ficus Ruminalis, la higuera sagrada donde los romanos creían que había encallado la cesta que transportaba a Rómulo y Remo, y donde los encontró la loba.
¿Fue Nerón el autor intelectual del incendio?. El debate continúa en nuestros días. Los historiadores actuales tienden a negarlo pues ni siquiera las fuentes antiguas lo confirman claramente. Suetonio dice con rotundidad que el emperador envió a sus esclavos con  antorchas a incendiar la ciudad e incluso relata como “Nerón, transportado de gozo por la belleza de las llamas, según sus propias palabras, cantó la toma de Ilión vestido con su traje de actor” (Vida de Nerón, 38, 2). Dión Casio acusa igualmente sin tapujos al emperador de ser el responsable del incendio (Historia Romana, 62, 19). Tácito, no obstante, pone en duda su implicación, pues en la antigua Roma eran frecuentes los incendios. Él mismo dice que hay historiadores de los que él ha consultado que apoyan una u otra versión. Tácito afirma conocer el rumor de que el emperador subido al escenario que tenía en su casa cantó la destrucción de Troya. Pero lo hace tras contar que aquel estaba en Ancio y que volvió a Roma cuando ya se había quemado su Palacio y todas sus posesiones (Anales, XV, 39). Por tanto, la historia se hace difícil de creer ante tanta contradicción. ¿Cómo iba a cantar desde su casa, si ésta había ardido? Si un hecho de tanta atrocidad hubiera sido cierto, sólo cincuenta años después, que es cuando escribió Tácito, se sabría con absoluta certeza, por tanto me inclino a desconfiar de su fiabilidad. Suetonio escribió más o menos en la misma época que Tácito. Dión Casio vivió, por su parte, más de un siglo después de los hechos y está muy influenciado por la versión de Suetonio. Sin embargo, historiadores coetáneos de Nerón como Plinio el Viejo, Séneca, Flavio Josefo, Plutarco o Epicteto, aunque hablan en sus obras del Principado de Nerón no mencionan el incendio o sólo se refieren a él someramente, lo que aporta indicios de que para los contemporáneos de Nerón fue uno más entre los numerosos incendios que eran habituales en la gran orbe.


Peter Ustinov en un fotograma de Quo Vadis? (1951)

          A pesar de ello, la imagen de Nerón con el arpa viendo extasiado arder Roma forma parte del imaginario popular y por mucho que lo intenten los historiadores actuales, es difícil de reparar el daño que se le hizo. La escena fue inmortalizada por la película Quo Vadis? de 1951 e incluso un programa informático de grabación de CDs y DVDs toma su nombre Nero burning Rom (Nerón quemando Roma) de la catástrofe.

4 comentarios:

  1. Síiii, he sido un gran usuario de Nero,,,jajaja, pero ya no lo utilizo.
    ¿Su casa o palacio estaba en el Palatino desde donde veía la ciudad? Entonces, ¿El Palatino se quemó entero o quedó algo en pie?

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  2. Se quemó en parte. Su casa era la Domus transitoria, aquella que hace poco ha sido abierta al público y sobre la que publiqué un artículo. Y en el Foro se quemó el Templo de Vesta y el de Jupiter Estator. Pero no fue el peor incendio de Roma. Desgraciadamente si ahora son frecuentes, cuánto más en la antigüedad. En tiempos de Tito hubo otro de la misma envergadura. Un saludo

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  3. Nero burning rom.. Valga el anacronismo del logo del programa, que mostraba al coliseo quemándose, sobrevivió algún vestigio que estemos seguros corresponde al incendio?...

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  4. La Casa de las vestales, restaurada posteriormente, la Domus Transitoria de Nerón, que se ha abierto al público recientemente, estos dos monumentos se vieron afectados por el incendio y sus ruinas siguen en pie. Un saludo

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