miércoles, 8 de enero de 2020

Galba es proclamado emperador


Marco Sulpicio Galba, siglo I d.C., Estocolmo, Antiques Museum
Fuente: De Wolfgang Sauber - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, 

No obstante, las legiones del Rin habían acabado con facilidad con la Rebelión de Julio Víndex, los victoriosos soldados en lugar de jurar fidelidad a Nerón nombraron imperator a su general Virginio Rufo, algo que él rechazó.  A pesar de ellos, Rufo se declaró neutral en las luchas venideras.
El otro legado fiel al emperador, Petronio Turpiliano (enviado por éste a vigilar la frontera gala) también empezaba a dudar sobre su lealtad a Nerón. Mientras, en Hispania Servio Sulpicio Galba (gobernador de la Tarraconense) se había declarado legado del Senado y el pueblo romano, no del César. El gobernador de Lusitania, Marco Salvio Otón (ex amigo de Nerón exiliado a Hispania por él tras arrebatarle a su esposa Popea Sabina), juró fidelidad a Galba, que acababa de ser proclamado emperador.
Galba tenía ya una edad avanzada (65 años), pero contaba con una gran experiencia de gobierno: había sido gobernador en Aquitania y África, general de las legiones de Germania, sacerdote por partida triple, cónsul además de gobernador de la Tarraconense. Contaba con una nueva legión recién reclutada (la VII Gemina). El propio Virginio Rufo se unió a la causa de Galba mientras que el Senado consiguió el apoyo de uno de los dos Prefectos del Pretorio: Ninfidio Sabino que prometió una gran recompensa a los pretorianos a cambio de su apoyo. El otro prefecto Tigelino huyó abandonando a Nerón a su suerte, uniéndose a Galba posteriormente.


Busto de Nerón, siglo I d.C., Roma, Museos Capitolinos

Cuando estas noticias llegaron a oídos de Nerón, éste huyó de Roma a una de sus villas de la periferia presa de la desesperación. “Cuando [Nerón] se enteró de que Galba y las Hispanias habían hecho también defección, cayó sin sentido y permaneció en este estado durante largo tiempo; cuando recobró el conocimiento, se desgarró las vestiduras y se golpeó con furia la cabeza, exclamando que se había acabado con él, y al recordarle su nodriza, para consolarle, que también a otros príncipes les habían ocurrido desgracias similares, le respondió que sus males no tenían comparación, pues sufría la desgracia inaudita y  nunca vista de perder en vida el mando supremo” (Suetonio. Vida de Nerón, 42, 1).

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