viernes, 24 de marzo de 2017

El gran camafeo de Francia


Gran Camafeo de Francia. 23 d.C.


         El gran camafeo de Francia es el más grande de los camafeos romanos conservados. Se expone en el gabinete numismático de la Biblioteca Nacional de París desde 1791.
Datado en el año 23 d.C. (en los meses sucesivos a la muerte del hijo de Tiberio) mide 31 cms de alto por 26,5 de ancho. De exquisita finura, representa a la familia imperial en aquellos años poniendo de manifiesto la continuidad de la dinastía julio-claudia. Está realizado con cinco capas de ónice.
Se divide en tres franjas: en la superior se colocan los difuntos con Augusto en el centro vestido de Pontifex Maximus; ciñe su cabeza una corona radiada aludiendo a su divinización. Es conducido por Iulo, hijo de Eneas y fundador de la dinastía. A su izquierda, se reconoce a Druso el menor (hijo de Tiberio) y a su derecha a Germánico ascendiendo sobre la grupa de Pegaso.


Druso el menor en una moneda y en una copia del Gran Camafeo de Francia

En la franja central aparece Tiberio en el centro de la composición sentado sobre un trono vestido con la égida de Júpiter y sosteniendo en su mano derecha el  lituus de los augures. Lo flanquean dos mujeres: su madre Livia a su derecha, sentada en otro trono portando entre sus manos un ramo de espigas y amapolas, atributos de Ceres; mientras a su izquierda se encuentra su cuñada Antonia la Menor viuda de su hermano Druso el mayor. Los escoltan de un lado, Nerón César (el hijo mayor de Germánico y Agripina) acompañado de su madre y de su hermano pequeño, Calígula, que porta vestimenta militar y las pequeñas sandalias (caligae) que le valdrían su famoso apodo. Al otro extremo aparecen el segundogénito del insigne matrimonio, Druso, elevando un trofeo hacia su padre Germánico, y Claudia Livila, viuda de Druso el menor y nuera del emperador.


Tiberio en una moneda y en una copia del Gran Camafeo de Francia

      En el registro inferior se representan diferentes caudillos bárbaros, probablemente partos (con gorro frigio) y germanos (con largos cabellos).


Camafeo de Livia y Augusto. S. I a.C. Viena. Kunsthistorisches Museum y Livia en una copia del Gran Camafeo de Francia

miércoles, 15 de marzo de 2017

La política del terror

Tras conocer la implicación de Sejano y Livila en la muerte de su hijo Druso, la ira del emperador cayó sobre todos los que hubieran colaborado de alguna manera con Sejano. Muchas personas fueron juzgadas y ejecutadas siendo sus propiedades confiscadas. Tiberio “mandó que todos los que estaban en la cárcel  acusados de complicidad con Sejano fueran ejecutados. Podía verse por tierra una inmensa carnicería: personas de ambos sexos, de toda edad, ilustres y desconocidos, dispersos o amontonados. No se permitió a los parientes o amigos acercarse ni llorarlos, y ni siquiera contemplarlos durante mucho tiempo, antes bien se dispuso alrededor una guardia que, atenta al dolor de cada cual, seguía a los cuerpos putrefactos mientras se los arrastraba al Tíber, donde si flotaban o eran arrojados a la orilla no se dejaba a nadie quemarlos ni tocarlos siquiera. La solidaridad de la condición humana había quedado cortada por la fuerza del miedo, y cuánto más crecía la saña, tanto más se ahuyentaba la piedad” (Tácito. Anales. Vi, 19, 2).


Tiberio. Siglo I d.C. Londres. Museo Británico

No sólo fueron perseguidos los culpables sino también sus amigos y conocidos que sólo habían pretendido acercándose a Sejano contar con el favor del emperador. Curioso es el caso del caballero romano Marco Terencio, que al contrario de la gran mayoría no renegó de su amistad de Sejano, hablando ante el Senado durante su proceso de la siguiente forma: “Seguramente a mi suerte le conviene mejor reconocer la acusación que negarla; pero suceda lo que suceda, confesaré que no sólo fui amigo de Sejano, sino que busqué serlo, y que tras conseguirlo me alegré. Lo había visto como colega de su padre en el mando de las cohortes pretorianas y luego hacerse cargo a un tiempo del gobierno de la Ciudad y del ejército. Sus allegados y afines recibían honores; en la medida que uno tenía intimidad con Sejano, ganaba en amistad con el César; en cambio los que estaban contra él se veían agobiados por miedos y duelos. No tomo a nadie como ejemplo: defenderé con mi sólo riesgo a todos los que estuvimos al margen de sus últimos planes. En efecto, no servíamos a Sejano el de Bolsena, sino a un miembro de las casas Claudia y Julia, en las que había entrado por alianza familiar, honrábamos a tu yerno César, a tu colega en el consulado, que desempeñaba tus mismas funciones políticas. No nos toca a nosotros el juzgar a quien encumbras tú sobre los demás ni las causas por las que lo haces: a ti te han otorgado los dioses el juicio último, dejándonos a nosotros la gloria de la lealtad. Por ello miramos a lo que tenemos ante nuestros ojos: quien recibe de ti riquezas y honores, a quienes das el mayor poder para hacer bien y hacer daño, todo lo cual nadie negará que lo tuvo Sejano. Escrutar los escondidos pensamientos del Príncipe y si tiene algún designio secreto es ilícito y peligroso; además, nada se podría conseguir. No penséis senadores en el último día de Sejano, sino en sus dieciséis años. Incluso a Satrio y Pomponio los venerábamos; hasta el ser conocido de sus libertos y porteros se tomaba como algo magnífico. ¿Entonces qué? ¿se va a conceder a todos esta defensa indiscriminada? No, manténgase en sus justos términos. Que se castiguen las insidias contra el estado, los proyectos de asesinato contra el emperador, pues de su amistad y de los deberes inherentes a ella no absolverá tanto a ti, César, como a nosotros, un mismo final” (Tácito. Anales. VI, 8). Terencio no sólo fue absuelto al manifestar tan brillantemente lo que  muchos pensaban sino que sus acusadores fueron castigados.
Pero, como en todas las persecuciones de la historia, las falsas denuncias y las delaciones por venganza tomaron la ciudad, seguramente en muchas ocasiones siendo ajeno a éstas el propio Tiberio, quien sin estar libre de culpa, aumentó su aislamiento en la isla de Capri, provocado por la decepción y el pánico irracional a que intentaran acabar con su vida. A partir de aquí, su retirada fue completa desentendiéndose totalmente de las tareas de gobierno. El Imperio siguió funcionando debido a la perfecta maquinaria burocrática creada por Augusto.


Villa Jovis. Siglo I d.C. Capri

Toda esta política dañó irremediablemente la imagen de un emperador eficaz que se ha visto injustamente en muchas ocasiones clasificado junto con los  peores dirigentes del Imperio. La muerte en el año 33 de Agripina y de su hijo Druso (Nerón había muerto en el 31), a los que no se permitió ni siquiera un entierro digno, empeoró su reputación pues al odio de las clases superiores se unió el aborrecimiento de toda Roma. En ese momento comenzaron a circular todo tipo de historias sobre él en Capri, atribuyéndole vicios repugnantes de gran crueldad y prácticas sexuales en las que se combinaban el sadomasoquismo, el voyeurismo y la pedofilia. Hoy en día los historiadores tienden a considerar falsas estas acusaciones pues Tiberio siempre había sido muy parco, sexualmente hablando, y sin embargo, la propagación de las mismas nos sugieren la pésima opinión que Roma tenía de su emperador los años finales de su gobierno.

martes, 7 de marzo de 2017

Claudia Livila

Camafeo con la supuesta imagen de Livila. Siglo I d.C. Berlín. Altes Museum
Fuente: Di Sailko - Opera propria, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=40898244


          Fue la única hija nacida del matrimonio entre Druso el Mayor  y Antonia la mayor, por tanto hermana de Germánico y del futuro emperador Claudio además de sobrina de Tiberio. Nació en el año 13 a.C. Recibió el nombre de Livia en honor de su abuela, aunque para diferenciarla de aquella siempre se la conoció como Livila.
Siendo aún muy pequeña se quedó huérfana de padre, por lo que se trasladó junto con su madre a la Casa que compartían Augusto y Livia en el Palatino. Allí recibiría la misma educación rígida que todas las mujeres de la casa imperial basada en la instrucción en todas las labores del hogar, en especial las de lana y el telar, y en el conocimiento de la retórica y el griego.
Siendo apenas una adolescente contrajo matrimonio con Cayo César, el primogénito de los nietos de Augusto y principal heredero del Imperio. No obstante, al morir el joven prematuramente en el año 4 d.C., Livilla (que entonces contaba con unos 17 años) se casó en segundas nupcias con su primo hermano, Druso el Menor, también heredero imperial, al ser el hijo natural de Tiberio, que en aquella época fue adoptado por Augusto. Con Druso tuvo una hija Julia Livila y los gemelos Tiberio y Germánico Gemelo (éste fallecido a muy corta edad).


 Livila y el alma del ya fallecido Druso el Menor en el Gran Camafeo de Francia. 23 d.C. París.
Gabinete de Medallas

Durante el año 23, murió su marido Druso a los 37 años. En principio se atribuyó su muerte a la vida de excesos del joven, que pasaba sus noches entre tabernas y lupanares. No obstante, cuando Sejano fue ejecutado, la primera mujer de éste, Apicata, envió una carta a Tiberio antes de suicidarse en la que acusaba a su exmarido y a Livila de haber sido amantes y de haber planeado entre ambos la muerte de Druso, siendo la nuera del emperador quien se había encargado de administrar el veneno lentamente para simular una enfermedad. Esta acusación, confirmada por los esclavos que la ayudaron supuso el final de Livila. Según Dión Casio por respeto a su cuñada Antonia, Tiberio dejó su castigo en manos de ella que la confinó a morir de hambre encerrada en su habitación en el año 31, aunque realmente no está claro el final trágico de Livila.
A pesar de haberse divulgado tradicionalmente esta versión hay muchas sombras sobre la vida de Livila pues ¿qué ganaba ella al unir sus ambiciones a Sejano, si a través de su matrimonio con Druso, ellos eran los principales herederos del Imperio tras la muerte de Germánico?. Puede ser que la joven se enamorará del prefecto, quien según Dión Casio era “el amante de las mujeres de todos los hombres libres” (Historia Romana), y que sedujera a Livila con promesas de matrimonio; quizás ésta habría caído rendida en sus brazos ante el abandono a la que la sometía su esposo, pero también es verdad que una esposa romana nunca esperaría fidelidad de su marido. Tácito corrobora está historia diciendo que Livila “poco agraciada en sus primeros años, llegó luego a destacar por su belleza. (Sejano) fingiéndose enamorado de ella la arrastró al adulterio y después que la señoreó con el primer delito, pues una mujer que pierde su pudor ya no es capaz de negar nada, empezó a azuzarla a la esperanza del matrimonio, al Imperio compartido y al asesinato de su marido. Y ella, que era sobrina nieta de Augusto, nuera de Tiberio y madre de los hijos de Druso, se deshonraba a sí misma y a sus mayores cometiendo adulterio con un hombre salido de un municipio, ansiando un futuro criminal e incierto en lugar del honesto presente (Anales. 4, 3,3-4).


Livila (Patricia Quinn) en un fotograma de la serie Yo, Claudio, 1976

Sin embargo, es muy extraño que teniendo prácticamente a su alcance la corona de emperatriz, Livila lo arriesgara todo por un sentimiento romántico hacia un hombre mayor que ella y de baja estirpe. Otra posible teoría es que ella no hubiera tenido que ver nada con la muerte de Druso y, que al quedar desvalida tras el fallecimiento de éste, se uniera a Sejano para asegurar el trono a sus hijos frente a los hijos de Germánico respaldados por la fiera Agripina y el amor del pueblo. En el año 25, Sejano solicitó a Tiberio la mano de Livila, que éste rechazó dándole un primer toque de atención al prefecto. Posteriormente, accedió a que el prefecto contrajera nupcias con la hija de Livila, Julia. No obstante, de una manera o de otra la caída de Sejano supuso la de Livila y la damnatio de su memoria. “En Roma, como si los crímenes de Livila no hubieran sido castigados ya tiempo atrás, se presentaban mociones durísimas contra sus estatuas y su memoria” (Tácito. Anales, VI, 2,1).
Así, la mayoría de historiadores antiguos coinciden en dotar a Livila de un perfil negativo. Suetonio dice de ella que siendo niña cuando “oyó que su hermano Claudio sería emperador, abominó públicamente y en voz alta de la suerte tan miserable e indigna que le estaba reservada al pueblo romano” (Vida de Claudio, 3,2). Esto revela una repulsión no disimulada hacia su débil y enfermizo hermano pequeño que contrasta con el gran cariño y respeto que siempre le profesó a Claudio el hermano mayor de ambos, el bondadoso Germánico.

viernes, 3 de marzo de 2017

Tiberio y Sejano

Aunque la mayoría de historiadores antiguos condenan a Sejano por su sangre fría y extrema crueldad, no se ponen de acuerdo en afirmar si fue él quien manipuló a Tiberio o, si al contrario, el prefecto fue sólo un instrumento entre las manos del César.


Sejano (Patrick Steward) departe con Tiberio (George Baker) en un fotograma de la serie Yo, Claudio, 1976

Uno de los que se adhiere a esta segunda teoría es Suetonio, que señala que Tiberio se valió de Sejano para eliminar a la familia de Germánico, y después se lo quitó de encima cuando ya no le era útil. “De sus asesores, apenas dos o tres conservaron la vida; a los demás los hizo perecer por diferentes motivos, entre ellos a Elio Sejano, que arrastró en su caída a muchos más. Había elevado a este último a la cima del poder no tanto por afecto cuanto para tener de quien servirse a la hora de envolver con artimañas a los hijos de Germánico y asegurar la sucesión del imperio a su verdadero nieto, el hijo de Druso” (Vida de Tiberio. III, 55).
 Tácito por su parte, afirma que todo el horror del gobierno de Tiberio fue debido a Sejano aunque tampoco exculpa al propio emperador. “(Tiberio) fue de una execrable crueldad, pero ocultando sus vicios mientras amó o temió a Sejano” (Anales. VI, 3). Por su parte de Sejano dice que “tenía un cuerpo resistente a las fatigas y un espíritu audaz; hábil para ocultarse a sí mismo, y para acusar a los demás; trepador y orgulloso a la vez, ocultaba bajo las apariencias de la modestia una sed desenfrenada de grandezas; para llegar a donde quería, usaba, a veces, la generosidad y el fasto; otras, la vigilancia y la actividad” (Anales. IV, 1,3).
Sólo Veleyo Paterculo, que fue contemporáneo de Sejano aporta una descripción favorable del mismo, al que define como “hombre de gran constitución física sólo comparable a su vigor de ánimo, de una gravedad serena, de una gran afabilidad que recuerda a la de épocas antiguas; es activo sin parecerlo, no reclama nada para sí y por lo mismo todo lo obtiene; se cree siempre indigno de la estima que los demás le otorgan; su rostro es tranquilo como su vida; de ánimo infatigable” (Historia Romana, Libro 2). A Veleyo se le atribuye cierta amistad con Sejano de ahí que fuera uno de los ejecutados tras la caída del prefecto del pretorio.


Tiberio. Siglo I d.C. Roma. Museos Capitolinos

En realidad, es difícil saber si realmente Sejano preparaba una conspiración contra Tiberio pues todos los historiadores latinos hablan de ello muy de pasada. Desgraciadamente, el relato de Tácito al respecto se ha perdido. Sólo Dión Casio ofrece una narración más detallada de la desgracia de Sejano. Muchos historiadores contemporáneos consideran a Sejano inocente de conspirar contra el emperador pues en esa época Tiberio era ya un anciano al que no debía quedar mucho tiempo de vida, y nada iba a obtener él a cambio. Opinan que fue más bien víctima de una conspiración contra él llevada a cabo por la élites de la sociedad romana a quien tanto había perseguido.
Por mi parte, teniendo en cuenta que ni Sejano ni Tiberio despiertan mis simpatías, pienso que debe haber algo de verdad en cada una de estas versiones contradictorias. Pienso que Sejano vivió dominado por gran una ambición (queriendo emular al incomparable Agripa) y que no se paró ante nada para alcanzar sus objetivos. Por su parte, Tiberio le dio alas porque le convenía, porque odiaba gobernar. No obstante, cuando percibió que las atribuciones de su consejero eran exageradas lo eliminó. Sea cierta o no la teoría de la conspiración, creo que el emperador debió darle veracidad pues si no, sería difícil de explicar la violenta purga que practico entre todos los allegados y conocidos del prefecto, pues hasta ese momento la crueldad de Tiberio había sido moderada. Por otra parte, está claro que el odio que el pueblo romano profesaba al emperador venía en gran parte motivado por toda la crueldad que le permitió a Sejano, en especial contra la venerada familia de Germánico. Por tanto, el prefecto no pudo ser tan inocente.