lunes, 21 de julio de 2014

La Casa de Livia en el Palatino

La Casa de Livia se ubica en el Palatino junto a la de Augusto. Recibió esa atribución a causa de la inscripción Iulia Augusta (tal y como se conocía a Livia) encontrada sobre una tubería de plomo hallada en el tablino. Sin embargo no está clara la propiedad de la vivienda, por lo que hoy en día está considerada como parte de las estancias privadas de la Casa de Augusto destinadas en algún modo a uso de la emperatriz. Aunque la construcción de la casa es anterior, corrobora esté hecho la proximidad de ambas casas y la datación de las pinturas (aproximadamente sobre el 30 a.C.).


Atrio de la Casa de Livia

Tuberia con la inscripción Iulia Augusta

        Descubierta en 1869 por Pietro Rosa, la casa consta de un atrio rectangular al que se abren cuatro habitaciones, todas ellas decoradas con magníficas pinturas murales y finísimos mosaicos.


Casa de Livia. Roma 2018

            Entre éstas destaca el tablino (estancia destinada a recibir a los huéspedes o a archivo). Las pinturas que mejor se conservan son la de su pared derecha en la que una arquitectura ficticia realizada a partir de efectos ilusionistas y de perspectiva crea una escenografía teatral que acoge en su centro una escena mitológica protagonizada por Argos y Mercurio. Flanquean este espacio otras dos puertas pintadas con sus batientes abiertos en que albergan en su interior una compleja ciudad con arquitecturas en perspectiva. A media altura encontramos cuadrados con escenas pobladas de diferentes personajes mientras que casi toda la superficie aparece decorada profusamente con elementos ornamentales menores tales como esfinges, figuritas aladas, candelabros y racimos. En la pared opuesta a la entrada había una representación de Polifemo y Galatea, bien conservada cuando se descubrió la casa pero en la actualidad perdida en casi su totalidad.

Tablino. Roma 2018

Tablino. Roma 2018

Detalle del Tablino. Roma 2018

En otra habitación a la derecha del tablino se ha conservado bien la pared de la izquierda con una decoración pictórica a base de guirnaldas, fruta y hojas; en alto sobre un fondo amarillo encontramos escenas de vida egipcia.

Estancia a la derecha del Tablino. Roma 2018

La estancia de la izquierda tenía una decoración similar pero sin elementos figurativos. Por su parte, al sur del patio, el triclinio estaba también decorado con pinturas entre las que destaca en el centro de la pared delante de la entrada un paisaje en el que se representaba a Diana.


Estancia a la izquierda del Tablino. Roma 2018

Estancia a la izquierda del Tablino. Roma 2018

Triclinio. Roma 2018

Triclinio. Roma 2018

Todas estas habitaciones han conservado restos del pavimento original a base de mosaicos blancos y negros de líneas simples.

                   

Pavimento de la Casa de Livia. Roma 2018

                              
  Después de veinte años y de una meticulosa restauración, la Casa de Livia ha abierto nuevamente sus puertas al público para mostrar las maravillosas pinturas que alberga en su interior un lugar tan artístico como emblemático


Video de Luigi Benassi

domingo, 13 de julio de 2014

Retratos de Livia

En la muestra sobre Augusto se han expuesto un gran número de retratos de sus familiares entre los que destacan sobre todos los de Livia, la emperatriz de la que se conservan más esculturas, sin duda alguna circunstancia motivada tanto por su larga vida como por la importancia del personaje.

  • Retrato de Livia. 9 a.C. Tolosa. Musée Saint-Raymond


 Realizado en mármol, este busto se ha identificado con Livia por su notable parecido con la efigie que aparece en las monedas tiberianas representando a la Salud Augusta. Presenta en el peinado raya en medio en lugar del tupé sobre la frente que la caracteriza. Livia fue descrita como esposa dulce y debota, hasta el punto de ser reconocida como univira a pesar de haber contraído dos matrimonios.

  • Retrato de Livia. Siglo I a.C. París. Museo del Louvre.



Este busto de basalto de la emperatriz fue descubierto en el Alto Egipto. Se aprecia un cambio en la fisonomía de la mujer de Augusto: el rostro armonioso de formas simples está exento de expresividad lo que le hace ganar en espiritualidad. Es el ejemplo del nuevo modelo retratístico de la ideología augústea: Livia como símbolo de matrona romana por excelencia, modelo de moralidad para el pueblo.

  • Escultura de Livia como Céres. Siglo I d.C. Copenhagen. Ny Carlsberg Glyptokek.



Aquí se nos muestra a Livia en su representación preferida, como diosa Céres. Vestida con un chitón y un velo sobre la cabeza simboliza la abundancia y prosperidad. Probablemente es de época claudia.

  • Livia Orante. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticanos



Peinada con el típico nodus, de nuevo aparece retratada con chitón, stola y un amplio manto que le cubre la cabeza. Representada como sacerdotisa dedicada al culto del Divino Augusto, su esposo fallecido, refuerza nuevamente su imagen de matrona virtuosa.

En la exposición también se ha podido contemplar el precioso camafeo de los Museos Capitolinos, del que ya hablé en la reseña Carmafeos y joyas.


domingo, 6 de julio de 2014

Livia, la gran emperatriz

“La más perfecta de todas las mujeres romanas por cuna, virtud y belleza”
Veleyo Patérculo. Historia romana. II, 75-2

Ilustración de Johs Cabrera para Arquehistoria

        Es curioso que la imagen que el devenir de los siglos ha transmitido de las dos mujeres más fascinantes e inteligentes de la antigüedad, haya sido absolutamente peyorativa. El perfil de Cleopatra, la inigualable reina egipcia, no podrá nunca desligarse del de una meretriz codiciosa cuya ambición sin límites acabó llevando a la ruina al milenario país del Nilo. Por su parte, la Livia más conocida por todos es la manipuladora sin escrúpulos retratada por Robert Graves en su mítico Yo, Claudio. El autor británico da vida a una mujer sedienta de poder, capaz de aniquilar a toda la descendencia de Augusto a través de artimañas perversas y múltiples asesinatos por envenenamiento (incluido el de su propio marido) en aras del único objetivo de su vida: colocar a su hijo Tiberio en el trono imperial. Indudablemente, la Historia la escriben los hombres...
Aún cuando puedo considerar Yo, Claudio uno de mis libros preferidos, abordaré la figura de Livia desde el rigor histórico para intentar rescatarla de las tinieblas. El principal motivo que me lleva a no poder creerme la Livia de Graves es que hacerlo supondría convertir a Augusto en un pelele idiota, algo que toda una vida dedicada a estudiar su figura, me lleva a descartarlo categóricamente. Por otro lado, y más tangible, solamente Tácito y Dión Casio (las fuentes usadas por Graves) insinúan el papel de Livia como envenenadora y mujer maléfica. Llama la atención que Suetonio, el principal biógrafo de los Césares, que no escatima recurso en describir e incluso exagerar los actos sanguinarios e irracionales de los dos emperadores más controvertidos, es decir de Calígula y Nerón, no mencione ningún indicio de criminalidad en Livia.

Busto de Livia. Siglo I a.C. Lóndres. The Courtauld Gallery 

Livia nació el 30 de enero de 58 a.C en el seno de una familia doblemente patricia. Su padre, Claudio de nacimiento, había sido adoptado por Marco Livio Druso, un riquísimo tribuno que murió asesinado en el 91 a.C intentando extender la ciudadanía romana a los itálicos. Así, la pequeña Livia recogió dos herencias: la Claudia y la Livia Drusa. Su madre Alfidia era hija de un magistrado itálico. No sabemos nada sobre si tuvo algún hermano o hermana como nos sugiere el  diminutivo Drusila.
A los 16 años contrajo matrimonio con su primo Tiberio Claudio Nerón con el que tuvo dos hijos: Tiberio y Druso y en el 38 a.C. casó en segundas nupcias con el que sería años después el primer emperador romano.

Livia con stola y manto. Siglo I d.C. Madrid. Museo arqueológico Nacional

Aunque poseía un carácter fuerte, Livia supo siempre estar en su lugar, convirtiéndose en la matrona romana por excelencia. Ejemplo de compostura, seriedad y moderación, nunca llevaba joyas y sus vestidos eran sencillos, a pesar de su juventud y posición. De hecho solía vestir una stola a la antigua usanza en colores apagados, lo que provocó que su bisnieto Calígula (envidioso de su status) se refiriera a ella como Ulixes stolatus (Ulises con stola). Adoptó como peinado el nodus (puesto de moda por su cuñada Octavia) para reforzar su imagen casta y sobria. Livia y Augusto vivían modestamente, hasta el punto que ella se encargaba de cocinar y de tejer las vestiduras para su familia. Este es el verdadero motivo por el que Augusto sentía por ella una devoción incondicional: Livia supo encarnar como nadie los valores de moral y dignitas romana, que él promulgaba como pilares de su política.
Por todo ello (además de por su sabiduría y perspicacia política) el Príncipe no dudaba en dirigirse a ella como consejera en asuntos de Estado. Hasta tal punto la estimaba que en 35 a.C. le concedió el rarísimo honor de dejarle gestionar sus bienes (algo que ninguna otra mujer consiguió durante el Imperio romano). Livia, que incluso tenía su propio círculo de clientes, no dudó en usar sus influencias para colocar en cargos públicos a sus protegidos cuando tuvo ocasión. De hecho las leyes de Augusto a favor de la liberación femenina fueron seguramente aconsejadas por Livia, que ayudó a conseguir mejoras para las mujeres de su época y posteriores, hasta que el cristianismo abolió dichas leyes. Además, y al igual que a su hermana Octavia, le dedicó un Pórtico (del que no quedan apenas restos) y esculturas públicas en las que no dudó en parangonarla a Ceres (la representación preferida de Livia) modelo de virtud, abundancia y castidad.

Livia como Ceres. siglo I d.C. París. Museo del Louvre

Livia era muy amada por el pueblo romano por ser justa y generosa. Como ejemplo de su entrega, una anécdota nos cuenta que en una ocasión siendo testigo accidental de un incendio ayudó a apagar el fuego con sus propias manos. Reconociéndole mayor piedad y sensibilidad que a Augusto, la gente se dirigía a ella como mediadora en sus peticiones a su marido.
Un hecho singular es que Augusto la adoptó en su testamento además de legarle 1/3 de sus bienes; según mi opinión este acto de amor póstumo del Príncipe hacia su esposa se debió a su deseo de legitimar la posición de Livia en la gens Julia cuando él  no estuviera pues recelaba de su hijastro Tiberio, un hombre por el que siempre sintió una nada disimulada antipatía. El comportamiento de Tiberio hacia su madre daría la razón desde ultratumba al primer emperador romano.
Físicamente Livia era bella, pero no bellísima: tenía ojos grandes, aunque no exentos de una expresión un tanto apagada, y una boca pequeña enmarcada por un mentón largo y pronunciado.

Livia. Siglo I d.C. Copenhage.Carlsberg Glyptotek

Copia de busto de Livia en el Ara Pacis Augustae. Roma 2018

Ya hemos trazado pinceladas del carácter virtuoso de Livia, una mujer adelantada a su época en la que su moderación y justicia prevalecieron por encima de cualquier sentimiento, hasta tal punto, que en el momento más dramático de su vida, cuando perdió a su hijo Druso (que murió con tan sólo 29 años) se retiró con el filósofo Didimo de Alejandría para aprender a llevar el intenso dolor privadamente, sin perder la compostura en público como su posición exigía. Según Ovidio “con su virtud la mujer de César Augusto consigue que los tiempos antiguos no superen a nuestro siglo en alabanza de la castidad. Ella, poseyendo la belleza de Venus y el temple de Juno, es la única mujer digna de compartir lecho con un dios”.
No obstante, es obvio que como cualquier matrona de la época ambicionaba el poder para su hijo lo que de alguna forma aseguraba también su posición futura. Al respecto, es interesante la leyenda que a Livia (mujer dada a buscar respuesta en los presagios) gustaba narrar: estando embarazada de su primer hijo acunó en su regazo un huevo de gallina hasta que del mismo nació un magnifico polluelo con una gran cresta. Ella lo interpretó no sólo como que daría a luz a un varón sino además que éste llegaría a ser un hombre poderoso. Sin embargo, esta creencia no lleva a convertir a Livia en una asesina despiadada, si tenemos en cuenta una época en que la tasa de mortalidad era muy elevada.

Livia y Tiberio sentados reciben pleitesía
Gran Camafeo de Francia. Siglo I d.C. París. Bibliotheque National

A pesar de ello, su relación con el que fue sin duda su hijo favorito, Tiberio, sufrió de continuos altibajos. Quizás por el carácter taciturno y reservado de aquel, (diametralmente opuesto al del encantador Druso, a quien todos adoraban) Livia lo sobreprotegió obsesivamente y no sólo en la infancia. Al principio de su gobierno, Tiberio se valió de los conocimientos políticos de su madre hasta que obtuvo de ella la experiencia suficiente para gobernar. El nuevo emperador, más tradicional y mucho menos amado que Augusto envidiaba la devoción del pueblo hacia Livia y su ascendente por lo que la relegó de las tareas de gobierno y acabaron enemistados.
Murió en el año 29 d.C. a una edad muy avanzada (87 años); nunca padeció ninguna enfermedad. El secreto de su longevidad reside en su afición a la naturopatía. Livia no bebía más vino que el denominado Pucino y era aficionada a tomar infusiones, sobre todo a base de inula, planta que abundaba en los jardines de su Villa de Prima Porta y que aún hoy se usa con fines medicinales. Fue creadora también de otros remedios naturales que ella suministraba a la familia (de ahí que algunos hayan asociado esta costumbre a su fama de envenenadora): elaboró un dentífrico, un medicamento contra la inflamación de garganta y otro para aliviar la tensión nerviosa. Precisamente en Prima Porta cultivaba Livia un laurel, protagonista de otra leyenda que narra como un águila dejó caer en el regazo de la emperatriz un pollito blanco que llevaba en su pico una rama de laurel con sus frutos. Livia se dedicó a criar al polluelo y plantó las semillas de la rama de laurel, que creció tanto que Augusto y el resto de emperadores arrancaban ramas para sus coronas oficiales.

Detalle de las pinturas murales de la Villa de Livia en Prima Porta. siglo I a.C. 
Roma. Museo de las Termas. Roma 2013

Livia asiste a la Vendimia de Grignano. Cesare Dell'acqua. 1858. Trieste. Castello de Miramare

Tiberio (que se encontraba en Capri) no asistió al entierro de su madre sino que mandó al degenerado Calígula a pronunciar el discurso fúnebre. No fue el único desprecio, sino que vetó todos los honores que el Senado quiso conferir a la difunta emperatriz. Su nieto, el emperador Claudio, la divinizó en el 42 a.C.; a partir de entonces fue honorada en los juegos públicos por un carro tirado de elefantes que portaba su imagen, le fue dedicada una estatua en el templo de Augusto (divinizado tras su muerte y del que ella era sacerdotisa) y las mujeres estaban obligadas a nombrarlas en su juramento. El reconocimiento que la más importante emperatriz romana merecía.