“Sin embargo, un segundo fuego, sobre la tierra, se produjo al año siguiente y se extendió sobre grandes sectores de Roma mientras Tito estaba ausente en Campania, atendiendo a la catástrofe que había asolado aquella región. Consumió el Templo de Serapis, el Templo de Isis, la Saepta, el Templo de Neptuno, los baños de Agripa, el Panteón, el Diribitorium, el teatro de Balbo, la escena del teatro de Pompeyo, los edificios Octavianos junto con sus libros y el Templo de Júpiter Capitolino con sus templos circundantes”
Dión
Casio. Historia Romana, Libro LXVI,
24)
Lo cierto es
que los incendios eran muy frecuentes en la capital del Imperio por lo que
tanto César como Augusto implantaron medidas para combatirlos con eficacia,
siendo la más significativa la creación de cuerpo de bomberos por parte del
primer emperador. Roma era una ciudad insalubre llena de ínsulas de madera y
ladrillo con numerosos locales donde se almacenaban productos altamente
inflamables de todo tipo.
En esta
ocasión el fuego se inició en las cercanías del Circo Flaminio, edificio que
ardió en su totalidad, al igual que el Pórtico que Augusto dedicó a su hermana
Octavia junto con su biblioteca. El Teatro Marcelo también se vio afectado.
El Campo de
Marte también quedó bastante arrasado. Se salvaron de las llamas el Mausoleo de
Augusto y el Horologium Augusti, dos
obras que han perpetuado la memoria del Padre de la Patria hasta nuestros días.
No tuvieron tanta fortuna el Diribitorium,
la Saepta Iulia y el Panteón,
diseñados y patrocinados por el genial Agripa, que quedaron reducidos a
cenizas. No obstante, los ángeles tenían planes para el más sublime edificio
que se concibió jamás: restaurado por Domiciano, el Panteón fue nuevamente
destruido en tiempos de Trajano, por lo que Adriano en el siglo II, inspirado
por criaturas celestiales (tal y como le gustaba pensar a Miguel Ángel), lo
levantó de nuevo para la mayor gloria de Roma.
Otra zona muy
perjudicada fue el Capitolio donde se quemaron los templos más sagrados de la
ciudad, incluido el de Júpiter.
A los
edificios públicos destruidos se unen numerosas tabernas, negocios y viviendas
de los más humildes, por lo que puede deducirse la gran entidad del mismo.
“Durante su mandato (el de Tito) ocurrieron algunas calamidades fortuitas, como la erupción del Vesubio en Campania, un incendio, en Roma que duró tres días y tres noches, y una peste de tales proporciones y una peste de tales proporciones como apenas se recordaba otra. En este cúmulo de adversidades de semejante calibre mostró no sólo la solicitud de un Príncipe sino incluso el cariño que sólo un padre sabe demostrar” (Suetonio. Vida de Tito, 8, 3). Dión Casio también se hace eco de esta epidemia, diciendo que fue terrible, pero no aporta mucho más datos.
Ante tanta
desolación Tito regaló al pueblo y a los dioses romanos lo más notable de su
Principado, más de 100 días de juegos para inaugurar la más impresionante obra
que Roma iba a legar a la posteridad: el Coliseo.
Es difícil hoy en día pensar que Roma estaba hecha de madera.... Porque los incendios eran una aniquilación de todo a su paso..
ResponderEliminarPues sí...de ahí la frecuencia con qué ardia la ciudad..Saludos
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