El talón de
Aquiles del Principado y la cuestión que más intensamente llenó de amargura la
vida de Augusto fue sin duda alguna la sucesión. Desafortunadamente, no pudo
conseguir su gran anhelo: dejar las riendas del Imperio y la salvaguarda de
Roma a alguien de su sangre en quien confiara plenamente, pues una y otra vez
el destino frustró sus planes.
Augusto, que
sólo tenía una hija natural nacida de su primer matrimonio (Julia), nunca quiso
divorciarse de Livia (con quien no tuvo descendencia), anteponiendo por primera
y última vez en su vida sus sentimientos por encima del bienestar de Roma,
poniendo de manifiesto el gran amor que sentía por su tercera esposa, pues
creía poder encontrar un heredero en la descendencia de su hija.
Marcelo. 25-20 a.C. Roma. Fondazione Sorgente Group
Por eso, en
primer lugar la casó con su sobrino Marcelo, hijo de su hermana Octavia, y al
morir éste prematuramente, con su gran amigo y colega de gobierno Marco
Vipsanio Agripa. De este segundo matrimonio nacieron 5 hijos, entre los cuales
Augusto favoreció y reconoció como herederos suyo a los dos mayores: Cayo y
Lucio César. No obstante, desaparecidos éstos también en la flor de la vida, el emperador ya anciano no tuvo más
remedio que volver los ojos a la descendencia de su esposa Livia. Muerto en 9 a.C. con sólo 29 años Druso, el preferido de Augusto entre sus dos
hijastros, el emperador optó por la última persona que
hubiera deseado para regir su Imperio: Tiberio.
De este modo,
el 26 de mayo del año 4 d.C, Augusto adoptó al hijo mayor de Livia, dejando
claro que su decisión obedecía únicamente a “razón
de Estado”, tal y como recoge
Suetonio (Vida de Tiberio, 21,3).
Esta reticencia no nace del hecho que Tiberio no fuera un competente
administrador ni un experimentado militar, sino más bien de la animadversión que
Augusto sentía hacia él. Por ello, le obligó a adoptar al hijo de su hermano
Druso, Germánico a pesar de que Tiberio ya tenía un hijo propio, intentando de
alguna manera asegurar la sucesión en los hijos de éste que eran a su vez
bisnietos suyos (al estar casado Germánico con su nieta Agripina la Mayor).
Cayo (en primer plano) junto a Lucio, ambos heroizados, flanquean a Augusto, que parece contemplar sus sueños rotos. Siglo I d.C. Corinto. Museo Archeologico
En el prólogo
de su testamento Augusto nuevamente vuelve a subrayar: “Como el destino me arrebató cruelmente a mis hijos Cayo y Lucio,
Tiberio heredará dos tercios de mis propiedades” (Suetonio. Vida de Tiberio, 23), dejando claro a
todos que su hijastro mayor no era su candidato predilecto.
Todas las
fuentes coinciden en que Augusto fue siempre muy cariñoso con sus seres
queridos no dudando en demostrar públicamente su gran afecto por su hija, por
sus sobrinos, por sus nietos e incluso por su hijastro Druso y sus hijos. Sin
embargo, jamás manifestó demasiado afecto por el hijo mayor de Livia.
Es cierto que
el carácter taciturno y reservado del joven no favorecía mucho su relación con
la mayoría de la gente o que Augusto, con su gran perspicacia, ya adivinara el germen
del lado siniestro de la personalidad de Tiberio; no obstante, quiero analizar
la relación entre ambos intentando no ser injusta con éste último.
Tiberio tuvo
una infancia difícil pues siendo aún muy pequeño tuvo que huir y vivir
escondido debido a que su padre, Tiberio Claudio Nerón, había luchado primero al
lado de los asesinos de César en la batalla de Filipos y, más tarde, junto a
Lucio Antonio (hermano del triunviro) en el asedio de Perugia teniendo en
frente siempre al que con los años se convertiría en su padrastro. Cuando Octavio se casó con su madre, el niño,
de tan sólo cuatro años, fue apartado de ésta y mandado a vivir con su padre. Sólo tras el fallecimiento de éste, se le permitió regresar junto a ella, teniendo que
adaptarse a una nueva vida en la casa imperial y estando desde entonces expuesto
a la opinión pública, algo no compatible con su carácter introvertido. Así y
todo, Augusto no dudaba de mostrar a la vista de todos la preferencia por otros
miembros de la familia como Marcelo o Agripa.
Julia y Tiberio en el Ara Pacis Augustae. 12-9 a.C. Roma 2013
Tres hechos
marcaron claramente su vida y determinaron el endurecimiento de su carácter: el
divorcio de su primera esposa Vipsania, a quien amaba profundamente, obligado
por Augusto para que contrajera matrimonio con su hija, la muerte de su hermano
Druso el mayor, a quien estaba muy unido y, en tercer lugar, las escandalosas
infidelidades de su esposa Julia.
Estos
acontecimientos, corroyeron lo bueno que pudiera haber en el espíritu de
Tiberio convirtiéndolo en un ser cada vez más huraño e intratable, capaz de contravenir los deseos de Augusto en algunas
ocasiones, como la vez que se encontró con Vipsania tras su separación o cuando
abandonó la vida pública y se exilió a Rodas, dejando al emperador sin ningún
colega experimentado para que le ayudara a gobernar. Estos desaires no los digirió muy bien un emperador acostumbrado a que todo el mundo acatara su voluntad.
Detalle de la Gemma Augustea en la que aparecen Augusto y Tiberio. 9-12 d.C. Viena. Kunsthistorisches Museum
Así y todo, la
relación entre ambos siempre fue correcta, al menos en apariencia, tal y como
ha quedado patente en los extractos epistolares que se conservan de la
correspondencia entre ambos. Como por ejemplo cuando Augusto contesta a su
hijastro ante la cólera de éste por los comentarios vertidos por algunas
personas en contra del emperador “No te dejes llevar en este asunto, mi
querido Tiberio, por tu edad ni te indignes demasiado porque haya alguien que
hable mal de mí; basta con que logremos que nadie pueda perjudicarnos”
(Suetonio. Vida de Augusto. 51.3) o
en este otro fragmento en el que Augusto le refiere muy informalmente su suerte en una partida de dados: “Nosotros, mi querido Tiberio, hemos pasado
bastante agradablemente las Quincatrias (Festival dedicado a Minerva); jugamos
en efecto, durante todos estos días y calentamos la mesa de juego. Tu hermano
puso el grito en el cielo; sin embargo, al final, no perdió mucho, sino que
poco a poco, y contra lo que esperaba, se recuperó de sus grandes pérdidas. Yo perdí 20.000
sestercios por mi cuenta, pero porque fui, como acostumbro las más de las
veces, ampliamente liberal en el juego, pues, si hubiese exigido a cada jugador
las puestas las puestas que le perdoné o hubiese conservado el dinero que les
di, habría ganado hasta 50.000 sestercios. Pero lo prefiero: mi bondad me
llevará, desde luego, a la gloria celeste” (Suetonio. Vida de Augusto. 71.3).
No
obstante, las cartas entre ellos no pueden considerarse al mismo nivel de
emotividad que las enviada por el emperador a sus nietos Cayo y Lucio: “Saludos, Cayo mío, mi querido burrito, sólo el cielo sabe lo mucho que te echo de
menos cuando estás lejos de mí. Pero sobre todo en días como hoy mis ojos
anhelan a mi Cayo y, donde quiera que hayas estado, espero que hayas celebrado
mi sexagésimo cuarto cumpleaños con salud y felicidad. Imploro a los dioses que
el tiempo que me queda de vida lo pase contigo sano y bien, con nuestro Imperio
prosperando, y tú y Lucio contribuyendo a ello como hombres y preparándoos para
sucederme en el deber de proteger al Estado” (Aulo Gelio. Noches Áticas. 15. 7, 3).
Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano
Suetonio aporta algunos datos más sobre la
animadversión de Augusto hacia Tiberio. Según él, era de creencia extendida que
después de la última conversación entre ambos en el lecho de muerte de Augusto,
el moribundo emperador exclamó cuando su hijastro abandonó la sala: “¡Pobre pueblo romano, que destinado a ser
devorado por una mandíbula tan lenta!” (Vida
de Tiberio. 21.2). En esa línea añade Suetonio que le habían contado que “Augusto condenó abierta y claramente la
crueldad del carácter de Tiberio, llegando a interrumpir a veces las
conversaciones más relajadas e hilarantes cuando él se acercaba, pero que
consintió en adoptarlo vencido por los ruegos de su mujer, o incluso movido por
la ambición de hacerse añorar más en el futuro con semejante sucesor” (Vida de Tiberio. 21.2).
Todas estas
opiniones pueden haber estado influidas por la leyenda negra que acompañó a
Tiberio tras convertirse en emperador, pues antes de ocupar el trono imperial
el hijo de Livia siempre se comportó de manera muy prudente, reprimiendo la
violencia y crueldad que anidaban en lo más profundo de su ser. En caso
contrario, probablemente hubiera acabado desterrado por su carácter agresivo en
una isla de por vida como Agripa Póstumo. De hecho ni el mismo Suetonio lo cree
del todo pues él mismo continúa diciendo: “Sin
embargo, no me puedo creer que un príncipe tan precavido y prudente haya hecho
nada a la ligera, sobre todo en un asunto de tamaña magnitud; más bien me
inclino a pensar que, después de haber examinado atentamente los vicios y las
virtudes de Tiberio, halló estas últimas superiores” (Vida de Tiberio. 21.3). Está claro que aunque Augusto no sentía una
gran afinidad con Tiberio, era lo mejor que le quedaba, no dudando en reconocer
la gran valía de su hijastro en temas de administración y al frente del
ejército. Para reforzar su teoría
Suetonio plasma algunos fragmentos de cartas que le envío Augusto: “Adiós, gentilismo Tiberio, que tengas éxito
en tu empresa. Adiós, gentílisimo y ¡por mi dicha más valeroso varón y experto
general. ¡Qué perfecta organización la de tus campañas de verano!. Yo
ciertamente, mi querido Tiberio, considero que, entre tus circunstancias difíciles
y tal abatimiento de las tropas, nadie habría podido comportarse con más
prudencia que tú. También aquellos que estuvieron a tu lado confiesas
unánimemente que se te puede aplicar aquel famoso verso: un solo hombre,
permaneciendo alerta, nos ha restablecido la situación”. O esta otra un
tanto más cariñosa, motivada en parte por el gran temor del príncipe en sus
últimos años de vida de perder su última opción: “Cuando oigo y leo que estás extenuado por el trabajo continuo, los
dioses me pierdan si mi cuerpo no se estremece; cuídate te lo ruego, para que
no muramos tu madre y yo si nos enteramos de que estás enfermo, y el pueblo
romano no vea comprometida la supremacía de su Imperio. Nada importa que yo
esté bien o no, si tú no lo estás. Pido a los dioses que te nos conserven y
permitas que sigas bien ahora y siempre, si es que no odian al pueblo romano” (Vida de Tiberio. 21.4-7).
Tiberio. Siglo I d.C. Venezia. Museo Nazionale
Así y todo, en
su testamento al adoptar a Livia y convertirla en miembro de pleno derecho de
la gens Julia, volvió a mostrar su recelo hacia Tiberio pues temía el
comportamiento de su hijastro hacia su amada esposa una vez ostentara el poder
absoluto. El deterioro de la relación entre madre e hijo corroborarían sus
temores.
Para concluir,
tengo que decir que Suetonio no se equivocaba del todo cuando habla de la
vanidad de Augusto al dejar un sucesor peor considerado que él. Realmente,
aunque sin ser la verdadera intención del Príncipe, el pueblo romano sintió
profundamente su pérdida, pero lo lloró mucho más cuando emperador tras
emperador se iban sucediendo uno peor que el anterior.