Octavio aunque vencedor en Accio pronto se encontró en apuros,
pues tras la batalla, se vio obligado a volver a Italia para sofocar el
amotinamiento de las tropas de veteranos allí acantonadas, en lugar de
proseguir su camino hacia Alejandría para arrinconar a sus rivales; no sólo
eso, sino que al llegar supo que Mecenas acababa de frustrar una conspiración
encabezada por el hijo de Lépido (el antiguo triunviro) destinada a acabar con
su vida.
No obstante, el Senado casi al completo se desplazó casi 500 kilómetros para
brindarle a su llegada a Brindisi el más grande recibimiento que nunca le había
otorgado a nadie en la historia de Roma. Usando sus grandes dotes para la
diplomacia, acabó fácilmente con la revuelta de los veteranos pagándoles una
parte de lo que les adeudaba, dándole tierras y prometiéndole recompensas
cuando completara la conquista de Egipto que ellos habían interrumpido con su
hostilidad.
Alejandría dominada por su espectacular Faro
Persiguiendo aquel objetivo, y tras pasar solamente un mes en
Italia, se encaminó a Samos. Mientras tanto en Alejandría, Cleopatra había
logrado rescatar a Antonio de su depresión por lo que ambos comenzaron a
reclutar un ejército y a armar una flota. Al mismo tiempo enviaron varias
propuestas de negociación a Octavio, quien no prestó la más mínima atención a
ninguna de ellas mientras seguía avanzando a través de Siria hacia Egipto
seguido por un numeroso ejército. Una prueba de la gran confianza de Octavio en
que no se encontraría con serios problemas es que no llevó con él a Agripa, su
sombra protectora. De hecho venciendo los últimos débiles focos de resistencia
entró en Alejandría y acampó junto a las murallas de la ciudad. Antonio en una
escaramuza venció a un destacamento de la caballería romana lo que lo sumió en tal
estado de gran euforia que retó a Octavio a un combate cuerpo a cuerpo. Difícil
imaginar la respuesta del futuro Augusto ante tal desafío. Plutarco recogió la
siguiente frase como contestación: “hay
muchos caminos por los que Antonio puede ir hacia la muerte” (Vida de
Antonio, 75.1).
La muerte de Marco Antonio
Al amanecer del 1 de agosto Marco Antonio salió al encuentro de
su rival en lo que fue el mayor fiasco de su vida: los barcos rindieron sus
remos sin plantear lucha, la caballería desertó y los soldados de infantería
huyeron. Antonio volvió al Palacio, y al creer el rumor de que Cleopatra se había suicidado se atravesó el vientre con su espada. La reina (que estaba escondida
en su mausoleo) al enterarse de lo ocurrido ordenó que llevaran a Antonio junto
a ella que tras horas de agonía murió entre sus brazos. No se sabe cuál fue la
reacción de Octavio al recibir la noticia, aunque dudo que llorara al ver la
espada ensangrentada como apuntan algunas crónicas pues nunca sintió el más
mínimo afecto hacia una persona tan diametralmente opuesta a él que no sólo
había humillado a su queridísima hermana, sino que había dado la espalda a lo
que Octavio más amaba: Roma.
Tras conceder un indulto a los habitantes de Alejandría y
permitir el entierro de Antonio con todos los honores, en los días sucesivos el
vencedor entró triunfalmente en la ciudad (que le impresionó profundamente) con
la intención de reunirse con Cleopatra. Probablemente ambos dirigentes se
habrían visto alguna vez en Roma durante la estancia de la reina como huésped
de César, sin embargo ni Octavio era ya el niño delicado de aquel entonces ni
ella una reina exuberante. Se presentó ante él enferma a la vez que desaliñada y,
dejando de lado por primera vez en su vida su legendario gran orgullo, se
postró a sus pies implorando clemencia. Hay quienes apuntan que Cleopatra
intentó seducirlo, sin embargo es poco probable por el estado en el que se
encontraba. Por su parte Octavio, ni era
esclavo de los placeres como Antonio, ni sentía la más mínima atracción por una
mujer seis años mayor que él tan diferente a su adorada Livia. Lo que sí tengo
claro es que en caso de que Octavio hubiera sentido algún interés por ella,
Cleopatra hubiera cedido pues reina por encima de todo, habría hecho cualquier
cosa por conservar Egipto para la dinastía Ptolemaica, independiente del amor
que había sentido por Antonio.
Cleopatra
delante de Octavio Augusto. Guercino. 1640. Roma. Pinacoteca Capitolina
En cambio, tras perder todas sus esperanzas y conocedora de la
costumbre romana de humillar a los reyes vencidos obligándoles a desfilar en el
Triunfo del general victorioso encadenados a su carro triunfal por las calles
de Roma, Cleopatra se suicidó con gran dignidad. Dicen las crónicas que engañó
a Octavio fingiendo un apego a la vida. Es difícil de creer pues si alguien en
el mundo podía hacer sombra a la inteligencia de la reina ese era precisamente el
heredero de César. No obstante, cuando la inteligencia femenina se enfrenta a
la masculina, aquella vence casi siempre; esto unido a que Cleopatra era la
reina de los ardides deja abierta cualquier posibilidad. Cuenta Plutarco que
Cleopatra “pidió a César (Octavio) que le
permitiera celebrar las exequias de Antonio, y habiéndoselo otorgado, marchó al
sepulcro, y dejándose caer sobre el túmulo con las dos mujeres de su comitiva
exclamó:-Amado Antonio te sepulté poco ha con manos libres, pero ahora te hago
estas libaciones siendo sierva y observada por guardias para que no lastime con
lloros y lamentos este cuerpo esclavo que quieren reservar para el triunfo que
contra ti ha de celebrarse. No esperes ya otros honores que estas exequias, a
lo menos habiendo de dispensarlos Cleopatra. Vivos, nada hubo que nos separara;
pero en la muerte, parece que quieren que cambiemos de lugares: tú, romano,
quedarás aquí sepultado, y yo, infeliz de mí, en Italia, participando sólo en
esto de tu patria; pero si es alguno el poder y mando de los dioses de ella, ya
que los de aquí nos han hecho traición, no abandones viva a tu mujer, ni mires
con indiferencia que triunfen de ti en esta miserable, sino antes ocúltame y
sepúltame aquí contigo, pues que con verme agobiada de millares de males, ninguno
es para mí tan grande y tan terrible como este corto tiempo que sin ti he
vivido”. (Vida de Antonio. 84). Tras fingir que se resignaba a su suerte
consiguió que sus guardianes se relajaran, logrando darse muerte sin que Octavio pudiera hacer nada para evitarlo.
La muerte de
Cleopatra. Reginald Arthur. 1892. Londres. Roy Miles Gallery
Verdaderas o no estas crónicas, lo cierto es que al futuro
Príncipe le vino muy bien la desaparición de la última descendiente de la
dinastía lágida, pues una mujer desvalida encadenada a su carro podía acabar
incitando la compasión hacia ella algo que en absoluto deseaba. Hay quien
apunta incluso que él envió asesinarla, sin embargo, la mayor parte de autores
aceptan la hipótesis del suicidio de la reina.
Única imagen que se conserva de Alejandro Helios y Cleopatra Selene, los gemelos hijos de Marco Antonio y Cleopatra. Siglo I a.C. El Cairo. Museo Egipcio
Tras ordenar que el cuerpo de
Cleopatra fuera enterrado con todos los honores junto al de Antonio respetando
la última petición de la soberana, Octavio mandó dar muerte a Antilo (hijo
mayor de Antonio con Fulvia) y a Cesarión que habiendo cumplido legalmente la
mayoría de edad podían plantearle problemas futuros. Los otros tres hijos de
Marco Antonio y Cleopatra fueron perdonados y llevados con él a Roma donde tras
desfilar en su Triunfo fueron entregados a su hermana Octavia que también cuidaba
desde hacía años al hijo menor de Antonio y Fulvia, Julo Antonio. Los niños recibieron
una esmerada educación de príncipes. Poco se sabe del destino de los pequeños
Alejandro Helios y Ptolomeo Filadelfo que, seguramente murieron en su más
tierna infancia. Cleopatra Selene en cambio contrajo matrimonio con Juba II de
Mauritania país del que llego a ser reina. En cuanto a los hijos romanos de
Antonio, Octavio adoraba a sus sobrinas, especialmente a Antonia Menor, a la
que estaba más unido que a las Marcela, hijas del primer matrimonio de Octavia.
Incluso a Julo Antonio lo tuvo siempre en la más alta consideración otorgándole
grandes favores, como casarlo con su sobrina Marcela la Mayor lo que le permitió
entrar de pleno derecho en la familia imperial hasta el punto que fue retratado
en el Ara Pacis Augustae.
Julo Antonio acaricia la cabeza de Julia Menor tras los pasos de su madrastra Octavia. Fragmento del
Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. París. Museo del Louvre
El nuevo dueño de Egipto no quiso
desperdiciar la ocasión, antes de partir hacia Roma, de visitar la tumba de
Alejandro Magno para rendir honores al gran monarca macedonio. Contenido como
era para todo la única pieza que se llevó para él como recuerdo fue una copa de
ágata del Palacio de los Ptolomeo. Todo el oro y la plata que atesoraba el
milenario país del Nilo fueron enviados al erario de Roma que vio como se
resolvían todos sus problemas económicos mientras que Egipto perdió su
independencia al convertirse en provincia romana; no obstante a partir de entonces
el emperador ejercería un control especial a través de un prefecto
perteneciente al orden ecuestre sobre el país del que dependía la mayor parte del
abastecimiento de grano de la capital del Imperio, considerándolo su feudo
privado. Tal era la obsesión de Augusto por controlar el granero del Imperio
que ningún senador podía visitar Egipto sin su expreso consentimiento. Allí, Octavio
fue reconocido como faraón, “Señor de las dos Tierras” y “Rey de Reyes” por
parte de los alejandrinos que lo aceptaron sin ningún problema.
Augusto como faraón haciendo ofrendas a los dioses. Siglo I a.C. Relieve del Templo de Kalabsha
Según otra versión, Octavio quería evitar una sublevación popular de los egipcios en favor de su reina, así que le contó con todo detalle lo que le esperaba cuando la llevaran a Roma: cadenas, humillación, burlas de la plebe, ejecución tras ser paseada como un trofeo. Lo hizo queriend que ella se suicidara por su propia mano, para evitar tanto la sublevación como Cleopatra ganra simpatías en Roma si demostraba gran dignidad en el triunfo de Octavio (como antes pasó con su hermana Arsinoe en el triunfo de César.
ResponderEliminarEs difícil saber lo que pasó en realidad, a lo mejor si logran encontrar la tan buscada tumba de Cleopatra con la momia, es posible esclarecer algo más; estoy de acuerdo contigo en que lo mejor para Octavio, fue lo que ocurrió pues pienso que él la prefería muerta antes que en su desfile y le venía muy bien no ser señalado como el culpable directo, darle un gran funeral... para como bien dices ganarse al pueblo egipcio sin más complicaciones.
ResponderEliminarPara mí Cleopatra habría sido una buena emperatriz para Roma. Habría unido Oriente y Occidente en un solo imperio con Roma y Egipto unidos, para mí no es la reina prostituta que pintó Octavio y pintaron otros.
ResponderEliminarComo tú admiro mucho a Cleopatra, una gran reina y una gran mujer, que supo imponerse en un mundo controlado por hombres. No obstante, según mi opinión Augusto y Agripa fueron el mejor desenlace para Roma, una de las ciudades de la antigüedad que mejor ha llegado hasta nuestros días, en parte gracias a la labor y a la dedicación de ambos. De haber vencido Cleopatra, quizás hoy Roma no existiría...algo que mi mente eminentemente romana, es incapaz de concebir. Un saludo y gracias por leerme
Eliminarno es cierto q lo conquistaron gracias a los gatos???
ResponderEliminarNo tengo información al respecto. Egipto se ganó tras la batalla de Accio, capitaneada por Agripa, y los Césares no eran muy aficionados a los gatos, al contrario que ahora pues Roma es una ciudad llena de gatos. Un saludo
ResponderEliminarle daria like si se pudiera. Me ha resultado muy util pera un trabajo. Información muy clara y bien explicada
ResponderEliminarMe alegro que te haya servido. Gracias por leerme! Un saludo
EliminarSé que la pregunta podría sonar estúpida, pero, ¿Octavia habría lamentado la muerte de Antonio? Porque, independientemente de todo lo que le hizo, Antonio era el padre de 2 de sus hijas.
ResponderEliminarElla estaba enamorada de Antonio y hasta que éste se divorció de ella vivió en su casa y lo defendió delante de su hermano, a pesar de todas las humillaciones que le hizo pasar. Ella era la matrona romana por excelencia y el hombre en la Antigua Roma era infiel por naturaleza, y eso no significaba nada para su esposa. Así que seguro que sintió su muerte, aunque nada comparado con la pérdida de su hijo Marcelo, que era a quien ella más amó. Un saludo
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