“La más perfecta de todas las mujeres romanas por cuna, virtud y
belleza”
Veleyo Patérculo. Historia romana. II, 75-2
Ilustración de Johs Cabrera para Arquehistoria
Es curioso que la
imagen que el devenir de los siglos ha transmitido de las dos mujeres más
fascinantes e inteligentes de la antigüedad, haya sido absolutamente peyorativa.
El perfil de Cleopatra, la inigualable reina egipcia, no podrá nunca desligarse
del de una meretriz codiciosa cuya ambición sin límites acabó llevando a la
ruina al milenario país del Nilo. Por su parte, la Livia más conocida por todos
es la manipuladora sin escrúpulos retratada por Robert Graves en su mítico Yo, Claudio. El autor británico da vida a una mujer sedienta de poder, capaz de aniquilar a toda la descendencia de
Augusto a través de artimañas perversas y múltiples asesinatos por
envenenamiento (incluido el de su propio marido) en aras del único objetivo de
su vida: colocar a su hijo Tiberio en el trono imperial. Indudablemente, la Historia la escriben los
hombres...
Aún cuando puedo
considerar Yo, Claudio uno de mis
libros preferidos, abordaré la figura de Livia desde el rigor histórico para intentar
rescatarla de las tinieblas. El principal motivo que me lleva a no poder
creerme la Livia
de Graves es que hacerlo supondría convertir a Augusto en un pelele idiota,
algo que toda una vida dedicada a estudiar su figura, me lleva a descartarlo
categóricamente. Por otro lado, y más tangible, solamente Tácito y Dión Casio
(las fuentes usadas por Graves) insinúan
el papel de Livia como envenenadora y mujer maléfica. Llama la atención que
Suetonio, el principal biógrafo de los Césares, que no escatima recurso en describir
e incluso exagerar los actos sanguinarios e irracionales de los dos emperadores
más controvertidos, es decir de Calígula y Nerón, no mencione ningún indicio de
criminalidad en Livia.
Busto de Livia. Siglo I a.C. Lóndres. The Courtauld Gallery
Livia nació el 30 de
enero de 58 a.C
en el seno de una familia doblemente patricia. Su padre, Claudio de nacimiento,
había sido adoptado por Marco Livio Druso, un riquísimo tribuno que murió
asesinado en el 91 a.C
intentando extender la ciudadanía romana a los itálicos. Así, la pequeña Livia
recogió dos herencias: la Claudia
y la Livia Drusa.
Su madre Alfidia era hija de un magistrado itálico. No sabemos nada sobre si
tuvo algún hermano o hermana como nos sugiere el diminutivo Drusila.
A los 16 años contrajo
matrimonio con su primo Tiberio Claudio Nerón con el que tuvo dos hijos:
Tiberio y Druso y en el 38 a.C.
casó en segundas nupcias con el que sería años después el primer emperador
romano.
Livia con stola y manto. Siglo I d.C. Madrid. Museo arqueológico Nacional
Aunque poseía un carácter
fuerte, Livia supo siempre estar en su lugar, convirtiéndose en la matrona
romana por excelencia. Ejemplo de compostura, seriedad y moderación, nunca
llevaba joyas y sus vestidos eran sencillos, a pesar de su juventud y posición.
De hecho solía vestir una stola a la antigua usanza en colores apagados, lo que
provocó que su bisnieto Calígula (envidioso de su status) se refiriera a ella
como Ulixes stolatus (Ulises con
stola). Adoptó como peinado el nodus (puesto
de moda por su cuñada Octavia) para reforzar su imagen casta y sobria. Livia y Augusto
vivían modestamente, hasta el punto que ella se encargaba de cocinar y de tejer
las vestiduras para su familia. Este es el verdadero motivo por el que Augusto
sentía por ella una devoción incondicional: Livia supo encarnar como nadie los
valores de moral y dignitas romana,
que él promulgaba como pilares de su política.
Por todo ello (además de por su
sabiduría y perspicacia política) el Príncipe no dudaba en dirigirse a ella como
consejera en asuntos de Estado. Hasta tal punto la estimaba que en 35 a.C. le concedió el
rarísimo honor de dejarle gestionar sus bienes (algo que ninguna otra mujer
consiguió durante el Imperio romano). Livia, que incluso tenía su propio círculo de
clientes, no dudó en usar sus influencias para colocar en cargos públicos a
sus protegidos cuando tuvo ocasión. De hecho las leyes de Augusto a favor de la
liberación femenina fueron seguramente aconsejadas por Livia, que ayudó a
conseguir mejoras para las mujeres de su época y posteriores, hasta que el
cristianismo abolió dichas leyes. Además, y al igual que a su hermana Octavia,
le dedicó un Pórtico (del que no quedan apenas restos) y esculturas públicas en
las que no dudó en parangonarla a Ceres (la representación preferida de Livia)
modelo de virtud, abundancia y castidad.
Livia como Ceres. siglo I d.C. París. Museo del Louvre
Livia era muy amada por
el pueblo romano por ser justa y generosa. Como ejemplo de su entrega, una
anécdota nos cuenta que en una ocasión siendo testigo accidental de un incendio
ayudó a apagar el fuego con sus propias manos. Reconociéndole mayor piedad y
sensibilidad que a Augusto, la gente se dirigía a ella como mediadora en sus
peticiones a su marido.
Un hecho singular es
que Augusto la adoptó en su testamento además de legarle 1/3 de sus bienes;
según mi opinión este acto de amor póstumo del Príncipe hacia su esposa se
debió a su deseo de legitimar la posición de Livia en la gens Julia cuando
él no estuviera pues recelaba de su
hijastro Tiberio, un hombre por el que siempre sintió una nada disimulada
antipatía. El comportamiento de Tiberio hacia su madre daría la razón desde
ultratumba al primer emperador romano.
Físicamente Livia era
bella, pero no bellísima: tenía ojos grandes, aunque no exentos de una
expresión un tanto apagada, y una boca pequeña enmarcada por un mentón largo y
pronunciado.
Livia. Siglo I d.C. Copenhage.Carlsberg Glyptotek
Copia de busto de Livia en el Ara Pacis Augustae. Roma 2018
Ya hemos trazado pinceladas
del carácter virtuoso de Livia, una mujer adelantada a su época en la que su
moderación y justicia prevalecieron por encima de cualquier sentimiento, hasta
tal punto, que en el momento más dramático de su vida, cuando perdió a su hijo
Druso (que murió con tan sólo 29 años) se retiró con el filósofo Didimo de
Alejandría para aprender a llevar el intenso dolor privadamente, sin perder la
compostura en público como su posición exigía. Según Ovidio “con su virtud la mujer de César Augusto
consigue que los tiempos antiguos no superen a nuestro siglo en alabanza de la
castidad. Ella, poseyendo la belleza de Venus y el temple de Juno, es la única
mujer digna de compartir lecho con un dios”.
No obstante, es obvio
que como cualquier matrona de la época ambicionaba el poder para su hijo lo que
de alguna forma aseguraba también su posición futura. Al respecto, es
interesante la leyenda que a Livia (mujer dada a buscar respuesta en los
presagios) gustaba narrar: estando embarazada de su primer hijo acunó en su
regazo un huevo de gallina hasta que del mismo nació un magnifico polluelo con
una gran cresta. Ella lo interpretó no sólo como que daría a luz a un varón
sino además que éste llegaría a ser un hombre poderoso. Sin embargo, esta
creencia no lleva a convertir a Livia en una asesina despiadada, si tenemos en cuenta una época en
que la tasa de mortalidad era muy elevada.
Livia y Tiberio sentados reciben pleitesía
Gran Camafeo de Francia. Siglo I d.C. París. Bibliotheque National
A pesar de ello, su
relación con el que fue sin duda su hijo favorito, Tiberio, sufrió de continuos
altibajos. Quizás por el carácter taciturno y reservado de aquel, (diametralmente opuesto al del encantador
Druso, a quien todos adoraban) Livia lo sobreprotegió obsesivamente y no sólo en la infancia. Al principio de su gobierno, Tiberio se valió de los
conocimientos políticos de su madre hasta que obtuvo de ella la experiencia
suficiente para gobernar. El nuevo emperador, más tradicional y mucho menos
amado que Augusto envidiaba la devoción del pueblo hacia Livia y su ascendente
por lo que la relegó de las tareas de gobierno y acabaron enemistados.
Murió en el año 29 d.C.
a una edad muy avanzada (87 años); nunca padeció ninguna enfermedad. El secreto
de su longevidad reside en su afición a la naturopatía. Livia no bebía más vino que el denominado Pucino y era aficionada a
tomar infusiones, sobre todo a base de inula, planta que abundaba en los
jardines de su Villa de Prima Porta y que aún hoy se usa con fines medicinales.
Fue creadora también de otros remedios naturales que ella suministraba a la
familia (de ahí que algunos hayan asociado esta costumbre a su fama de
envenenadora): elaboró un dentífrico, un medicamento contra la inflamación de
garganta y otro para aliviar la tensión nerviosa. Precisamente en Prima Porta
cultivaba Livia un laurel, protagonista de otra leyenda que narra como un
águila dejó caer en el regazo de la emperatriz un pollito blanco que llevaba en
su pico una rama de laurel con sus frutos. Livia se dedicó a criar al polluelo
y plantó las semillas de la rama de laurel, que creció tanto que Augusto y el
resto de emperadores arrancaban ramas para sus coronas oficiales.
Detalle de las pinturas murales de la Villa de Livia en Prima Porta. siglo I a.C.
Roma. Museo de las Termas. Roma 2013
Livia asiste a la Vendimia de Grignano. Cesare Dell'acqua. 1858. Trieste. Castello de Miramare
Tiberio (que se encontraba
en Capri) no asistió al entierro de su madre sino que mandó al degenerado
Calígula a pronunciar el discurso fúnebre. No fue el único desprecio, sino que
vetó todos los honores que el Senado quiso conferir a la difunta emperatriz. Su
nieto, el emperador Claudio, la divinizó en el 42 a.C.; a partir de entonces
fue honorada en los juegos públicos por un carro tirado de elefantes que
portaba su imagen, le fue dedicada una estatua en el templo de Augusto
(divinizado tras su muerte y del que ella era sacerdotisa) y las mujeres
estaban obligadas a nombrarlas en su juramento. El reconocimiento que la más importante emperatriz romana merecía.