Publio Virgilio Marón. Nápoles. Parque Virgiliano
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El papa Urbano VIII la
primera vez que citó en audiencia al arquitecto y escultor Gian Lorenzo Bernini
(el único artista parangonable al gran Miguel Ángel Buonarotti) lo recibió con
estas palabras: “Es gran fortuna la vuestra, caballero, ver papa al cardenal Maffeo
Barberini, pero bastante mayor es la nuestra que el caballero Bernini viva en
nuestro pontificado” (Passeri. Vite
de Pittori, scultori e architetti che hanno lavorato in Roma). Augusto
hubiera podido ciertamente expresar lo mismo en relación a Publio Virgilio
Marón, el mejor poeta latino, que ensalzó como ningún otro tanto al primer
emperador como las bienaventuranzas de su Principado.
Coincidiendo con el Tratado
de Brindisi que culminó con el matrimonio de Marco Antonio y Octavia, el poeta
de Mantua, escribió la famosísima Égloga IV de sus Bucólicas, en la que celebra la paz alcanzada y anuncia el nacimiento de una nueva Edad de Oro para la humanidad.
“¡Musas sicilianas, cantemos cosas un poco más elevadas! No a
todos agradan los árboles y los humildes tamariscos. Se aproxima ya la última
edad de la profecía de Cumas. El gran orden de los siglos renace íntegramente.
También regresa la Virgen ;
regresa el reinado de Saturno. Una nueva progenie desciende de lo alto del
cielo. Tú, Casta Lucina, protege al niño que va a nacer; con él terminara la
generación del hierro y una de oro surgirá en todo el mundo. Ahora reina Apolo,
tu hermano. Y en concreto, contigo, Polión, durante tu consulado, comenzará
este siglo glorioso y empezarán a correr los grandes meses. Bajo tu mando, si
algunos vestigios quedan de nuestro crimen, borrados, liberarán al mundo de su
perpetuo terror. Él recibirá la vida de los dioses y verá a los héroes
mezclados con los dioses, y él mismo será contemplado entre ellos y gobernará
con las virtudes paternas un orbe pacificado. Para ti, niño, sin que nadie la
cultive, prodigará la tierra sus primicias, errantes hiedras y nardos
silvestres por doquier. Por sí solas las cabras traerán a casa sus ubres
henchidas de leche y no temerán los rebaños a los grandes leones. Tu propia
patria hará brotar para ti hermosas flores. La serpiente morirá y morirán las
falaces plantas venenosas. Y en cuanto puedas leer los elogios de los héroes y
las hazañas de tu padre y saber qué es el valor, habrá también otras guerras y
de nuevo el gran Aquiles será enviado a Troya. Encamínate a los supremos
honores ¡Oh, hijo amado de los dioses, noble vástago de Júpiter! Observa el
Universo que se mueve por la fuerza de la bóveda celeste, y las tierras y los espacios del mar y el alto cielo. Mira
como todas las cosas se regocijan en el siglo que va a llegar. Oh, permanezca
en mí, entonces, un último aliento de mi larga vida, el espíritu y cuanto sea
necesario para cantar tus proezas. Empieza pequeñín, a reconocer a tu madre con
una sonrisa. A quien no ha sonreído a su madre, ningún dios lo ha considerado
digno de su mesa ni diosa alguna de su lecho”.
Es increíble la gran
cantidad de interpretaciones y matices que esconden estos bellísimos versos que yo he resumido. Lo evidente, es que el poeta se hace eco de la felicidad y el optimismo reinante
en aquel momento de paz entre los dos grandes hombres que compartían el
gobierno del Imperio. Pero, ¿quién es el bienaventurado niño al que glorifica
Virgilio?; cuando escribió la Égloga, tanto Escribonia (mujer de Augusto) como
Octavia (esposa de Antonio) estaban embarazadas, de ahí que la teoría más
factible es que se refiera a uno de ellos aunque algunos autores creen que se
refiere al hijo del cónsul Polión (nombrado en el texto); para mí resulta obvio que por la gran
adhesión del poeta a Octavio (al que estaba muy unido desde que éste a
instancias de Mecenas le devolvió las tierras que le habían sido confiscadas),
debe referirse al futuro hijo de aquél o incluso al Príncipe mismo, gobernante
jovencísimo que aún se estaba gestando en el papel de Soberano del mundo. Igualmente,
es fácil asociar toda la prosperidad que el poeta profetiza con las bonanzas de
la paz inmortalizadas en mármol en el Ara Pacis Augustae y en los exquisitos
paneles conservados de una Fuente de Praneste (Relieves Grimani). Incluso me
aventuro a pensar que Virgilio habla de nuevas guerras porque, muy a su pesar,
debía intuir que el mundo era demasiado pequeño para que lo compartieran dos
líderes de la talla de Octavio y Marco Antonio. Si analizamos como los dos
acabaron enfrentándose en Accio, tomarían sentido hasta los versos que se refieren a la muerte de la serpiente (animal
sagrado asociado históricamente a los reyes egipcios y muy especialmente a Cleopatra VII).
Ironías del destino, tanto
Escribonia como Octavia dieron a luz sendas niñas.
Por su parte, numerosos
autores cristianos vieron en esta Égloga el anuncio del nacimiento del Mesías
ya que Jesucristo nació durante el gobierno de Augusto, dos décadas después de
la publicación de las Bucólicas. Las
coincidencias con el mensaje bíblico son muy interesantes: el regreso de la Virgen , la muerte de la
serpiente (símbolo del Pecado original de Eva), el nacimiento del niño en sí
que traerá una nueva era, e incluso los últimos versos que hablan del pequeño sonriendo a la madre parecen evocar cualquier imagen en la que el niño Jesús se
representa tiernamente en brazos de María. Por ello, Virgilio se consagró como
el anunciador del cristianismo, siendo considerado un escritor con alma cristiana.
Esa concepción lo convirtió en el poeta preferido de la Edad Media y en el
elegido por Dante Alighieri para guiarlo
en el descenso al Purgatorio y a los Infiernos en su Divina Comedia.
Dante y Virgilio en La Barca de Dante. Eugène Delacroix. 1822. París. Museo del Louvre
Sea cual sea la
interpretación dada al relato, lo cierto es que Virgilio estuvo especialmente
inspirado al escribir la Égloga IV, que por encima de todo es un canto a la Paz , tan anhelada por un pueblo romano hastiado de guerras civiles.
gracias aunque solo necesitaba el titulo
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