“Comenzando
luego por hacer ostentación filial, [Nerón] enterró a Claudio con un magnífico
funeral, hizo su elogio fúnebre y lo incluyó entre los dioses”
Suetonio. Vida de Nerón, 9.
Camafeo que representa la Apoteosis de Claudio. Siglo I d.C. París. Cabinet des Medailles
Fuente: Di I, Sailko, CC BY 2.5,
Una
de las primeras medidas de Nerón tras acceder al trono imperial fue la de
decretar la divinización de Claudio, quizás movido por el deseo de legitimar su
posición como divus filius. Según
Tácito “se celebra un solemne funeral
semejante al del divino Augusto, tratando Agripina de rivalizar con la magnificencia
de su bisabuela Livia” (Anales,
XII, 69, 3). No obstante, continúa Tácito afirmando que no se leyó el
testamento del difunto temiendo que la preferencia de éste hacia Nerón en
detrimento de Británico soliviantara a las masas. Este hecho es prueba
fehaciente de los muchos romanos que preferían a Británico, y que sabían las
intenciones de Claudio de volver a cambiar el testamento, algo que impidió su
asesinato.
Así,
Claudio se convirtió en el tercer romano mortal tras Julio César y Augusto en
subir a los altares. Este hecho demuestra que no lo debió hacer tan mal pues el
Senado y el Pueblo no lo hubieran permitido de haber sido considerado nefas (como
en el caso de Calígula). No obstante, el culto a Claudio no tuvo tanta difusión
como el de sus dos predecesores.
Contribuyó a ello, la venganza planeada por Séneca, que nunca disimuló su
aborrecimiento por Claudio, al escribir su obra “Apocolocyntosis divi Claudi”, es decir, “La Calabacificación del divino Claudio” una sátira escrita en
prosa en la que se burlaba del ascenso de Claudio a los altares, pues el título
parece referirse la divinización de la estupidez, demostrando claramente lo que
le parecía a Séneca el asunto.
La
obra narra la muerte de Claudio, su ascensión a los cielos y el juicio de los
dioses. Tras pasar por una serie de fases en las que se sacan a la luz todos
los defectos del emperador, haciendo hincapié en su tartamudez y los errores
cometidos durante su Principado, los dioses deciden que no lo consideran dignos
de divinidad y lo condenan al Hades.
Claudio como Júpiter. Siglo I d.C. Museos Vaticano. Roma 2018
Los
motivos de Séneca son claros pues guardaba gran rencor hacia Claudio al haberlo
desterrado, según él injustamente. El hecho de haberlo hecho volver del exilio
no palió el rencor del filósofo como evidencia la obra. Es significativo que la
misma no fuera censurada, lo que demuestra la falsedad de Nerón a la hora de
haber ordenado la apoteosis. Otro significado que se atribuye a la sátira es que
Séneca quería advertir que si se abusaba de las deificaciones el pueblo podía
perder la fe en los dioses, porque si alguien tan despreciable como el
consideraba a Claudio podía acceder a los altares, se devaluaba el sentido de
la deificación. De hecho de 84 emperadores romanos, sólo 17 fueron deificados
contándose entre ellos los considerados por la mayoría los mejores y más importantes.
“Aquí debo asentar lo que sucedió en el cielo en el décimo-tercer día
de este año, el año que nos ha hecho penetrar en una nueva era tan gloriosa. Ni
malicia ni favor para nadie. Está bien, ¿no es cierto? Si alguien me pregunta
cómo obtengo mi información, bueno, en primer lugar, si no quiero contestar, no
contestaré. ¿Quién me obligará a hacerlo? Soy un hombre libre, ¿no es cierto?
Fui liberado el día en que murió un conocidísimo personaje, el hombre que hizo
cierto el proverbio «o nacer emperador, o idiota». Sin embargo, si decido
contestar diré lo primero que me surja a los labios. ¿Acaso los historiadores
se ven obligados alguna vez a presentar testigos al tribunal, para jurar que
han dicho la verdad? Aun así, si me fuese necesario llamar a alguien, llamaría
al hombre que vio el alma de Drusila camino del cielo; jurará que vio a Claudio
tomar el mismo camino, «con paso vacilante» (como dice el poeta). Ese hombre no
puede dejar de observar todo lo que sucede en el cielo; es el Custodio de la
Vía Apia, que, por supuesto, es el camino que tomaron Augusto y Tiberio cuando
fueron a unirse a los dioses. Si se le pregunta en privado, dirá la misma
historia, pero no hablará cuando haya mucha gente cerca. Es que desde que juró
ante el Senado que había visto a Drusila subir al cielo, y nadie creyó la
noticia, que por cierto era demasiado buena como para ser verdadera, ha jurado
solemnemente no volver a contar nada de lo que ha visto... ni siquiera aunque
vea asesinar a un hombre en la plaza del Mercado. Pero lo que él me contó yo
ahora lo repito, y buena suerte para él” (Primer párrafo de La Calabacificación del divino Claudio.
Traducción de Robert Graves, incorporada en Claudio
el dios y su esposa Mesalina).
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