A pesar de su eficaz
labor posterior, los inicios del principado de Claudio no fueron nada sencillos,
con un Senado en contra que lo había aceptado como emperador a su disgusto y
que veía que una legión de antiguos esclavos usurpaba su papel de consejero del
primer hombre del Imperio.
Curia Julia, sene del Senado. Siglo IV. d.C, Foro Romano
Las luchas de poder no
dejaron de sucederse entre senadores que consideraban a Claudio un idiota,
indigno de regir el legado de Augusto. En este clima se sitúa la muerte de Apio
Junio Silano un año después de la llegada de Claudio al poder. Según las
fuentes antiguas Silano fue mandado traer desde Hispania por Mesalina, enamorada
de él desde la infancia, para contraer matrimonio con su madre Domicia Lépida,
y así tenerlo cerca. Como aquel rechazó a la emperatriz, ésta tramó toda una
conjura para que Silano apareciera como culpable de querer acabar con la vida
de Claudio. Otra hipótesis colocan al liberto Narciso como instigador de la
muerte de Silano. Sean o no creíbles estas teorías, lo cierto es que Silano fue
mandado ejecutar en dudosas circunstancias, lo que no mejoró las relaciones del
emperador con un Senado que lo acusaba de dejarse manipular por mujeres y ex –esclavos.
Igualmente, fueron
enviados al exilio Julia Livila (sobrina de Claudio) y el estoico Séneca,
acusados de adulterio. Parece ser que el acercamiento de Livila (tras volver
del exilio) a su tío había provocado los celos de Mesalina, que fue la que
instigó a su marido contra la pareja. El filósofo fue enviado a Córcega y la
joven a Pandataria donde murió al poco tiempo.
Escultura de Claudio. Siglo I d.C. Museos Vaticanos. Roma 2018
Todas estas situaciones
habían dejado a Claudio nervioso e inseguro, pues a pesar de sus buenas
intenciones, no lograba ser aceptado. Esto se puso nuevamente de manifiesto
durante el año 42 cuando tuvo lugar otra conspiración, comandada por Anio
Viniciano, quien contaba con el apoyo del
comandante de dos legiones de los Balcanes, Escriboniano. Sin embargo, no tuvo
éxito pues los soldados se negaron a
unirse a la rebelión y su comandante se suicidó. Hubo una gran represión contra
los sublevados.
Los senadores observaban
estupefactos pues no entendían las promesas de clemencia de Claudio ni su anhelo
de convertirse en un nuevo Augusto. El Senado no iba a olvidar tales purgas. No
obstante, Claudio no perdió la confianza en sí mismo, consciente de que podía
aportar prosperidad al Imperio y a sus habitantes, que eran quienes más le
interesaban.
Tal vez si el Senado hubiera sido un poco más comprensivo, su relación con Claudio hubiera sido mucho mejor.
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