domingo, 23 de julio de 2017

Calígula emperador del mundo romano

“Calígula tenía 25 años cuando ascendió al trono del imperio. La historia del mundo conoció muy pocas veces, si es que conoció alguna vez, un príncipe aclamado con más entusiasmo, ni príncipe alguno se encontró con una tarea más fácil: sólo tenía que satisfacer los modestos deseos de su pueblo, que solamente quería paz y prosperidad. Con un abultado tesoro, ejércitos bien adiestrados, un excelente sistema administrativo, que únicamente necesitaba un poco de cuidado para volver a funcionar a la perfección, con todas esas ventajas, sumadas al legado de cariño y confianza de que gozaba por ser el hijo de Germánico, y al inmenso alivio experimentado tras la desaparición de Tiberio, ¡qué esplendida oportunidad para ser recordado por la historia como Calígula el bueno, o Calígula el sabio, o Calígula el Salvador!. Pero es inútil decir estas cosas. Porque si hubiera sido el hombre que la gente creía, no habría sobrevivido a sus hermanos, ni Tiberio lo hubiese elegido como su sucesor”.
Robert Graves. Yo, Claudio, XXIX



Probable estatua de Calígula a caballo. Siglo I d.C. Londres. Museo Británico

A pesar de que Tiberio no designó a Calígula como su sucesor sino que en su testamento declaraba a partes iguales como herederos al hijo de Germánico y a su propio nieto Tiberio Gemelo; el pueblo, las legiones y las instituciones del Estado, ansiaban investir a Calígula con la púrpura imperial.
“Así (Calígula) alcanzó el Imperio y colmó los deseos del pueblo romano, o, mejor dicho, de todo el género humano, pues era el Príncipe más ansiado por la mayor parte de los provinciales y de los soldados, ya que la mayoría de ellos le habían conocido siendo aún muy pequeño, pero también por toda la plebe de Roma, que recordaba a su padre Germánico y se compadecía de su familia, casi extinguida. Y así, cuando partió de Miseno, aunque iba vestido de luto y seguía al cortejo fúnebre de Tiberio, su marcha transcurrió entre altares, víctimas y antorchas ardientes, saliendo a su encuentro una multitud compacta y llena de gozo que, además de otros nombres de feliz presagio, le llamaba su estrella, su polluelo, su muñequito, su niño” (Vida de Calígula. 13). De esta forma narra Suetonio la llegada de Calígula a Roma para presidir los funerales del difunto Tiberio, envuelto en un clima de euforia infinita. El sueño de toda una generación se había cumplido: un hijo de Germánico, por cuyas venas corría la sangre del divino Augusto, iba a continuar la gran obra de su bisabuelo.


Calígula. Siglo I d.C. Napoles. Museo Arqueológico Nacional.

El Senado, empujado por una gran multitud que colapsó la Curia, le otorgó por unanimidad el poder absoluto, anulando los derechos del aún adolescente Tiberio Gemelo. El pueblo estalló de gozo y durante los tres meses siguientes sacrificaron a los dioses más de 160.000 víctimas. Y cada día, las multitudes oraban e imploraban a las divinidades por la salud y seguridad de su bien más preciado.
Como bien refleja el texto de Robert Graves ningún príncipe en toda la historia de la humanidad fue tan deseado como Calígula. Nadie podía imaginar en esos momentos la verdadera naturaleza del emperador más controvertido de Roma.

2 comentarios:

  1. ¿sacrificio de 160.000 victimas? Serían pollos, corderitos y conejos o qué si no.

    ResponderEliminar
  2. Por supuesto, salvo en los primeros tiempos, los romanos no practicaban sacrificios humanos a los dioses. Saludos

    ResponderEliminar