“El César, tras dedicar los templos de Campania, no sólo advirtió por
un edicto que nadie perturbara su descanso, alejando por medio de soldados
puestos al efecto la afluencia de ciudadanos, sino que, hastiado de los
municipios y colonias y de todos los lugares del continente, se escondió en la
Isla de Capri, separada del extremo del promontorio de Sorrento por un estrecho
de tres millas. Me inclino a creer que le gustó especialmente su soledad,
porque su litoral no tiene puertos y apenas ofrece unos pocos refugios para
embarcaciones pequeñas; además es imposible arribar a ella sin que se enteren
quienes la guardan. El clima es suave en invierno por la protección de un monte
que detiene la fuerza de los vientos; su verano, vuelto al céfiro, es muy
agradable también por el mar abierto que la rodea; además miraba a una bahía
hermosísima antes de que la erupción del Vesubio cambiara el aspecto del
lugar.[…] Tiberio se instaló allí ocupando doce enormes villas con nombres
distintos” (Tácito. Anales. Libro
IV, 67, 1-3).
Restos de Villa Jovis.
Villa Jovis (Villa
de Júpiter) con sus 7.000 m2, era la más grande de las 12 nombradas
por Tácito. Se situaba al noreste de la isla, en la cima del Monte Tiberio, a
334 metros de elevación, en la segunda cumbre más alta de la Isla.
El palacio no sigue el esquema de las residencias de
ocio romanas, sino que se inspiraba en modelos arquitectónicos helenísticos
adaptados a las funciones de gobierno. Se construyó varias terrazas con una
elevación de aproximadamente 40 metros. El imponente edificio se divide en
cuatro zonas perfectamente diferenciadas:
- El ala norte destinada a la vivienda.
- El ala sur era el complejo administrativo. En sus
inmediaciones se situaba un faro.
- El ala este se utilizaba para las recepciones
oficiales.
- El ala oeste se componía de un entramado de muros
abiertos desde el que se obtenían espectaculares vistas.
Reconstrucción
de Villa Jovis según Carl Weichardt (siglo XIX)
Fuente: By Carl Weichardt (1846-1906), German
architect - Book "Das Schloß des Tiberius und andere Römerbauten auf
Capri" from C. Weichardt, Public Domain, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=15201747
Aún se conserva parte del pavimento original de ladrillo, un vestíbulo con cuatro columnas y otro que da paso a tres estancias, de las que la central es el Caldarium. De las cinco estancias del piso superior sale una escalera hasta lo más alto de la villa, donde se encontraban los aposentos imperiales, formados por varias estancias con magníficos pavimentos polícromos y una terraza. Encima del mar se sitúa la loggia imperial donde aún se conservan los restos de un Specularium usado para la observación astronómica o como atalaya.
No obstante la
magnificencia del edificio, Villa Jovis
es famosa sobre todo por los relatos de Suetonio que narran como Tiberio se
abandonó entre sus muros a una desenfrenada vida sexual durante los últimos
años de su vida y que dieron lugar al nacimiento de la leyenda negra en torno a
la figura del emperador. Tácito únicamente refiere sobre la vida de Tiberio en
Capri que “cuanto más dedicado estaba
antaño a los negocios públicos, tanto más se entregó entonces a excesos
ocultos” (Anales. Libro IV, 67,
3). Sin embargo Suetonio profundiza
diciendo que “con la libertad que le
ofrecía el aislamiento y lejos, por
decirlo así, de los ojos de la ciudad, dejó por fin salir al exterior todos los
vicios que durante tanto tiempo apenas había logrado disimular. Hablaré de
ellos, uno por uno desde el principio. En el campamento cuando era todavía
soldado bisoño, su exceso apego al vino hacía que le llamaran Biberio, en lugar
de Tiberio, Caldio, en vez de Claudio, y Merón, por Nerón”. (Suetonio. Vida de Tiberio. 42, 1).
Grabado francés de
Villa Jovis
Fuente: http://www.temporamagazine.com/wp-content/uploads/Villa-Jovis-Tiberio-grabado-franc%C3%A9s-720.jpg
Continúa Suetonio narrando
que “en su retiro de Capri (Tiberio) ideó incluso unos aposentos, sede de
obscenidades secretas, donde grupos de muchachas y de jóvenes licenciosos
reclutados por doquier, junto a los monstruosos espintrias, unidos de tres en
tres fornicaran sucesivamente ante su vista, para excitar de este modo sus
apagados deseos. Instaló alcobas por todas partes y las adornó con cuadros y estatuillas de los
más lascivos asuntos, equipándolas además con los libros (pornográficos) de
Elefántide, para que todo el mundo tuviera, al ejecutar su cometido, un modelo
de la postura que se le ordenaba tomar. Se le ocurrió también disponer en
bosques y prados diversos parajes consagrados a Venus y distribuir por cuevas y
grutas jóvenes de uno y otro sexo que se ofrecían al placer vestidos de faunos
y de ninfas; de ahí que todo el mundo le llamará ya abiertamente “Caprineo”,
haciendo un juego de palabras con el nombre de la isla”. (Vida de Tiberio. 43). A estos vicios
Suetonio suma el más execrable de todos, el de la pedofilia.
Sin embargo, el mismo
autor duda de la veracidad de las historias que se contaban sobre el emperador
pues como recoge en el capítulo 44 de la Vida
de Tiberio “se le atribuían vicios
aún peores y más indignos, de tal naturaleza que apenas es lícito exponerlos u
oírlos contar, y menos aún creerlos”. La supuesta desenfrenada vida sexual
de Tiberio en Capri aún hoy es objeto de debate.
Suetonio agrandó aún más
la leyenda negra de Tiberio en Capri haciendo hincapié en su supuesta crueldad:
“Aún puede verse en Capri el lugar donde
realizaba sus torturas; desde allí ordenaba arrojar al mar en su presencia a
los condenados, después de haberlos sometido a largos y refinados tormentos; un
grupo de marineros recogían después los cadáveres y los destrozaban a golpe de
remos hasta que no les quedara el menor aliento” (Vida de Tiberio, 62, 2). El acantilado en cuestión se conoce aún
hoy como Salto de Tiberio. No obstante, la leyenda ha sido refutada pues se ha demostrado
que un cuerpo lanzado desde una altura de 300 metros no acabaría en el fondo
del mar sino que se estrellaría contra las rocas. También el escritor francés
Maxime du Camp tiró por tierra la macabra historia al lanzar piedras de diversos
tamaños y formas por el acantilado comprobando que una tras otras se
estrellaban contra las rocas sin caer nunca al mar.
Salto de Tiberio, junto a la Villa Jovis
El primer pensador que reivindicó la figura de Tiberio fue Voltaire en el siglo XVIII y la
historiografía contemporánea sigue la línea del gran pensador francés. Varias
teorías según mi opinión los confirman. En primer lugar, tras el divorcio de
Julia, no se le conoce al emperador ningún interés sexual por mujer ni hombre
alguno ¿por qué deberían haber salido sus “verdaderas
inclinaciones” a una edad tan avanzada, en la que el deseo decae, habiendo
sido tan parco sexualmente durante toda su vida?. Otra evidencia a favor de la
falsedad de las afirmaciones de Suetonio es que entre los restos arqueológicos
de Villa Jovis no se han encontrado
vestigios de ningún tipo de índole sexual, tan abundantes por ejemplo entre las
ruinas de las ciudades vesubianas como Pompeya. También es extraño que sólo
este autor haya reflejado los hechos con tanta minuciosidad en los detalles.
Cierto es que Tiberio no
fue nunca especialmente amado por el pueblo, principalmente debido a su
carácter introvertido y retraído que lo alejaban del de su antecesor Augusto,
tan afable y siempre cercano a todos. A Tiberio le gustaba la soledad y la vida
de aislamiento que le ofrecía la Isla de Capri, incrementada por las medidas de
seguridad que él impuso tras la conspiración de Sejano. Ello, unido a la mala
fama que le dio su sometimiento a Livia, la muerte de Germánico y el poder que
concedió a Sejano selló su impopularidad hasta el punto de haber sido víctima
de tan atroces acusaciones, que ciertas o no, marcaron la opinión que de él
tenían sus conciudadanos y que aún hoy lo acompañan.