Todos los juicios por
traición y los asesinatos que se produjeron tras la caída de Sejano dañaron para
siempre la imagen y la reputación de Tiberio. Desde la muerte del Prefecto del
Pretorio, el emperador incrementó su reclusión en Capri y se desinteresó por completo
del arbitraje del Estado. “Una vez de
regreso en su isla, hasta tal extremo se despreocupó de las tareas de gobierno
que, a partir de ese momento, no volvió a cubrir las bajas en las decurias de
los caballeros, no cambió a ningún tribuno militar o prefecto ni a ningún
gobernador de provincia, tuvo a Hispania y Siria durante varios años sin
legados consulares, y dejó que los partos ocuparan Armenia, que los dacios y
sármatas devastaran Mesia y los germanos las Galias, con gran deshonra y no
mayor peligro del Imperio” (Suetonio. Vida
de Tiberio. 41). No obstante lo recogido por el autor de las Vidas de los Doce Césares, el Imperio
continuó funcionando sin problema gracias al perfecto engranaje burocrático
creado por Augusto. Del mismo modo, las invasiones bárbaras mencionadas no
fueron de gran envergadura.
Ruinas
de Villa Jovis, residencia de Tiberio en Capri. Siglo I d.C.
Esta dejación de
funciones le hizo ganarse el odio del pueblo, acostumbrado a la gran actividad
en todos los ámbitos llevada a cabo por Augusto, que estuvo trabajando por la
hegemonía de Roma hasta el último día de su vida. A pesar de todo, Tiberio no
fue un mal emperador pues fortaleció el Imperio y aumentó considerablemente el
Tesoro del Estado.
Los últimos años de su
vida estuvo acompañado por sus nietos: el adoptivo Cayo Calígula (único superviviente
de los hijos varones de Germánico) y el biológico, Tiberio Gemelo (hijo de Druso
el menor), potenciales herederos al trono imperial. En la línea de su
pasividad, Tiberio no dejó ninguna disposición para facilitar la sucesión. A
pesar de ello, la popularidad de Calígula había empezado a subir hasta límites
insospechados durante ese período.
El emperador se volvió
paranoico, observando un miedo atroz a ser asesinado, de ahí que siempre estuviera
rodeado de soldados y aumentara su aislamiento. Incluso un edicto imperial
prohibía acercarse ni siquiera desde lejos a Tiberio, obsesionado con conjuras
que buscaban su muerte.
En alguna ocasión
intentó volver a Roma pero arrepentido se dio la vuelta sin llegar a entrar en
la ciudad. “Durante todo el tiempo que
duró su retiro, sólo intentó regresar a Roma dos veces; la primera llegó en
trirreme hasta los jardines cercanos a la naumaquia, después de haber repartido
por las orillas del Tíber puestos de guardia encargados de alejar a las
personas que venían a su encuentro; la segunda avanzó por la Vía Appia hasta el
séptimo mojón. Pero, después de haberse limitado a divisar de lejos los muros
de la ciudad sin acercarse a ellos, volvió sobre sus pasos; en la primera ocasión,
no se sabe por qué motivo; en la segunda, espantado por un prodigio. Tenía
entre sus diversiones una serpiente dragón; pues bien, cuando iba a darle de
comer en la mano según su costumbre, se la encontró devorada por las hormigas,
y se le advirtió que se cuidara de la violencia de la multitud. Así, volvió apresuradamente
a Campania” (Suetonio. Vida de
Tiberio. 72.).
Busto de Tiberio. Siglo I d.C. Colonia. Romish-Germanisches Museum
Fuente: By Carole Raddato from FRANKFURT, Germany - Tiberius, Romisch-Germanisches Museum, CologneUploaded by Marcus Cyron, CC BY-SA 2.0,
Así, Tiberio no volvió a
traspasar en vida las murallas de Roma. Esta forma de comportase propició el
nacimiento de su leyenda negra, aquella que lo convirtió en un anciano
lujurioso entregado a vicios y excesos inimaginables; todos esos rumores arruinaron
para siempre su encomiable labor como administrador, a pesar del esfuerzo de
los historiadores actuales por recuperar su figura.
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