“Livia
durante su embarazo para saber si iba a dar a luz un varón, quitó un huevo a
una gallina que estaba incubando y lo calentó en sus manos y en la de sus
esclavas alternativamente, hasta que vio salir del cascarón un polluelo
provisto de una magnífica cresta”.
Suetonio.
Vida de Tiberio. 14.2
Si bien es
cierto que Livia por sí sola no podría haber investido a Tiberio como emperador
(a pesar de las teorías conspiratorias de Robert Graves en Yo,Claudio; pues una mujer
en la Antigua Roma, no podía influir en decisiones políticas de tal
envergadura), también lo es que si ella no se hubiera casado con Augusto y
hubiera insistido a éste para que lo nombrase su heredero, Tiberio no hubiera
tenido opciones a alcanzar tan alto distintivo.
Tiberio
y Livia entronizados en el Gran Camafeo de Francia. Siglo I d.C. París.
Bibliotheque National
La relación de
Livia y Tiberio es fluctuante durante el devenir de la vida de ambos. Livia
siempre mostró más vinculación y cercanía hacia su hijo mayor debido en parte a
las altas expectativas que anhelaba para él, tal y como revela el texto de
Suetonio. También es cierto que compartió más momentos de su infancia y que
debió protegerlo en su huida junto a su primer esposo. Druso, sin embargo, fue
apartado de ella al nacer y aunque Livia visitaba a sus hijos a diario, no vivió
con ellos hasta que el pequeño tuvo 5 años. Al mismo tiempo, por su carácter, Druso era menos
proclive a doblegarse ante la voluntad de su madre. Tiberio, sin embargo,
asumió con amarga resignación, a veces, las decisiones de Augusto, seguramente
motivadas en gran medida por los ruegos de Livia. De hecho, el nuevo emperador independientemente
del cariño que pudiera tenerle como hijo, le profesaba más bien respeto y, a
pesar de que ella siempre lo protegió, hasta cierto punto temor hacia los
planes que pudiera ambicionar para él.
Según las
fuentes, Livia con gran sangre fría ocultó la muerte de Augusto y rodeó la casa
de Nola (donde aquel había fallecido) de soldados hasta que comprobó que
Tiberio gozaba del apoyo suficiente para investirse como nuevo emperador. Sin
embargo, desde el primer momento empezaron a tensarse las relaciones entre
madre e hijo. Según relata Tácito, Tiberio temía un menoscabo de su poder ante
Livia, amada y respetada por todos más de lo que él nunca pudo aspirar. “Grande fue también la adulación de los
senadores para con Augusta (Livia): los unos proponían que se la llamara
“Parens Patriae”, los otros “Mater Patriae”; los más que se añadiera al nombre
del César el apelativo de “hijo de Julia”. Él repitió una y otra vez que se
debían poner límites a los honores a las mujeres, y que había de usar la misma
templanza en los que le atribuyeran a él mismo; por lo demás, inquieto por la
envidia y tomando el encumbramiento de una mujer como una mengua para él ni
siquiera permitió que se le adjudicara un lictor, y prohibió erigir un altar
por su adopción y otras cosas por el estilo” (Anales. Libro I, 14, 1-3).
Moneda
con Tiberio en el anverso y Livia en el reverso
No obstante,
Tiberio no tuvo más remedio que buscar orientación y consejo en Livia en
múltiples cuestiones de Estado, pues ella como gran consejera y colaboradora de
Augusto durante 40 años, conocía mejor que nadie todos los secretos de la
administración del Imperio. Al no haberse Tiberio vuelto a casar tras el
divorcio de Julia, Livia siguió actuando como emperatriz al lado de su hijo,
como se pone de manifiesto en múltiples representaciones artísticas y en la
acuñación de monedas, en las que siempre se les representa a los dos juntos
compartiendo el máximo poder imperial. Del mismo modo, en Cumas se consagraban
estatuas al Príncipe y a su madre y en algunos lugares ambos compartían un
sacerdote. En otras ocasiones eran representados los dos con Augusto. También
el nombre de Livia era invocado junto al de Tiberio en los votos anuales que se
hacían por la salud del Príncipe.
Pero a medida
que Tiberio iba adquiriendo confianza y controlando las tareas de gobierno, más
le irritaban las intromisiones de su madre, que en muchas ocasiones tal y como
reflejan algunos escritores como Dión Casio se conducía como si ella fuera el
emperador “los honores decretados a la
memoria de Augusto, formalmente de parte del Senado, pero en realidad, de parte
de Tiberio y de Livia. He añadido el nombre de Livia porque ella asumía todos
los derechos en la gestión de los asuntos como si tuviera el poder absoluto”
(Historia Romana.56.47.1).
Así y todo, y
a pesar de las frecuentes desavenencias entre ambos, hasta el año 22 d.C. se
constatan una relaciones cordiales entre madre e hijo. En ese año, Livia
enfermó de gravedad por primera vez en su vida. Cuenta Tácito que debido a ese
motivo “Tiberio se vio obligado a
apresurar su retorno a la Urbe, ya fuera porque existiera aún una sincera
concordia entre madre e hijo, ya que sus odios se mantuvieran ocultos” (Anales. Libro III, 63, 1-2). Opino que
Tiberio actuó en esta ocasión movido por el cariño hacia Livia pues en años
sucesivos no dudaría en manifestar su rencor cuando tuvo ocasión. Una vez más,
se demostró el profundo amor de Roma hacia la emperatriz pues tras su
recuperación le tributaron grandes honores. A partir de aquí Livia va
desapareciendo de las fuentes lo que va parejo a la ascensión del Prefecto del
Pretorio, Lucio Elio Sejano, quien poco a poco fue adueñándose de la voluntad
de Tiberio, y probablemente contaminando al emperador en contra de su madre.
Tiberio
y Livia. Siglo I d.C. Madrid. Museo Arqueológico Nacional
Fuente: By Miguel Hermoso Cuesta - Own
work,
CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37279743
De todos
modos, hay constancia de que Livia seguía ocupándose de asuntos menores. Y en
la gestión de uno de éstos surgió el origen de la ruptura definitiva entre
madre e hijo, cuando Tiberio negó a Livia una súplica a favor de un hombre que
se había dirigido a ella. Livia, que se enfadó muchísimo al sentir su petición
rechazada, buscó entre sus recuerdos algunas cartas de Augusto en las que se
lamentaba de lo difícil del carácter de Tiberio y las leyó en voz alta. Tiberio
fue invadido por una violenta rabia, no por hecho de la lectura en sí, sino
porque ella las hubiera guardado para poder usarlas contra él. Algunos afirman
que fue éste el motivo por el que Tiberio se retiró a Capri, para huir de su
madre. De hecho, desde ese momento sólo la visitó una vez en los últimos años
de vida de la anciana. Además, no sólo faltó a su funeral en el año 29 sino que
se negó a darle sepultura por algunos días permitiendo que el cuerpo se
corrompiese. Luego nombró al degenerado Calígula para que se hiciera cargo del
discurso funerario. Anuló su testamento y vetó todos los honores que quisieron
tributarles así como su deificación, que fue llevada a cabo 10 años después por
Claudio.
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