La Batalla de Accio. Lorenzo A. Castro
Tras la consternación que
produjo la lectura del testamento de Marco Antonio en el Senado romano, Octavio se dirigió al templo de
Belona (diosa de la guerra) ubicado en el Campo de Marte para celebrar el antiguo ritual de declaración de guerra. La ceremonia
consistía en que los sacerdotes de Belona arrojaban lanzas manchadas con la
sangre de un cerdo sacrificado hacia la columna bélica (que se ubicaba dentro de un
terreno delimitado delante del templo). Finalizado el rito, Roma se consideró oficialmente
en guerra con Egipto.
El 1 de enero del año 31 a .C. Octavio fue nombrado cónsul por tercera vez. Dejando nuevamente a Mecenas al frente del gobierno de Italia cruzó el Adriático junto con Agripa a quien puso al frente de sus tropas. Antonio, por su parte, desplegó las suyas por las costas del Epiro y de Grecia, desde Corcira a Metone. Agripa,
con una gran audacia, asestó el primer
golpe casi inmediatamente, al atacar y apoderarse del fuerte de Metone con lo
que comprometía el abastecimiento que llegaba desde Egipto provocando escasez
de víveres entre las filas de Antonio. Octavio, entre tanto, navegó hacía Accio
y acampó en una colina al norte, desde donde disfrutaba de unas vistas
inmejorables del terreno.
Al poco, Antonio y
Cleopatra se trasladaron desde Patras y ubicaron su campamento frente al del
cónsul romano. Al mismo tiempo Agripa se apoderó de dos puertos muy valiosos:
Leucas y Patras, lo que cortaba totalmente los suministros por mar al
campamento de Antonio, donde comenzaba a reinar una gran desolación causada por
el hambre y las enfermedades producidas por el bloqueo. Por este motivo comenzaron las deserciones entre las filas de Antonio, agravadas por el hecho de que los soldados romanos no toleraban
que una mujer, la reina Cleopatra, compartiera el mando con su general. La huida de su amigo Domicio Ahenobarbo y la de Delio (el cual
proporcionó a sus rivales un informe completo de sus planes bélicos) afectaron profundamente a Antonio.
Tapiz Antonio y Cleopatra saliendo hacia Accio. 1620. Madrid. Palacio Real
La Batalla de Accio
El 2 de septiembre del 31 a .C., los barcos comenzaron
a avanzar por el estrecho en fila y se desplegaron en dos líneas. Cleopatra
desde su buque insignia la “Antonia”
se colocó detrás de las filas sin intención de participar de forma activa en la
batalla. Agripa se negó sensatamente a moverse por lo que toda las mañana estuvieron
las flotas frente a frente quietas. Finalmente Antonio adelantó sus barcos
iniciando la ofensiva. Agripa separó probablemente sus tropas en dos filas al
contar con un número mayor de naves mientras que Antonio se vio obligado a formar sólo una. Agripa avanzó hacia el
flanco norte de su enemigo seguido por los barcos de Antonio por lo que el
centro de la formación de éste acabó debilitándose. Después de dos horas en la
que los barcos de Antonio estaban oponiendo resistencia aunque no conseguían
salvar el bloqueo, ocurrió el hecho que marcó el desenlace de la batalla: la “Antonia” por orden de Cleopatra izó las
velas repentinamente y atravesando el débil flanco central por una zona vacía
de barcos se dirigió hacia el sur, en dirección hacia Egipto. Antonio se pasó
inmediatamente a un barco más liberado del ataque y con una pequeña flota
siguió a la reina, dejando el resto de su armada inmersa en el fragor de la
batalla. Aunque de este episodio se han dado múltiples interpretaciones
incluida aquella que la reina huyó presa del pánico y que Antonio la siguió
perdidamente enamorado, lo cierto es que probablemente obedecía a un plan para
escapar del asedio. No obstante, al no
conseguir que lo siguieran el resto de
los barcos la estrategia resultó ser un auténtico fracaso.
Al día siguiente la
flota de Antonio que había quedado luchando frente al promontorio de Accio, se
pasó al bando de Octavio que les prometió las mismas recompensas que a su
ejército. A pesar de ello, algunos oficiales abandonaron a escondidas las filas
de Octavio y fueron al encuentro de un Antonio, que tras dar alcance al barco
de la reina se sumió en una profunda depresión acrecentada por el hecho de que
las legiones acantonadas en Cirenaica se habían pasado a su enemigo. Entre
tanto Cleopatra, entró en Alejandría con los barcos adornados como si hubiera
ganado la guerra y eliminó a todos los que querían aprovechar la delicada
situación para mermar su poder.
Por su parte, Octavio erigió
en su campamento un enorme monumento en honor de la Victoria en el lugar que
posteriormente fundó la ciudad de Nikópolis.
La batalla de Accio fue
cantada por todos los poetas del entorno de Mecenas que la consideraron como el
inicio de una nueva Edad de Oro; especialmente bellos son los versos que le
dedica el más grande poeta latino, Virgilio, en su Eneida, porque refleja el
profundo patriotismo con el que la afrontó el pueblo de Roma e Italia:
El vencedor de Accio en todo su esplendor
Augusto de Prima Porta. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano
“A este lado César Augusto guiando a los
ítalos al combate con los padres y el pueblo romano, y los Penates y los grandes
dioses, en pie en lo alto de la popa, al que llamas gemelas le arrojan las
espléndidas sienes y el astro de su padre brilla en su cabeza.
En otra parte Agripa con los vientos y los
dioses de su lado guiando altivo la flota; soberbia insignia de la guerra, las
sienes rostradas le relucen con la corona naval.
Al
otro lado con una tropa variopinta de bárbaros, Antonio, vencedor sobre los
pueblos de la Aurora
y el rojo litoral, Egipto y las fuerzas
de Oriente y la lejana Bactra arrastra consigo, y le sigue, ¡oh, sacrilegio!,
la esposa egipcia.
Todos se enfrentaron a la vez y espumas echó todo el mar sacudido por el
refluir de los remos y los rostros tridentes. A Alta mar se dirigen; creería
que las Cícladas flotaban arrancadas por el piélago o que altos montes con
montes chocaban, en popas almenadas de moles tan grande se esfuerzan los
hombres. Llama de estopa con la mano y hierro volador con las flechas arrojan,
y enrojecen los campos de Neptuno con la nueva matanza.
La reina en el centro convoca a sus tropas
con el patrio sistro, y aún no se ve a su espalda las dos serpientes. Y
monstruosos dioses multiformes y el ladrador Anubis empuñan sus dardos contra
Neptuno y Marte y contra Minerva. En medio del fragor Marte se enfurece en hierro cincelado, y las tristes Furias
desde el cielo, y avanza la
Discordia gozosa con el manto desgarrado acompañado de Belona
con su flagelo de sangre. Apolo, viendo esto, tensaba su arco desde lo
alto; con tal terror todo Egipto y lo
indos, toda la Arabia ,
todos los sabeos su espalda volvían. A la misma reina se veía, invocando a los
vientos, las velas desplegar y largar amarras. La había representado el señor
del fuego pálida entre los muertos por la futura muerte, sacudida por las olas
y el Yápige; al Nilo, enfrente, afligido con su enorme cuerpo y abriendo su
seno y llamando con todo el vestido a los vencidos a su regazo azul y a sus
aguas latebrosas”. (Virgilio. Eneida. Libro VIII. 678-713).
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