Domiciano concentró en
sus manos todos los poderes, despojando al Senado de su capacidad política. Su
papel como emperador abarcaba todos los aspectos de la vida cotidiana, la
cultura e incluso pretendía convertirse en el referente moral del Imperio. El
emperador se implicó personalmente en todas las ramas de la administración
imperial y debido a su tendencia a sospechar de todos consiguió que la
corrupción entre los gobernadores provinciales
y funcionarios electos fuera mínima. Esa escrupulosidad también la
aplicó en el nombramiento de cargos públicos donde, contrariamente a su padre y
hermano, no usó a familiares sino a hombres de confianza de valor demostrado. Sus
consejeros eran un pequeño grupo de asesores y caballeros a los que concedió
importantes magistraturas; éstos sustituyeron a los libertos en los altos
cargos de la administración imperial.
Domiciano permaneció
largos períodos fuera de Roma, por lo que el poder se trasladaba dónde él se
encontrara. De hecho la Corte Imperial sólo se estableció en Roma cuando se
culminó el Palacio Flavio, la Domus
Augustana, en el Palatino.
La tendencia del
emperador a supervisarlo todo también se hizo palpable en la economía, dejando
las arcas del estado saneadas al fin de su Principado, a pesar de las grandes
inversiones que hizo en su política constructora. Las monedas acuñadas durante
su Principado son de una gran calidad, constituyendo verdaderas obras de arte.
Se estipula que durante
esta época los ingresos anuales de la administración imperial rondaban los 1200
millones de sestercios, destinados en gran parte al mantenimiento del ejército y
a la reconstrucción de Roma, muy maltratada tras los incendios y las luchas de
poder. Más de 50 edificios fueron restaurados o construidos en época Domiciano,
número sólo superado por Augusto. Entre ellos destacan el Arco de Tito, un
Estadio y un suntuoso Palacio en la colina palatina. Al mismo tiempo, restauró
el Templo de Júpiter, culminó el dedicado a Vespasiano y Tito, añadió el
cuarto piso al Anfiteatro Flavio y el hipogeo bajo la arena.
Para proteger la
agricultura de la península itálica frente a las provincias, intentó limitar el
cultivo de los viñedos en éstas.
También aumentó los
donativos a la plebe, resucitó los banquetes públicos y se asignaron grandes
cantidades a juegos y espectáculos, creando incluso los Juegos Capitolinos, una
prueba deportiva que se celebraba cada 4 años.
En cuanto a la política
exterior las guerras que emprendió Domiciano fueron de defensa pues el
emperador rechazaba la idea de un gran expansionismo. Su logro más importante
fue el desarrollo del Limes Germanicus,
una red de caminos, fortalezas y torres de vigilancias construidas a lo largo
del Rin para defender la zona. Igualmente se inmiscuyó en la administración del
Imperio recibiendo numerosas críticas por sus escasas dotes militares. No
obstante, los soldados lo apreciaban por permanecer con ellos 3 años en campaña
y por subirles un tercio el salario.
En cuanto a la política
religiosa, Domiciano creía firmemente en la religión tradicional romana por lo
que puso mucho empeño en recuperar las antiguas costumbres. Aunque su deidad
favorita era Minerva, construyó y restauró muchos templos, algunos de ellos
destinados a perpetuar la memoria de la Dinastía Flavia, como el dedicado a su
padre y hermano.
Recuperó la Lex Iulia de Adulteriis Coercendis que
exiliaba a los adúlteros y nuevamente se empeñó con gran diligencia en vigilar
su cumplimiento.
Durante su Principado
tuvo lugar un hecho muy funesto pues en el año 87 se descubrió que algunas vírgenes
vestales habían roto su voto de castidad. Estas sacerdotisas durante el tiempo
que durara su ministerio debían permanecer célibes consagradas a Vesta pues de
eso dependía la suerte de Roma. A Domiciano no le tembló el pulso a la hora de
condenar a muerte a las implicadas y, según algún autor, ordenó quemar viva a
las vestales, aunque no quedó claro si había pruebas suficientes.
“Castigó los desórdenes sacrílegos de las vestales, que hasta su padre
y su hermano habían pasado por alto, de diversas formas y con severidad,
primero con la pena capital, y después según la antigua costumbre. En efecto,
permitió a las hermanas Oculata, así como a Varronila, elegir libremente el
tipo de muerte que quisieran, y relegó a sus seductores; pero más tarde ordenó
que Cornelia, la vestal máxima, que había sido absuelta en otro tiempo y luego,
después de un largo intervalo, juzgada de nuevo y condenada, fuera enterrada
viva, y sus amante azotados hasta la muerte en el Comicio” (Suetonio, Vida de Domiciano, 8, 4).
En cuanto a las
religiones extranjeras se toleraban siempre que no causaran conflictos; de
hecho durante la dinastía Flavia creció el culto a la religión egipcia como
nunca. Solamente hubo problemas con los
judíos, que fueron muy gravados con impuestos, y con los cristianos que según
algunas fuentes fueron perseguidos en época de Domiciano, que se consideraba así
mismo Dominus et Deus (Señor y Dios),
lo que chocaba fuertemente con la creencia de estas religiones monoteístas.