martes, 21 de mayo de 2019

Nuevos aires en el círculo de Nerón


Nerón. Siglo I d.C. Roma. Museos Capitolinos

El año 62 d.C. Nerón estaba preparado para cortar con los vínculos que le unían a los primeros años de su principado, así que progresivamente desaparecieron de su vida Burro y Séneca. Sin la influencia de ellos, nadie le impidió divorciarse de su esposa Octavia, por la que sentía una aversión absoluta y profunda indiferencia.
El primero en desaparecer de su vida fue el prefecto del Pretorio, Sexto Afranio Burro. Ascendido por Agripina durante el Principado de Claudio ostentó un gran poder pero no pudo impedir su asesinato. Junto con Séneca, dio estabilidad a los primeros años de gobierno de Nerón, sin embargo, a medida que el joven se volvía más independiente fue perdiendo influencia sobre él. En el año 62 murió probablemente de enfermedad. Nerón lo reemplazó por un hombre muy diferente, ambicioso y sin escrúpulos: Ofonio Tigelino. Consciente del carácter de éste, Nerón dividió el mando nombrando a un segundo Prefecto del Pretorio, Fenio Rufo.


Supuesto retrato de Séneca. Siglo I d.C. Museo de las Termas. Roma 2011

Por esa misma época, se unieron al círculo de Nerón otros personajes arribistas y aduladores como Vitelio (que tras la muerte de Nerón llego a ser emperador) y Cayo Petronio, (autor de El Satiricón y también conocido como Árbitro de la elegancia por ser el encargado de organizar muchos de los espectáculos que se organizaron en el palacio imperial). Séneca cada vez más aislado y horrorizado ante la conducta del emperador le solicitó poder retirarse de la vida pública al mismo tiempo que le ofrecía toda su fortuna. La eliminación de dos senadores descendientes de Augusto y la condena al exilio por maiestas de otro (por primera vez bajo Nerón) precipitaron su decisión. En su retiro mostró a través de sus escritos las sensaciones pesimistas que tenía sobre la ruina del mundo. En este contexto hay que entender la frustración de Séneca ante su aislamiento.
Desaparecidos los dos antiguos consejeros, nadie ni nada impedía ya a Nerón actuar bajo su propia voluntad, acertada a veces, escandalosa otras. El primer acto que cometió fue algo que largamente le desaconsejaban tanto Burro como Séneca: el divorcio de Octavia y su posterior asesinato.

domingo, 12 de mayo de 2019

Rebelión en Britania

Aunque la captura de Carataco supuso un antes y un después en la pacificación de Britania, la zona continuó siendo fuente de conflicto;  la población autóctona (hastiada del abuso de los gobernadores romanos y de ver como las fuentes de riqueza de su país apenas recaía en ellos) comenzó a aliarse con pueblos fronterizos hostiles a Roma. Suetonio Paulino fue enviado al país britano para dar estabilidad a la conquista.

Britania romana

Mientras que Paulino estaba intentando apaciguar una revuelta en la Isla de Mona (actual Anglesey), al norte de Gales varias tribus se unieron contra los romanos tomando como líder a una mujer, Boudica, viuda del rey de los icenos, Prasutago. Éste, antes de morir había nombrado herederas a sus hijas junto con Nerón. Sin embargo a su muerte, las autoridades romanas se apropiaron de todas sus riquezas y posesiones, violaron a sus hijas y azotaron a Boudica. Ésta encabezó la rebelión. Su primer objetivo fue Camulodunum (convertida en colonia romana) que fue arrasada por los rebeldes. Muchos funcionarios romanos huyeron a la Galia. Había un peligro latente de que Roma pudiera perder Britania. Suetonio Paulino acudió con rapidez a Londinium, el próximo objetivo de Boudica, pero no pudo defenderla y se retiró. Los rebeldes la incendiaron y masacraron a su población.
En la batalla de Watling Street se enfrentaron ambos contingentes. A pesar de estar en inferioridad numérica, las más disciplinadas y mejor armadas legiones romanas batieron con relativa facilidad a las huestes britanas. Boudica y sus hijas se envenenaron para evitar ser apresadas con vida.


La reina Boudica hablando a los icenos. John Opie. Finales siglo XVIII. Loncres. National Gallery

Las fuerzas romanas atacaron también los símbolos religiosos que unían a la población nativa como los centros druidas de isla Mona que fueron devastados. Tal fue el grado de violencia que los romanos aplicaron para disciplinar Britania que en los siglos venideros la provincia se mantuvo en paz. Incluso Nerón redujo las legiones en Britania de cuatro a tres.
El emperador mostró su disgusto contra de la dureza de los métodos usados por los soldados romanos por lo que ordenó la sustitución de Suetonio (en parte temeroso de que se volviera contra él).  Para recuperar la administración en Britania nombró a un galo, Julio Clasiciano, que mostraba el ejemplo de lo que podía ofrecer Roma a los pueblos sometidos, no sólo opresión sino la ciudadanía romana e integración.
Nerón, poco interesado en asuntos militares, no hizo de acto de presencia en la isla durante la sublevación.

jueves, 2 de mayo de 2019

Tras la muerte de Agripina

“Ni en aquel momento ni jamás en los tiempos que siguieron pudo soportar la consciencia de su crimen, a pesar de verse confortado por las felicitaciones de los soldados, del Senado y del pueblo, y a menudo confesó que el fantasma de Agripina lo perseguía, al igual que las Furias con sus golpes y sus antorchas ardiendo”.
Suetonio. Vida de Nerón, 34, 4.

Remordimientos de Nerón tras la muerte de su madre. J. William Waterhouse. 1878
Fuente: Di John William Waterhouse - sconosciuta, Pubblico dominio, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=1170898


              El cadáver de Agripina fue incinerado rápidamente y sus cenizas fueron enterradas junto a un promontorio con vistas al mar. Nerón partió precipitadamente hacia Nápoles aunque algunos historiadores antiguos recogen que visitó antes el cuerpo inerte de su madre y que lo contempló desnudo. Es difícil de saber si esto fue cierto, aunque dadas las circunstancias del primer fallido intento de asesinato no dudo que Nerón quisiera asegurarse de que Agripina estaba definitivamente muerta. De esta manera, al ver el horror en el cuerpo de su madre, es más sencillo de explicar las horribles pesadillas que lo aterrorizaron hasta el final de sus días, y que Suetonio deja patente en el fragmento que puede leerse en el párrafo anterior.
              Porque a pesar de que el pueblo, el Senado y los pretorianos (inducidos por Burro) aceptaron y felicitaron al emperador por haber acabado con la mujer que conspiraba para arrebatarle el trono, Nerón sintió profundamente el matricidio. Ni siquiera la carta que Séneca escribió para convencer al Senado de la necesidad política del asesinato, alivió la desazón que le produjo la muerte de Agripina. De ahí que dejara incluso de portar el brazalete que ella mandó hacerle con la piel de la serpiente que apareció en su cuna, cuando era un bebé, pues el recuerdo de su madre lo atormentaba. Tan apegado estaba a esta joya talismán, que en los peores tiempos de su vida, intentó buscarlo en vano.
Así y todo, para que todos olvidaran el asunto y no se hablara más de ello volvió a Roma desde Campania siendo recibido por una multitud que lo aclamaba y organizó unos espectaculares juegos dispersos por toda la ciudad. El eterno remedio para todo, el tan romano panem et circenses volvió a funcionar nuevamente.

Nerón. Siglo I d.C. Cagliari. Museo Arqueológico

En esa línea, ese mismo verano celebró en la otra orilla del Tíber un festival privado para celebrar el primer afeitado de su barba. Fueron los denominados Juvenales. Nerón contaba 21 años y aprovechando la euforia colectiva subió por primera vez a un escenario tocando la lira y entonando un canto que fue aplaudido largamente. El emperador fue muy aclamado y comparado con Apolo. No obstante, Burro y Séneca manifestaron su disgusto ante este comportamiento impropio del dueño del mundo. “Nada nos lava el cerebro y nos esclaviza más que el resplandor del espectáculo” así manifestaba el filósofo a un amigo en sus Cartas (14,6), en la que sin nombrarlo se mostraba muy crítico con Nerón.
En esta época también, libre del yugo de Agripina, comenzó a montar en cuadriga en el Circo que Calígula había construido en la colina Vaticana, algo que también estaba mal visto por la sociedad romana.
Todo en vano para intentar alejar de su mente el execrable crimen que lo marcaría de por vida.