“[A su caballo Incitato] se dice que hasta tenía pensado otorgarle el
consulado” Suetonio. Vida de Calígula, 55, 3
Calígula y su caballo
Las relaciones de
Calígula con el Senado se fueron deteriorando progresivamente, hasta el punto
que ningún senador estaba seguro cerca de él. El desprecio que sentía el
emperador hacia los senadores queda reflejado en la famosa cita de Suetonio. El
historiador, en contra del tópico popular que afirma que Calígula nombró cónsul
a su caballo, apuntó que se decía que tenía pensado hacerlo, no que lo hiciera
de manera categórica. En definitiva, el célebre episodio no es más que otra burla
más de Calígula hacia las altas magistraturas del Estado, en el sentido que consideraba
tan ineptos a quienes las ostentaban, que hasta un caballo lo haría mejor.
Aunque se desconoce cuál
fue el origen de los conflictos, sí sabemos con certeza que desde que Tiberio
se trasladó a Capri el Senado adquirió más autonomía y se había acostumbrado a
tomar sus propias decisiones. Algo que Caligula no estaba dispuesto a permitir.
Lo primero que hizo el
emperador para eliminar a senadores hostiles fue desempolvar los juicios por
traición pendientes de juicio desde los tiempos de Tiberio (y que Calígula
había fingido destruir cuando llegó al trono imperial). Los cónsules fueron
destituidos (estando varios días el Estado sin esta sagrada magistratura) y muchos
senadores fueron juzgados y, en muchas ocasiones, ejecutados. La ley de lesa
majestad (que protegía al Estado de conjuras o sediciones) empezó a aplicarse
caprichosamente. Los condenados perdían todos sus bienes que iban a parar al
Tesoro Público.
Senadores en el Ara Pacis Augustae. 13-9 a.C. Roma
Los senadores eran tratados como miembros de
una corte oriental, siendo obligados a humillarse ante el emperador. La
adulación y el soportar las vejaciones se convirtieron en el única arma de los
senadores para sobrevivir. Pues la caída en desgracia no sólo podía suponer la
muerte o el exilio, sino también la privación de riquezas para la supervivencia de sus
familiares y la pérdida del prestigio de su linaje, a veces antiquísimo.
“Había un cierto Protógenes, que ayudaba al emperador en sus asuntos
más duros que siempre llevaba consigo dos libros, uno de los cuales llamaba su
espada (donde apuntaba la gente que iba a ser ejecutada) y el otro su daga (donde anotaba a
aquellos que se les iba a conceder la oportunidad del suicidio). Este Protógenes entró en el Senado un día
como si fuera a tratar otros asuntos, y cuando los senadores lo saludaron con
naturalidad, él lanzó una mirada siniestra a Escribonio Próculo y exclamó: “¿No
me saludas? ¿Es que odias al emperador?”. Al escuchar esto los allí presentes
rodearon a su compañero y lo despedazaron. Cuando Cayo (Calígula) mostró placer
ante esto, declaró que se había reconciliado con ellos. Así, los senadores
aprobaron celebrar varios festivales en su honor al mismo tiempo que decretaron
que el emperador ocupara una alta plataforma en la misma Curia, para evitar que
nadie se le acercara y aprobaron que militares lo protegieran incluso allí;
también le ofrecieron que sus estatuas debían ser custodiadas. Cayo (Calígula) dejó al lado su ira contra ellos, y con
impetuosidad juvenil hizo algunas cosas excelentes”. (Dión Casio. Historia romana. 26, 1-4). Este
estremecedor relato de Dión Casio, sea cierto o no, muestra con gran crudeza cómo
la relación de Calígula con la principal institución de Roma quedó reducida al
sometimiento y el miedo.
Calígula. Siglo I d.C. Nápoles. Museo Arqueológico Nacional
Aunque Suetonio no
recoge este episodio, describe otros en la misma línea. Por ejemplo cuando
Calígula se desplazó a Germania a una expedición militar, frustrado al no tener
enemigos con los que combatir “abandonó
la asamblea y se dirigió inmediatamente a Roma, volviendo toda su ira contra el
Senado, al que amenazaba abiertamente para desviar los rumores de tantos actos
vergonzosos, quejándose, entre otras cosas que se le había privado del triunfo
completo, aunque él mismo había ordenado poco antes, incluso bajo pena de
muerte, que no se abriera ninguna deliberación sobre los honores debidos a su
persona. Así, cuando una comisión de este ilustrísimo cuerpo vino a verle,
mientras se hallaba en camino, con el ruego de que apresurara su regreso, le
respondió a grandes voces: “llegaré, llegaré y ésta conmigo”, mientras golpeaba
repetidas veces la empuñadura de la espada que llevaba en su cintura. Por un
edicto hizo saber además […] que para
el Senado no volvería a ser ni un conciudadano ni un príncipe. Prohibió incluso
que ningún senador le saliera al encuentro. (Vida de Calígula. 48, 2 y 49, 1-2).
En conclusión, queda patente
con estos relatos que Calígula vertió todo su odio contra la institución que
podía suponer un límite a su poder absoluto.
De momento el caballo se salvó de su ira. JJJJ
ResponderEliminarIncitato fue el único q escapó de su furia, jjj. Seguramente le sobrevivió y Claudio lo trataria como a un caballo normal
EliminarQue curioso.....los senadores de esa época temblaban de miedo ante una sola mirada de Calígula, y los senadores de hace casi 100 años atrás no se tocaron el corazón para acabar con Julio César.
ResponderEliminarLa diferencia entre la República y el Imperio. Durante éste último los senadores no tenían poder real. Un saludo
ResponderEliminarComoquiera se lo echaron también... lo que sí es que se tardaron demasiado...
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