Aunque al mundo romano le costara asimilarlo,
Augusto había muerto y el tiempo se detuvo. Probablemente Livia retrasó algo el
anuncio del fallecimiento para consolidar la posición de Tiberio y controlar la
situación a fin de que no se produjeran disturbios
Nada más difundirse oficialmente
la noticia el cuerpo sin vida del emperador fue preparado para realizar su
último viaje hacia la ciudad que había sido la razón de su vida. Para evitar el
calor del mes de agosto, el traslado se hacía de noche dejándolo reposar de día
dentro de alguna fresca basílica o templo de las ciudades en las que paraba,
edificio que permanecía abierto para que los ciudadanos de cada colonia
pudieran rendirle un último homenaje. Y éstos acudieron en masa dando grandes
muestras de veneración y respeto. Augusto, independientemente de su autoridad y
de las decisiones difíciles que tuvo que tomar en ocasiones, era muy querido
por la mayoría, que no recordaba ya otra forma de gobierno y que sentía pavor
de volver a nuevas guerras civiles que pusieran fin a la prosperidad reinante.
Cada noche los principales líderes de cada ciudad eran los encargados de
transportar el féretro hasta la siguiente parada. Así hasta llegar a Bovilla,
donde un grupo importante de ecuestres transportaron el cuerpo hasta el mismo
vestíbulo de su casa en el Palatino. Y por delante de él pasó Roma entera para
honrar al que era considerado como el segundo fundador de la ciudad del Tíber.
Livia como sacerdotisa. Siglo I d.C. Roma. Museos Vaticano
Asistentes a un funeral. Detalle de un sarcófago de época tardorromana
Fuente: http://paseandohistoria.blogspot.com.es/2012/05/los-ritos-funerarios-en-la-antigua-roma.html
Mientras, aunque la
actividad política se encontraba en suspense, el Senado deliberaba sobre la
mejor manera de honorarlo.
El funeral (celebrado
probablemente a principios de septiembre) comenzó como todos los de los nobles
romanos con una reunión en el Foro. Acompañaban el cortejo las máscaras
funerarias de todos los antepasados de
Augusto, a las que se unieron las imágenes de otros grandes hombres que
habían dado su vida por Roma, incluida la del rival de César, Cneo Pompeyo,
pues se estaba enterrando al más grande de
los romanos después de Rómulo, al hombre que había traído los beneficios
de la paz al más vasto Imperio conocido y que había embellecido a Roma hasta el
punto de poder hacer sombra tanto a Atenas como a Alejandría. La única imagen
ausente fue la de Julio César, debido a su categoría de dios. No obstante, para
que su recuerdo estuviera presente, Tiberio, vestido totalmente de luto,
pronunció el primer discurso fúnebre desde la rostra del templo del divino Julio en el Foro. Su hijo, Druso el
menor, pronunció una segunda oración funeraria desde la ancestral rostra del Foro. La procesión encabezada
por los senadores y los magistrados electos se encaminó a continuación hasta el
Campo de Marte siendo una marcha triunfal entre los bellísimos edificios
legados por el llorado emperador.
El cuerpo de Augusto
(debido a su edad y a las altas temperaturas de final del verano) iba dentro de un ataúd cerrado coronado por una imagen
suya en cera ataviado de general que lo representaba en el apogeo de su
belleza. También enriquecieron el cortejo una imagen suya en oro traída por los
senadores desde
Pira funeraria romana
En el Campo de Marte el
féretro fue depositado en la pira funeraria. Acto seguido los sacerdotes
hicieron una procesión alrededor del túmulo; tras ellos desfilaron los guardias
pretorianos, muchos de los cuales arrojaron sus condecoraciones igual que
habían hecho los soldados de César en su funeral, aunque el de Augusto fue
mucho más organizado. Los centuriones de los pretorianos fueron los encargados
de arrojar las antorchas que hicieron prender la madera perfectamente colocada.
En ese momento se soltó un águila que voló hacia los cielos simbolizando el ascenso
del alma del Príncipe.
El alma de Augusto asciende a los cielos. Gran Camafeo de
Francia. Detalle. 19 d.C. París. Gabinete de las medallas
Durante los cinco días que
estuvo ardiendo la pira, Livia, a pesar de su avanzada edad, permaneció allí
viendo consumir en primera fila los restos de su compañero de vida. Cuando el
fuego se extinguió hombres descalzos y sin cinturón recogieron las cenizas y
restos de huesos y los introdujeron en una urna que fue depositada en el
interior del Mausoleo. Al cerrarse las puertas del mismo, se cerraba el siglo
de oro, la época más gloriosa de Roma. Y un profundo silencio lo embargó todo.
Mausoleo de Augusto. Roma 2005
Hola:
ResponderEliminarEn la primera línea sobra la penúltima palabra(artículo "el").
Casi estoy de luto después de leer este relato. ☺
Una pregunta: ¿los romanos no tenían cementerios, todo el mundo iba a la hoguera?
Muchas gracias por la apreciación Javi. Corregido!! No te creas, me ha costado escribirlo pero al pobre no se le podía estirar más con esas edades en aquel tiempo, jjj.
EliminarEn Roma se practicaban tanto la inhumación como la incineración aunque, para un pueblo práctico por encima de todo como el romano, era más frecuente lo segundo. Pero sí existían las necrópolis; se ubicaban a las afueras de la ciudad y se colocaban túmulos y monumentos funerarios a ambos lados de la calzada en los que se depositaban las cenizas. Yo ví in situ las de Pompeya (ya te enviaré alguna foto). En el bajo imperio, con la llegada del cristianismo empezó a imponerse la inhumación que perduró como rito preponderante hasta nuestros días.
Un saludo