Cabeza de Augusto
encontrada en Lora de Río. Siglo I a.C. Sevilla. Museo Arqueológico
Los últimos años de
vida de Augusto fueron complicados. A la difícil situación en Germania se
unieron en el año 12 d.C. una serie de inundaciones que afectaron a las
principales fiestas mermando los ánimos de un pueblo romano, que vivía con
temor la incertidumbre de un mundo sin el hombre que había regido su destino
durante más de 40 años y que había traído la paz y prosperidad al acabar con
las guerras civiles.
Esta sensación se
agravó cuando al Príncipe empezaron a notársele seriamente los signos de una edad
tan avanzada para la época (74 años). Así, Germánico leyó un discurso en el
Senado en el que Augusto pedía a los senadores que no volvieran a saludarlo y
despedirlo formalmente en sus apariciones públicas por el Foro. También pedía
que fueran a visitarlo con menos frecuencia y solicitaba su perdón por no ser
capaz ya de cenar en sus casas tan a menudo como antes. Augusto para aliviar su
carga de trabajo empezó a realizar las tareas desde su casa, recibiendo a
asambleas algunas veces reclinado en un sofá. Para facilitar su toma de
decisiones modificó el consilium
princeps; a partir de ahora
este órgano, que servía de interlocutor entre el Senado y el emperador, en vez
de estar formado por senadores elegidos por sorteo cada seis meses lo
compondrían hombres nombrados por Augusto de forma permanente. Al mismo tiempo
delegó más competencias en Tiberio y sus descendientes.
Augusto (Peter
O’Toole) trabaja desde su diván. Fotograma de la miniserie
Augusto, el primer emperador, 2004.
Esto tuvo algunas
consecuencias negativas, pues por primera vez tras los desastres naturales
antes mencionados se quemaron folletos llamando a la sedición y se castigó a
sus autores. Al mismo tiempo, un conocido abogado, Casio Severo fue desterrado
a Creta a causa de sus escritos republicanos. En este tipo de represalias se
adivina seriamente la influencia de Tiberio pues Augusto nunca había prestado
atención a las críticas. “No te indignes desmasiado si alguien habla mal de mí. Basta con que logremos que nadie pueda perjudicarnos” (Suetonio. Vida de Augusto. 51,3) dijo en una ocasión a su hijastro. El Principado de Augusto se había
caracterizado por la aceptación de la libertad de expresión, derecho que
desaparecería durante el gobierno de
Tiberio, en el que los procesos por lesa majestad estarían a la orden del día.
Todo esto aumentaba la zozobra del pueblo y el miedo a lo que vendría después
de Augusto.
No obstante, el Príncipe siguió controlando una gran cantidad de trabajo
y tomando decisiones importantes. Por ejemplo el impuesto del 5% sobre las
herencias para mantener el Tesoro militar se había manifestado como muy impopular
por lo que el Senado declaró que aceptaría cualquier impuesto menos ese.
Dando una vez más muestra de su gran astucia, Augusto pidió a los senadores que
presentaran propuestas válidas para financiar de manera estable el
mantenimiento de las legiones. Después de estudiar varios proyectos nada
prácticos decidió proponer uno sobre la propiedad, a sabiendas que éste
resultaría aún más alarmante. Al final los senadores aceptaron de buen grado el
antiguo impuesto. Augusto no había perdido facultades a la hora de imponer su
voluntad aparentando que eran los demás quienes tomaban una decisión.
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