“Aunque era evidente que las facultades de
Augusto eran cada vez menores y que no le quedaban muchos años de vida, Roma no
pudo acostumbrarse a la idea de su muerte. Es una comparación ociosa decir que
la ciudad se sintió como un niño cuando pierde a su padre. Haya sido el padre
un valiente o un cobarde, un hombre justo o injusto, generoso o tacaño, eso
tiene poca importancia: ha sido el padre del niño, y ningún tío o hermano mayor
puede ocupar su lugar. Porque el Gobierno de Augusto había sido prolongado y un
hombre tenía que haber pasado ya de la mediana edad para recordar el tiempo en
que Augusto no gobernara”.
Robert Graves. Yo, Claudio. XIV
Augusto. Siglo I d.C. París. Museo del
Louvre
Foto de Bill Storage y Laura Maish
Según las fuentes
antiguas múltiples prodigios anunciaron durante los últimos meses de la vida de
Augusto que un gran cambio se estaba gestando en el devenir del mundo romano.
Algunos son de dudosa credibilidad mientras que otros corresponden a las mismas
interpretaciones hechas por el emperador a las circunstancias que tuvieron lugar en
realidad.
Uno de los más famosos
es el hecho que ocurrió cuando celebraba en el Campo de Marte la ceremonia de
purificación del censo; un águila revoleteó insistentemente en torno a él
posándose después en la letra A del nombre de Agripa del Panteón. Entonces,
Augusto mandó a Tiberio formular los votos para el siguiente año pues él se
negó a leer algo que no podría cumplir. También es significativo que por
aquellos días un rayo cayó sobre la inscripción de una estatua suya haciendo
desaparecer la C ,
de Caesar, lo que se tomó como que no le quedaban más de 100 días de vida.
Igualmente se interpretó que sería deificado porque el resto de la palabra, aesar,
significaba dios en etrusco.
Iniciado el verano, el
emperador decidió acompañar a Tiberio (que partía hacia Iliria) hasta
Benevento. Días antes de salir, como en los tribunales no dejaban de
importunarle con un proceso tras otro, exclamó que aunque Roma se empeñara no
podría retenerlo por más tiempo. Posteriormente
esto también se consideró una premonición.
Partió de noche (en
contra de su costumbre) para aprovechar el viento a favor, y así fue como
contrajo su enfermedad que comenzó con una diarrea. Cuando se recuperó siguió
navegando hacia Campania deteniéndose algunos días en su villa de Capri. Cuando
navegaba por el Golfo de Pozzuoli, los pasajeros de un navío alejandrino, se
engalanaron para la ocasión y quemaron incienso al paso del emperador
expresándole sus mejores votos y alabanzas asegurando que por él vivían, por él
podían navegar y por él disfrutar de su libertad y de sus bienes (en alusión a
los beneficios de la Pax
Augusta ). Este gesto causó honda emoción en el anciano
Príncipe que mejoró considerablemente.
Una de las Villas de Augusto en Pausilypon (Nápoles)
En Capri pasó 4 agradables
jornadas en las que no se privó de ninguna diversión. A pesar de no estar
recuperado del todo, se dirigió hacia Nápoles donde asistió a una competición
de gimnasia quinquenal organizada en su honor y acompañó a Tiberio hasta
Benevento. A su regreso, una recaída le obligó a detenerse en su villa de Nola,
e inmediatamente envío llamar a Tiberio. Aunque los historiadores discrepan
parece que Tiberio llegó a tiempo de ver por última vez a su padrastro quien
tuvo con él una larga conversación privada.
Durante su último día en este
mundo preguntó repetidamente si había revuelo a causa de su estado al mismo
tiempo que pidió un espejo para arreglarse el cabello. Preguntó a sus amigos si había representado bien la farsa que era la vida. “Si la comedia os ha gustado, concededle
vuestro aplauso y, todos a una, despedidnos con alegría” (Suetonio. Vida de Augusto. Libro II, 99. 1).
Sus últimas palabras
fueron para Livia “conserva mientras
vivas el recuerdo de nuestra unión” expirando así en brazos de su gran amor
(Suetonio. Vida de Augusto. Libro II,
99. 1-2). Tuvo una muerte dulce y sin dolor, como siempre había deseado. Eran
las 14:30 horas del día 19 de agosto del año 14 d.C. Faltaba un mes para que
cumpliera 77 años.
Augusto (Peter O’toole) muere ante Livia (Chalotte Rampling) y Tiberio. Fotograma de la miniserie Augusto, el primer emperador, 2004.
Estuvo lúcido hasta el final, permitiéndose
sólo un pequeño desvarío instantes antes del
último suspiro cuando atemorizado gritó que lo arrastraban 40 jóvenes.
Esto también fue tomado como un presagio, pues fueron precisamente ese número de
pretorianos quienes llevaron su féretro hasta las puertas de la ciudad. Murió
en la misma habitación que su padre lo había hecho 65 años antes.
Y
al mismo tiempo que se extinguía lentamente la frágil luz que mantenía con vida
al Padre de la Patria ,
Roma comenzó a estremecerse, sintiéndose perdida y desorientada por primera vez
desde el final de las guerras civiles; tal y como relataba Robert Graves, la Ciudad Eterna se sentía incapaz
de aceptar un horizonte sin el que desde hacía más de 44 años había sido su
Augusto, la sagrada estrella que guiaba sus pasos. Entonces la urbe más poderosa de la
tierra lloró, sin que nada ni nadie pudiera ya aliviar su desconsuelo. Y sus
lágrimas se convirtieron en un mar donde confluyeron como ríos las de todos los
puntos del Imperio que él había revestido de grandeza.